por Franklin Machiavelo
Cuando Estados Unidos e Israel bombardean a Irán y masacran al pueblo palestino, no solo están atacando territorios lejanos. Están desatando una guerra contra todos los pueblos del mundo, especialmente contra los trabajadores, los humildes, las mayorías explotadas que día a día luchan por sobrevivir.

El alza inmediata del precio del petróleo y los alimentos no afecta a los ricos ni a los que dirigen las guerras desde despachos blindados. La paga el pueblo: los que toman micro para trabajar, los que cocinan con gas, los que ven cómo sube el pan y desaparece el salario. La inflación se vuelve un castigo que nos golpea sin tregua. Cada misil que cae en Gaza o Teherán es una moneda que nos roban del bolsillo a los de abajo.

Cada guerra que lanza el imperio es también una excusa para militarizar nuestras vidas, para llenar las calles de policías, para acallar las voces disidentes. Quienes se atreven a solidarizar con Palestina son vigilados, perseguidos, silenciados. Se criminaliza la empatía, se prohíbe la compasión, se castiga la conciencia.

Los fabricantes de armas sonríen mientras los cuerpos de niños y niñas son enterrados bajo escombros. Las grandes potencias violan el derecho internacional y nadie responde. La ONU, impotente. Los gobiernos del mundo, cobardes o cómplices. Y los pueblos… con el alma desgarrada, pero todavía de pie.

El dolor no tiene pasaporte. Lo que ocurre en Medio Oriente resuena en América Latina, en África, en los barrios olvidados del mundo. Porque la guerra del imperio no es solo contra Irán o Palestina: es contra todo pueblo que se atreva a ser digno, libre y rebelde. Los refugiados que huyen, las madres que lloran, los jóvenes asesinados, son el rostro humano de una tragedia que busca aplastarnos a todos.

En medio del horror, nace la dignidad. Marchas en todo el planeta, pueblos que alzan la voz, organizaciones que se articulan, juventudes que despiertan. Se levanta una solidaridad que no se puede bombardear. Porque aunque intenten arrasar la esperanza con drones, la conciencia no se mata.

No solo está en juego el destino de Palestina o Irán. Está en juego el futuro de nuestros hijos, el derecho a vivir sin ser súbditos de potencias asesinas, la posibilidad de construir un mundo justo. Quieren que miremos hacia otro lado. Que aceptemos la guerra como rutina. Que creamos que esto no nos toca. Pero sí nos toca. Y nos duele.
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> Porque cuando un pueblo es atacado, todos los pueblos somos heridos. Porque si permitimos que la barbarie se imponga allá, terminará arrasando también nuestras tierras, nuestras luchas, nuestras vidas.
¡Es hora de gritar con fuerza que esta guerra no es solo contra Irán y Palestina! Es la guerra contra los pueblos del mundo. Y los pueblos tienen derecho a resistir.
Resistir, bonita palabra, pero cómo? Las palabras no matan, y los carteles no detienen la masacre. O acaso ustedes creen que el asesino de niños, y el que se cree emperador del mundo van a tomar conciencia y parar la guerra cuando escucha las consignas? Se ríe mientras miles mueren por su culpa. La resistencia debe ser tal y como se enfrenta el hambre cada día, con valentía, con astucia, con audacia, con organización, con decisión, sin miedo, con convicción. Aquel que piensa que las palabras bastan para cambiar este sistema está tan equivocado como Trump. Dar la otra mejilla no es propio de pueblos dignos. No tenemos la fuerza del enemigo, pero si tenemos la experiencia, la memoria, la inteligencia, y la creatividad . ¿o no? Recuerden, chanclitas le volaron el vota guiso a los gringos en un desierto lleno de alimañas más que gente.