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Estado Español – El POUM en la historia – La lucha de Andreu Nin

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Por Wilebaldo Solano.- Este texto tiene su origen en la ponencia presentada en un coloquio organizado por el Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Barcelona. Aunque data de octubre de 1986, conserva plena actualidad, y constituye una breve síntesis de la trayectoria del POUM desde sus orígenes hasta la Guerra Civil, pasando por su persecución bajo el gobierno de Negrín y su organización clandestina. La versión anotada que aquí publicamos está tomada del libro El POUM en la Historia, Wilebaldo Solano, Ed. Libros de la Catarata-Fundación Andreu Nin, Madrid, 1999.

De los orígenes a la Alianza Obrera

El Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) fue fundado en Barcelona, en plena clandestinidad, el 29 de septiembre de 1935, sobre la base de la fusión del Bloque Obrero y Campesino y de la Izquierda Comunista. Su creación se produjo en un período crucial de la historia del movimiento obrero español: el comprendido entre la revolución de octubre de 1934 y la sublevación militar-fascista de julio de 1936.El Bloque Obrero y Campesino(1) había nacido en Tarrasa el 1º de marzo de 1931 —en vísperas de la caída de la monarquía y de la proclamación de la República— como resultante de la fusión del Partit Comunista Catalá, organización de jóvenes militantes (Jordi Arquer, Víctor Colomer, Joan Farré Gassó, Josep Rodes, Josep Coll) procedentes del sindicalismo revolucionario y del catalanismo radical y surgida durante la dictadura del general Primo de Rivera, y la Federación Catalano-Balear del Partido Comunista de España (Joaquín Maurín, Pedro Bonet, David Rey [seudónimo de Daniel Rebull Cabré]. Éstas organizaciones coincidieron en tres puntos capitales: el análisis del carácter de la revolución española, la interpretación del problema de las nacionalidades y la oposición a los métodos que la Internacional Comunista en plena degeneración, bajo la dirección de Stalin, quería imponer en el movimiento obrero de nuestro país.

La Federación Catalano-Balear había ocupado siempre una posición especial en el seno del Partido Comunista. Sus animadores y su dirigente más destacado procedían del movimiento anarcosindicalista, en el que habían asumido responsabilidades importantes. En 1921-1922 formaron los Comités Sindicalistas Revolucionarios, lanzaron La Batalla y levantaron la bandera de la Revolución Rusa. Fueron, pues, con los jóvenes socialistas que fundaron en Madrid el Partido Comunista en 1920 (Luis Portela y Juan Andrade, entre otros), los pioneros del movimiento comunista en España y los más enérgicos defensores de la revolución de Octubre.

La formación del Bloque Obrero y Campesino (BOC) consagró la ruptura de la Federación Catalano-Balear con el Partido Comunista, que se encontraba entonces en plena crisis. En efecto, en Madrid se había creado una Agrupación Comunista autónoma y las organizaciones de Valencia, Castellón y ciertos núcleos de Asturias mantenían relaciones políticas muy estrechas con “el grupo de La Batalla”, como se decía entonces. Por otra parte, desde hacía algún tiempo, en el exilio (Francia y Bélgica) y en España (Madrid y Asturias) había militantes significados que no ocultaban sus simpatías por la Oposición de Izquierda Internacional animada por León Trotsky. En el espacio de dos años apenas, el Bloque Obrero y Campesino se convirtió en el primer partido obrero de Cataluña. Introdujo el marxismo en un movimiento obrero en el que hasta entonces predominaba el anarcosindicalismo, se implantó sólidamente en el movimiento sindical (las federaciones sindicales de Gerona, Tarragona y Lérida fueron excluidas de la CNT por estar animadas por militantes del BOC), creó potentes organizaciones campesinas como la Unión Agraria de Lérida y un movimiento revolucionario de la juventud (la Juventud Comunista Ibérica). El semanario La Batalla, los libros de Maurín y los folletos lanzados por su servicio de publicaciones llevaron las ideas del BOC a todo el país y facilitaron la extensión del partido a otras regiones de la Península, en particular Valencia, Aragón y Asturias. En el congreso que el BOC celebró en abril de 1934 se comprobó que la organización tenía 4.500 militantes, 74 secciones y 145 núcleos en período de formación. Estas cifras resultaban relativamente importantes en una época en que los partidos obreros eran partidos de cuadros y las centrales sindicales organizaciones de masas. Por esta razón la importancia real de los partidos no se medía por el número de sus militantes, sino por la influencia que éstas y aquéllos tenían en el rico tejido social de entonces, formado por los sindicatos, las asociaciones, los ateneos y todos los demás centros culturales y recreativos.

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La Izquierda Comunista (ICE) procedía de la Oposición que en 1930 se constituyó en el seno del Partido Comunista de España a partir de la plataforma de la Oposición rusa e internacional creada por Trotsky(2). Formada por militantes muy valiosos, como Nin, Andrade, García Palacios, Loredo Aparicio, Fersen [seudónimo de Enrique Fernández Sendón] y tantos otros, la ICE realizó una labor considerable de formación y educación política gracias a su revista teórica Comunismo (3), a sus folletos y libros y a sus conferenciantes y propagandistas; pero quizás por el hecho de aparecer durante mucho tiempo como un grupo de oposición al Partido Comunista y no como una organización plenamente independiente, no consiguió progresar al mismo ritmo que el BOC (4). Sin embargo, sus ideas y sus militantes influyeron notablemente en la evolución del movimiento obrero español, en particular en Madrid, Asturias y Extremadura.

El Bloque Obrero y Campesino y la Izquierda Comunista actuaron por separado durante los primeros años de la República, pese a que las diferencias que les separaban no eran fundamentales y pese a que sus principales dirigentes —Nin, Andrade y García Palacios, por una parte, Maurín, Bonet y Portela, por otra— habían marchado juntos para defender la Revolución Rusa e introducir el marxismo revolucionario en España. Pero éstos volvieron a encontrarse en el seno de la Alianza Obrera (5) a finales de 1933 y comienzos de 1934.

La Alianza Obrera, creada en Cataluña por iniciativa del Bloque Obrero y Campesino, tuvo la virtud de reunir en un período de reflujo, después de la victoria electoral de la coalición Lerroux-Gil Robles, a todas las organizaciones políticas y sindicales catalanas con la excepción de la CNT, que se mantuvo en su apoliticismo tradicional. El éxito de esta iniciativa de frente único favoreció la recuperación del movimiento obrero en toda la Península.

El triunfo de Hitler en Alemania y sus graves consecuencias para el movimiento obrero europeo dieron un fuerte impulso a los sentimientos unitarios y a la lucha contra el fascismo en todas partes. La Alianza Obrera de Cataluña se convirtió en el gran heraldo de la unidad en el momento en que el Partido Socialista iniciaba una importante rectificación política tras los resultados de su colaboración ministerial con los republicanos en el llamado “primer bienio” (6). El Socialista de Madrid proclamó en un célebre editorial que “Cataluña estaba a la cabeza”. Y ello era tan cierto que el ejemplo de Barcelona se imitaba en otros lugares. La Alianza Obrera se extendió rápidamente a Valencia, Madrid y Asturias, y en esta última región obtuvo el concurso entusiasta y precioso de la CNT.

Sin embargo, el movimiento revolucionario de octubre de 1934 fracasó porque la Alianza Obrera no había logrado dotarse de las estructuras apropiadas en todo el país y establecer una coordinación efectiva de las luchas obreras y campesinas. La Comuna de Asturias —los trabajadores conquistaron el poder y se mantuvieron durante quince días—apareció como una vanguardia aislada. La Alianza Obrera organizó una huelga general impresionante en Cataluña sin el concurso de la CNT, mas no pudo llevar la lucha a un nivel superior a causa de la capitulación de la Generalitat y de la inhibición de los anarcosindicalistas. Sin embargo, el fracaso mayor se produjo en Madrid y en otras ciudades importantes, donde el Partido Socialista, fuerza predominante, no fue capaz de organizar y dirigir la lucha.

Después del fracaso del movimiento de Octubre, todas las organizaciones obreras hicieron, mejor o peor, el análisis crítico de la experiencia vivida. El Bloque Obrero y Campesino y la Izquierda Comunista, cada día más próximos desde la creación de la Alianza Obrera, coincidieron en la interpretación de las causas del fracaso de Octubre y en la definición de las nuevas perspectivas políticas. Para Nin, el movimiento no había podido triunfar a causa de las insuficiencias del Partido Socialista y de la ausencia de un gran partido revolucionario. Para el Bloque Obrero y Campesino, las lecciones de la insurrección de Octubre conducían a replantearse toda la perspectiva política y a fijarse los siguientes objetivos: “Unidad de acción: Alianza Obrera. Unidad sindical: una sola central sindical. Unidad política: un solo partido socialista revolucionario” (7). Tales eran las conclusiones de un largo análisis de la situación política del movimiento obrero escrito en enero de 1935 y suscrito por el Bloque Obrero y Campesino y la Juventud Comunista Ibérica.

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Los problemas planteados por la ICE y el BOC estaban en discusión en todos los sectores del movimiento obrero. Y la realidad es que en 1935 se abrió en todo el país un importante proceso de reagrupación y de unificación. Las dos principales tendencias de la CNT, organización que había sufrido graves crisis y escisiones en los años anteriores, se reunificaron en el congreso de Zaragoza en mayo de 1936. Las Juventudes Comunistas y las Socialistas se unieron en una sola organización, las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), que no tardó en caer bajo la dependencia del estalinismo. Para ser más precisos, conviene decir que el equipo de Carrillo-Melchor-Laín, que había mantenido excelentes relaciones con la Izquierda Comunista, el Bloque Obrero y Campesino y la Juventud Comunista Ibérica en su período de bolchevización, sobre todo meses antes y meses después de octubre de 1934, y que había llegado a solicitar que dichas organizaciones ingresaran en el Partido y las Juventudes Socialistas para facilitar la radicalización del socialismo, dio un viraje sorprendente en otoño de 1935.

Ese viraje consistió en una aproximación hacia Moscú y la Internacional Comunista, el abandono de las tesis bolchevizadoras y la aceptación de las concepciones del Frente Popular y del Frente de la Nueva Generación. Todo concluyó en un viaje de Carrillo a Moscú, donde se establecieron las bases definitivas de la unificación de las Juventudes Socialistas y Comunistas. Este resultado iba a tener consecuencias enormes en la correlación de fuerzas en el movimiento obrero y en las luchas políticas antes y después de julio de 1936. Como se sabe, las Juventudes Socialistas Unificadas salieron de la órbita del Partido Socialista y se situaron, en la práctica, en el terreno del Partido Comunista.

ALISTAOS

El POUM, la Revolución y la guerra

El proceso de unificación se desarrolló de un modo diferente en Cataluña. Se inició con todas las organizaciones políticas que figuraban en la Alianza Obrera, puesto que todas habían comprobado juntas sus insuficiencias en octubre de 1934. Esas organizaciones eran el Bloque Obrero y Campesino, la Izquierda Comunista, el Partit Catalá Proletari, el Partit Comunista de Catalunya, la Federación Catalana del PSOE y la Unió Socialista de Catalunya. Las principales reuniones de discusión se realizaron los días 6 y 13 de abril de 1935. En la primera reunión se fijaron unos puntos básicos de la discusión para la fusión sobre la base del marxismo revolucionario (8). Pero no tardó en comprobarse que en el fondo había dos bloques: los que se reclamaban del marxismo revolucionario de un modo efectivo y los grupos reformistas que se acercaban ideológicamente al estalinismo atraídos por la nueva política frentepopulista de éste. Los primeros, que poseían secciones, militantes y simpatizantes en diversas nacionalidades y regiones de la península, es decir, el Bloque Obrero y Campesino y la Izquierda Comunista, se negaron a integrarse en una organización reducida a Cataluña, y decidieron formar el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Los segundos crearon más tarde, precipitadamente, en julio de 1936, el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), formación que no tardó en adherirse a la Internacional Comunista y en colocarse, como las JSU, bajo la dependencia del estalinismo.

El POUM surgió, el 29 de septiembre de 1935, tras largas discusiones en el seno de las dos organizaciones que lo formaron, con una triple finalidad: llevar hasta el fin la estrategia de la Alianza Obrera, impulsar la unificación de la CNT, la UGT y los sindicatos autónomos en una sola central sindical y reunir a todos los marxistas revolucionarios en un solo partido. Estos objetivos, largamente pensados y madurados, obedecían a un proyecto sin equívocos: colocar al proletariado español en condiciones de coronar el proceso político iniciado en 1930-1931 con la caída de la monarquía con la victoria de la revolución socialista, único medio, tras el fracaso de la II República, de transformar radicalmente la sociedad española, superando la impotencia de la burguesía para realizar las tareas que la historia imponía desde hacía luengos años.

El POUM no fue, por tanto, una improvisación de circunstancias, un reflejo de un fenómeno exterior al país y a sus inquietudes profundas, sino el producto de una larga elaboración en el seno mismo del movimiento obrero, que arrancaba de la doble ruptura de los años 20 con el oportunismo socialdemócrata y con el aventurerismo anarquista, bajo la influencia determinante de la revolución de Octubre de 1917. Por eso mismo, una buena parte de los militantes que se solidarizaron con Lenin y Trotsky y fundaron el Partido Comunista volvieron a encontrarse en el POUM tras las experiencias del Bloque Obrero y Campesino y de la Izquierda Comunista, organizaciones surgidas frente a la degeneración burocrática de la Revolución Rusa y de la Internacional Comunista. Se realizaba así una especie de síntesis de un largo proceso dialéctico. Era natural, pues, que el nuevo partido se encontrara mejor armado que otros para comprender e interpretar el proceso revolucionario hispano.

El POUM aparecía en la escena política española e internacional con su tríptico unitario (frente único obrero, unidad sindical, unidad de los marxistas revolucionarios) porque estaba firmemente convencido, como se puede colegir de su literatura política, de que en la Europa avasallada por el fascismo, donde la clase obrera había sufrido derrota tras derrota, se acercaba la hora del enfrentamiento brutal entre las fuerzas reaccionarias y revolucionarias españolas, enfrentamiento del que iba a depender el destino de Europa durante largo tiempo.

Había que armarse ideológica, política y orgánicamente para vencer en España y cerrar así el paso a la expansión del fascismo en Europa, impidiendo la segunda guerra mundial y abriendo una perspectiva de liberación al movimiento obrero de nuestro continente. Y el POUM desvelaba sus armas.

