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«EL ÚLTIMO TUPAMARO REBELDE»

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Jorge nos hizo llegar el texto de la entrevista, y POLITIKA se enorgullece de difundirla. El mismo Jorge hizo una precisión a título de introducción. Hela aquí:«Divulgo la entrevista de Lucía, porque me parece contiene un buen abordaje de la historia reciente. En ella, el testimonio de un militante individual no sustituye para nada la presencia de las masas en movimiento, el actor fundamental de todo proceso histórico. Para no consentir con errores de percepción muy extendidos: ingresé al MLN (T) en setiembre de 1968, luego no soy miebro fundacional. No es nada sustancial, pero hace a la verdadera historia.
abrazos fraternos
Tambero

POLITIKA

«EL ÚLTIMO TUPAMARO REBELDE», entrevista hecha por Lucía Sabin Fraga para el periódico digital «Puente Aéreo», que se autodefine como una publicación «para lectores con espíritu cosmopolita»
Por Lucía Sabini Fraga – Domingo 23 de febrero de 2020.

Jorge Zabalza aparece a lo lejos caminando con su ovejero alemán. Camina lento, tiene un balanceo característico que no apura aunque vea gente en la puerta de su casa. Lleva puesto ojotas, short y una remera roja. Su pelo largo y blanco la cae por los hombros, y está flaco, muy.

Vive en una casita frente al mar, en el barrio Santa Catalina desde hace más de 30 años, una especie de tercer cordón del conurbano montevideano. En la escala de esta ciudad eso significa menos de 45 minutos un domingo; hora y pico un día hábil. Pocas frecuencias de colectivos, calles de tierra, basura acumulada, jóvenes consumiendo sustancias y laburantes de todo tipo que vienen y van para la ciudad.

Tiene 77 años y está jubilado, aunque participa de la vida social y política de su barrio y los barrios linderos: hay una reciente toma de 500 familias a la que estuvo asistiendo de cerca en su proceso. Enojado, entre otras cosas, con el Frente Amplio porque sacó una ley en el año 2006 que tipifica a las ocupaciones de terreno como «usurpación», un delito castigado penalmente. Su historia es bastante interesante: fue miembro fundacional del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros (MLN-T), y con el tiempo uno de los principales dirigentes de esa guerrilla surgida con fuerza en la década del 60.

Al hablar de la asunción del nuevo gobierno de centro-derecha, no se muestra tan preocupado. Su enfrentamiento abierto con el Frente Amplio y sus ex compañeros de guerrilla, lo han vuelto escéptico de cuánto realmente puede llegar a cambiar la cosa. «Yo no sé qué grandes cambios va a haber. Se van a agudizar algunas cosas y va a haber una sensibilidad muy distinta frente a las necesidades de los trabajadores y de los sectores más desprotegidos. Pero el modelo es el mismo», asegura. Cuando se refiere al modelo, especifica: inversiones extranjeras, deuda externa, subordinación al capital financiero.

Considera que la estrategia del Partido Nacional y su futuro presidente fue inteligente: poner a todos los espacios a discutir matices del enorme paquete de medidas (la Ley de Urgente Consideración, LUC) que se tratará los primeros días de marzo en el Parlamento uruguayo; entre las que se encuentra la posible privatización de empresas nacionales del Estado. «Esto trae división adentro del Frente, porque las reacciones no son las mismas. Dentro del FA hay gente que también entiende que puede ser viable la desmonopolización de AN­CAP». Con el tema de DDHH, reconoce que el panorama puede cambiar: «Ahí sí va a haber diferencias: mas allá de que realmente los gobiernos de Mujica y de Tabaré poco hicieron en materia de Derechos Humanos, algo hicieron. Y había una sensibilidad, escuchaban a los familiares, había un lugar donde ir a quejarse. Bueno, con este hombre yo creo que eso está todo perdido».

Para Zabalza, el problema sigue ahí: el laburante «no entiende cuáles son las causas de que él tenga que vivir acá y de que tenga la obligación de levantarse todas las mañanas para ir a trabajar, no sabe por qué es. No sabe porque lo que produce no va a parar a su bolsillo». Hay una exclusión de la vida política de las grandes masas, según explica, se convirtieron en «analfabetos políticos».

Se lo nota algo nervioso. El día después de esta nota recibirá en su casa al hijo de Carlos Burgueño, un civil que resultó muerto por las fuerzas guerrilleras el 8 de octubre de 1969, en la malograda «Toma de Pando» que consistió en un asalto armado y sorpresivo a la comisaría, el cuartel de bomberos, la central telefónica y varios bancos de esa ciudad uruguaya. En esa toma también murió el hermano de Zabalza, un joven de apenas 21 años; y cargar con las culpas no parece tarea fácil.

Además de ser miembro fundacional de Tupamaros, formó parte del grupo de los 9 rehenes que los militares tuvieron presos más de 11 años, como el ex presidente uruguayo Pepe Mujica, en condiciones de aislamiento. Sin embargo, la historia retaceó algunas figuras y enarboló otras: la famosa película de co­producción hispano-argentino-uruguaya «La noche de 12 años» relata solo las peripecias de tres de ellos, incluyendo al ex presidente, pero nada dice de los otros 6.

