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Mon Laferte: “Sería lamentable que Chile tuviese de presidente o presidenta a una persona que haya estado ligada a Pinochet”

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The Clinic

La artista chilena radicada en México habla en exclusiva con The Clinic de su debut en el teatro musical con Cabaret, donde encarnará a Sally Bowles, la icónica cantante del Kit Kat Club. También adelanta detalles de Femme Fatale, su noveno disco de estudio inspirado en el jazz, y reflexiona sobre la expansión de su trabajo en las artes visuales, una dimensión que hoy la apasiona tanto como la música. “Yo no separo mis disciplinas. Soy artista”, dice. En su primera entrevista tras la controversia por la exposición Te amo: Mon Laferte Visual en el Parque Cultural de Valparaíso –y que hasta agosto se exhibe en el Teatro Biobío de Concepción–, la ganadora de cinco Latin Grammy ahonda en los efectos personales de ese episodio, habla de su anhelo de volver a vivir en Chile y analiza el escenario de cara a las presidenciales: “Hay una polarización tremenda, (…) el nivel de fanatismo es más alto que nunca”.

Por Pedro Bahamondes Chaud

Contra todo pronóstico –y con la señal de internet jugando en contra–, Mon Laferte aparece en pantalla desde su casa, a las afueras de Ciudad de México. Al fondo, un par de cortinas rojas y una ventana por donde se cuela un bloque de luz. Lleva el rostro desmaquillado y la melena platinada, peinada hacia atrás. Luce fresca, como una Marilyn en actitud doméstica, refugiada entre sábanas, a la una de la tarde de un miércoles. Enciende un cigarrillo.

–“Perdón si me cuelgo hablando, es que ando con mil cosas”, se excusa, exhalando suaves bocanadas de humo.

Lo que sigue en su agenda inmediatamente después de esta entrevista a la distancia con The Clinic, es un nuevo ensayo de Cabaret, montaje con el que debutará en teatro musical y donde, por primera vez en su carrera –dice–, asumirá un personaje que no ha creado ella misma.

A sus 42 años, la artista chilena interpretará ni más ni menos que a Sally Bowles, la icónica cantante del Kit Kat Club, en la nueva versión mexicana del clásico de Broadway, dirigida por Mauricio García Lozano. Desde mayo, el equipo y un elenco de más de 40 actores ensayan a puerta cerrada. Las jornadas son intensas: canto, baile, actuación.

El espectáculo se estrena el próximo 11 de julio en el Teatro de los Insurgentes, uno de los escenarios más emblemáticos de Ciudad de México y con capacidad para casi mil personas, donde estará en cartelera hasta el 6 de septiembre. 

Queda menos de un mes para correr el telón y, a pesar de los años de carrera y su vínculo innato con los escenarios, Mon Laferte admite estar nerviosa. De algún modo, ha vuelto a sentirse una debutante: “Es muy distinto al mundo de la música. Acá no soy la que toma decisiones. No soy la creativa, soy intérprete. Y eso me obliga a soltar el control, a confiar. Me tiene muy exigida, pero también feliz. Estoy aprendiendo un montón”, dice la cantautora y ganadora de cinco Latin Grammy.

Con varias versiones en Broadway desde su estreno original en 1966, Cabaret es un hito en la historia del género: con música de John Kander, letras de Fred Ebb y libreto de Joe Masteroff, la obra toma como punto de partida el texto Soy una cámara de John Van Druten, que a su vez se inspira en Goodbye to Berlin, la novela semi–autobiográfica que Christopher Isherwood publicó en 1939. 

La trama se sitúa en Berlín a fines de los años 20, cuando el nazismo comienza a tomar fuerza, y sigue la historia de amor entre una carismática cantante de cabaret y un joven escritor extranjero. En 1972, el musical dio el salto al cine de la mano de Bob Fosse, con Liza Minnelli en el rol protagónico. Su interpretación convirtió a Sally Bowles en un ícono absoluto: la mujer que deslumbra sobre el escenario mientras todo a su alrededor –y dentro de ella– se desmorona.

A lo largo de los años, actrices como Natasha Richardson, Michelle Williams y Emma Stone han encarnado al personaje. Ahora es Mon Laferte quien se suma a esa genealogía de Sallys. Según cuenta, fue ella misma quien abrió este nuevo camino en su carrera. Persiguió el personaje: “Busqué estar ahí. Sentí que Sally Bowles me estaba llamando”, comenta la intérprete.