En el momento de su fundación, el POUM tenía unos 8.000 militantes y cerca de 40.000 simpatizantes. En Cataluña, animaba la Federación Obrera de Unidad Sindical (FOUS), formada por los sindicatos de Lérida, Tarragona y Gerona excluidos de la CNT por “estar dirigidos por marxistas”, y multitud de sindicatos autónomos. Y animaba también potentes organizaciones campesinas, como la Unión Agraria de Lérida, aparte de tener una influencia nada desdeñable en la Unió de Rabassaires (9). Por otra parte, el POUM contaba con una organización juvenil, la Juventud Comunista Ibérica, que era ya bastante fuerte en Cataluña y Levante, organización que iba a conocer un ascenso considerable algunos meses después.

EL POUM brotó como una gran esperanza y fue muy pronto algo más que la suma de dos organizaciones. Fue en seguida el primer partido obrero de Cataluña. Luego, con relativa rapidez, sobre la base de las posiciones que ya tenía en Valencia, Madrid, Asturias, Andalucía y Extremadura, se fue extendiendo por toda la Península. La organización de Galicia, en pleno desarrollo, estaba celebrando un pleno en Santiago de Compostela el día que estalló la insurrección militar-fascista, el 18 de julio. Según un documento del comité ejecutivo del POUM del 10 de diciembre de 1935, la Izquierda Comunista había aportado en el momento de la fusión secciones o núcleos en Pamplona, Astillero (Santander), Gijón, Santiago de Compostela, Salamanca, Madrid, Villada (Palencia), Llerena (Badajoz), Sevilla, Bilbao, Lugo “y otros repartidos en las diversas provincias de España”.

En el curso de los primeros meses de 1936, año que definió como “año crucial”(10), el POUM, fiel a su política de unidad obrera, puso en guardia a los trabajadores ante la euforia artificial del Frente Popular y recordó sin descanso que la alternativa histórica se presentaba así: socialismo o fascismo. Sin hipotecar su independencia de clase, formó parte de la coalición obrero-republicana del 16 de febrero y contribuyó así a asegurar la victoria electoral, que supuso la liberación de los presos de octubre de 1934 y la apertura de una nueva etapa política en el país.

Los días 19, 20 y 21 de julio de 1936, los militantes del POUM se movilizaron en todo el país para hacer frente a la agresión militar-fascista. La intervención del POUM en las batallas de Barcelona, de Valencia, de Lérida y en las luchas de Madrid y de otras ciudades está en la historia. Germinal Vidal, secretario general de la JCI, murió en la plaza de la Universidad de Barcelona junto con otros militantes, combatiendo contra los sublevados. En Barbastro, la acción decidida de un grupo de soldados de la JCI y de José Rodes, comisario político de Lérida, evitó que la brigada del coronel Villalba se incorporara a la rebelión. En Galicia, Luis Rastrollo, secretario de la Federación del POUM, se puso al frente de la resistencia armada. En Llerena (Extremadura), los mejores militantes del POUM cayeron defendiendo la ciudad contra las tropas de Queipo de Llano. En Asturias, Luis Grossi, Emilio García y otros militantes valiosos murieron en los frentes de Oviedo.

Apenas terminados los combates de julio, el POUM organizó unidades de milicias en Cataluña, Levante, Aragón y Madrid. La primera “brigada internacional” que se formó en España fue la Columna Internacional Lenin, creada por el POUM en el frente de Aragón en julio de 1936 (11). En ella combatieron, junto con militantes revolucionarios de Italia, Alemania, Francia, Bélgica y otros países, los grandes escritores George Orwell (12) y Benjamín Péret (13). La milicias de Cataluña, agrupadas en la División Lenin, más tarde 29ª División, combatieron en los frentes de Aragón. Centenares de militantes sucumbieron en la desgraciada operación de Mallorca. Las milicias de Castellón y Valencia intervinieron en la conquista de Ibiza, en el cerco de Teruel y en la defensa de Madrid. La Columna motorizada del POUM de Madrid, inmortalizada en el libro de la escritora argentina Mika Etchebéhère (Mi guerra de España (14)), participa en la toma de Sigüenza y sus componentes se cubrieron de gloria después, bajo el mando de Mika, en las trincheras de la Moncloa, en la División de Cipriano Mera.

En los primeros meses del proceso revolucionario y de la guerra, el impulso general aseguró la unidad de las organizaciones obreras y antifascistas. El POUM participó en el Comité de Milicias (15) y en el Consejo de Economía de Cataluña, en el Comité Ejecutivo Popular de Valencia, en el Comité Revolucionario de Lérida y en infinidad de organismos y comités de frente único que se constituyeron en toda la zona controlada por las fuerzas obreras y republicanas. En cambio, no participó en la Junta de Defensa de Madrid porque la embajada rusa opuso su veto directamente y el PCE y las JSU lo impusieron a las demás organizaciones.

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El POUM realizó un esfuerzo de información, de propaganda y de educación sin precedentes. En la reunión del comité central ampliado celebrada en Barcelona en diciembre de 1936 —en el preciso momento en que, bajo la presión de los representantes de Stalin en España, se preparaba la eliminación del POUM del Consell de la Generalitat de Cataluña—, el partido hizo un balance de semejante esfuerzo (16). El POUM contaba con unos 45.000 militantes y una cifra de simpatizantes mucho más importante. Publicaba seis periódicos diarios: La Batalla (30.000 ejemplares) en Barcelona; Adelante en Lérida, L’Espurna en Gerona, Front en Tarrasa, El Pla de Bages en Manresa y El Combatiente Rojo en Madrid. Tenía una serie de semanarios importantes: POUM en Madrid, El Comunista de Valencia, L’Hora de Barcelona, entre otros; más los publicados por la Juventud Comunista Ibérica: Juventud Comunista, órgano central, en Barcelona (15.000 ejemplares), La Antorcha en Madrid, Juventud Roja en Castellón, Combat en Lérida, Acció en Tarragona. Por otra parte, la Secretaría internacional del POUM publicaba regularmente La Revolución Española en francés, inglés, alemán e italiano, y una revista teórica en francés, Juillet. A este conjunto conviene añadir La Nueva Era, órgano teórico y, asimismo, Generación Roja, revista de educación política de la JCI. Toda esta labor en el dominio de la prensa fue completada con la actividad de la Editorial Marxista que, bajo la dirección de Juan Andrade, lanzó al mercado numerosos libros de teoría marxista y una serie impresionante de folletos de divulgación política, y en particular muchas obras que los estalinistas no publicaban ya o tenían proscritas a causa de los cambios que se habían operado en Moscú en el período 1926-1936. Los nombres de Gregori Zinoviev (17), de Víctor Serge, de Nikolai Bujarin (18) y de tantos otros volvieron a aparecer en los kioscos y librerías con gran escándalo de los representantes de Stalin en España.

Durante todo el curso de la revolución —incluso en el breve período de participación en el Consell de la Generalitat de Cataluña (19), cuando Andreu Nin organizó la justicia revolucionaria, impuso la mayoría de edad a los dieciocho años y sentó las bases de una legislación liberadora de la mujer— el POUM se afirmó claramente como una fuerza marxista revolucionaria, defendiendo intransigentemente su concepción de la revolución democrático-socialista, sosteniendo contra viento y marea que la guerra y la revolución eran inseparables, buscando la alianza con las fuerzas susceptibles de conducir el proceso revolucionario hasta la victoria. Su consigna central fue: “sobre el fascismo haremos triunfar la revolución socialista” (20).

La lucha contra el estalinismo en plena guerra

A mediados de 1936 y en los años 1937 y 1938, el POUM tuvo que enfrentarse con una de las realidades más trágicas del proceso revolucionario: la intervención declarada de la burocracia rusa (hecho que han terminado por reconocer la mayor parte de los dirigentes del Partido Comunista) y la acción contrarrevolucionaria del estalinismo. Mientras los oposicionistas rusos, los compañeros de armas de Lenin y Trotsky sucumbían en condiciones ignominiosas (procesos de Moscú (21)) o iban a parar a los campos del Gulag, en la otra punta de Europa los militantes del POUM luchaban y morían para abrir una perspectiva de renovación al movimiento surgido de la Revolución Rusa.

Tomando como pretexto las Jornadas de Mayo de 1937 —sublevación del proletariado de Barcelona contra una provocación preparada para despojarle de sus conquistas revolucionarias—, los consejeros extranjeros del PCE (Togliatti, Stepanov, Gerö, Codovila, etc.) comenzaron por derribar el gobierno de Largo Caballero, que, como se sabe, se había opuesto reiteradamente a sus exigencias, y abrieron paso a la “fórmula Negrín”, que les ofrecía casi todas las garantías que Stalin reclamaba para proseguir su “ayuda a la República Española”, una ayuda pagada con creces económica y políticamente. Eliminado Largo Caballero, los objetivos fueron la limitación drástica de la autonomía de Cataluña (22), la neutralización de la CNT y la destrucción del POUM.

El 16 de junio de 1937, una brigada de la policía estalinista, controlada y dirigida por agentes de la GPU rusa, dio un golpe contra el POUM, sus dirigentes, sus locales y sus medios de expresión, sirviéndose de los resortes del aparato del Estado que estaban en sus manos o que no se atrevían a resistirles. Andreu Nin y la mayor parte de los dirigentes del POUM fueron detenidos y secuestrados sin que las autoridades de la Generalitat de Cataluña fueran advertidas ni consultadas. Nin fue trasladado rápidamente a Valencia y luego a Madrid y Alcalá de Henares, donde, al parecer, fue torturado y asesinado. Todo esto sin que los ministros de Gobernación (el socialista Zugazagoitia) y de Justicia (el nacionalista vasco Irujo) tuvieran la menor noticia de lo sucedido. Juan Andrade, Pedro Bonet, Julián Gorkin [seudónimo de Julián Gómez García], David Rey y José Escuder fueron trasladados de Barcelona a Valencia, de Valencia a una checa (23) de Madrid y, finalmente, de nuevo a Valencia, saliendo así de su incomunicación.

Evidentemente, para justificar semejantes desmanes y el crimen cometido con Nin, la prensa estalinista, tras unos días de vacilaciones, lanzó una campaña infamante presentando a los dirigentes del POUM como “espías” y “agentes de Franco”, insinuando que Nin podía estar “en Salamanca o en Berlín”. La reacción fue inmediata. Los militantes del POUM, organizados en la clandestinidad, iniciaron una vasta campaña para exigir aclaraciones públicas sobre la desaparición de Nin, la libertad de los militantes detenidos y el retorno a la legalidad de su partido. Algunos periódicos cenetistas y socialistas denunciaron los hechos represivos y salieron en defensa del POUM. Pero nadie pudo contener el furor destructor de la GPU y de los dirigentes estalinistas, que, desgraciadamente, ocupaban posiciones cada vez más importantes en el aparato del Estado.

Contrariamente a lo que han sostenido algunos historiadores, el POUM no desapareció tras el golpe del 16 de junio de 1937. Al contrario, las organizaciones del POUM y de la Juventud Comunista Ibérica se mantuvieron en la clandestinidad hasta el fin de la guerra. La mejor prueba de ello son sus publicaciones, en particular La Batalla y Juventud Obrera, que se publicaron con una regularidad asombrosa hasta mayo de 1938, semana tras semana, provocando la irritación pública de los dirigentes del PCE, del PSUC y de las JSU. Esas publicaciones constituyen una mina de informaciones para los historiadores de hoy.

En medio de grandes dificultades, el POUM hizo frente a la campaña de calumnias organizada por los estalinistas, protegió a sus militantes en los frentes, mantuvo relaciones regulares con todas las organizaciones antifascistas y, en particular, con la CNT y la izquierda socialista de Largo Caballero —a los que incitó constantemente a la resistencia al terrorismo y a las manipulaciones estalinistas— y alimentó una campaña internacional destinada a denunciar los asesinatos de Andreu Nin, Kurt Landau (24), Camillo Berneri (25), José María Martínez y muchos otros, y a evitar que se reprodujeran en España los procesos de Moscú.

Porque la intención era esa: descubrir y condenar a “traidores trotskistas” en España para justificar a posteriori los procesos de Moscú contra las primeras figuras del bolchevismo, procesos que habían suscitado un movimiento de repulsa y de horror en los círculos más avanzados del movimiento socialista y de la intelectualidad europea de izquierda.

Después de un golpe policiaco destinado a desbaratar el aparato clandestino del POUM, del que fuimos víctimas los dirigentes del POUM y de la JCI que habíamos logrado escapar a la represión de junio de 1937 (José Rodes, Joan Farré, Jordi Arquer y yo), golpe que tuvo consecuencias bastante desastrosas para la resistencia organizada de los poumistas, se aceleraron los preparativos del gran proceso que tenía que justificar toda la operación estalinista, confundir a los dirigentes del POUM y reducir a la impotencia a la tendencia Largo Caballero-Araquistain e incluso a la propia CNT. Mas todo esto fracasó estrepitosamente gracias al sacrificio de Andreu Nin y a la resistencia de sus compañeros más representativos.

España, pese a todo, no era la Rusia de Stalin. El Tribunal Central Especial de Espionaje y Alta Traición estaba formado por hombres que simpatizaban con el socialismo y que no se rindieron ante las presiones que se ejercieron sobre ellos (26). Por lo demás, aparte de que personalidades como Francisco Largo Caballero, Luis Araquistain, Federica Montseny y Josep Tarradellas garantizaron públicamente que los procesados eran militantes revolucionarios con un brillante historial político, Andrade, Bonet, Gorkin, Gironella [seudónimo de Enrique Adroher Pascual] y Escuder defendieron su honor de revolucionarios, refutaron todas las acusaciones estalinistas y denunciaron vigorosamente el asesinato de Nin.

El tribunal descartó en seguida todas las acusaciones de “espionaje y alta traición” y condenó a unos años de cárcel a los encausados por su actuación durante… las jornadas de mayo de 1937 en Barcelona. En la sentencia se hacía casi un elogio de los procesados al recordar y destacar su prestigiosa historia militante. La decepción y el furor de la GPU y de los dirigentes estalinistas fueron tan grandes que la censura del gobierno Negrín, controlada por ellos, prohibió la publicación de la sentencia del tribunal, razón por la cual ésta se convirtió en un documento político de propaganda en favor del POUM.

Este hecho, como muchos otros que se produjeron en los meses siguientes, demostró que España no podía ser sometida a un régimen de democracia popular como los que iban a organizarse diez años después en varios países del Este europeo. No obstante, la intención era ésa, como ha confesado el propio Santiago Carrillo en declaraciones recientes (27). Es decir, instaurar un régimen en el que el Partido Comunista, a través de sus organizaciones y de sus compañeros de viaje (28) instalados en el aparato del Estado, el Ejército y la Policía, pudiera ejercer francamente su dictadura, eliminando a todos los que se oponían a sus designios y, en primer término, al POUM, a la CNT y a la izquierda socialista de Largo Caballero.