«La experiencia nuestra fue muy distinta, nosotros no vivimos en martirologio», afirma desencontrado con la versión oficial. Mientras que el grupo de la película está integrado por «Pepe» Mujica, Eleuterio Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof; a él le tocó compartir el edificio (aunque no las celdas por supuesto) con Julio Marenales y Raúl Sendic, éste último fundador del MLN y referente histórico de la izquierda uruguaya.

«Para lo primero que nos organizamos fue para una fuga, tuvimos un año y medio con esa fuga. Que fracasó por supuesto, pero durante ese año y medio nosotros clandestinamente en las narices de los milicos, logramos serruchar los clavos que unían las chapas del techo, de manera que la chapa podía levantarse, y aflojar todos los bulones de las rejas -que no eran de hierro, sino de durmientes de ferrocarril abulonados-, de forma tal que podíamos abrir y salir de la celda». Recuerda cada detalle de ese intento de fuga que fracasó porque arriba no sólo había chapa sino también paneles de un puente militar de estilo Bayley: «Para eso hubo que hacer una política de contacto con los soldados, que ganaran en confianza… porque había que meterse allí en el subterráneo, los milicos le disparaban a estar allí abajo. Nosotros aprovechábamos cuando había momentos de descuido e hicimos el trabajo ése. Fijáte que para aflojar los bulones teníamos que usar las cucharas que nos daban durante 25, 30 minutos para comer. Tenías que comer –dice mientras hace un gesto con la mano desnuda sin cubiertos– y estar trabajando con eso».

Si Zabalza tuviera que resumir esa estadía en prisión, diría que fue una lucha. Después del intento fallido, los tres sabían que les esperaban muchos años allí dentro. «Fue un esfuerzo que nos mantuvo vivos. Y a partir de ahí dijimos, durante diez años vamos a sobrevivir como sea, y a los diez años vamos a largar la lucha. Y así lo hicimos. Pero durante esos diez años sobrevivir, implicaba sobrevivir con dignidad».

Como contrapartida, carga las tintas sobre el otro grupo, el de los famosos. «A nosotros nos interrogaron también. Raúl estuvo cuatro horas, yo estuve cuatro horas, y Marenales estuvo cinco. Y después nos trajeron y nos dieron un papel para que describiéramos a los compañeros. Nos negamos y nos mantuvimos porque además hacía cinco años que estábamos de rehenes y eso era un tanteo para saber en que posición estabas vos. Y lo tomamos como eso: si nos manteníamos firmes, o si después de cinco años de aislamiento ya estábamos entregados. El hecho es que hay una descripción de perfiles de compañeros, escrita por Fernández Huidobro, que es de la mano de él, indudablemente».

Sospecha y se encoge de hombros para que los demás saquen sus propias conclusiones: «Algo hubo, evidentemente… y bueno, algún día se sabrá cuando se desarchiven los documentos y aparezcan».

Posterior a la cárcel eterna, el MLN se debatió entre qué tipo de democracia construir. A diferencia de Argentina, la dictadura en Uruguay no cayó por peso propio, ni por una guerra: en 1980 el gobierno militar –convencido de su buena imagen– llamó a una consulta popular donde proponía modificar la Constitución de 1967, creando un régimen constitucional pero con los militares al mando. Para su sorpresa, la propuesta fue rechazada por la población en casi un 57% (que igualmente demuestra la gran cantidad de gente que voto por el SÍ) y el gobierno de facto debió iniciar el proceso de apertura democrática y llamar a elecciones. Allí sobrevino otro triste capítulo de esta historia: en 1984 tras años de frustradas negociaciones, se firma el famoso «Pacto del Club Naval», que consistió en un acuerdo entre la cúpula militar por un lado, y el Partido Colorado, el Frente Amplio y otros espacios hoy inexistentes, por el otro. Significativamente, el Partido Nacional (el partido del actual presidente) se negó a participar en ese momento de los acuerdos con la dictadura saliente.

Como resultado de las negociaciones, el gobierno convocó a elecciones el 25 de noviembre de ese mismo año, en las cuales fue elegido presidente Julio María Sanguinetti, del Partido Colorado, que asumió en marzo de 1985. Del otro lado, las concesiones exigidas fueron la garantía de impunidad que necesitaban los militares para retirarse en paz: la aprobación de la ley de «convalidación de los actos del gobierno de facto» en marzo de 1985, o la famosa ley 15.848 de «Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado» impulsada el siguiente año (y popularmente conocida como «Ley de Caducidad» o «Ley de Impunidad») que como su nombre indica, implicaba no dar lugar a procesos penales o punitivos para funcionarios militares y policiales respecto a delitos cometidos durante toda la dictadura. Esta ley sigue vigente, aunque tuvo recortes y modificaciones durante los gobiernos frenteamplistas.

