Mario. R. Fernández
Los políticos, elegidos o designados, son administradores públicos con responsabilidad de estado en todos sus niveles. Son también representantes de la gente del lugar, territorio o país en el que ejercen cargos. En el mundo occidental hoy, sin embargo, los políticos no actúan generalmente como deberían, y muchos han regresado a su más denigrante procedencia, que es histórica, a un servilismo absoluto a los ricos y sus instituciones y al imperialismo.
Cuando la tenencia de la tierra era básica y la más importante forma de riqueza, y toda la política era la del templo y del palacio, los pueblos estaban a merced de ambas instituciones -que a veces trataban de ser justas en términos conservadores.
No existía alternativa ideológica ni siquiera en apariencias (como más tarde los políticos representaron para justificar su existencia aun servil). Luego, en Atenas y en Roma, eran los dueños de la tierra quienes decidían quienes podían votar y ser elegidos y el dominio de la política estaba mayoritariamente en manos de terratenientes. Este marco dominó hasta principios del siglo 19. Es en el siglo 19 que comienza la Revolución Industrial en Europa y Norteamérica y para entonces la mayoría de los políticos comienzan a obedecer a nuevos amos, que son los dueños de la industria y de las instituciones financieras.
La oposición al dominio de unos pocos se manifiesta siempre, desde la Edad del Hierro; por cortos periodos de tiempo los pueblos se levantan. El más notable levantamiento en tiempos preindustriales fue la Revolución Francesa de 1789 donde se llegó a consolidar incluso una Asamblea Nacional por tres años, aun cuando la revolución misma existió por diez años. Eventualmente la monarquía es restaurada en Francia en 1814.
Junto con la constitución de los Estados Unidos de 1776 son parte de lo que los liberales denominan “nacimiento de la democracia
liberal.” En la denominada democracia liberal de Estados Unidos los políticos cumplían un papel público y a la vez vivían en completa subordinación a los ricos, a veces siendo ellos mismos ricos.
En la industria, las minas y el transporte los trabajadores comienzan a jugar un rol activo en la política que, si bien no se refleja en los gobiernos ni en los parlamentos, ejercen con sus luchas alguna presión sobre los dueños del poder y del dinero. Emergen entonces algunos debates y salen a luz algunas preocupaciones del cuerpo político de mediados del siglo 19, en especial en el área social, de las familias y en el área de la vivienda en ciudades industriales. Asuntos que se notan más relevantes en Estados Unidos al finalizar la guerra civil en 1865 que dejó horrorizada a la sociedad en general por el tipo de masacres que se vivieron durante esta guerra. Algo similar sucedió en Europa en 1871 debido al levantamiento de la Comuna de París, que, aunque derrotada sangrientamente instaura un precedente de las luchas por venir.
Se vive un capitalismo industrial que abarcaba pequeñas, medianas y grandes fábricas y que para 1873 enfrenta una depresión económica que ataca particularmente a la clase trabajadora. Pasan un poco más de tres años y los ricos comienzan a vociferar desde sus medios que el mundo occidental vive una gran recuperación económica, una segunda revolución industrial, se trata de promover la inmigración de millones de europeos hacia Estados Unidos y Canadá principalmente para contar con las manos de hombres, mujeres y niños trabajadores que han de ser explotados. Se aplica en Estados Unidos la política del “laissez faire” que significa permitir que el liberalismo económico devore la sociedad entera, tal y como seguidamente sucede.
Durante los años 1877 y 1896 en Estados Unidos el liberalismo extremo que se llama históricamente “Gilden Age” (Edad Dorada) subordina a los políticos al total servilismo al poder del dinero, a ellos se unen el poder judicial, administrativo y militar. Los capitalistas infectan la sociedad toda con sus “trust” monopólicos, en cada rincón domina la corrupción en las esferas privadas y en las públicas. Los ricos daban órdenes a los políticos, pero además los vigilaban; los ricos viven su paraíso de “total libertad” y así lo llaman pues esta es siempre su máxima aspiración: libertad total para asfixiar con sus serviles la sociedad toda. Esta imagen se nos hace familiar porque es la realidad que vivimos en estos días.
A finales del siglo 19, no había el mínimo debate político en los parlamentos, pero fuera de ellos y a pesar de lo adverso que todo era existía el concepto de que los ricos era deplorables y se los caricaturizaba como cerdos, groseros e insaciables.
Incluso se da un nivel de lucha audaz de parte de los trabajadores que incluye mujeres obreras y madres de niños también explotados, todos enfrentan creciente empobrecimiento debido en particular a los abusos en la renta, los bajos salarios y la falta de protección alguna por parte del estado. Los gobiernos promovían expansión agrícola a partir del genocidio a aborígenes y colonización del oeste, en ambos Estados Unidos y Canadá, algo que también sucedió en Suramérica, buscando siempre crecimiento económico y desahogar las ciudades de pobres. En tiempos de la “Edad Dorada” los políticos son inútiles mientras que las iglesias cristianas solidarizan con los trabajadores y sus familias, denuncian las terribles condiciones de vida en las ciudades y crean programas de ayuda directa. Eventualmente esta solidaridad se politiza en el “Social Gospel” (Evangelio Social).