En todo caso, el POUM no cedió, no transigió, no capituló ni en los frentes ni en la retaguardia, ni en las prisiones ni ante los tribunales de represión. Sus militantes prosiguieron la guerra contra Franco en todos los frentes y militaron por la causa del socialismo hasta el último día. Andreu Nin, torturado y asesinado en condiciones odiosas, simboliza en la historia la resistencia heroica del movimiento obrero español, en plena revolución, a la reacción estalinista. Y, con él, todos los militantes que, como el economista vasco José Mª Arenillas, el comisario político Marciano Mena, los maestros Juan Hervás, Joan Baptista Xuriguera y Jaime Trepat, animadores de la Escuela Nueva Unificada de Cataluña, fueron también víctimas de los crímenes del estalinismo.

El caso del POUM no tiene precedentes ni puede compararse con ningún otro. Mientras Joaquín Maurín y muchos otros militantes destacados se encontraban en las prisiones de Franco acusados de comunistas o marxistas —por lo que no pocos comparecieron ante los pelotones de ejecución, como José Luis Arenillas, secretario del partido en Euskadi, Luis Rastrollo, secretario del partido en Galicia, Julio Alutiz o Eusebio Cortezón, miembros del comité central—, Nin era asesinado en la zona republicana y se organizaba un proceso y una violenta represión contra el POUM y la JCI, represión que se cebaba también con los oficiales y los soldados del POUM que combatían en el Jarama y el Ebro, en las riberas del Segre y en el corazón de Cataluña, a los que no se vacilaba en acusar de ser “agentes de Franco”. Los principales organizadores de la derrota, los que a la sombra de Negrín preparaban el desastre o la capitulación, contrajeron así una inmensa responsabilidad ante la historia.

La clandestinidad franquista y el exilio político

Terminada la Guerra Civil, los militantes del POUM que por las causas más diversas permanecieron en España, pasaron sin solución de continuidad de la resistencia al estalinismo a la nueva resistencia al terror franquista. Uno de los primeros periódicos clandestinos que aparecieron en 1939 en el país fue El Combatiente Rojo, órgano de nuestros camaradas de Madrid. En Cataluña el Frente de la Libertad, primera organización de resistencia, fue creada y animada por militantes del POUM. Entre 1944 y 1950, es decir, en los años más duros del franquismo, La Batalla, Adelante, Catalunya Socialista y otras muchas publicaciones aseguraron la presencia del POUM en las luchas contra la dictadura. Estas actividades, así como las realizadas durante la revolución y la guerra, supusieron para los militantes que cayeron en manos de la policía muchos y largos años de prisión o de presidio.

Pero tampoco el exilio fue fácil para los que lograron salir de España. No hubo en ninguna parte cuarteles de invierno. Los principales dirigentes del POUM —los que nos encontrábamos en la Prisión del Estado de Barcelona— fuimos evacuados de Barcelona por orden de González Peña, ministro de Justicia socialista, y conducidos cerca de la frontera; consiguieron liberarnos y fuimos acogidos por un grupo especial del Partido Socialista Obrero y Campesino de Francia (PSOP) organizado por Marceau Pivert y Daniel Guerin, que logró trasladarnos a París. Pero millares de militantes fueron a parar a los campos de concentración de Argelés y de Barcarés, de Bram y de Vernet, de donde no fue tarea fácil arrancarlos.

Dentro o fuera de los campos de concentración, encerrados o asignados a residencia en poblaciones donde se carecía de los derechos más elementales, la vida de los exiliados en Francia fue muy ingrata en los primeros años y durante la Segunda Guerra Mundial. En noviembre de 1941, un tribunal francés, bajo la presión de la Gestapo, condenó a largas penas de prisión o de trabajos forzados a varios militantes del POUM acusados de haber reorganizado su partido en Francia y de mantener contactos con los primeros grupos franceses de resistencia a la ocupación por los nazis. Este proceso injusto y bárbaro supuso largos años de encarcelamiento para hombres como Rodes, Andrade, Solano, Farré Gasso, Coll, Iglesias, Comabella o Zayuelas. Algunos de ellos fueron deportados a Alemania en 1944, donde coincidieron a veces con otros militantes del POUM detenidos en otros lugares de Francia y enviados a Dachau, Mauthausen o Buchenwald…

De un modo general puede decirse que, en contacto con la organización clandestina de España, los militantes exiliados del POUM aportaron su apoyo a las organizaciones socialistas revolucionarias clandestinas y facilitaron la evasión por España de numerosos combatientes y perseguidos de distintas nacionalidades. Por otra parte, ciertos militantes tuvieron la posibilidad de incorporarse a las guerrillas organizadas en Francia o de crear grupos de combate españoles, como en el caso del batallón Libertad que, junto con una brigada vasca, contribuyó a reducir los últimos fortines de la resistencia alemana en la costa sur del Atlántico.

Después del fin de la Segunda Guerra Mundial, el POUM pudo operar en la legalidad en el exilio, manteniendo sus organizaciones y publicando su prensa, en particular La Batalla, que ha asegurado la continuidad del marxismo revolucionario durante más de treinta años, celebrando sus conferencias, realizando múltiples actividades, estableciendo lazos de camaradería y de fraternidad con las tendencias más avanzadas del movimiento obrero internacional. Toda esta labor se desarrolló en el marco de la lucha global contra la dictadura franquista y por la reconstrucción del movimiento obrero en nuestro país, en relación constante con los grupos clandestinos del POUM y con las nuevas organizaciones que fueron surgiendo en la clandestinidad, inspirándose a veces en nuestra tradición histórica y en el marxismo revolucionario.

Para todas las organizaciones obreras, incluso las más fuertes y las que contaban con mayores apoyos internacionales, fue muy difícil resistir en los años más duros de la represión y el terror y, luego, en la época de reflujo de los años 1950 a 1962, conservar y renovar sus cuadros militantes clandestinos. Esta tarea resultó todavía más ingrata para el POUM, víctima, a la vez, de la represión franquista y de las campañas de calumnias del estalinismo.

La reconstrucción del movimiento obrero a través del movimiento huelguístico de 1962 y el proceso iniciado tras la muerte de Stalin y el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS (PCUS) en 1956, comenzaron a modificar fundamentalmente la situación y las perspectivas. La lucha histórica del POUM contra la degeneración estalinista y su interpretación de la revolución española de 1936 —evolución socialista y no mera “guerra de independencia nacional”— comenzaron a insertarse en la nueva realidad española. Y ello provocó la aparición de nuevos grupos y organizaciones, formados generalmente por jóvenes obreros y estudiantes, muchos de los cuales se situaban en el terreno del marxismo revolucionario y de la renovación del socialismo frente al despotismo burocrático. Pero esto es ya otra historia.

 

Vida, obra y muerte de Andreu Nin

 

Wilebaldo Solano

Este texto, fechado en París en mayo de 1970, fue el primer ensayo biográfico publicado sobre Andreu Nin. Su primera edición apareció en catalán, como prefacio a la obra de Andreu Nin Els moviments d´emancipació nacional (París, Edicions Catalanes de París, 1970) y tuvo una importante difusión clandestina en Cataluña, Valencia y Baleares. Posteriormente ha sido editado como folleto en castellano (Barcelona, Vicente Álvarez Editor, 1977), catalán (Barcelona, Ediciones POUM, 1977), inglés y francés. La versión anotada que aquí publicamos está tomada del libro El POUM en la Historia

Andreu Nin, una de las figuras más importantes del movimiento marxista revolucionario de España, nació en El Vendrell (Tarragona) el 4 de febrero del año 1892. Su padre era un modesto zapatero y su madre una campesina de la “vila regalada” que olía a “garrofa i vi novell”, como dijo el gran poeta catalán Josep Carner. El Vendrell es una pequeña ciudad con mucha personalidad, que se enorgullece de haber dado a Cataluña varios hombres de prestigio internacional. Entre ellos se destacan el gran músico Pau Casals y el escritor y militante revolucionario Andreu Nin.

Los padres de Andreu tenían una fuerte pasión por su hijo e hicieron muchos sacrificios para darle una carrera. El niño sobresalió enseguida en la escuela local, lo cual facilitó su entrada en la Escuela Normal de Tarragona. Terminados sus estudios, el joven maestro se trasladó a Barcelona, donde se instaló en vísperas de la guerra mundial de 1914. Nin llegó a la capital catalana en un momento de gran efervescencia política, social y cultural. Era la época del renacimiento del catalanismo y del ascenso fulgurante del sindicalismo revolucionario.

La neutralidad en la guerra mundial fue excelente para la burguesía catalana. Los negocios montados o reforzados con los capitales repatriados de Cuba y Filipinas prosperaron rápidamente. El desarrollo del capitalismo determinó una fuerte inmigración. El proletariado de Barcelona y de los demás centros industriales de Cataluña, creció y se consolidó gracias a la aportación humana de millares de campesinos procedentes de Andalucía, Levante y Aragón. La expansión industrial dio un impulso considerable a la concentración y organización de la clase trabajadora. Así las cosas, la dinámica natural de la lucha de clases se convirtió en el elemento decisivo de la vida política y social catalana. Como tantos otros jóvenes de su generación, Andreu Nin se sintió atraído por el catalanismo de izquierda y por el movimiento obrero. El novel maestro, que tenía ya convicciones bastante firmes en diversos dominios, no quiso ser un maestro nacional corriente y entró en la Escuela Horaciana, una institución laica y anarquizante fundada algunos años antes por el antiguo obrero textil Pablo Vila. Pero aunque su vocación pedagógica era uno de los componentes más significativos de su personalidad, no tardó en orientarse hacia el periodismo. Durante un cierto tiempo fue redactor de El Poble Català, diario republicano y catalanista de izquierda animado por Pere Corominas. El maestro y periodista se reveló pronto orador de talento. El propio Josep Pla ha reconocido en un panfleto denigratorio, publicado en 1958, que “parlava bé, amb una indubtable estampa de orador y amb un innegable respecte pel sentit comú i la sintaxi, qualitats que mes aviat foren excepcionals en la historia de la nostra moderna oratoria”.

El periodismo y la propaganda hablada acapararon cada vez más a Nin. De El Poble Català pasó a La Publicitat, inspirada por el abogado republicano y catalanista Amadeo Hurtado, y de La Publicitat a la agencia Fabra, que dirigía otra figura del catalanismo republicano, Claudio Ametlla. Ahora bien, sus actividades periodísticas se desarrollaban en un clima de intensa agitación social y política dominada por el sindicalismo revolucionario. La huelga general revolucionaria de agosto de 1917, las luchas implacables entre la patronal catalana y los trabajadores de la CNT y, finalmente, la revolución rusa le conmovieron profundamente. Y si bien perteneció durante unos meses al Partido Socialista y colaboró con Antonio Fabra Rivas en las tareas de redacción de La Internacional, no tardó en abrazar la causa del sindicalismo revolucionario. El socialismo había nacido en Barcelona, pero no había logrado arraigar. El movimiento obrero estaba casi enteramente controlado por la CNT y solamente el sindicalismo revolucionario era capaz de movilizar a las grandes masas proletarias y de defender vigorosamente los intereses de la clase trabajadora.

Los años fecundos del sindicalismo revolucionario

En 1918, Nin dejó la Agencia Fabra y organizó el Sindicato de Profesiones Liberales de la CNT. Su talento, su abnegación y sus cualidades morales le situaron en la plana mayor del sindicalismo revolucionario. Fue amigo íntimo de Salvador Seguí(1), al que siempre consideró como la personalidad más relevante del movimiento obrero español, y colaboró estrechamente con Angel Pestaña, Evelio Boal, David Rey, Manuel Buenacasa, Joaquín Maurín y demás dirigentes sindicales de aquel tiempo.

La CNT celebró su II Congreso nacional en diciembre de 1919, en el Teatro de la Comedia de Madrid. Los representantes de más de 700.000 obreros organizados examinaron esencialmente dos problemas: el de la unidad sindical con la UGT y el de la adhesión a la Internacional Comunista, fundada meses antes en Moscú. Teniendo en cuenta la situación de España y las características de su movimiento obrero, la revolución de octubre victoriosa tuvo repercusiones formidables en nuestro país. Entre 1917 y 1921, la solidaridad con la revolución rusa y la cuestión de la III Internacional dominaron todos los debates de las organizaciones obreras. Recordando esa época, Manuel Buenacasa escribió más tarde en El movimiento obrero español: “¿Quién en España —siendo anarquista— desdeñó el motejarse a sí mismo bolchevique?”(2).

Nin desempeñó un papel capital en el congreso de La Comedia. Defendiendo con energía la adhesión a la III Internacional declaró: “Yo soy un fanático de la acción, de la revolución; creo en los actos más que en las ideologías lejanas y en las cuestiones abstractas. (…) Soy un admirador de la revolución rusa porque ella es una realidad. (…) Soy partidario de la Tercera Internacional porque ella es una realidad, porque por encima de las ideologías representa un principio de acción, un principio de coexistencia de todas las fuerzas netamente revolucionarias que aspiran a implantar el comunismo de una manera inmediata. Por esta razón, yo, que he pertenecido al Partido Socialista hasta el día en que éste acordó en su congreso permanecer en la II Internacional, os anuncio a todos vosotros, compañeros de España, que sigo siendo revolucionario; que desde el día en que el Partido Socialista Español acordó persistir en sus normas anticuadas, me di de baja en él para luchar con vosotros en el puro terreno de la lucha de clases”(3).

El congreso de La Comedia se pronunció por las tesis de Nin y de sus compañeros y decidió “declarar que se adhiere provisionalmente a la Internacional Comunista por el carácter revolucionario que la informa”. Poco después, el comité nacional de la CNT designó una delegación de tres militantes que debía trasladarse a Moscú. Pero solamente Angel Pestaña (4) pudo llegar a la URSS a finales de junio de 1920, donde se pronunció por la creación de la Internacional Sindical Roja (ISR) y firmó el llamamiento del II Congreso de la Internacional Comunista con Lenin, Trotsky y Bujarin.

