Felipe Portales
La política autoritaria y represiva -y finalmente conservadora- del gobierno de Alessandri se expresó también
en la educación. Así, en su Mensaje al Congreso Nacional de junio de 1922 señalaba: Es mi deseo que la
instrucción se subordine a un pensamiento y una orientación únicas (…) Hay que levantar la enseñanza cívica a
la altura de un verdadero sacerdocio para dar a cada hombre una gran eficiencia social (…) Es igualmente
necesario atender con esmero la enseñanza manual y económica para dotar al niño de un arma que haga de él
un guerrero afortunado en la batalla de la vida. La falta de aptitudes para triunfar en la lucha económica por la
existencia, es uno de los factores que más poderosamente influyen para engendrar esos espíritus inquietos,
predicadores de utopías contrarias a la tranquilidad social. Propender a formar hombres que representen la
estabilidad, el orden, la paz, el bienestar y el progreso social, es la más alta de las funciones que corresponde al
educador, y el gobierno, llamado por la Constitución Política del Estado a prestar atención preferente a esta
elevada función pública, cumple un deber en esta ocasión solemne al hacer un llamado a todos los misioneros
de esta gran cruzada a quienes la confianza nacional ha encargado la noble y patriótica tarea de formar el alma
ciudadana y de sembrar en los espíritus los ideales fecundos de progreso y de futura grandeza para nuestra
patria” (Recuerdos de Gobierno, Tomo I; Edit. Nascimento, Santiago, 1967; pp. 222-3).
En sus Memorias, Alessandri recuerda también que como Presidente “me di tiempo para conferenciar con don
Claudio Matte, Presidente del Consejo de Enseñanza Primaria (…) sobre la necesidad de eliminar de la
enseñanza pública la politiquería e incrustar en el espíritu de los niños la noción del deber y el amor a la patria,
desarrollando ante todo y por sobre todo los preceptos de instrucción cívica (…) Desgraciadamente, existían en
el magisterio elementos que, lejos de educar e inculcar deberes en el alma de sus alumnos, destilaban veneno
y odios, tratando de formar prosélitos de doctrinas dañosas para la conservación social y sin preocuparse de
atenerse al sagrado deber de formar ciudadanos aptos para labrar la felicidad de la patria y el bienestar de sus
conciudadanos” (Ibid.; p. 192).
Asimismo, Alessandri maniobró en contra de la Federación de Estudiantes de Chile (FECH), que en 1922, bajo
la presidencia de Eugenio González, llegó a exigir la renuncia del Rector, Domingo Amunátegui Solar, dado que
el Consejo de Instrucción Pública había acordado “prohibir las reuniones estudiantiles en los recintos de la
Universidad de Chile” (Luis Vitale.- Interpretación Marxista de la Historia de Chile, Tomo V; Edic. Lom, Santiago,
s/f; p. 286). Además, la FECH se declaró en huelga para que se reformulara la Universidad de Chile, en base a
los siguientes principios, aprobados en una asamblea el 20 de junio de 1922: “1.- Autonomía de la Universidad:
los consejos directivos deben ser la expresión de la voluntad libre de todos los universitarios, alumnos,
profesores y diplomados. Cada una de estas entidades deben tener en dichos consejos una representación
proporcional; 2.- Reforma del sistema docente: establecimiento de la Docencia libre; en consecuencia, la
asistencia de los alumnos a las cátedras debe ser libre; 3.- Revisión del método y del contenido de los estudios;
4.- Extensión Universitaria: vincularse a la vida social y atender a la difusión de la ciencia, de la filosofía y de las
artes, por medio de cursos libres y de conferencias especiales”. Además, la asamblea acordó que “las
aspiraciones de la juventud universitaria no se refieren sólo a obtener una amplia reforma de la universidad,
sino también de todo el sistema educacional del país y, en consecuencia, pedir la ayuda de todos los
profesores universitarios, secundarios y primarios” (Ibid.).
El Gobierno logró destruir el movimiento y Eugenio González fue expulsado de la Universidad, para llegar a ser
su Rector 40 años después (Ver ibid.; pp. 286-7). Y además, de acuerdo a Carlos Vicuña (en un libro escrito en
1928), “Alessandri (…) resolvió destruir la Federación. Intrigó astutamente para suscitarle una institución rival.
Se valió para ello de la complicidad de los reaccionarios, que odiaban a la Federación. Con el apoyo de aquellos
y el amparo del Gobierno, nació la Federación Nacional de Estudiantes, que los muchachos llamaron
agudamente la Federación Fiscal (…) y logró (Alessandri) (…) después de dos años de lucha, destruir
definitivamente la gloriosa institución” (La tiranía en Chile; Edic. Lom, Santiago, 2002; pp. 157-8).
Pero lo más revelador de los objetivos últimos de Alessandri fue una carta que le envió en 1923 a su
embajador en Brasil, el connotado político del Partido Conservador, Miguel Cruchaga Tocornal. En ella le
planteaba que su objetivo de separar la Iglesia del Estado –que logró con la Constitución de 1925- tendría una
importancia política fundamental para Chile. En ella “Alessandri le planteó que una pronta y amistosa
resolución de las querellas religiosas podía despejar el camino para un frente unido del centro y la derecha
chilenas contra los marxistas, el día en que estos llegaran a constituirse en serios contendores por el poder en
el país” (Brian H. Smith.- The Church and Politics in Chile. Challenges to Modern Catholicism; Princeton
University Press, New Jersey, 1982; p. 73). ¡Qué mejor anticipación de su segunda presidencia (1932-1938) en
la que los conservadores y liberales fueron sus bases permanentes de apoyo y en que su destinatario, Miguel
Cruchaga, fue su Ministro de Relaciones Exteriores entre 1932 y 1937!
