por Roberto Córdova
diariolaquinta.cl
Hay perversidad en la política. Siempre la ha habido. La UDI completita es una expresión de ello. Hay traición en la política. Las direcciones del PPD, la DC, el PRSD y el PS son fiel testimonio de que sigue viva esa vieja costumbre.
No obstante, la perversidad y la traición que rebosa a la democracia de los acuerdos del Chile de los 90, respiran gracias a eso que llaman electorado. El/la elector/a no solo es condenado/a al sótano de dicha democracia, sino que, además, es presa de la propaganda y la demagogia de la clase política administradora del neoliberalismo: el famoso duopolio.
Durante casi 30 años dicho electorado, mayoritariamente, ha venido entregando su voto a las dos caras del neoliberalismo. Al principio, con Aylwin, pudo haberse justificado por el temor a los milicos, porque lo negociado entre los concertacionistas y la dictadura cívico-militar a mediados de los 80 había sido bien ocultado por el duopolio, porque la gente necesitaba creer que la alegría tendría lugar, en fin; pero ¿Frei?, ¿Lagos?, ¿Bachelet? Al menos con Piñera volvió el neoliberalismo sin careta.
Recién asumido, Aylwin y la privatización de la sección carga de Ferrocarriles del Estado (la única que dejaba utilidades) y su plan de flexibilidad laboral en materia de “derechos” de los trabajadores dieron las señales inequívocas de que el programa de gobierno que lo llevo a La Moneda tenía su lado B. De ahí en más, la doctrina de “en la medida de lo posible” sería aplicada no sólo a la justicia en el campo de las violaciones a los derechos humanos, sino que también en el campo de las privatizaciones de los recursos naturales y del patrimonio de todos los chilenos y chilenas.
La privatización del agua durante el gobierno del empresario Frei Ruiz-Tagle dejó al descubierto la total falta de escrúpulos de la famosa Concertación. El más vital de los recursos, por el que se prevén futuras guerras, en Chile fue entregado a las transnacionales por un representante de la “centro-izquierda”, dejándonos como el único país a escala planetaria en que dicho recurso está en manos privadas.
La larga lista de privatizaciones sigue con Ricardo Lagos y la mismísima Michelle Bachelet. Es mentira que hay diferencias de fondo entre quienes nos han gobernado. Todxs han favorecido al gran capital y todxs han jodido a lxs trabajadorxs. Si no, mire usted la reforma al plan laboral en los últimos meses de gobierno de Bachelet ll: no tocó ninguno de los pilares básicos del plan laboral de 1980, redactado por el funcionario de la dictadura, José Piñera.
Con un electorado progresivamente a la baja desde 1989, con alternativas electorales antineoliberales que no superaron el 7% hasta la irrupción del Frente Amplio en 2017, el duopolio ha logrado conservar las mayorías parlamentarias y el control del Ejecutivo, y con ello la supervivencia del modelo.
¿Qué es lo que permite que la gente vote mayoritariamente por quienes se los joden, por quienes nos vendieron el agua, el mar, el cobre; por quienes nos condenaron a las AFP, a las Isapres, a las zonas de sacrificio?
Con una mayoría de los potenciales electores parados en la vereda de la indiferencia, repitiendo como papagallos que da lo mismo quien gobierne, con una mayoría de lxs que sí votan revalidando a los que nos joden, y con una mayoría de lxs que votan por las alternativas a lxs representantes del duopolio neoliberal corriendo en segunda vuelta a apoyar el mal menor, no hay muchas posibilidades de potenciar alternativas de cambio desde la institucionalidad.
Si el fatalismo caracteriza a quienes se desmarcan de los torneos electorales (“nada cambiará”, “gane quien gane, yo seguiré trabajando”), lo que caracteriza a la mayoría de los que concurren a las urnas (qué palabra más adecuada), ya sea que voten por la derecha, las variables del centro o, incluso, por la izquierda, es la ingenuidad en toda sus acepciones: gente pobre votando por quienes trabajan para los ricos, gente decente votando por corruptxs, gente culta votando por ignorantes, gente trabajadora votando por zánganos, gente de paz votando por criminales, etc., etc.
Sin embargo, existe un tipo de ingenuidad que raya en lo sonso. A propósito de que ayer las redes exhibían rabiosas funas a los senadores que aprobaron el TPP, recordé que en las últimas presidenciales, habiendo públicamente declarado que no votaría por Guillier, que para mí no era el mal menor, un señor ya viejito, de estos súper revolucionarios, me tachó de contrarrevolucionario por mi postura a favor de anular el voto; como si un torneo electoral, de una democracia representativa, amparada en un bando militar devenido en Constitución Política, fuera el campo de la revolución. Me imagino que comprobado en la práctica para quién trabaja Guillier, el señor en cuestión debe estar tratando de explicar desde el dogma que lo ilumina, lo inexplicable. Lo cierto es que la ingenuidad en el ámbito de la política me produce, por sobre todo, lástima.
Recordé, también, que varias figuras del Frente Amplio, coalición que logró romper la barrera del 7% y se instaló como referente político en el Chile neoliberal levantando un programa antineoliberal, también salieron -por las suyas- a apoyar al candidato de la Nueva Mayoría en segunda vuelta; comprometiendo con ello al conjunto de la coalición. Seguramente, esas figuras firmaron en el plebiscito ciudadano recién pasado contra el TPP. De haber sido así, ¿debemos concluir que la ingenuidad no perdona siquiera a la dirigencia alternativa? Sinceramente, en este punto, prefiero ser ingenuo.