Entre 1919 y 1921, Andreu Nin militó activamente en el seno de la CNT. Fueron quizás, por lo menos en Cataluña, los años más duros del movimiento sindicalista y obrero español. El fin de la Guerra Mundial había modificado la situación económica. La burguesía ya no conseguía los locosbeneficios del período 1914-1918. La patronal catalana, acosada por un movimiento obrero poderoso y combativo, había organizado sus Sindicatos Libres [en 1919]. Sus pistoleros, protegidos por las autoridades civiles y militares, asesinaban a los militantes obreros más destacados. Salvador Seguí, Evelio Boal, Canela y otros cayeron acribillados a balazos por los pistoleros del Libre. A la muerte de Evelio Boal, en marzo de 1921, Andreu Nin le sustituyó en la secretaría general de la CNT. Nin y Canela fueron víctimas de un atentado. Canela fue asesinado y Nin se salvó porque se arrojó al suelo en cuanto se dio cuenta de la presencia de los pistoleros. Nin fue encarcelado varias veces y, como los demás dirigentes de la CNT, tuvo que actuar frecuentemente en una clandestinidad llena de peligros. En tan dramático período, la influencia de Nin resultó decisiva en la orientación y en las tareas de la CNT.

En abril de 1921 se celebró clandestinamente un pleno nacional de la CNT. Los dirigentes rusos habían invitado a la CNT a enviar una delegación al III Congreso de la Internacional Comunista y al congreso de fundación de la Internacional Sindical Roja, organización que debía reunir en su seno a los sindicatos revolucionarios del mundo. El pleno aceptó las invitaciones y nombró una delegación formada por Andreu Nin, Joaquín Maurín, Hilario Arlandis y Jesús Ibáñez. Aunque después del regreso de Pestaña de Moscú los adversarios de la III Internacional se habían reforzado considerablemente, la decisión del pleno fue respetada.

Maurín ha explicado que Nin y él hicieron el viaje juntos y sin pasaporte (5). En París fueron acogidos por Pierre Monatte, director de La Vie Ouvriere, semanario sindicalista-comunista y una de las figuras más prestigiosas del movimiento obrero francés (6). Monatte les facilitó el paso de la frontera franco-alemana sin documentación. En Berlín, Maurín y Nin se pusieron en relación con la organización anarcosindicalista alemana, dirigida por Rudolf Rocker y Fritz Kater y con el joven escritor Theodor Plivier, famoso años más tarde [por obras como Stalingrado]. Según Maurín, la “policía alemana se encontraba un tanto excitada buscando a los españoles sospechosos, con motivo de la recompensa de un millón de pesetas prometida por el gobierno español a quien facilitara la captura de los terroristas que, en marzo de ese año, mataron en Madrid a Eduardo Dato, presidente del Consejo de Ministros” (7). En consecuencia, hubo que extremar las precauciones. La embajada de la URSS preparó la documentación. Los delegados, que pasaron como repatriados rusos, hicieron un viaje complicado: fueron a Stettin, donde subieron a un barco alemán que los llevó hasta Reval, en donde un tren especial les condujo a Petrogrado. De allí se trasladaron a Moscú.

Era el verano de 1921. Los bolcheviques habían vencido en la Guerra Civil. El Ejército Rojo, creado por Trotsky sobre la base de las milicias obreras, había hecho frente victoriosamente a las tropas blancas y a los intervencionistas extranjeros. Pero la situación económica era enormemente difícil. El fracaso de la revolución alemana tras la insurrección espartaquista había alejado la perspectiva de la revolución europea. Lenin y Trotsky lo sabían, como lo sabían asimismo todos los que habían levantado en Europa la bandera del bolchevismo.

Nin, Maurín, Arlandis e Ibáñez eran muy jóvenes y llegaban a Moscú representando a una gran organización obrera, a diferencia de otros delegados, que pesaban muy poco en sus respectivos países. Así las cosas, fueron recibidos con simpatía y calor por los dirigentes revolucionarios rusos. El gran escritor Víctor Serge describió en un artículo titulado “Adiós a Andreu Nin”, publicado en 1937 en una revista francesa (8), la llegada de la delegación en estos términos: “Nin llega de Barcelona. Es joven, delgado, con una abundante cabellera ondulada, una mirada alegre detrás de sus gafas, una voz bien timbrada y que revela, ya, la firmeza. Nin me explica que no es anarquista sino rigurosamente sindicalista. Ninguna utopía en su pensamiento; su única preocupación es conquistar y organizar la producción. Nos encontramos en el congreso, en el Kremlin, en la sala de columnas de la Casa de los Sindicatos. Nin, su blusa blanca desabrochada en el cuello, su perfil acusado, su cordialidad. Por la noche volvemos a encontrarnos en la habitación de Maurín, en el Hotel Lux, para hablar de arte, del Ejército Rojo, del terror rojo, de organización, para agitar todos los problemas. Estamos realmente en el corazón de los grandes problemas. No se trata de palabras, se trata de vidas; las nuestras primero, que hemos comprometido”.

En un acto de homenaje a Andreu Nin que se celebró en París en 1954, Alfred Rosmer, una de las personalidades más íntegras del movimiento obrero francés y de la Internacional Comunista, se refirió también a la llegada a Moscú de la delegación sindicalista española: “Uno de los episodios reconfortantes del congreso fue precisamente la llegada de la delegación española, formada por Andreu Nin, Maurín, Arlandis e Ibáñez. En 1920, la CNT había estado representada por Pestaña, llegado a Moscú con un mandato de su organización, cuyo reciente congreso había votado la adhesión a la IC y se había pronunciado en favor de la dictadura del proletariado. Pero Pestaña pertenecía a la categoría de dirigentes sindicalistas que estaban paralizados por la crítica anarquista: en Moscú había sufrido la influencia de los anarquistas rusos, que eran violentamente hostiles al régimen soviético, y se había marchado adversario de la ISR, de la propia Internacional que deseaba y había contribuido a fundar. La nueva delegación llegada a Moscú en junio de 1921 era de otro tipo; encarnaba a una nueva generación de sindicalistas, menos inclinados a las discusiones interminables y mejor preparados para comprender el sentido de la revolución de octubre. Los cuatro eran jóvenes, serios y modestos; conquistaron enseguida la simpatía de los delegados. Las intervenciones de Nin en el congreso llamaron mucho la atención. Apareció ya como un jefe, si se entiende por tal a la persona capaz de tomar decisiones. El secretario de la ISR era Lozovsky. Este comprendió enseguida el valor excepcional de Nin. Cuando la CNT acordó finalmente no dar su adhesión a la ISR, Lozovsky decidió incorporar a Nin al Secretariado de la Internacional. Prácticamente, Nin se convirtió en el secretario adjunto de la ISR. Su influencia se hizo rápidamente determinante. Era un trabajador infatigable y, allí, tenía la posibilidad de completar su conocimiento del movimiento obrero internacional. En el III Congreso, los delegados se quedaron maravillados al ver a Nin presentar una comunicación en todas las lenguas habladas por los delegados, incluso el ruso”(9).

En su ensayo Sobre el comunismo en España, Joaquín Maurín confirma las impresiones de Víctor Serge y Alfred Rosmer: “La delegación de la CNT jugó un papel de primer orden en el desarrollo del congreso, del que Nin fue uno de los líderes (…). Nin, Arlandis, Ibáñez y Maurín —ninguno de ellos era comunista entonces— estaban fundamentalmente de acuerdo y actuaban formando un team” (10). La delegación solicitó la libertad de los anarquistas rusos detenidos al jefe de la Cheka (Dzerzhinsky) y al propio Lenin. Los delegados tuvieron entrevistas y discusiones con Lenin, Trotsky, Zinoviev, Kamenev, Radek, Rikov y otros dirigentes bolcheviques. Maurín, Arlandis e Ibáñez regresaron a España. En un pleno de la CNT celebrado en Lérida, en octubre de 1921, Maurín dio cuenta de la gestión de la delegación en Moscú y su informe fue aprobado por unanimidad. Pero en junio de 1922, la conferencia de la CNT que se reunió en Zaragoza decidió, bajo la influencia de los anarquistas, la ruptura con la Internacional Sindical Roja. Nin salió para España en septiembre, pero fue detenido en Berlín a petición del gobierno de Madrid, que quería implicarle en la causa que se seguía por el asesinato de Dato, en el que no había tenido participación alguna. La demanda de extradición fue denegada por el gobierno alemán y Nin recobró la libertad en enero de 1922. Una vez libre, se trasladó a Moscú para proseguir su labor en la secretaría de la Internacional Sindical Roja.

Nin en la URSS y en la Internacional Comunista

Andreu Nin vivió en Moscú cerca de nueve años, desde el verano de 1921 hasta 1930. Según Rosmer testimonio de valor indiscutible, esos nueve años fueron de una gran importancia para su formación personal. Su vida de entonces estuvo estrechamente ligada a la de la Internacional Sindical Roja. Por eso, quizás convenga citar de nuevo a Rosmer para decir, sobre todo hoy, que la ISR no fue “una máquina de guerra impuesta por Moscú para provocar escisiones en el seno de las organizaciones sindicales del mundo, contrariamente a lo que se dice con frecuencia. Respondía a una necesidad esencial, al deseo profundo de los trabajadores en todos los países. Al igual que la Internacional Socialista, la Federación Sindical Internacional se había hundido en 1914. Los dirigentes de sus secciones se habían ligado de tal modo a la política de guerra de sus gobiernos que el resentimiento de que fueron víctimas alcanzó a la propia organización sindical. Era —decían ciertos militantes— una forma de organización superada. Había que preparar otra. Como se sabe, Lenin no compartía este criterio. Nosotros, los sindicalistas revolucionarios, tampoco. A nuestro modo de ver, no había que abandonar los sindicatos, dejándolos a merced de los dirigentes reformistas, sino arrancar su dirección a estos últimos mediante una lucha diaria, por los medios que ofrecía la democracia sindical. En 1920 estábamos seguros de nosotros mismos, llenos de confianza y de fe. Los sindicalistas revolucionarios de España y de Italia habían votado sin reservas la adhesión a la III Internacional y allí en donde los jefes reformistas habían logrado mantenerse, minorías decididas y crecientes permitían vislumbrar la formación próxima de una potente y auténtica Internacional Sindical, mediante la reunión de todas las fuerzas nuevas alrededor del Consejo Provisional creado en Moscú en junio de 1920” (11).

Basándose en su experiencia en la CNT, Nin tenía el mismo punto de vista. Todos los testimonios que hemos podido recoger —incluyendo el del propio Nin durante la revolución española— confirman que se consagró, con el entusiasmo que solía poner en todo, a su labor en la Internacional Sindical Roja. Sus excelentes relaciones con Salomon Lozovsky y con MijaiI Tomsky, secretario de los Sindicatos Rusos, así como con Lenin, Trotsky, Bujarin y Zinoviev, le facilitaron considerablemente su labor. Las colecciones de las revistas La Internacional Sindical RojaLa Internacional Comunista y La Correspondencia Internacional de aquellos años dan una idea del inmenso trabajo que realizó Nin. En efecto, en esas revistas pueden encontrarse excelentes trabajos magníficamente documentados, sobre los temas más diversos: “La I Internacional en España”, “La lucha por la unidad de los países latinos”, “La crisis económica y el movimiento sindical”, “Las cuestiones de organización en el movimiento sindical francés”, “La huelga de los mineros ingleses (1926)”, etc. Por lo demás, Nin publicó varios folletos sobre problemas sindicales en francés, alemán y ruso.

Era la época privilegiada y gloriosa de la libertad creadora. No había llegado todavía la era de los funcionarios y de los burócratas. Las discusiones eran libres y las luchas de tendencias se desarrollaban en un clima de camaradería y de respeto mutuo. Según Rosmer, la actividad de Nin en la ISR se desenvolvió sin dificultades hasta 1924. Luego —citamos una vez más a Rosmer— “la bolchevización (12) impuesta por Zinoviev tuvo repercusiones en la ISR, pero ésta pudo preservarse de aquélla durante un cierto tiempo. Más las cosas empeoraron al cabo de poco tiempo. Los hombres que Zinoviev había colocado en los lugares responsables eran ignorantes que sólo se distinguían por su servilismo. Entonces, Nin desplegó una intensa actividad e hizo viajes frecuentes a Italia, a Alemania, en donde fue detenido. Cuando Stalin se convirtió en dictador absoluto la actividad de Nin se hizo cada vez más difícil, ya que nuestro llorado camarada se incorporó a la Oposición. Le apartaron progresivamente del trabajo activo. Sin embargo, Lozovsky, no vaciló nunca en consultarle, en examinar con él los problemas del momento” (13).

Tanto en los buenos tiempos como en las horas difíciles, Nin no limitó sus actividades a la tarea en la Internacional Sindical Roja. Siguió siempre con interés y pasión los acontecimientos en España. Colaboró regularmente en Lucha Social de Lérida y en La Batalla de Barcelona, periódicos fundados por Maurín y Bonet y órganos de los Comités Sindicalistas Revolucionarios, que mantenían enhiesta la bandera de la revolución rusa y de la III Internacional. Durante varios años, en Moscú, su hogar estuvo abierto a todos los representantes comunistas y en general a todos los visitantes españoles. Entre ellos, desde ese monumento de versatilidad que se llama Josep Pla, hasta Francesc Maciá (14) y José Bullejos, secretario general del Partido Comunista de España durante varios años. A todos les sirvió de intérprete y de intermediario eficaz cerca del gobierno soviético y de la Internacional Comunista.

Josep Pla hizo un viaje a la URSS en 1924. En Moscú tuvo largas conversaciones con Nin, que, naturalmente, el escritor ampurdanés describió a su manera en su tercera serie de Homenots, publicada en 1958, es decir, cuando la sumisión al franquismo no permitía aún hacer pinitos liberales. La verdad es que Josep Pla fue muy influido por Nin y que los artículos que publicó a su retorno de Rusia en La Publicitat de Barcelona, recogidos más tarde en un libro, eran muy favorables a la URSS y contribuyeron a que muchos jóvenes de Cataluña se orientaran hacia el comunismo. Podemos asegurar que los presos políticos que se encontraban en la cárcel de Barcelona los leían con avidez, sorprendidos y entusiasmados. Poco después, Pla consagró un libro a hacer el panegírico de Cambó (15), el líder de la burguesía catalana…

En 1925, el grupo catalanista emigrado que dirigía en Francia Francesc Maciá decidió reclamar el concurso de la Internacional Comunista y del gobierno soviético para provocar un movimiento revolucionario que terminara con la dictadura de Primo de Rivera y la Monarquía de Alfonso XIII. La delegación del Partido Comunista Español en París organizó el viaje. Maciá llegó a Moscú el 24 de octubre de 1925, donde permaneció hasta el 28 de noviembre. Una vez más, Nin actuó como intérprete e intermediario del jefe catalanista. Nin organizó la entrevista con Zinoviev, por aquel entonces jefe del gobierno de la URSS, y preparó otra con Trotsky, que no llegó a celebrarse porque el fundador del Ejército Rojo se encontraba fuera de la capital. Maciá solicitó una ayuda inmediata para preparar una acción como la que tuvo lugar poco tiempo después en Prats de Molló. Los dirigentes de la Internacional Comunista manifestaron su simpatía por la causa de Cataluña, pero propusieron una acción política precedida de una gran campaña de propaganda. Maciá se marchó de Moscú bastante disgustado, pero encantado con Nin, que se había desvivido para facilitar sus gestiones.