“El año pasado estaba en Londres durante la gira, tenía un día libre y justo daban Cabaret. Nunca había visto la obra, pero sí la peli de Liza Minnelli. Fui al teatro y salí alucinada. Me pasó por la cabeza que algún día quería hacer algo así, y ojalá ese personaje”, recuerda.

Días después, la artista viajó a Berlín y un amigo la llevó al verdadero Kit Kat Club. “Hoy es otra cosa, una fiesta electrónica hardcore y con sexo en vivo, pero igual se siente la energía”, cuenta entre risas. 

“Ese día me tocó ver de todo. Para entrar no te exigen sacarte todo, pero al menos la parte de arriba. Fue surreal. Y pensé: ya, no puede ser que Cabaret se me esté apareciendo así de seguido. Llegué a México y en la carretera, camino del aeropuerto a mi casa, vi un cartel gigante que decía: ‘Cabaret, Teatro de los Insurgentes’. Y fue como ya, listo. Le escribí a mi mánager: esto se me está cruzando demasiado. Si se puede hacer, me encantaría. Y casi un año después, se dio”.

No quiere imitar ni rendir tributo. Mon Laferte quiere habitar también el personaje desde su propia biografía, su voz y su cuerpo. “Hay muchísimas Sallys. Y todas le ponen su energía. Eso es lo bonito: que cada una es súper distinta. La mía también”, dice. “El director me dijo: no quiero taparte los tatuajes ni cambiarte el look. La obra que vi en Londres era muy contemporánea también. Así que, seré una Sally tatuada, una chica suicide. Y me encanta”.

La vulnerabilidad de su personaje la conmueve –continúa la artista– y parte del desafío de darle nueva vida ha sido entenderla en sus contradicciones: lo magnética que es arriba del escenario, versus lo rota que está por dentro. “La Sally que estamos construyendo es muy fuerte, pero también frágil. Muy frágil”, recalca.

Días atrás, en la presentación del elenco de la nueva producción mexicana en Ciudad de México, Mon Laferte cantó un fragmento del famosísimo tema principal. Ese que dice “Life is a cabaret old chum” y que, hace más de dos décadas, ya interpretaba como Montserrat Bustamante cuando participaba en el programa Rojo, fama contra fama de TVN, a comienzos de los 2000. 

“Tenía 19 años. Me pasaron la canción y yo ni sabía qué era. La canté en inglés, con toda la vergüenza”, recuerda entre risas. “Después vi la película y entendí muchas más cosas. Lo bueno es que ahora sí me estoy empapando del personaje. Estoy leyendo el libro y viendo la primera película del 55 –Soy una cámara, de Henry Cornelius–. Me lo estoy tomando en serio porque la siento una oportunidad única”.

Del escenario al taller: el arte como refugio de Mon Laferte

En paralelo a su debut sobre las tablas, Mon Laferte afina los últimos detalles de Femme Fatale, su noveno disco de estudio. No lo define como un disco de jazz como tal, pero reconoce que el género lo atraviesa en textura, color y espíritu. Aún sin fecha de lanzamiento, aparecerá en los últimos meses de este año.

“Es un disco de pop con tintes de jazz”, detalla la artista, quien se ha pasado los últimos meses escuchando referentes, estudiando armonías y sumergiéndose en un mundo que ya conocía de oído. “Yo ya escuchaba jazz, creía que medio sabía, pero en realidad no sabía nada. Seguramente ahora tampoco sé nada, pero sé más que antes”, lanza entre risas.

El proceso ha sido más lento que de costumbre. Después del estreno de Otra noche de llorar –primer single y hit instantáneo del álbum– la cantautora decidió no lanzar más adelantos y trabajar capa por capa, con obsesión de orfebre. Es el trabajo que más le ha costado soltar, reconoce: “Antes hacía algo y ya, se lanzaba. Ahora los escucho una y otra vez, les quito cosas, les pongo otras. Me he vuelto más detallista”.

“Siento que lo puedo mejorar, mejorar, mejorar, y es difícil salir de ahí”, admite. “Soy muy autocrítica. Siempre. Es muy difícil que yo diga: esto que hice está increíble. Es algo que también me pasa con la pintura: no sé cuándo parar”. 