Zabalza estuvo preso 15 años, de los cuales 11 fueron en estado de aislamiento: desde el 7 de setiembre del 73 –una para nada increíble coincidencia con la previa del golpe en Chi­le– hasta septiembre del 84, cuando lo reúnen con otros presos, de a dos por celda rompiendo el aislamiento. Pero recién en 1985 saldrán definitivamente en libertad. «Tengo dos fugas arriba del hombro y tres veces caí preso. Gran vocación de preso no?», dice mientras se ríe de su propia historia.

El carácter de esos nueve presos no fue aleatorio: eran los máximos dirigentes de la guerrilla más importante del Uruguay. Fueron apresados uno por uno a medida que cayeron, y puestos en condición de rehenes: los militares aseguraron que ante cualquier ataque de Tupamaros, ellos matarían a uno de los dirigentes. La guerrilla queda completamente desarticulada, al tiempo que muchos de sus integrantes fueron siendo identificados y apresados por la dictadura. «Fue simbólico: tanto ellos creyeron que se había terminado la revolución en el Uruguay; como nosotros creíamos que estábamos haciendo la revolución».

Su mirada actual respecto a ese momento ha sido de una constante revisión: «Teníamos las intenciones de hacer la revolución. Pero estaba muy lejos; en primer lugar porque teníamos una concepción –que se fue desarrollando de una forma muy equivocada– hacia el militarismo, hacia la predominancia de un aparato político por sobre el movimiento de masas. Entendíamos que la insurrección la íbamos a hacer con un aparato militar, y no que la insurrección iba a ser un fenómeno popular». Tiene en claro que la inspiración venía del modelo cubano y la Revolución del 59, pensando siempre a la guerrilla como un futuro ejército: «Con esa perspectiva yo creo que lo que hacíamos era enterrar la revolución en lugar de hacerla. No sólo porque nos llevaba a una derrota al quedar enfrentados mano a mano con otro ejército mucho más poderoso, sino porque plantearse convertir un movimiento político en ejército, es suicida. Desde el punto de vista revolucionario, es suicida. Y nosotros estábamos en eso».

Zabalza llegó a incorporarse a la vida institucional del país: asumió como edil (lo que diríamos concejal) en el departamento de Montevideo en 1994, y aunque al poco tiempo se distanció de su espacio original (el MLN) continuó manteniendo la banca del Frente Amplio por algunos años más. Las cosas ya venían desencontradas hace rato: en la dirección de Tupamaros había dos miradas muy distintas: una, la de Mujica y Fernández Huidobro; otra la de Zabalza y Sendic (hasta su temprana muerte en el 89).

En agosto de 1994 sucedió el último acontecimiento violento al que se expuso el MLN: manifestantes rodearon el Hospital Filtro en el barrio de Jacinto Vera en la capital uruguaya, donde estaban internados en huelga de hambre 3 miembros de la ETA, del país Vasco, para evitar la extradición a España donde serían juzgados duramente. La policía reprimió ferozmente la manifestación y mató a dos personas, dejando además cientos de heridos. La llamada «Masacre del Filtro» originó también debates internos en torno al tipo de democracia deseada: lo que él mismo denomina «democracia tutelada o plena».

Mientras que proponía radicalizar la lucha incorporándose con más fuerza en la base social de los sectores trabajadores y populares, la otra línea proponía integrarse orgánicamente al Frente Amplio y sumarse a la lucha electoral de lleno. «Ahí nos sacamos todos la ropa, unos queríamos seguir adelante con la movilización y con la lucha para enfrentar al aparato del Estado; y otras aparecieron convertidos en Mahatma Gandhi moderno, planteando la lucha sin violencia; electoral.» Para Zabalza, ése fue el punto de no retorno: «A partir de entonces, Mujica y Fernández Huidobro se hicieron dueños del MLN, del MPP. Y Mujica empezó su ascenso a rock star», dice mientras pronuncia el inglés con cierta ironía.

«Yo realmente creo que el Pepe es una persona austera y que es honesto, que no es corrupto», contesta ante la pregunta sobre la imagen internacional que ha cosechado el Pepe tras su austeridad todo terreno. Pero prefiere no decir con sus palabras lo que piensa y se lo deja al propio Pepe: «Yo recomendaría ver el documental que le hizo Kusturica. Porque él ahí dice dos o tres cosas que son fundamentales: «éramos muy revolucionarios y algunos se pasaron al capitalismo, y otros entre los que me encuentro, nos convertimos en administradores; queremos administrar el capitalismo» dice. Entonces bueno, ése es un cambio ¿no?», pregunta mientras cruza las manos y me mira.«Yo a Pepe lo conozco como la palmita de mi mano. Por algo, después de todos los disparates que he dicho, él no me dice nada. No me ha dicho una sola palabra, no tiene nada para decir de mi».

Hace algunos años le diagnosticaron cáncer de esófago. Pepe Mujica era presidente y se enteró. Mandó a ofrecerle lo que necesitara, en términos de atención hospitalaria u otras necesidades, por medio de terceros, sin ir a visitarlo ni nada.

– ¿Qué le dijis­te?, pregunté.

– «Que se lo metiera en el…» dice mientras sonríe de costado, orgulloso.

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