En los primeros años del siglo 20 el liberalismo y conservadurismo occidental no pueden sino concientizarse un poco sobre los problemas socioeconómicos causado por el dominio casi absoluto de los ricos. Aumenta el temor a levantamientos y movimientos obreros organizados que pongan en peligro el orden establecido.
Emergen sindicalistas socialistas y anarquistas en la política y también reformistas de varios orígenes, y aunque nunca fueron mayoritarios en Norteamérica tuvieron relevancia en Europa y en América Latina. La Primera Guerra o la Gran Guerra de 1914 baja, en alguna medida, la intensidad de las luchas sociales y divide el movimiento anticapitalista, entre quienes mantienen una posición clasista y quienes son persuadidos por la propaganda y creen en la prioridad nacional o “patriota” y se enrolan en la guerra.
Finalizada la Primera Guerra Mundial, occidente queda impactado por la horrenda destrucción y muertes de 20 millones de seres humanos, más de 8 millones de caballos, mulas y burros usados en tácticas y estratégicas convencionales en terreno frente a la nueva máquina de guerra industrializada. Otro impacto importante es la Revolución Rusa, evento único en la historia que viene a desafiar por primera vez a los dueños de la riqueza. El aparato político de los ricos tiene que rearmarse con nuevas alternativas a su pesar, debido a las incesantes huelgas y reivindicaciones de clase. Pronto comienza, en 1929, la Gran Recesión económica que en muchos lugares dura hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial en 1939 con secuelas de sufrimientos horribles para los pueblos.
Organizaciones socialistas, comunistas y progresistas obtienen importante representación en los parlamentos de Europa, América Latina y en menor medida en Canadá, mientras que en Estados Unidos la antidemocracia del bipartidismo oligárquico implanta el individualismo y la superchería religiosa al tiempo que aplica represión y manipulación a los sindicatos. En Estados Unidos las reformas parten del propio ejecutivo, el “New Deal” del presidente Franklin D. Roosevelt en 1933 impacta a otros países creando el Estado de Bienestar Social, que muchos políticos oportunistas del congreso usan para ser reelegidos.
Canadá cuenta con baja representación de trabajadores en el parlamento federal pero los pocos que existen son dignos, consecuentes y modestos que presentan importantes proyectos en favor de su pueblo valientemente. En octubre de 1927, por ejemplo, cuando el gobierno liberal (de la oligarquía) no tiene mayoría para sostenerse J.S. Woodsworth líder del Independent Labour Party, pequeño partido socialista con apenas cuatro miembros elegidos, acepta asegurarle mayoría a cambio de que los liberales apoyen la propuesta de ley del líder socialista, llamada “Old Age Pension Act” (Acta de Pension a la Vejez para mujeres y hombres) en favor de los trabajadores retirados, importante primera legislación de bienestar social en Canadá.
No todo fue participación y compromiso político en los tiempos más relevantes de su historia, antes y después de la segunda guerra mundial, los políticos eran un poco más independientes de los ricos debido al espacio que había creado la influencia soviética en el mundo con su resistencia y triunfo sobre el nazismo durante la guerra. Igual había corruptos, farsantes y oportunistas, y entre estos figuran quienes en 1951 se llaman descaradamente Internacional Socialista, que algunos prefieren llamar Socialdemocracia, y que no tienen nada de los socialistas de los años 30, pero que usaron la demagogia del socialismo democrático para capturar votos haciéndose pasar por protectores del Estado de Bienestar Social -de Suecia a España, promueven la sumisión al sistema y se llaman posmodernos porque permiten la pornografía, un negocio que cosifica a las mujeres. Y quienes finalmente se muestran tal y como son entre 1980 y 1990 cuando junto a los sindicatos donde influían abrazan definitivamente el neoliberalismo.
En los años 80 del siglo 20 se impone nuevamente el soñado proyecto de los ricos que no solo se basa en un totalitarismo económico privatizador (mal llamado mercado libre) sino que se focaliza en eliminar el pensamiento crítico en la educación, desprestigiar la palabra política y todo lo político, incluso al estado que presenta como incapaz, derrochador, ineficiente. Convierte los centros de enseñanza que sirven de debate sobre asuntos sociales y hasta la televisión, en shows de farándula y denigraciones, mientras el político como sujeto en occidente
vuelve a su papel de servil incondicional al dinero y sus instituciones. El ejecutivo y los parlamentos son hoy lugares de lucimiento personal donde políticos muy bien remunerados se pavonean en discusiones sin trascendencia. Liberales con sus clichés sobre ecología, energía alternativa, humanismo, derechos de género; por otro lado, los fascistas con camino fácil sin tanto fingir que declaran su intención de comer y castigar gente, muestran agresividad y maldad sin límites. Ambos obedeciendo un solo amo: dinero y poder, una parodia preparada con mucha propaganda y un monto de confusión que tornan las narrativas en la torre de Babel.