A principios de 1925, el Partido Comunista de España estaba prácticamente desarticulado. Sus principales dirigentes se encontraban en la cárcel y la organización había sido reducida a la impotencia por la represión de la dictadura de Primo de Rivera. En esas condiciones, los presos de la cárcel de Barcelona solicitaron que se constituyera una dirección en París con el objeto de reorganizar el partido. La Internacional Comunista confió la tarea a Andreu Nin, quien se trasladó a París, donde fue detenido, condenado a un mes de prisión y expulsado de Francia. Nin realizó otras misiones de esta naturaleza. En enero de 1924, el mismo día de la muerte de Lenin, se encontraba en Roma, reunido con el comité central del Partido Comunista de Italia, en calidad de delegado especial del comité ejecutivo de la Internacional Comunista. Sobre él recayó también la tarea de organizar la primera conferencia sindical latinoamericana.

Todos los que le conocieron en aquellos tiempos comprobaron que Nin se había adaptado perfectamente a la vida de Rusia. Casado con una joven militante rusa, Olga, Nin había tenido dos hijas, Ira y Nora, hablaba y escribía la lengua del país, admiraba los grandes clásicos y los estudiaba a fondo, en sus raros períodos de descanso, con la intención de traducirlos al catalán y al castellano. Y, por encima de todo, estaba literalmente enamorado del pueblo ruso, y elogiaba sin cesar su espontaneidad, su humanidad, su sencillez y su entusiasmo revolucionario. Los bailes, la música, las canciones, la poesía popular le conmovían fuertemente. Y en todas estas cualidades y aspectos creía encontrar ciertos rasgos de los pueblos de Cataluña y España. Internacionalista intransigente y apasionado, Nin se rebelaba contra el cosmopolitismo de los snobs revolucionarios. Su estancia y su labor en la URSS y en el movimiento comunista internacional las concibió siempre como una contribución a la causa de la revolución mundial, de la emancipación de la clase obrera, pero sabía que sus raíces estaban en Cataluña, en España, y en el fondo, se preparaba para desempeñar su papel en la futura revolución española.

Cuando se abrió la lucha de tendencias en el Partido Comunista de la URSS, Nin se colocó sin vacilaciones al lado de la Oposición. Como escribió Víctor Serge, era de los que reclamaban en el Partido bolchevique el derecho a pensar, a hablar, y una reforma capital del régimen, con el objeto de restablecer la democracia obrera (16). Una gran parte de los funcionarios se inclinaron ante los poderosos del momento. Como en tantas otras circunstancias de su vida, Nin escogió la vía difícil e ingrata de la resistencia a la burocratización y a la opresión. Él, que tenía el orgullo de haber sido uno de los primeros que habían levantado en España la bandera de Octubre, ligó su suerte a los que se oponían a la tesis antimarxista del “socialismo en un solo país (17)” y combatían por mantener el espíritu auténtico del bolchevismo.

Miembro del Partido Comunista de la URSS, diputado del Soviet de Moscú, dirigente de la ISR, Nin aprobó la Plataforma de la Oposición y participó en casi todas las actividades de esta última, y en particular en la gran manifestación de 1927. En 1926, cuando la Oposición creó una Comisión Internacional para defender sus ideas en el mundo entero, Nin ocupó un puesto dirigente en ella, junto con Radek, Kapitonov, Serge y Stepanov (futuro agente de Stalin en España). Al iniciarse las exclusiones, las depuraciones y las deportaciones, Nin fue eliminado del Secretariado de la ISR y sometido a estrecha vigilancia en el Hotel Lux de Moscú. Según Víctor Serge y Rosmer, su calidad de español y su prestigio en el movimiento comunista internacional le salvaron de la deportación. Stalin no se atrevía todavía a perseguir a los militantes extranjeros.

Víctor Serge ha relatado en sus Memorias de un revolucionario que Nin no perdió su buen humor y sus esperanzas en los momentos más sombríos. En plena represión, “enviaba paquetes a los perseguidos, acumulaba fichas sobre Marx, traducía a Pilniak al catalán…”(18). Rosmer ha dicho que “en las vacaciones forzosas que le impusieron, Nin prosiguió sus estudios y sus trabajos, en particular un libro de respuesta a una obra de Cambó, dirigente de la burguesía catalana sobre las dictaduras. España vivía entonces bajo la dictadura de Primo de Rivera (19). Esta dictadura era frágil. ¿Cuándo y cómo caería? Tal era la cuestión que se planteaba Cambó, quien temía que el movimiento de masas que iba a barrer a la dictadura se encaminara hacia la revolución socialista. Para contestar a Cambó, Nin escribió Las dictaduras de nuestro tiempo. El prefacio de la edición catalana de dicha obra llevaba la fecha siguiente: Moscú, marzo de 1930 (20). Pero la traducción castellana apareció con un prólogo a esa edición fechado el 16 de octubre de 1930 (21).

En el intervalo de esas fechas Nin se había visto obligado a salir de Rusia. El año de 1930 fue el año del gran viraje estaliniano, el año en que Stalin comenzó a desembarazarse de los derechistas(22) que le habían apoyado hasta entonces. Desde 1929, Nin pensaba que su tarea en la URSS había concluido y que su puesto estaba en España, donde se iniciaba un nuevo proceso revolucionario. En consecuencia, pidió que se le autorizara a trasladarse a su país. Los burócratas dieron largas al asunto. Nin se impacientaba y pidió consejo a Víctor Serge. El autor de El nacimiento de nuestra fuerza (23), que había vivido en Barcelona durante la Primera Guerra Mundial trabajando con Salvador Seguí, compartía las esperanzas y la desesperación de Nin. En el curso de una visita a Serge, en Leningrado, Nin tomó su decisión de enviar una carta al comité central escrita en tal tono que no tendrían más remedio que meterle en la cárcel o dejarle salir de allí (24). El comité central optó por expulsarlo de la URSS, pero no autorizó la salida de su mujer y de sus hijas. En vista de ello, Olga Nin escribió una carta a Lozovsky amenazando con matarse si no la dejaban partir con su marido.

Los burócratas terminaron por ceder. Nin y su familia cruzaron la frontera rusa y llegaron a París, sin dinero, naturalmente, donde fueron acogidos por sus amigos franceses. Pero no se detuvieron mucho tiempo en la capital de Francia. Unas semanas antes, en Leningrado, Nin había dicho a Víctor Serge: “La revolución española será terriblemente complicada” (25). Por eso mismo, Nin tenía prisa en llegar a su Barcelona proletaria.

El retorno a España y el período de la República

Andreu Nin llegó a Barcelona en octubre de 1930, un mes antes de la primera huelga general organizada por la CNT (prodigiosamente reconstituida) y dos meses antes de la insurrección de Jaca y la huelga general de diciembre (26). La dictadura de Primo de Rivera había sido barrida el 28 de enero. El gobierno del general Berenguer intentaba salvar a la monarquía del desastre (27). La revolución española había comenzado. Globalmente, el movimiento obrero reaparecía con una pujanza y un dinamismo extraordinarios.

Nin tenía 38 años y estaba en plena madurez intelectual. Llegaba provisto de una vasta cultura y de una rica experiencia del movimiento obrero internacional. Pero se le planteaban dos graves problemas: ganarse la vida e insertarse en el movimiento obrero español. El primero lo resolvió como pudo, iniciando una agotadora labor de traducción de los clásicos rusos al catalán y al castellano. Por suerte, la traducción de las obras de León Trotsky y el prestigio que le dio enseguida la publicación de Las dictaduras de nuestro tiempo constituyeron para él un gran alivio y le abrieron las puertas de varias editoriales importantes. El segundo se revela sumamente complicado. Nin mantenía estrecha relación con Trotsky y pertenecía a la dirección de la Oposición de Izquierda. Pero en España las cosas no eran nada simples. En una carta a Trotsky, que se encontraba entonces en Prinkipo (Turquía), Nin escribía refiriéndose al movimiento comunista: “Tenemos actualmente: 1) el partido oficial [comunista], que no tiene fuerza efectiva alguna y cuya autoridad entre las masas es nula; 2) las federaciones comunistas de Cataluña y de Valencia que han sido excluidas del Partido y que, en realidad, con los grupos más influyentes de Asturias y de otros lugares, constituyen de hecho un partido independiente; 3) el Partido Comunista catalán, que tiene un buen equipo dirigente y cuenta con una cierta influencia entre los obreros del puerto de Barcelona y domina el movimiento obrero de Lérida; 4) la Oposición de Izquierda, que en Cataluña no tiene ninguna fuerza” (28).

Durante los primeros meses, Nin mantuvo excelentes relaciones con Joaquín Maurín, su camarada y amigo desde 1918, y con la Federación Comunista Catalano-Balear. En su correspondencia con Trotsky asumió la defensa de Maurín presentándolo como “un camarada muy inteligente y sobre todo muy honesto” (29), con ideas próximas a las de la Oposición de Izquierda. En enero de 1931, Nin se planteaba el problema de ingresar en la Federación Catalana y escribía a Trotsky que “Andrade y Lacroix, los mejores elementos que tenemos en España, comparten mi punto de vista” (30). Después de una conferencia muy sonada de Nin en el Ateneo Enciclopédico de Barcelona, la Federación Catalana le invitó a incorporarse a sus filas, en mayo de 1931, poco después de la proclamación de la República. Pero cuando Nin se disponía a responder positivamente, recibió a su regreso de un viaje a Madrid y Asturias, una comunicación que le produjo una extraordinaria sorpresa. Nin contestó en estos términos: “Vuestra respuesta evasiva demuestra que mis sinceros deseos de contribuir a la indispensable unificación de las fuerzas comunistas no han encontrado en vosotros el eco que merecían”. Luego, tras la publicación de la plataforma del Bloque Obrero y Campesino, organización de masas animada por la Federación Catalana, y la conferencia de Maurín en el Ateneo de Madrid, seguida de otra en que Nin polemizó con el dirigente del BOC, las relaciones se rompieron. Las conferencias del Ateneo de Madrid, que era entonces el principal foro político de España, demostraron ante el país que Nin, autor de Las dictaduras de nuestro tiempo, y Maurín, autor de Los hombres de la dictadura (31), eran los dos elementos más valiosos del movimiento comunista en España. Pero, desgraciadamente, iban a marchar por caminos separados hasta la creación de la Alianza Obrera.

Sin abandonar sus trabajos literarios, Nin se consagró a la organización de la Izquierda Comunista, sección española de la Oposición de Izquierda Internacional (trotskista). La Izquierda Comunista era una pequeña organización de valiosos cuadros, que comenzó a publicar en junio de 1931 una revista teórica importante, Comunismo, la cual alcanzó bastante prestigio. Más tarde, lanzó un semanario, El Soviet, dirigido por Nin. En Comunismo y en las ediciones del semanario aparecieron una buena parte de los ensayos políticos que Nin escribió entre 1931 y 1934. La Izquierda Comunista, de acuerdo con la estrategia general de la Oposición Internacional, se fijaba como objetivo la reforma de la Internacional y de los partidos comunistas. Esta estrategia dificultó su progresión y su desarrollo. Por lo demás, al militar en una pequeña organización, Nin (junto con sus camaradas) no pudo desempeñar durante varios años el papel que le correspondía.

Aparte de la actividad política militante, Nin pronunció numerosas conferencias en los Ateneos obreros de Asturias y en los Ateneos obreros y populares de Cataluña. Sus espléndidos cursos de Economía Política y de Historia del Movimiento Obrero en el Ateneo Enciclopédico de Barcelona contribuyeron eficazmente a la formación marxista de la joven generación de la época. Desgraciadamente, no fueron taquigrafiados, y sólo los recordamos los que tuvimos la suerte de seguirlos. Nin alternó esta actividad con la redacción de numerosas obras y folletos: El proletariado español ante la revolución (32), Las organizaciones obreras internacionales (33), Los Soviets: su origen, desarrollo y funciones (34), Manchuria y el imperialismo (35), Reacción y Revolución (36), Els moviments d’emancipació nacional (37). Al mismo tiempo, publicó importantes ensayos políticos en Leviatán, revista socialista dirigida por Luis Araquistain, y en la prensa de la Oposición de Izquierda Internacional y redactó prefacios para varios libros, como La situación real de Rusia(38), de León Trotsky y Crítica del Sindicalismo (39), de Plejanov. Además, tradujo directamente del ruso al castellano numerosos artículos y libros de Trotsky, en particular la monumental Historia de la Revolución Rusa (40).

El análisis de las obras políticas de Nin, que habrá que recoger un día para ilustración de la joven generación revolucionaria, nos llevaría demasiado lejos. Nos limitaremos, pues, a lo que nos parece más importante. Las dos obras fundamentales de Nin son, evidentemente, Les dictadures dels nostres dies y Els moviments d’emancipació nacional. Ambas fueron escritas en catalán, cosa que merece ser subrayada puesto que la literatura marxista en dicho idioma es limitadísima. Les dictadures dels nostres dies es un análisis del fascismo y de las formas de dominación del capitalismo contemporáneo y, en su tiempo, constituyó una réplica marxista contundente a Les Dictadures, libro de Francesc Cambó. El escritor francés Daniel Guerin ha explicado recientemente que se inspiró en la versión francesa de la obra de Nin, realizada por Pierre Naville y todavía inédita, para preparar su popular libro Fascismo y gran capitalEls moviments d’emancipació nacional es un libro, único en su género, en el que se estudian y critican las distintas posiciones de los clásicos del marxismo y de las principales corrientes del movimiento obrero ante el espinoso problema de las nacionalidades. Nin lo escribió en Barcelona entre agosto y octubre de 1934, y fue publicado por vez primera por las Ediciones Proa en 1935 (41). El autor se proponía escribir un segundo volumen en el que pensaba hacer un estudio completo de la cuestión de las nacionalidades en España. La Guerra Civil impidió que este proyecto se realizara y nos privó de una obra que tendría hoy un valor inapreciable. Tampoco pudo escribir Nin un libro sobre el que reflexionó durante mucho tiempo y para el cual acumuló numerosos materiales: la biografía de Salvador Seguí, en la que se proponía mostrar la importancia del Noi del Sucre en el movimiento sindicalista de los años veinte.

