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La nueva lucha de clases: migrantes, expulsiones y el terror como control

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 Carlos Pichuante

Por años se nos ha dicho que la lucha de clases es cosa del pasado. Que vivimos en sociedades abiertas, meritocráticas, multiculturales.

Sin embargo, las imágenes de fronteras militarizadas, campos de refugiados, barrios empobrecidos y discursos xenófobos nos muestran otra realidad: una guerra no declarada, pero profundamente violenta, que se libra entre quienes controlan el mundo y quienes son desplazados por él.

El filósofo esloveno Slavoj Žižek advierte que “el problema no son los migrantes, sino el sistema que los convierte en amenaza”. En su obra La nueva lucha de clases, Žižek desenmascara la narrativa dominante: no es el emigrante el enemigo, sino el modelo económico global que destruye países enteros través de guerras, tratados desiguales y extractivismo o y luego presenta a sus víctimas como peligros potenciales.

La socióloga Saskia Sassen va más allá y redefine el concepto de migración. En Expulsiones, afirma: “No estamos ante una migración, sino ante una expulsión”.

Estas no son personas que “deciden” irse; son individuos forzados a abandonar sus tierras por el colapso ambiental, el acaparamiento de recursos, la violencia estructural.

El sistema financiero mundial, dice Sassen, produce despojo a una escala masiva.¿Y qué sucede cuando esos expulsados llegan a las grandes ciudades?

El sociólogo Loïc Wacquant nos ofrece una respuesta inquietante: “La marginalidad urbana no es un subproducto del fracaso económico, sino una estrategia de control social”.

En vez de proteger a los vulnerables, el Estado neoliberal los encierra: cárceles, redadas migratorias, vigilancia permanente. Así, el miedo se convierte en una herramienta de gobierno.

El terror real o simbólico disciplina a los cuerpos.  Étienne Balibar, por su parte, explica cómo se justifica esta exclusión: “El racismo actual no separa razas, sino culturas; y lo hace para naturalizar la exclusión”.

No se trata ya del color de piel, sino de formas de vida, costumbres, religiones, lenguas.

El migrante se convierte en el “otro” irreconciliable, el enemigo interior que amenaza la identidad nacional.

Bajo esta lógica, la frontera no es solo geográfica, sino también cultural.

Finalmente, la filósofa Nancy Fraser denuncia una operación más sutil: “El neoliberalismo ha despolitizado la lucha de clases, desplazando el conflicto hacia el ‘otro’ cultural”.

El enojo de las clases trabajadoras abandonadas, precarizada no se dirige hacia las élites económicas, sino hacia los migrantes.

Así, el capital triunfa dividiendo a quienes deberían unirse.En este nuevo escenario, la lucha de clases no ha desaparecido: se ha transformado.

Ya no se da solo en las fábricas o sindicatos, sino en las fronteras, en los barrios empobrecidos, en los discursos políticos.

Los migrantes no son enemigos ni víctimas pasivas: son el rostro más visible de una clase expulsada y criminalizada.

Y el terror no solo el que ejercen grupos violentos, sino el institucional, el mediático, el cotidiano es el pegamento que sostiene este orden desigual.

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