Inicio Nacional  ¡LA ELECTRICIDAD EN CHILE ES UN PRIVILEGIO Y UN NEGOCIO REDONDO!

 ¡LA ELECTRICIDAD EN CHILE ES UN PRIVILEGIO Y UN NEGOCIO REDONDO!

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por Franco Machiavelo

En Chile, la electricidad no es un derecho —es un lujo cuidadosamente administrado por conglomerados que, con el beneplácito del poder político, han convertido la energía en una herramienta de control social y acumulación de riqueza. Mientras el discurso oficial proclama desarrollo, modernización y libre competencia, la realidad cotidiana revela otra cosa: tarifas que superan a las de países con ingresos mucho mayores, leyes hechas a la medida de privados, y un modelo energético que perpetúa la dependencia de la población a intereses corporativos.
 
La estructura energética chilena no es un accidente: es el resultado de un proceso histórico donde la infraestructura pública fue entregada a manos privadas bajo la promesa de eficiencia y progreso. Esa promesa se transformó en un cerco económico. Las empresas eléctricas funcionan como guardianes de un bien básico, fijando precios que no responden al bienestar colectivo, sino a la maximización constante de sus márgenes. El consumidor cautivo paga; las compañías celebran.
 
Este modelo no solo profundiza la desigualdad, sino que consolida una forma de dominación silenciosa. Cuando la energía —condición mínima para la vida moderna— se convierte en mercancía sometida a especulación, se instala una jerarquía social sutil pero brutal: quienes pueden pagar y quienes deben resignarse, limitarse o endeudarse. Es la sofisticación del poder económico transformado en poder disciplinario, donde el consumo energético define quién participa plenamente en la sociedad.
 
Y mientras tanto, los políticos que debieran defender a la ciudadanía operan bajo un pacto tácito: discursos airados en salas de debate y promesas mediáticas de regulación, pero decisiones legislativas que siempre terminan protegiendo a los mismos. Su silencio vale más que cualquier intervención pública; es un voto permanente a favor del negocio energético.
 
En este escenario, la ciudadanía queda atrapada. El relato de la “libre elección” es una ficción: no hay alternativas reales cuando todas las rutas llevan al mismo consorcio y cuando las instituciones garantes del bien común funcionan como escudo del poder económico. La electricidad deja de ser un derecho fundamental y se transforma en un mecanismo para sostener la estructura de desigualdad.
 
La paradoja es obscena: un país que exporta eficiencia energética como discurso, pero importa desigualdad como práctica. Un Chile moderno que brilla en estadísticas macroeconómicas, mientras miles de hogares apagan luces para poder pagar la cuenta.
 
El negocio es perfecto. La injusticia, también.
 
Y el pueblo sigue electrificado… pero no de energía: de indignación contenida ante un sistema que ilumina las ganancias de pocos y deja en penumbra la dignidad de muchos.
[04-11 10:32] Franklin😁: Porque los candidatos Nazis y fascistas son populares en Chile!
 
El avance de discursos fascistas y negacionistas en Chile no es un fenómeno aislado ni accidental. Es el resultado de un proceso político, social y cultural que ha normalizado la violencia, debilitado la memoria histórica y permitido que el autoritarismo se disfrace de solución para los problemas cotidianos.
 
1. Crisis social y promesas de “orden”
 
En un país marcado por la desigualdad, la precariedad laboral y la inseguridad, muchos ciudadanos se sienten desprotegidos. Frente a ello, ciertos candidatos ofrecen respuestas simples y autoritarias: más represión, castigo y mano dura.
El miedo se convierte en herramienta política y la frustración social se canaliza hacia discursos que buscan un “enemigo interno” al cual culpar.
 
2. Manipulación mediática y construcción del enemigo
 
Los grandes medios han reforzado durante años una narrativa que criminaliza la protesta, demoniza a los pueblos originarios —especialmente al pueblo mapuche— y presenta la defensa de los derechos humanos como un obstáculo para el “orden”.
Esta estrategia ha instalado la idea de que la democracia es frágil y que solo la fuerza garantiza seguridad, cuando en realidad solo reproduce privilegios y silencios obligados.
 
3. La izquierda perdió la batalla cultural
 
Mientras los sectores autoritarios avanzaron con discursos simples y emocionales, una parte importante de la izquierda cayó en tecnocracia, fragmentación y desconexión social.
Prefirió administrar el modelo en lugar de transformarlo.
Abandonó espacios populares y permitió que el miedo y la desinformación ocuparan ese vacío.
La defensa de la memoria y la dignidad se convirtió, para muchos, en un gesto simbólico, no en un proyecto político concreto.
 
4. El negacionismo como estrategia
 
El resurgimiento fascista se nutre de la relativización del terrorismo de Estado.
Se presenta la dictadura como “orden”, la represión como “necesaria”, y la memoria como “exceso ideológico”.
Este negacionismo intenta borrar el horror para que pueda repetirse con legitimidad social.
 
5. Lo que está en juego
 
No estamos frente a una simple disputa electoral, sino frente a una lucha por el sentido común y los valores democráticos.
Si la sociedad no recupera la memoria, si no exige justicia social real, si permite que el miedo defina la política, el autoritarismo seguirá creciendo.
Defender la democracia no es un ejercicio nostálgico: es una urgencia histórica.

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