La actividad propiamente literaria de Andreu Nin se concentró en la traducción al catalán y al castellano de los grandes clásicos rusos, por los que sentía una verdadera devoción. También le faltó tiempo para llevar a cabo sus ambiciosos proyectos en este dominio. Sin embargo, pudo traducir varias obras de Tolstoi, Dostoievsky, Turgueniev y Chejov. Cuando se produjo la insurrección militar-fascista tenía un contrato con la editorial Aguilar para traducir al castellano las obras cumbre de la literatura rusa. Sus traducciones al catalán (algunas de ellas reeditadas estos últimos años en Barcelona) son auténticas creaciones y quedarán como verdaderos modelos en la literatura catalana. Hasta Josep Pla se ha visto obligado a reconocer, como tantos otros, que “Nin te una plaça molt distinguida en el moviment literari del nostre pais” y que sus traducciones de Tolstoi y Dostoievsky “son les millors que d’aquests autors s’han produit en un idioma d’arrel no eslava, en aquest cas en un idioma llatí”. Pero Nin no se conformaba con su labor de traductor de calidad y preparaba varios ensayos de crítica literaria sobre Chejov, Turgueniev, Tolstoi y otros grandes escritores rusos. Las imperiosas exigencias de la vida política en el movimiento obrero no le permitieron dar cima a tan interesante tarea.

El nacimiento de la Alianza Obrera en enero de 1934 abrió una nueva fase en la vida de Andreu Nin. Desde antes de la victoria del fascismo en Alemania, la Izquierda Comunista y el Bloque Obrero y Campesino habían combatido enérgicamente la política de Stalin que consistía entonces en proclamar que la socialdemocracia y el fascismo eran hermanos gemelos, rechazando así el frente único obrero contra Hitler y sus epígonos. Después de la capitulación sin lucha del movimiento obrero alemán, en pleno bienio negro, con todas las amenazas que suponía la coalición Lerroux-Gil Robles, surgió en Cataluña un gran movimiento unitario inspirado por el Bloque Obrero y Campesino. Este movimiento cristalizó en la Alianza Obrera, formada por la UGT (Vila Cuenca), la Unió Socialista de Catalunya (Martínez Cuenca), la Izquierda Comunista (Andreu Nin), el Bloque Obrero y Campesino (Joaquín Maurín), el Partido Socialista Obrero Español (Rafael Vidiella), los Sindicatos de Oposición de la CNT (Angel Pestaña), la Federación de Sindicatos excluidos de la CNT (Pedro Bonet) y la Unió de Rabassaires (J. Calvet).

A partir de entonces, Nin encontró un marco de trabajo y de acción en consonancia con su talento y su dinamismo. La Alianza Obrera, en la que no figuraba ni la CNT ni el insignificante Partido Comunista, organizó una gran campaña de agitación y de propaganda. Nin tuvo la posibilidad de dirigirse a millares de trabajadores y de hacer valer sus posiciones y sus ideas. La tesis del frente único obrero caló hondo en todo el país. El ejemplo de Cataluña fue seguido en Asturias, arrastrando a la propia CNT, en Valencia y, finalmente, en Madrid. Por lo demás, el trabajo en común en la Alianza Obrera limó las diferencias entre el Bloque Obrero y Campesino y la Izquierda Comunista y planteó el problema de la unificación de los marxistas revolucionarios en términos concretos.

Cuando la amenaza fascista se precisó, el movimiento obrero organizó la respuesta: la revolución de octubre de 1934. En la histórica conferencia de las organizaciones catalanas de la Alianza Obrera que se celebró en el Centro de Dependientes de Barcelona el 4 de octubre, Maurín y Nin, que por cierto polemizaron sobre las consignas que debían lanzarse, aparecieron como los dirigentes indiscutibles del movimiento obrero. La Alianza Obrera organizó grandes manifestaciones y promovió la huelga general en toda Cataluña. El movimiento fracasó porque la Generalitat capituló sin resistencia y porque la CNT no quiso movilizar sus fuerzas. Nin estuvo al frente de las manifestaciones y los militantes del Bloque Obrero y Campesino y de la Izquierda Comunista animaron la última resistencia armada en los alrededores de Barcelona. Después del fracaso del movimiento, Nin tuvo que sumirse en la clandestinidad, en la que dirigió el periódico clandestino L´Estrella Roja.

La lección fundamental del fracaso de Octubre no ofrecía dudas. Nin la resumió así en un artículo de L´Estrella Roja: “Le ha faltado al ejército revolucionario un Estado Mayor con jefes capaces, estudiosos y experimentados. Sin partido revolucionario no hay revolución triunfante” (42). A partir de ese momento, Nin consagró todas sus energías a la formación de dicho partido. En el curso de las discusiones que se entablaron en la Alianza Obrera surgieron dos posiciones. Unos eran partidarios de crear una fuerza reducida a Cataluña sobre la base de una plataforma híbrida (y en primer lugar el pequeño Partido Comunista); otros, Nin entre ellos, preconizaban la fusión de los marxistas revolucionarios en un partido de tipo peninsular: el Bloque Obrero y Campesino y la Izquierda Comunista. Tras un largo período de discusión y de trabajo en común, estas dos organizaciones se fusionaron y crearon el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). El congreso de unificación se celebró en Barcelona en septiembre de 1935. Nin y Maurín redactaron las tesis del nuevo partido y escribieron el folleto Qué es y qué quiere el Partido Obrero de Unificación Marxista (43), en el que se popularizaban las posiciones fundamentales de la nueva formación política.

El POUM no se presentó como una cristalización definitiva, sino como el primer esfuerzo coherente hacia la creación del gran partido de la revolución. En sus filas volvieron a encontrarse, en virtud de la lógica que supone siempre la consecuencia, los que habían introducido el marxismo en Cataluña y los principales fundadores del comunismo en España, Joaquín Maurín y Andreu Nin, Juan Andrade y Luis Portela, Julián Gorkin y Luis García Palacios, Pedro Bonet y David Rey. Como es natural, esto dio un gran prestigio al nuevo partido, nacional e internacionalmente. Por otra parte, como los marxistas revolucionarios estaban divididos en múltiples tendencias y fracciones en Europa y América, el POUM surgió como un ejemplo de cohesión.

A este respecto, es necesario decir que la unificación fue facilitada y estimulada por la ruptura de la Izquierda Comunista con la Liga Comunista Internacionalista dirigida por León Trotsky. El movimiento trotskista internacional estaba en plena crisis. Como su influencia era mínima en el movimiento obrero real, Trotsky preconizaba el ingreso en los partidos socialistas, con el objeto de radicalizar sus tendencias de izquierda e influir más eficazmente a las masas trabajadoras. En el número de Comunismo de septiembre de 1934, Nin y sus camaradas declararon: “La garantía del futuro reside en el frente único, pero también en la independencia orgánica de la vanguardia del proletariado. De ninguna manera, por un utilitarismo circunstancial, podemos fundirnos en un conglomerado amorfo, llamado a romperse al primer contacto con la realidad. Por triste y penoso que nos resulte, estamos dispuestos a mantenemos en estas posiciones de principio que hemos aprendido de nuestro jefe, aun a riesgo de tener que andar parte de nuestro camino hacia el triunfo separados de él.”

En realidad, Nin y la Izquierda Comunista habían tenido diversos conflictos políticos y orgánicos con Trotsky y la Oposición Internacional. El viraje trotskista de 1934 hacia la socialdemocracia, agravó las divergencias. Para Nin y sus compañeros, no podía tratarse de ingresar como fracción en el Partido Socialista. El único camino factible y eficaz era la fusión con el Bloque Obrero y Campesino, la otra tendencia marxista revolucionaria, con el objeto de crear un polo solvente y con raíces en la clase trabajadora. La experiencia inmediata confirmó que su posición era justa. El POUM fue enseguida el primer partido obrero en Cataluña y, sobre la base de los núcleos que poseían las dos organizaciones, progresó rápidamente en Levante, Extremadura, Asturias, Galicia, Vizcaya y Madrid. Y aunque no dispuso de mucho tiempo para implantarse sólidamente en ciertos lugares de España, conquistó un puesto indiscutible en el movimiento obrero español.

El POUM se diferenció inmediatamente de todas las otras fuerzas obreras con posiciones teóricas y políticas sumamente claras. Para él, el año 1936 era “el año crucial” (44). La revolución española era una revolución de tipo democrático-socialista. El dilema era tajante: socialismo o fascismo. La clase trabajadora tenía que tomar el poder y no podía hacerlo pacíficamente, sino por medio de la insurrección armada. La revolución exigía la unidad de la clase trabajadora, es decir, la Alianza Obrera, que había hecho sus pruebas en 1934 en Asturias. España tenía que estructurarse bajo la forma de una Unión Ibérica de Repúblicas Socialistas. Ante el fracaso de las Internacionales existentes, había que ir hacia la unidad socialista revolucionaria mundial sobre nuevas bases.

Andreu Nin, que aportó una contribución notable a la elaboración de la política del partido, fue designado director de La Nueva Era, la revista teórica del POUM, y ocupó un puesto destacado en el comité ejecutivo de éste. Más tarde, cuando los sindicatos de Lérida, Tarragona y Gerona excluidos de la CNT por estar dirigidos por militantes poumistas, y otros sindicatos autónomos, se fusionaron en la Federación Obrera de Unidad Sindical (FOUS), Nin fue elegido secretario general de esta nueva organización. El antiguo secretario general de la CNT y dirigente de la Internacional Sindical Roja volvió a sus actividades de líder sindicalista, para las que estaba mejor preparado que nadie. La FOUS no fue una maniobra de escisión sindical, como pretendieron algunos entonces. En primer lugar federó a centenares de sindicatos dispersos, que no tenían sitio en la CNT o la UGT, Y además su perspectiva era la unificación de todas las organizaciones en una sola central sindical (45). Durante el año 1935 y los primeros meses de 1936, Nin, absorbido por sus responsabilidades políticas y sindicales, se vio obligado a abandonar casi completamente sus trabajos literarios.

A comienzos de 1936, la ofensiva frentepopulista iniciada por Moscú y los estalinistas redujo considerablemente el papel de las Alianzas Obreras. Los socialistas fueron cediendo a la corriente, y al convocarse las elecciones del 16 de febrero, establecieron un bloque electoral con los partidos republicanos (46). El POUM mantuvo la tesis del frente obrero. Pero en vísperas de la campaña electoral se encontró ante la disyuntiva de incorporarse al bloque electoral que enarbolaba la bandera de la liberación de los 30.000 presos (resultado de la represión de la revolución de octubre de 1934) o separarse del movimiento de masas y romper con las demás organizaciones obreras. Optó por el primer término de la alternativa. Enemigo del cretinismo parlamentario, y también del cretinismo antiparlamentario, el POUM concibió su participación en la campaña electoral como un medio de llevar a cabo su propaganda revolucionaria entre las masas trabajadoras. “Esta posición es justa —se había dicho en Qué es y qué quiere el POUM—. Lenin aceptaba los pactos circunstanciales con la burguesía radical. Pero de esta posición a la que últimamente ha puesto en marcha la Internacional Comunista — Frente Popular— que encadena el movimiento obrero a la burguesía, media un abismo” (47).

La Comisión Electoral de Madrid designó a Andreu Nin candidato a diputado por Teruel, ciudad en donde el POUM no tenía influencia, y rechazó las peticiones que se le formularon en el sentido de incluirlo en las candidaturas de Castellón o de Asturias, lugares en los que Nin era popular y los poumistas gozaban de fuerza y de prestigio. La comisión electoral de Cataluña hizo mil maniobras para que solamente hubiera un diputado del POUM por Cataluña, que fue Joaquín Maurín, elegido en Barcelona (48). Lérida, la fortaleza del partido, no pudo tener un diputado del POUM. Estos mezquinos trucos burocráticos impidieron que Nin representara a los trabajadores en el Parlamento de 1936. Sin embargo, Nin participó en los grandes mítines de masas defendiendo las posiciones revolucionarias y el programa del POUM. Luego, en La Nueva Era explicó el sentido de las elecciones (49). Después de la victoria electoral, el POUM dio por terminado su compromiso y prosiguió su política con plena independencia.

La táctica del POUM fue globalmente beneficiosa y no fue criticada por nadie, salvo por León Trotsky que, mal informado, escribió que el partido de Nin se había incorporado al Frente Popular. Cuando fue publicado su artículo, en el que por cierto se ignoraba toda la experiencia del bolchevismo tan magistralmente explicada por Lenin en El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, los estalinistas llevaban a cabo una gran campaña contra el POUM acusándolo de ser un “enemigo del Frente Popular”. Nin no contestó al desafortunado artículo de Trotsky porque los hechos se habían encargado de hacerlo.

El papel de Nin en la revolución española

Al producirse la insurrección militar-fascista, Joaquín Maurín se encontraba en Galicia, asistiendo a un pleno del POUM que se celebró en Santiago de Compostela. En la noche del 18 al 19 de julio, cuando el POUM movilizó sus fuerzas para hacer frente a la agresión, Nin asumió la dirección política del partido. En un discreto piso del Distrito V de Barcelona, tomó, con los demás miembros de la dirección del POUM, las medidas que se imponían para coordinar la lucha y en particular para asegurar la relación con el comité militar, instalado en la plaza del Arco del Teatro, en la parte baja de las Ramblas, y con los militantes que combatían en las calles de Barcelona encabezados por José Rovira, Manuel Grossi, Germinal Vidal… Allí confluyeron numerosas delegaciones de toda Cataluña para aportar informaciones y reclamar armas y directivas políticas. Vencida la insurrección militar-fascista y en ausencia de Maurín, para quien había comenzado su larga y patética odisea por el territorio dominado por los franquistas, Nin fue designado secretario político del POUM. Desde esos días, hasta su detención por la policía estalinista el 16 de junio de 1937, sobre él recayeron las más altas responsabilidades políticas.

En el movimiento obrero de Cataluña y en la política catalana en general había muy pocos hombres que pudieran compararse con Nin. Su prestigio era muy grande dentro y fuera del POUM. De ahí que se requiriera su concurso para las tareas más diversas. No fue miembro del Comité de Milicias de Cataluña, el segundo poder frente a la Generalitat superada por el proceso revolucionario, el poder auténtico durante los primeros meses, porque el POUM quiso que se consagrara a las tareas generales de dirección política. Pero pasó a formar parte del Consejo de Economía de Cataluña, el organismo encargado de estructurar la industria colectivizada y de establecer los primeros elementos de la planificación, en el que, por cierto, desempeñó un papel de primer orden.

