por Franklin Machiavelo
Otra vez los mismos de siempre, los que pactan, los que transan, los que se acomodan en las sillas del poder, desempolvan el fantasma del «golpe de Estado». Desde la izquierda neoliberal, esa que sirve de correa de transmisión del empresariado y del imperialismo, lanzan alertas vacías sobre «amenazas golpistas», con un claro objetivo: victimizarse, desviar la atención y justificar su fracaso rotundo ante las legítimas demandas sociales que nunca quisieron escuchar.
Es su excusa perfecta. Así ocultan su complicidad con el saqueo neoliberal, su desprecio hacia el pueblo que clama por derechos, justicia y dignidad. Se presentan como mártires de una amenaza que jamás existió, mientras legislan y gobiernan para los mismos de siempre: los grandes grupos económicos, los banqueros, las forestales, las mineras, los especuladores.
Por otro lado, la ultraderecha, en su histeria habitual, también agita el mismo espantajo. Hablan de «peligro comunista» y de «defensa de la patria», intentando infundir miedo en los sectores populares, para que el pueblo acepte sin chistar más represión, más explotación y más saqueo.
Ambos bandos, los neoliberales disfrazados de progresistas y la ultraderecha fascistoide, juegan con la misma mentira. Porque aquí no hay ninguna amenaza real de golpe, ni revolución a la vista. ¿Para qué habría golpe, si todo el poder económico, político, mediático y militar ya está en manos de la oligarquía, de los mismos grupos que llevan décadas administrando este modelo de desigualdad brutal? ¿Qué golpe podría haber, si los patrones del país—el gran capital y el imperialismo—tienen todo atado y bien amarrado?
Hablan de golpe para ocultar que este sistema sigue funcionando exactamente como lo diseñaron los Chicago Boys y que todos los gobiernos, sin excepción, han administrado con sumisión.
Ni golpe ni farsa.
Lo que hace falta no es temer a fantasmas inventados, sino construir poder real, desde abajo, con los trabajadores, los pueblos originarios, las juventudes, los movimientos sociales.
Ese es el verdadero miedo de ellos: que el pueblo deje de creer en sus farsas y tome en sus manos el destino del país.