Pintar, dibujar y bordar se ha vuelto un hábito casi tan importante como componer letras de canciones. Una práctica íntima, constante, que la acompaña entre viajes, giras y conciertos. Siempre lo hizo, pero durante mucho tiempo Mon Laferte se guardó ese mundo para ella sola. En un momento dado, su deseo de exponer se impuso y en marzo de 2020 inauguró su primera muestra individual, Gestos, en el Museo de la Ciudad de México, con 76 piezas que reflejaban su mirada más íntima. 

Varios músicos han explorado también las artes visuales –como Patti Smith, Joni Mitchell, Nick Cave y tantos otros–, pero no todos se atreven a exponer públicamente ese trabajo. ¿En qué momento se convence usted de hacerlo?

–Me di cuenta que tenía muchísima obra y que nunca la había querido compartir por vergüenza. Pero pienso que esa vergüenza viene un poco desde el ego. Como pensar: ¿qué van a decir? ¿Lo van a encontrar malo? Tenía demasiada obra ahí guardada. Ya era hora de que saliera al mundo.

Desde entonces, su obra ha cobrado vuelo: en 2023 llegó a Chile con Te amo: Mon Laferte Visual, en el GAM, que luego fue exhibida en el Parque Cultural de Valparaíso y, actualmente, en el Teatro Biobío de Concepción, donde permanecerá hasta el 2 de agosto. A la fecha, la muestra supera las 75 mil personas. 

A fines de 2024 le siguió Autopoiética, en Matucana 100, una nueva exposición con textiles con bordados, diarios visuales y una obra inédita hecha en conjunto con arpilleristas chilenas. En marzo de este mismo año, sus trabajos volvieron a exhibirse en México, ahora en Guadalajara, en la muestra Recolectoras, que puso en diálogo su trabajo visual con el de Violeta Parra. 

Organizada por la Universidad de Guadalajara y el Museo de las Artes (MUSA), la muestra fue curada por Beatriz Bustos –exdirectora del Centro Cultural La Moneda y una de las principales impulsoras de sus exhibiciones– e incluía arpilleras, retratos, música y proyecciones audiovisuales. El corazón de la curatoría era La Huelga de los campesinos, una de las obras más potentes de la cantautora de Gracias a la vida, acompañada por la arpillera que Mon Laferte bordó como manifiesto contra la violencia hacia las mujeres. 

Para crear esa pieza, la artista retomó el trabajo manual que ya había explorado en Autopoiética y bordó durante semanas escuchando a Violeta. “Fue muy hermoso, un homenaje de mi corazón para ella”, dice ahora la artista.

“Cuando me contaron que querían poner mi obra junto a la de Violeta, mi primera reacción fue decir: no. Me dio susto”, reconoce. “¡Es Violeta! ¿Cómo iba a exponer junto a ella? Después dije: bueno, lo voy a dar todo. Ha sido una de las cosas más importantes de mi vida”. 

Su ascenso en el mundo del arte ha sido meteórico, aunque –“y cómo no”, ironiza ella misma– no ha estado exento de polémicas. Durante su paso por el Parque Cultural de Valparaíso, en febrero de este año, su muestra desencadenó una fuerte reacción en el medio local y artistas y gestores alzaron la voz, cuestionando que una figura consagrada en la música se presentara en espacios destinados a trayectorias formadas en las artes plásticas. La acusaban de “saltarse la fila”. 

Mon Laferte respondió con un contundente mensaje y suerte de manifiesto en sus redes sociales: “¿Cómo se gana una el derecho de llamarse artista? ¿Naces, te haces, te compras? Yo no fui a la universidad y no tengo título de artista ni de catedrática ni de ná, pero la necesidad te enseña a ser más creativa, a arreglártelas y a no pedir permiso. ¿Se imaginan si hubiera pedido permiso? Yo estaría muerta”, escribió la artista. Ahora, por primera vez,  profundiza en ese episodio. 

–¿Qué reflexión hace hoy de todo lo que pasó en ese momento?

–Entiendo de dónde viene la crítica. Hay pocas oportunidades, pocos espacios, y se sienten las injusticias. Yo también estuve en esa fila. Empecé a los 13, y recién a los 32 me empezó a funcionar. Tal vez no hice la fila para exponer, pero sí hice la fila de la vida, del arte. No me tomé la carta como un ataque personal, salvo por una frase que sí me dolió, que decía: “La artista del entretenimiento”. Como si eso me quitara valor como artista.