En un gran mitin celebrado en Valencia a comienzos de agosto, Nin declaró: “Asistimos en España a una profunda revolución social. Yo, que he conocido la revolución rusa, puedo deciros: nuestra revolución es más profunda que la que conmovió a Rusia en 1917” (50). Así era, en efecto, y sobre todo en Cataluña. Nin destacó en ese discurso y en otros pronunciados en Barcelona y Lérida que la concepción poumista de la revolución democrático-socialista había sido confirmada por los hechos: las masas trabajadoras habían resuelto en “un abrir y cerrar de ojos” los problemas pendientes de la revolución democrática (militar, religioso, agrario, de las nacionalidades, etc.) y habían abierto simultáneamente la fase de la revolución socialista. La teoría de la revolución permanente esbozada por Marx en 1848 y completada por Trotsky en 1905 era verificada una vez más por la vida. El problema del poder se convertía en la cuestión central, especialmente en Cataluña, donde el peso y la influencia decisivos de la CNT y el POUM y la cuestión nacional habían elevado el proceso revolucionario a su más alto nivel.

Cuando el propio Companys, presidente de la Generalitat, reconoció que el poder pertenecía a la clase obrera e indicó a los dirigentes anarquistas que estaba dispuesto a retirarse, el POUM, que había establecido un poder obrero auténtico en Lérida, donde ejercía una influencia predominante, afirmó claramente su posición: “…es preciso, hoy más que nunca la formación de un Gobierno obrero, es decir, integrado por representantes de todos los partidos de clase e incluso de organizaciones sindicales (…). Es evidente que semejante Gobierno no podría tener más que un carácter provisional, preparatorio del nuevo estado de cosas. Un gobierno debe ser la expresión de las amplias masas obreras, campesinas y de milicianos, que han edificado la victoria, y que tenga por misión establecer las bases de la nueva democracia proletaria (51).” Pero este punto de vista, que era el de Nin, no fue aceptado por nadie. Los dirigentes de la CNT, secundados por las demás organizaciones, se contentaron con formar al lado del Consell de la Generalitat, el Comité de Milicias y el Consejo de Economía. Nin y el POUM quedaron en una posición minoritaria.

Este primer retroceso tenía que determinar otros y sentar las condiciones para el restablecimiento de los órganos del poder burgués. La dualidad de poderes se mantuvo durante varios meses y se reflejó incluso en el primer Consell de la Generalitat con participación obrera que se constituyó el 26 de septiembre de 1936. Tras apasionadas discusiones, el POUM decidió participar en dicho Consell. Sus condiciones fueron que hubiera una mayoría obrera y que se definiese un programa socialista. La interpretación de Nin, que fue teorizada después por Landau y Molins i Fábrega, era que el “Consejo de la Generalidad presenta una mezcla de órganos de dualidad de poder. Pero semejante combinación no puede ser duradera. O bien las fuerzas revolucionarias tomarán el poder, o bien las fuerzas de las cuales el estalinismo catalán es el portavoz desplazarán de la Generalidad a los elementos molestos del doble poder”. Se trataba, según ellos de un tipo original, no duradero, de transición revolucionaria (52).

Andreu Nin fue nombrado consejero de Justicia. En su primera declaración política proclamó que la lucha “no está entablada, como creen algunos, entre democracia burguesa y fascismo, sino que el dilema está planteado entre fascismo o socialismo” (53). Todo el mundo reconoció entonces que Nin era la personalidad más brillante del Consejo de Cataluña. Independientemente de sus intervenciones políticas, de sus esfuerzos para llevar a los trabajadores anarquistas a una comprensión del problema del poder, es decir, a la necesidad de pasar de la “fase transitoria” a un gobierno de las organizaciones obreras, Nin extendió a toda Cataluña los tribunales populares que el POUM había establecido ya en Lérida. Los tribunales populares estaban formados por un representante de cada organización, estructura más democrática que la del Consell de la Generalitat y que garantizaba una mayoría obrera decisiva. En una declaración hecha inmediatamente después de su constitución, Nin dijo que “la característica esencial de su funcionamiento consiste en ser un tribunal de clase que instaurará la justicia de la clase obrera, un tribunal verdaderamente revolucionario y de clase” (54). Los tribunales populares terminaron con los excesos absurdos y con las justicias particulares que se habían ejercido en los primeros tiempos. Importa decir también que Nin se encontró frecuentemente ante problemas de una enorme gravedad. Los tribunales, aunque operaban dando todas las garantías, se mostraban severos y dictaban bastantes sentencias de muerte. Nin, fue, a su vez severo, pero justo y humano. Muchos indultos de pena de muerte fueron concedidos por intervención suya y en pleno acuerdo con Lluís Companys.

No es posible terminar este capítulo sin indicar que Nin hizo aprobar un decreto concediendo, por vez primera en España, la plenitud de derechos cívicos y políticos a los jóvenes a partir de los 18 años, reivindicación de todas las organizaciones de la juventud obrera y, en particular, de la Juventud Comunista Ibérica. Y es preciso decir también que los discursos revolucionarios de Nin provocaron numerosas protestas del gobierno republicano-socialista-comunista de Valencia y de varias embajadas extranjeras. En este dominio, todas las presiones que se ejercieron sobre él, fueron rechazadas categóricamente por Nin. Cuando el Consell de la Generalitat recibió a Antonov-Ovseenko, cónsul de la URSS en Barcelona, Nin pronunció un discurso en ruso y en catalán en el que afirmó la solidaridad profunda y completa de los combatientes de julio de 1936 con la revolución de octubre. Antonov-Ovseenko, el hombre que bajo la dirección de Trotsky tomó el Palacio de Invierno en octubre de 1917, había militado en la Oposición trotskista con Nin, y tras una vergonzosa capitulación, aparecía en Barcelona como representante de Stalin. Como predijo Víctor Serge, era su última función política. A su regreso a Moscú, fue ejecutado como tantos otros enviados rusos a España.

En agosto de 1936, en plena efervescencia revolucionaria, llegaron a España las primeras noticias de la nueva ola represiva que se desarrollaba en la URSS y especialmente la del proceso y ejecución de Zinoviev, Kamenev y Smirnov. Nadie se sintió tan afectado como Nin, que había colaborado por espacio de varios años con las víctimas. Por iniciativa suya, el comité ejecutivo del POUM reemplazó el editorial de La Batalla del 28 de agosto por una declaración en la que se decía: “Somos socialistas revolucionarios, marxistas. En nombre del socialismo y de la clase obrera revolucionaria, protestamos enérgicamente contra el monstruoso crimen que acaba de perpetrarse en Moscú”. Y añadía que Trotsky (al que Moscú atacaba con verdadero frenesí) “es para nosotros, al lado de Lenin, uno de los grandes jefes de la Revolución de Octubre, y un gran escritor socialista revolucionario. Injuriado y perseguido, le expresamos nuestra solidaridad revolucionaria, sin ocultar por eso nuestras discrepancias con algunas de sus apreciaciones”.

La enérgica y valiente declaración de solidaridad con la vieja guardia bolchevique (nadie, ni siquiera los anarquistas, se atrevió a hacer algo semejante) marcó el comienzo de la ofensiva estalinista contra Nin y el POUM. Los periódicos del Partido Comunista y del PSUC justificaron los crímenes de Stalin que Jrushov iba a denunciar veinte años después y comenzaron a propagar toda una serie de calumnias contra los que se solidarizaban con los compañeros de Lenin. A partir de la llegada de Antonov-Ovseenko a Barcelona, los estalinistas reclamaron la expulsión de Nin del Consell de la Generalitat. El principal elemento molesto del doble poder, el elemento revolucionario, estorbaba. Como es natural, las fuerzas pequeño-burguesas se solidarizaron con las exigencias de Stalin. Por su parte, los dirigentes de la CNT se inclinaron ante la maniobra.

El 12 de diciembre, Nin fue excluido del Consell de la Generalitat. Unos días después, el comité central del POUM aprobó una resolución política redactada por Nin en la que se concluía así: “Las consignas fundamentales del momento, pues, son: disolución del parlamento burgués. Asamblea Constituyente de delegados de comités de fábrica, representantes campesinos y delegados del frente. Gobierno obrero y campesino. Democracia obrera” (55). En este sentido fue orientada toda la acción del POUM en los meses sucesivos. En sus artículos y discursos, Nin se dirigió especialmente a los trabajadores anarquistas, explicándoles que las fuerzas contrarrevolucionarias levantaban la cabeza por doquier y que se imponía un frente revolucionario CNT-FAI-POUM para modificar el rumbo de los acontecimientos y hacer frente a la presión combinada y concordante de la política de Stalin y de las maniobras del capitalismo inglés y francés, artífices de la política de no intervención, que, como se sabe, dejó las manos libres a Hitler y Mussolini. Desgraciadamente, este frente sólo cristalizó bajo una forma limitada, en el terreno de la juventud. En febrero de 1937 se constituyó en Barcelona el Frente de la Juventud Trabajadora Revolucionaria sobre la base de las Juventudes Libertarias y la Juventud Comunista Ibérica, organización juvenil del POUM. Nin siguió atentamente el acontecimiento, aconsejando y estimulando a sus jóvenes camaradas. El Frente de la Juventud Trabajadora Revolucionaria inquietó mucho a los estalinistas en la medida en que surgió como un modelo de lo que había que realizar en el terreno general del movimiento obrero. La campaña de calumnias arreció. En un gran mitin de la Juventud Comunista Ibérica celebrado en el Price de Barcelona, Nin, después de abordar el problema de la solidaridad revolucionaria entre las generaciones, contestó así: “El camarada Solano os ha leído diversos fragmentos periodísticos que muestran hasta dónde se ha llegado. Yo lamento no tener en este momento en la mano un ejemplar de la publicación de la División Marx [del PSUC], en el que aparece una caricatura en la cual estoy del brazo del general Franco, juntamente con un artículo del mismo tono, donde se dice que yo no he tenido que trabajar nunca, porque siempre he cobrado de Hitler (…). Estoy ya curtido en las luchas políticas, y por esto no me siento enojado contra mis calumniadores: cuando se llega a estos extremos, lo que se siente es pena por los calumniadores. Y mayor pena todavía si se tiene en cuenta que el miserable que ha escrito esto es el primero que no lo cree. En mi larga actuación, habré cometido errores. Pero los canallas calumniadores, que vengan aquí a señalarme una sola deserción, una sola traición, en mis veinticinco años de servicios a la causa de la revolución proletaria” (56).

Los acontecimientos se precipitaron: el 25 de abril, Nin pronunció una importante conferencia en la Sala Mozart de Barcelona sobre “El problema del poder en la revolución” (57), conferencia que junto con las tesis políticas para el congreso del POUM, constituye uno de sus documentos políticos más sustanciales. Unos días después, el 3 de mayo, los estalinistas organizaron la provocación del asalto a la Telefónica para destituir al comité obrero que controlaba las comunicaciones. Los trabajadores tomaron las armas y cubrieron Barcelona de barricadas. La misma noche, una delegación del comité ejecutivo del POUM se entrevistó con el comité regional de la CNT. Nin subrayó la importancia de los acontecimientos y reclamó una acción común inmediata. Era la hora del Frente Obrero Revolucionario. Los dirigentes de la CNT estaban muy contentos de que los trabajadores “hubieran enseñado los dientes” y esperaban obtener de Companys, por la vía de la negociación, modificaciones importantes en la composición del… Consell de la Generalitat. Nin y sus compañeros salieron de la reunión escandalizados de la miopía y del oportunismo de los dirigentes cenetistas. Al día siguiente, La Batalla publicó una declaración del POUM y la JCI en la que se decía: “Las barricadas de la libertad han vuelto a surgir en todos los lugares de la ciudad. El espíritu del 19 de julio se ha apoderado nuevamente de Barcelona. La mayoría de los pueblos de Cataluña se han hecho eco del gesto de la capital (…). Hay que vivir alerta con el fusil en la mano. Hay que mantener este magnífico espíritu de resistencia y de lucha, garantía de nuestro triunfo (…). Para esto: dimisión de Rodríguez Salas, comisario de Orden Público y responsable directo de estas provocaciones. Anulación de los decretos de orden público. El orden público en manos de la clase trabajadora. Frente Obrero Revolucionario de las organizaciones que acepten el triunfo sobre el fascismo en el frente y la victoria de la Revolución en retaguardia. Creación de Comités de Defensa de la Revolución en todas las barriadas, en todas las poblaciones y en todos los lugares de trabajo” (58).

Los comités de defensa de la revolución se organizaron en todas partes. La lucha se prolongó varios días. Pero todos los esfuerzos del POUM para estructurar los comités y resolver el problema del poder fracasaron. Los principales dirigentes de la CNT llegaron de Valencia e invitaron a sus militantes, por la radio, a deponer las armas incondicionalmente. Los “Amigos de Durruti”, un pequeño grupo anarcosindicalista que adoptó posiciones parecidas a las del POUM, no fue capaz de coordinar la acción y ofrecer una alternativa política. En tales condiciones, y teniendo en cuenta el clima contra la Cataluña revolucionaria que estaba creando la propaganda frentepopulista y estalinista en el resto de España, Nin y sus compañeros se vieron obligados a dar la orden de retirada “evitando una acción desesperada que pudiese degenerar en un putsch y tuviese como consecuencia el aplastamiento total de la parte más avanzada del proletariado” (Nin en el comité central del POUM) (59).

La represión contra el POUM y el asesinato de Nin

La actitud del POUM y de Nin fue criticada después por intelectuales diletantes e irresponsables, como el norteamericano Felix Morrow. Sin embargo, la mayor parte de los observadores políticos revolucionarios que se encontraban en Cataluña comprendieron que el POUM se había encontrado en una situación bastante parecida a la de los bolcheviques durante las jornadas de julio de 1917 en Rusia (60). En tales condiciones, no cabía proceder de otra forma. El 12 de mayo, el comité central del POUM aprobó un documento (61), redactado por Nin, en el que se hacía un análisis completo de las Jornadas de Mayo, se explicaba que el poder había estado al alcance de la mano, pero que el POUM no disponía de la fuerza suficiente para asumirlo por sí solo, contra las demás organizaciones obreras y, concretamente, contra la CNT. La perspectiva seguía siendo la misma: reforzamiento del partido, comités de defensa de la revolución, Frente Obrero Revolucionario, gobierno obrero y campesino.

