por Franco Machiavelo
La política chilena vuelve a mostrar su rostro más grotesco en la figura de la candidata Jara, quien ha transitado de un discurso que alguna vez pretendió ser “popular” a convertirse en la encarnación viva del Frankestein neoliberal, ensamblado con los pedazos de las contradicciones, las mentiras y las traiciones al pueblo.
Su metamorfosis no es casual, ni responde a un simple cambio de opinión: es la expresión más cruda de cómo el imperialismo y la oligarquía absorben, corrompen y moldean a sus operadores para mantener el orden establecido. Jara es hoy la servil representante de los intereses del gran capital transnacional, la vocera de las corporaciones y el brazo obediente del imperialismo en América Latina.
En su afán por agradar a la clase dominante, la candidata realiza volteretas ideológicas que rayan en lo obsceno: antes hablaba de justicia social, ahora se arrodilla frente a los patrones del neoliberalismo. Antes decía defender a los más pobres, hoy se sienta a la mesa de los más ricos como su empleada política. Jara ya no representa a los vulnerables ni a la clase trabajadora; representa a los dueños del capital y sus planes de expolio.
Su confesión más reciente lo confirma: se declara abiertamente contra Cuba, Venezuela y Nicaragua, no por un genuino debate político, sino por complacer a los empresarios, al capital financiero y a los voceros del imperialismo yanqui. Lo que está en juego no es solo una postura internacional: es la demostración de que su proyecto político está subordinado a los dictados de Washington y a la voracidad de las grandes corporaciones.
Este Frankestein neoliberal no tiene coherencia, porque no se construye desde principios, sino desde la conveniencia oportunista. Es un monstruo armado de trozos prestados: un poco de progresismo de utilería, un poco de neoliberalismo descarado, un poco de discurso moralizante y una gran dosis de servilismo ante el poder. Su identidad política es la incoherencia, y su programa no es más que la agenda de la oligarquía camuflada bajo el maquillaje electoral.
El pueblo debe abrir los ojos: Jara no es la voz de los trabajadores, ni de los excluidos, ni de los que resisten al modelo. Jara es la operadora del imperialismo y del capital oligárquico en versión moderna, disfrazada de candidata popular. Y como toda marioneta del neoliberalismo, su función no es liberar, sino someter; no es transformar, sino preservar el orden injusto de siempre.
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Jara, sin duda, quiere ser presidenta, el sueldazo y la posterior jubilación, nada de despreciables (estiércol para los escarabajos peloteros), le quitan el sueño; y para lograrlo está usando la misma fórmula de Boric: Curso de acrobacia política con salto mortal hacia la derecha incluido.