Inicio Análisis y Perspectivas ¡La desnutrición ideológica y la dimensión desconocida!

¡La desnutrición ideológica y la dimensión desconocida!

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por Franco Machiavelo
 
Vivimos en una era donde la mente colectiva ha sido puesta a dieta forzada. Ya no se trata del hambre de pan, sino del hambre de sentido. Una desnutrición ideológica que seca la imaginación política, atrofia la conciencia crítica y convierte la vida pública en un espectáculo hueco. Los pueblos, agotados de promesas vacías, de discursos prefabricados, de liderazgos que se doblan ante los mercados, vagan en una dimensión desconocida: un territorio donde la democracia se ha convertido en un ritual sin alma y el voto en una moneda simbólica que no compra futuro.
 
El descontento no nace del capricho ni de la ignorancia popular, sino de la constatación diaria de una farsa. Se nos enseñó que la democracia era el gobierno del pueblo, pero lo que impera es el dominio de los bancos, los fondos de inversión, las corporaciones mediáticas y los guardianes de la rentabilidad. Los políticos se han vuelto traductores del lenguaje financiero, no de las necesidades humanas. Los partidos ya no articulan sueños, sino estrategias de marketing. El poder ya no dialoga, administra. Y el pueblo ya no participa, observa —como quien ve una serie repetida sabiendo que el final nunca cambia.
 
La apatía que se acusa al ciudadano no es indiferencia natural, sino defensa ante la manipulación constante. Se le bombardea con mensajes contradictorios, se le promete bienestar mientras se le recorta la dignidad. Las redes sociales fabrican burbujas de ego, y los medios masivos administran la atención como una mercancía. En este laboratorio de la obediencia emocional, pensar se vuelve subversivo, y la reflexión, una pérdida de tiempo.
 
La democracia burguesa, convertida en una maquinaria de consenso superficial, ya no produce conversación ni sentido de comunidad. El “diálogo social” se ha vaciado de contenido: se habla sin escuchar, se promete sin cumplir, se convoca sin creer. El pueblo, descolgado del relato que alguna vez le dio identidad, flota en un vacío simbólico donde el “nosotros” ha sido reemplazado por el “yo competitivo”.
 
Esta es la dimensión desconocida: la del sujeto que habita un mundo saturado de información, pero huérfano de conciencia. La del ciudadano que sabe que lo engañan, pero ya no sabe cómo resistir. La del pueblo que siente la injusticia, pero no logra nombrarla.
 
Recuperar la nutrición ideológica no significa volver a dogmas muertos, sino reencantar la conversación colectiva, devolverle densidad al pensamiento y dignidad a la palabra. Mientras el poder financiero siga controlando el relato, la democracia será apenas una vitrina, un decorado brillante sobre un vacío profundo.
 
Solo cuando los pueblos vuelvan a hablar con voz propia —no con el eco de los medios, ni con el miedo del mercado— se abrirá nuevamente la posibilidad de salir de esta dimensión desconocida y volver a imaginar el mundo que nos han hecho olvidar.
 
 
 
 
 
 

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