Como sólo el POUM asumió francamente sus responsabilidades, es lógico que la ofensiva se dirigiera contra él. Los agentes de Stalin en España ocuparon la vanguardia en esta operación. Sin embargo, no pudieron disolver inmediatamente al POUM, ni llevar a cabo el tipo de represión que preparaban. Pasó más de un mes (y los días contaban entonces mucho más que en tiempos normales) durante el cual el POUM se preparó para la posible clandestinidad. Finalmente, el 16 de junio, la GPU (policía rusa) descubrió un complot y detuvo a Andreu Nin y a otros dirigentes y militantes del POUM operando a espaldas del propio gobierno republicano. La prensa silenció los hechos el 17 de junio. El 18, los periódicos publicaron una nota de la Jefatura Superior de Policía de Barcelona (controlada por los estalinistas) con el título siguiente: “Ha sido descubierto en nuestra ciudad un importante servicio de espionaje.” En esa nota se decía: “Llegados de la capital de la República unos agentes especiales, ayudados eficazmente por agentes de nuestra ciudad, han conseguido descubrir completamente, y de una manera rapidísima, todo el extenso y complicado engranaje de esta red de espionaje. En el curso de este importantísimo servicio han sido practicadas un considerable número de detenciones, entre las que cabe destacar las de un contingente peligrosísimo de ciudadanos extranjeros y personalidades de un determinado partido político. La declaración de los detenidos, así como la documentación hallada en los registros efectuados aquí, ha corroborado de una manera fulminante la culpabilidad de los individuos detenidos. Los nombres de los detenidos, como los detalles de como funcionaba este servicio de espionaje, no pueden darse todavía a la publicidad, hasta que las diligencias que la policía está practicando estén totalmente terminadas” (62). Era una nota policiaca clásica. Se trataba de preparar el clima para justificar la infamia y, naturalmente, salían los extranjeros y los espías. La gente pensó lo lógico en aquellas circunstancias, es decir, que se trataba de elementos fascistas. La sorpresa fue mayúscula cuando el 22 de junio —¡seis días después!— los periódicos estalinistas publicaron otra información con los títulos siguientes: “Del servicio de espionaje descubierto estos últimos días. Los principales complicados se hallaban en las esferas dirigentes del POUM. Andreu Nin y otras personalidades conocidas, detenidos” (63).

La cosa estaba perfectamente clara. Los estalinistas no se atrevían a proceder políticamente contra el POUM, ni siquiera esgrimiendo el pretexto de las Jornadas de Mayo, y recurrían al “complot de espionaje”. Era el mismo método que se aplicaba en la URSS contra los oposicionistas y que se iba a poner en práctica, en los años 1945-1952, en todos los países de Europa del Este bajo el signo de la democracia popular. Lluís Companys, Presidente de la Generalitat de Cataluña, protestó ante el gobierno de Valencia y recibió a varias delegaciones del POUM. Zugazagoitia e Irujo, ministros de Gobernación y de Justicia respectivamente, recibieron igualmente a delegaciones del POUM y a Olga Nin y declararon que todo había sido tramado por la policía rusa y sus cómplices en España. El comité nacional de la CNT y varios dirigentes socialistas y anarquistas exigieron explicaciones. Pero la cobardía imperante era tan grande que casi nadie se atrevía a enfrentarse con los verdaderos conspiradores, que operaban a sus anchas, como en país conquistado. Jesús Hernández ha referido en su libro Yo fui un ministro de Stalin (64) que el propio José Díaz, secretario general del Partido Comunista, protestó ante lo sucedido en una reunión de dirigentes estalinistas. Según él, los agentes de Stalin en España, Togliatti, Codovila y Stepanov (antiguo trotskista y amigo de Nin en Moscú) estaban al corriente de todo, y las operaciones fueron dirigidas por el general Alexander Orlov, jefe de la NKVD rusa en España, y su amanuense español, el coronel Antonio Ortega, Director General de Seguridad impuesto por los comunistas.

La formidable campaña de calumnias que se desarrolló después de la detención de Nin y sus camaradas se inspiró en un informe del Comisario General de Policía de Madrid al Director General de Seguridad en el que se explicaba que se había descubierto una red de espionaje en la capital dirigida por el falangista Fernández Golfín, la cual estaba en “relación con el POUM” (65). Las pruebas esenciales consistían en un plano milimetrado de Madrid destinado a facilitar la acción de la artillería franquista en el que figuraba un mensaje cifrado de Golfín al general Franco en el que se decía: “En cumplimiento de su orden, fui yo mismo a Barcelona para entrevistarme con el miembro directivo del POUM N.” (66); y varios documentos groseramente falsificados y atribuidos a un falangista de Gerona que trabajaba efectivamente para el espionaje franquista. Todos estos materiales eran tan burdos que el tribunal que juzgó a los dirigentes del POUM en 1938 los descartó sin la menor vacilación. Sin embargo, durante muchos meses sirvieron para alimentar la infame campaña de denigración de los estalinistas y fueron recogidos y comentados en un libro que se publicó en varios idiomas, Espionaje en España (67), y que fue distribuido profusa y gratuitamente en España y en el extranjero. Ese libro pertenece a la literatura estalinista que ya nadie recuerda y que fue enterrada después del XX Congreso del Partido Comunista de la URSS. Sus autores no se atrevieron a descubrirse y utilizaron el seudónimo de Max Rieger. Ahora bien, tuvieron la habilidad de publicarlo con un prólogo del escritor católico José Bergamín (68).

La detención de Nin y de sus compañeros suscitó una gran campaña de protesta dentro y fuera de España. En nuestro país, los militantes del POUM y de la JCI cubrieron los muros de las ciudades con letreros que decían: “Gobierno Negrín, ¿dónde está Nin?”, interrogante que se formulaban millares y millares de trabajadores y de soldados que combatían en los frentes. Al cabo de unos días, los dirigentes estalinistas reaccionaron y ordenaron a su policía que escribiera debajo de dichos letreros: “En Salamanca o en Berlín”. Nin se encontraba en una prisión particular de Alcalá de Henares, en manos de la GPU. A comienzos de julio salió el primer periódico clandestino del POUM, Juventud Obrera, órgano de la Juventud Comunista Ibérica, en el que se denunciaba la represión y se reclamaba la liberación inmediata de Nin y de todos los militantes detenidos. Poco después, La Batalla se incorporaba a la campaña. Algunas semanas más tarde, en un mitin celebrado en el Olimpia de Barcelona el 21 de julio, Federica Montseny, dirigente de la CNT, reclamaba que se explicara dónde se encontraban Nin y los demás dirigentes del POUM. Por su parte, los periódicos anarcosindicalistas, en particular los de Madrid, exigían explicaciones al gobierno y a los dirigentes comunistas.

En el extranjero, la campaña tomó vastas proporciones. En París, se formó un “Comité de Defensa de Nin y los presos del POUM” por iniciativa de Víctor Serge y Marceau Pivert y con la colaboración de numerosos intelectuales de izquierda y varias organizaciones obreras. Una delegación de dicho comité se presentó en la embajada de España. Un diplomático prometió “garantías de justicia” para todos los detenidos, pero cuando se planteó el caso de Nin añadió “con un pequeño gesto desesperado” (según el testimonio de Víctor Serge): “En cuanto a Nin…”. Sus interlocutores preguntaron: “En cuanto a Nin… ¿qué?”. El secretario de embajada contestó: “Nada, nada, no sé nada, no puedo decir nada.” El aviador socialista Edouard Serre, en aquel momento director de “Air France”, que había prestado buenos servicios a la República Española y a los rusos, más expeditivo, se trasladó a la embajada de la URSS para pedir que se salvara a Nin. A su regreso explicó al Comité de Defensa que el embajador, Suritz, le había recibido muy bien y le había comprendido perfectamente. Le aconsejó: “Redacte enseguida un breve informe, lo transmitiré” (69).

En cuanto supo la detención de Nin, Víctor Serge escribió en sus Carnets: “He comprendido enseguida que Andrés, detenido, estaba perdido (la psicosis de los rusos).” Evidentemente, no se trataba de psicosis, sino de las consecuencias de una cierta experiencia de los métodos estalinistas. Nin no era simplemente secretario político del POUM. Era también el ex-secretario general adjunto de la Internacional Sindical Roja, el compañero y amigo de Lenin, Trotsky, Zinoviev, el ex-dirigente de la Oposición de Izquierda rusa, el bolchevique en una época en que los dirigentes bolcheviques eran detenidos y asesinados en la URSS. No era pura casualidad que Nin hubiera sido detenido en el mismo mes en que Tujachevsky y el Estado Mayor del Ejercito Rojo eran fusilados como “agentes de Hitler”. El terrible presagio de Víctor Serge iba a confirmarse muy pronto pese a que la campaña internacional se extendía y a que varias delegaciones obreras extranjeras llegaban a España para tratar de salvar a Nin.

Después de su detención Nin fue trasladado a Valencia y de allí a Madrid y Alcalá de Henares. Treinta y tres años después de su muerte, no sabemos todavía cómo fue asesinado ni dónde fue enterrado. Han circulado muchas hipótesis sobre el particular, pero nadie ha aportado pruebas absolutamente convincentes susceptibles de confirmarlas (70). Hasta el presente, sólo Jesús Hernández, miembro del buró político del Partido Comunista de España y ministro de Instrucción Pública durante la Guerra Civil, ha dado una versión que merece ser tomada en consideración en su libro Yo fui un ministro de Stalin. Según Hernández, “Orlov y su banda secuestraron a Nin con el propósito de arrancarle una confesión voluntaria en la que debería reconocer su función de espía al servicio de Franco. Expertos los verdugos en la ciencia de quebrar a los prisioneros políticos, en obtener espontáneas confesiones, creyeron encontrar en la enfermiza naturaleza de Andreu Nin el material adecuado para brindar a Stalin el éxito apetecido” (71). Pero el plan fracasó. Nin resistió increíblemente. Las bárbaras torturas que le aplicaron no le llevaron al desplome moral y físico de algunos de los más destacados colaboradores de Lenin (72). Murió sin claudicar, fiel a las ideas y a las convicciones que había defendido durante toda su vida de revolucionario.

Jesús Hernández asegura que el comandante Carlos (Vittorio Vidali, senador comunista por Trieste [fallecido en 1983]) propuso el plan que la GPU aplicó seguidamente: “Simular un rapto por agentes de la Gestapo camuflados en las Brigadas Internacionales, un asalto a la casa de Alcalá, y una nueva desaparición de Nin. Se diría que los nazis lo habían liberado, con lo cual se demostrarían los contactos que Nin tenía con el fascismo nacional e internacional” (73). La verdad es que la prensa estalinista dio una versión de este tipo, versión que nadie creyó. Hernández agrega que unos días después del crimen, los agentes de Stalin en España (Stepanov, Togliatti, Codovila y Gerö) transmitieron un mensaje a Moscú en el que se leía: “Asunto A.N. resuelto por procedimiento A.”(74).

Sea como fuere, lo cierto es que la resistencia de Nin a sus verdugos desarticuló los planes de la GPU y de sus colaboradores españoles. Una confesión de Nin habría creado una situación dramática para el POUM y sus dirigentes encarcelados. Sobre esa base, se hubiera podido operar como en la URSS y mostrar al mundo que en España también había traidores trotskistas y que éstos reconocían sus crímenes. En el fondo la operación contra Nin y el POUM era una tentativa de justificar a posteriori los procesos de Moscú. Pero gracias al sacrificio heroico de Nin, no pudo montarse en España un proceso de Moscú. Los dirigentes del POUM se presentaron orgullosamente ante el tribunal, colocaron a la cabecera del banquillo de los acusados un ramo de flores en homenaje a Nin, rechazaron vigorosamente todas las acusaciones calumniosas del fiscal y defendieron con energía su honor de revolucionarios. El tribunal no tuvo más remedio que retirar las acusaciones de espionaje. La sentencia que dictó, en la que se reconocía explícitamente la personalidad revolucionaria del POUM y de sus dirigentes, no pudo ser publicada porque lo prohibió… la censura del gobierno Negrín.

El asesinato de Andreu Nin y la represión contra el POUM suscitaron una inmensa conmoción en España y en el mundo entero. Las fuerzas revolucionarias del mundo y los escritores de izquierda más prestigiosos se solidarizaron con las víctimas y los perseguidos. En varios países se publicaron folletos y libros sobre el drama y entre ellos merece destacarse el Homenaje a Cataluñadel escritor inglés George Orwell. León Trotsky, que había sido particularmente injusto en su polémica con Nin y que, a su vez, iba a sucumbir tres años después por orden de Stalin, declaró el 8 de agosto de 1937: “Nin es un veterano e incorruptible revolucionario. Defendía los intereses del pueblo español y combatía a los agentes de la burocracia soviética (…). Éste es su único crimen. Y lo pagó con su vida” (75). Marceau Pivert dijo que Nin era “el símbolo de la Revolución Española sacrificada a los cálculos imperialistas del Este y del Oeste” (76). En 1954, Albert Camus escribió que “la muerte de Andreu Nin señala un viraje en la tragedia del siglo XX, que es el siglo de la revolución traicionada” (77). El viejo revolucionario francés Pierre Monatte nos dijo en una ocasión que estaba convencido de que Nin sería un día uno de los “símbolos más puros del renacimiento del socialismo en España”. Ese día se acerca a pasos agigantados.

Pocos meses antes de su asesinato, en el mitin organizado por la Juventud Comunista Ibérica en el Price de Barcelona, Nin dijo con asombrosa lucidez: “Porque recordamos la tradición revolucionaria del leninismo, se nos quiere eliminar como se elimina en Moscú a la vieja guardia bolchevique. Entre la campaña de calumnias de aquí y la campaña de calumnias de Moscú hay una íntima ligazón. Se destruye físicamente a los bolcheviques. Se proyecta nuestra destrucción física porque somos fieles a la revolución. Pero se engañan los que así piensan” (78). La verdad —que para Nin era tan revolucionaria como para Gramsci, su camarada y amigo en Moscú y en la clandestinidad italiana— no ha triunfado todavía, pero se ha ido abriendo paso dolorosamente en la URSS, en las democracias populares y en España. Las fuerzas que estaban en pleno ascenso en los años treinta y cuarenta, el fascismo y el estalinismo, han sido destruidas o se encuentran en el ocaso. La propia dictadura franquista se descompone a ojos vista.

Andreu Nin, militante y escritor marxista, nació en Cataluña, se formó en la URSS y en el movimiento revolucionario internacional, consagró todo su aliento y todas sus fuerzas a la causa de la revolución española y murió en Alcalá de Henares, firme e inflexible ante sus verdugos, que eran los de toda una generación de combatientes intrépidos por la causa del socialismo. Cuando murió sólo tenía 45 años. Había dedicado los mejores veinticinco años de su vida a la clase trabajadora. Su vida, su obra y su muerte constituyen un ejemplo de fidelidad, de dignidad y de coraje para la nueva generación revolucionaria que se yergue por doquier contra todas las formas de explotación y opresión.
fuente: Fundación Andreu Nin

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