por Jano Ramírez
La reciente escalada entre Israel e Irán reavivó el temor a una guerra abierta en Medio Oriente con consecuencias globales. Misiles cruzando fronteras, amenazas nucleares veladas y la región al borde del abismo. Sin embargo, hasta ahora, la guerra total fue evitada. Pero el peligro no ha desaparecido, la lógica que empuja a este conflicto no es ocasional, es estructural, y responde a un sistema en decadencia que necesita sangre, caos y enemigos para mantenerse en pie.
Lo que presenciamos no es una serie de eventos aislados. Gaza arrasada, Ucrania destrozada, África militarizada, Asia en tensión, el Pacífico vigilado. Es un mismo conflicto, con múltiples frentes, el colapso del orden mundial surgido tras la Segunda Guerra Mundial, dirigido por Estados Unidos, y la aparición de nuevos bloques que disputan la dirección del capitalismo global. Dos polos enfrentados, ambos armados hasta los dientes, dispuestos a llevarse el planeta por delante antes que perder su lugar.
En ese mapa de guerra permanente, Israel juega un papel privilegiado. No es solo un Estado, es una herramienta estratégica, una avanzada militar con estatus de impunidad. Ya en 1986, Joe Biden (entonces senador) decía. “Si Israel no existiera, Estados Unidos tendría que inventarlo.” Esa frase no fue una metáfora, fue una confesión. Israel actúa como un portaaviones nuclear terrestre, al servicio de los intereses imperiales en Medio Oriente.
Esa relación lo explica todo. Mientras Irán es perseguido por un supuesto programa nuclear (sin pruebas contundentes hasta hoy), Israel posee un arsenal atómico real, jamás declarado, y se niega a firmar el Tratado de No Proliferación. Nadie lo sanciona, nadie lo inspecciona. El doble estándar no es accidental, es funcional a una estrategia que necesita enemigos y justificaciones permanentes para intervenir y dominar.
Peor aún, el caos no es solo consecuencia, es táctica. Durante décadas, Israel permitió que creciera Hamás para dividir al pueblo palestino, debilitando a quienes apostaban por una salida política y unitaria. Luego, ese mismo grupo sirvió como excusa para bombardear Gaza y justificar el exterminio. No es un caso aislado, Estados Unidos armó a los muyahidines, fortaleció a Saddam, negoció con Irán en los 80 y hoy lo amenaza. Se fabrican monstruos para luego destruirlos y capitalizar la ruina.
Este mecanismo se repite, crear enemigos, sembrar el miedo, desatar la guerra, saquear lo que queda y reconstruir con sus empresas. No es un error, es el motor de un sistema que se alimenta del desastre. Cada bomba es un negocio, cada cadáver una cifra en la bolsa. La guerra no es el fracaso de la política, es la política del capital cuando todo lo demás ya no le sirve.
La guerra entre Israel e Irán, su potencial expansión, y la parálisis internacional frente al genocidio en Gaza, no se explican solo con geopolítica o religión. Son el reflejo de un sistema que no puede ofrecer futuro, solo destrucción. Hoy se contuvo una guerra abierta, pero el fuego sigue bajo la superficie, porque el capitalismo ha entrado en una etapa donde la barbarie es su única garantía de supervivencia.
La humanidad no enfrenta solo una crisis. Enfrenta una encrucijada. O construimos una salida por abajo, desde los pueblos, con organización y lucha internacional, o la barbarie será la nueva normalidad. Y ya no será solo en Medio Oriente, será en todo el planeta.
¿Y cómo se lucha contra esa barbarie? Porque hasta lo que yo entiendo con carteles no se ha ganado. Para mi la lógica es bastante simple, el que ha hierro mata, a hierro debe morir. Muchos dicen que hay que levantar una alternativa, ¿Una alternativa pacifista, para que se sigan riendo?. Si van a seguir hablando cien años más, para cuando se vengan a dar cuenta ya el «país del Norte» habrá terminado con la mitad de la humanidad, y se habrá adueñado de toda América. O esperamos como corderos el matadero, o nos organizamos como lobos en resistencia. Porque la barbarie será para todos. No olvidar que todos somos mortales.