–¿Sigue habiendo un prejuicio hacia lo masivo? ¿Hacia lo pop?

–Sí. Hay desconfianza, como si lo masivo no pudiera ser profundo. Como si la gente no pudiera emocionarse con una obra popular. Yo creo que el arte no tiene por qué estar encerrado en una élite. Se desconfía mucho de lo pop, de lo masivo, del espectáculo, del entretenimiento, y eso también es necesario. No todo tiene que ser conceptual o snob para ser legítimo. Podemos ser artistas de distintas maneras, desde distintos lugares.

–¿Se cuela el ruido de las polémicas en su taller, en su espacio creativo? ¿Le afecta personalmente?

–No. Al principio no le tomé mucha importancia, pero después lo pensé varios días. Me apretó el corazón, no tanto por mí, sino por lo que significa ser artista en un lugar como Chile. Pero mi taller es mi refugio. Estar en gira me sigue gustando, pero lo que realmente me hace feliz es encerrarme a pintar, bordar, crear. Ahí estoy conmigo. Me siento más plena ahí que frente a miles de personas. Puede sonar contradictorio, porque estoy en un musical y a punto de lanzar un disco, pero no lo es para mí. Yo no separo mis disciplinas. Soy artista.

“Cada vez quiero quedarme más tiempo en Chile”

Hace unos días, Mon Laferte soñó que estaba en Chile. No era nada especial: solo caminaba por alguna calle conocida, entre caras familiares. “Cuando desperté y me di cuenta que no era verdad, me puse muy triste. Fue muy absurdo”, cuenta ahora.

Aunque radicada en México desde hace más de una década –donde nació su hijo y donde encontró la libertad para reinventarse–, hay algo que sigue tirando de ella hacia el sur. Su mirada, dice, sigue puesta en Chile.

Durante mucho tiempo, volver a Chile implicó reabrir heridas del pasado: una infancia marcada por la precariedad, el hastío de la industria televisiva y el chaqueteo permanente. “Cuando me fui, lo hice con el corazón un poco roto”, reconoce hoy la artista. “No tuve la mejor infancia ni adolescencia. Después entré al programa de tele, logré algo de éxito, pero salí muy harta de ese mundo. Me sentía enjaulada”.

A México llegó como quien escapa y se camufla para partir de cero. Allá encontró trabajo y algo parecido a la libertad. “Pude construir una vida desde mi deseo, a mi manera”, dice. Con el tiempo, sin embargo, algo empezó a removerse en su vínculo con Chile. “Desde hace un tiempo me pasa que cada vez que voy me cuesta más volver a México. Cada vez quiero quedarme más tiempo en Chile, disfrutar más. La comida, por ejemplo, la estoy disfrutando como nunca”, cuenta.

¿Volvería a vivir en Chile?

–Sí. He pensado en pasar un tiempo largo allá. Es una fantasía que tengo.

Y completando esa fantasía, ¿dónde se instalaría?

–Probablemente sería en Valparaíso. Me veo ahí. Caminando por los cerros, pintando, viviendo con más calma. Puede que pase. No sé cuándo. Pero puede que pase.

¿Se mantiene al tanto de lo que está pasando en Chile?

–Sí y no. Hay veces que estoy súper metida, súper informada, y otras veces no tengo idea de nada. Ni de Chile, ni del mundo. Ahora, por ejemplo, estoy tan metida en los ensayos y el disco que no tengo tiempo de mirar redes ni de ver noticias. Pero trato de mantenerme conectada igual. Siempre me importa”.

¿Vota desde allá?

–Sí, siempre. 

Y ahora que se vienen las elecciones presidenciales en Chile, ¿cómo ve el panorama?

–Hay una polarización tremenda. Siempre han existido la izquierda y la derecha, pero ahora siento que el nivel de fanatismo es más alto que nunca. Y creo que eso tiene que ver con las redes sociales, con los algoritmos. Si eres facho, el algoritmo te vuelve más facho. Te da lo que quieres escuchar. Y eso polariza todo.

Mon Laferte hace una pausa breve, y agrega:

“Bueno, mis ideas políticas no son un misterio para nadie. Sería lamentable que Chile tuviese de presidente o presidenta a una persona que haya estado ligada a Pinochet. Sería volver a lo mismo: volver a polarizar y a meter el dedo en la herida”.

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