Y también constituyó un signo muy ilustrativo de la voluntad represiva del Gobierno, el libro que publicó el
secretario de Alessandri, Arturo Olavarría Bravo, en 1923 (La Cuestión Social en Chile; Impr. de la Penitenciaría,
Santiago) donde se decía: “La huelga, el boicot y otros medios de resistencia que antes se empleaban en
ocasiones muy calificadas, pasan a ser el plato de cada día (…) el trabajo y la economía se resienten; el orden y
la tranquilidad social peligran gravemente, y el Gobierno, que tiene el deber fundamental de mantener el
orden público, se ve en la dolorosa y cruel necesidad de contener con mano de fierro los abusos de la política
obrera. Las masacres que por esta causa se producen, sirven de doloroso escarmiento a los exaltados y el
número de éstos empieza a disminuir considerablemente” (pp. 22-3). Y, como vimos, ¡ya se había producido la
masacre de San Gregorio!; y luego, bajo los gobiernos de Alessandri, vendrían las horrendas masacres de La
Coruña en 1925 y de Ranquil en 1934; además de la más conocida del Seguro Obrero en 1938…
Y, notablemente, Olavarría llegaría a ser ministro del Interior y de Agricultura bajo Aguirre Cerda; uno de los
fundadores y presidente de la Acción Chilena Anticomunista (ACHA) en 1946; y ministro del Interior y de
Relaciones Exteriores bajo Ibáñez. Y en 1962 publicó un libro en cuatro volúmenes (Chile entre dos Alessandri;
Edit. Nascimento, Santiago) donde se jactaba de la política fuertemente represiva en contra de obreros y
campesinos que había desarrollado como ministro del Interior en 1941. Particularmente, se enorgullecía de
haber eliminado las huelgas campesinas enviando a Carabineros a cada fundo en conflicto amenazando con
expulsar a los inquilinos de las haciendas que insistieran en seguir la huelga; procedimiento que “convertí en
sistema”; y “por cierto que no tuve necesidad de aplicar muchas veces” (Tomo I; p. 453). También se jactaba
de haber logrado impedir una huelga en la pampa salitrera ordenándoles “a los intendentes de Tarapacá y
Antofagasta para que detuvieran esa misma noche y en masa, a todos los dirigentes obreros que fueran
sorprendidos incitando a la huelga” y enviarlos “en el primer vapor que pasara rumbo al sur”. Así, “fueron
detenidos varias decenas de agitadores los que fueron embarcados con destino a Valparaíso y Santiago”, por lo
que “una ola de temor se extendió por los campamentos obreros de todas las oficinas (…) Según unos, habían
sido fondeados vivos en el mar, con enormes piedras atadas a los pies; según otros, se los había llevado a
Santiago, en donde serían encarcelados por largo tiempo (…) Al desembarcar los detenidos en Valparaíso
funcionarios del Servicio Social les manifestaron que no estaban detenidos. Cada cual cortó para su lado y yo
me vi libre del paro salitrero” (Ibid.; p. 506); Pero lo más impactante fue que se enorgullecía de haber
impedido una huelga ferroviaria nacional amenazando con detener a todos los dirigentes sindicales de obreros
y empleados ferroviarios y de obligar a todos los maquinistas a presentarse a sus puestos el día siguiente (“Si
había necesidad de arrancarlos de sus hogares y llevarlos amarrados, se haría sin vacilaciones”) y que “todo
maquinista que a la hora de itinerario no hiciera partir su tren, sería en el acto fusilado en el asiento de su
máquina”. Por cierto, en la mañana siguiente “todos los maquinistas llegaron apresuradamente a tomar
posesión de sus máquinas. Nunca, como ese día, los trenes corrieron con mayor regularidad en cuanto a
exactitud de los itinerarios” (Ibid.; p. 509)…
En 1923 la represión de Alessandri contra los trabajadores se acentuó en el norte, con la recuperación de la
actividad salitrera y las consiguientes demandas sociales de los mineros. En este sentido es muy ilustrativa una
nota confidencial enviada por el propio Alessandri al Intendente de Tarapacá, el almirante (R) Recaredo
Amengual, en respuesta a la preocupación de éste por la proyectada visita del entonces diputado comunista
Luis Emilio Recabarren a varias oficinas salitreras de la pampa y el rechazo a ello expresado por los industriales
salitreros: “Tienen el perfecto derecho los (industriales) salitreros de no permitir a Recabarren que dé
conferencias dentro de sus oficinas ni dentro de sus pertenencias, como puede cualquier habitante del país
arrojarlo a puntapiés si contra de su voluntad pretende introducirse por cualquier motivo a su casa particular
(…) La solución propuesta por US. parece la mejor anticipándole que hay conveniencia en evitar por todos los
medios posibles que Recabarren dé conferencias (…) Recabarren es el tipo más cobarde y malo que yo jamás
haya conocido. Agita a los obreros y se esconde como ocurrió en San Gregorio, en Santa Rosa y al pie de la
estatua de O’Higgins. A mí mismo me dijo que deseaba que los obreros sufrieran y que no se les mejorara su
condición para preparar y provocar la revolución social en que ni siquiera cree y lo hace sólo por lucrar con los
obreros (…) No tenga consideración de ningún género con Recabarren, trátelo con especial y efectivo rigor y
cuente con mi apoyo incondicional” (Julio Pinto y Verónica Valdivia.- ¿Revolución proletaria o querida chusma?
Socialismo y Alessandrismo en la pugna por la politización pampina (1911-1932); Edic. Lom, Santiago, 2001; p.
91).