Algunos parlamentos o concejos locales tienen algún político elegido como diferente que esta lamentablemente destinado al rincón de penitente y si alguno llega que es verdadero y ocupa algún poder se desatan contra el/ella los poderes del mal.
En Europa y Norteamérica el asunto de los políticos en todos los niveles está consumado, no solo la gran mayoría es homogénea con el asunto de la guerra en Ucrania, sino que la disidencia es peligrosa. Por otro lado, en América Latina el asunto es más complicado para el imperialismo porque existen países que no están sometidos a su totalitarismo, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, son verdaderos fenómenos de la política actual. El resto es obediente y adulador, algunos gobiernos por allí son excepciones dignas como México y Honduras y tratan de ser solidarios con la verdad.
El imperialismo y las oligarquías nacionales en América Latina hacen lo de siempre: si los pueblos eligen un proyecto que los representa lo desprestigian y trata de ahogarle descaradamente, de no logar que caiga usan el parlamento si es comprable (casi siempre), acusan al ejecutivo y se consuma el golpe de estado. Si esto no se puede hacer entonces siempre están las fuerzas armadas, por ejemplo, Bolivia en noviembre del 2019. El golpe de estado cuenta siempre con otros países involucrados y políticos latinoamericanos vendidos que prontito declaran insolentemente en favor del golpe condenando al presidente depuesto, como fue el caso de Perú y el derrocamiento de Pedro Castillo en diciembre del 2022. Castillo, un maestro de educación básica, hombre digno, está todavía encarcelado en un centro militar y entre los políticos que le condenaron está el presidente de Chile Gabriel Boric, liberal converso de mucha pose y pocas luces rodeado de un sequito femenino y masculino que usan sus puestos políticos para hablar necedades clasistas y racistas, y entre ellos están los comunistas chilenos que como los comunistas uruguayos fueron tragados por el embudo neoliberalista. El candidato y ahora presidente de Brasil, Luis Lula da Silva, preferido de la actual administración estadounidense, Joe Biden, lleva rótulo de líder de izquierda, aunque nadie sabe ya por qué. Lula tampoco se destaca por ser solidario con sus pares latinoamericanos. Se trata de políticos fantoches que ni siquiera mencionan las atrocidades que viven sus pueblos, campesinos y activistas de derechos humanos por ejemplo en Colombia y Guatemala entre otros.
Fuera de los países no sometidos al imperialismo y alguno del Caribe ningún político latinoamericano dice una palabra de aliento, menos de denuncia o solidaridad, al pueblo de Haití que es víctima de la pobreza, opresión y crimen que le han impuesto Estados Unidos, Canadá y Francia simplemente porque así lo desean y lo pueden hacer, colonialistas ayer, hoy y siempre.
Hoy los políticos se han convertidos en verdaderos parásitos serviles a los ricos y sus corporaciones igual que eran hace 120 años en todo occidente. La diferencia es que hoy, aunque se paran muy acicalados en un ridículo debate inventado por los bufones del norte como show, la realidad los deja afuera. Los únicos héroes para el sistema son los CEO (director ejecutivo de corporación) que hacen el mal público para beneficio corporativo, piratas modernos. El sindicalismo activo no existe, más
bien muchos son vendidos, hay muy pocos verdaderos. El movimiento social esta generalmente despolitizado y tiene corta vida, hay una desmembración social y comunitaria causada por el individualismo consumista extremo. Hay muy limitado número de instituciones filosóficas y religiosas que solidaricen con los pobres y marginados. La imagen misma del rico en toda la prensa es favorable, las redes sociales (o antisociales) deshumanizan y aumentan la estupidez y la ignorancia.
Igual existen grupos organizados que alientan y defienden su colectividad, barrio, rio, bosque, espacio, fuente de agua, lugar de vida, y que valientemente se paran al frente con su lucha aprovechando el discurso “oficial y falso,” sobre cuánto les interesa el medio ambiente, la naturaleza y los pueblos originarios.
Desde la caída de la Unión Soviética el político y su traición ideológica tuvo chipe libre y es presentado aun hoy como de izquierda, aunque lo que busca es votos y tan pronto los obtiene se zambulle en la derecha sin siquiera justificarse por el giro.
El cinismo es tal que estos políticos parecen surrealistas, pero son reales, mentirosos nada más. Vivimos en sociedades antidemocráticas, donde solo existen imágenes y números de una minoría, corrupción generalizada, sin principios éticos y sin solidaridad, con una clase media cómplice de la élite, a veces fascista e ignorante de su propio destino. Todos flotamos en una economía especulativa e insegura, en medio del complejo dilema de la crisis ecológica en particular para las nuevas generaciones, los trabajadores y los pueblos desamparados. Aunque no tenemos idea sobre la existencia de fuerzas ocultas y rebeldes que con audacia y organización puedan resurgir un día.