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Inmigración en Chile, un fenómeno que seguirá aumentando

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Chile busca un destino que hasta ahora resulta incierto, amén de incómodo para ciertos sectores de nuestra sociedad, pero vital para el desarrollo futuro

Arturo Alejandro Muñoz

El movimiento masivo de personas de un territorio a otro tiene inicios casi inmemoriales en la Historia de la humanidad. Las  causas que originan tales traslados son múltiples; hambrunas, crisis económicas, guerras, revoluciones, desastres naturales, sobrepoblación, etc.

Las primeras grandes migraciones se produjeron, más que posiblemente, hace veinte o treinta mil años desde la Anatolia (meseta central del Asia Menor) y África, hacia el oriente… hacia las estepas rusas y al estrecho de Behring, para cruzar al continente americano a la altura de Alaska y descender por él rumbo al sur. Fue una de las primeras oleadas de lo que la antropología propone como “los orígenes del hombre americano”.

En el caso de Chile, los migrantes pueden dividirse en tres categorías. La primera de ellas corresponde a los inmigrantes españoles que llegaron en calidad de invasores violentos: los hombres de Almagro, luego los de Valdivia y así sucesivamente: Hurtado de Mendoza, Muñoz de Guzmán, etc., que se instalaron –por la fuerza de las armas- en terrenos ocupados desde tiempos muy anteriores por la nación mapuche, habitante insigne de esos territorios.  

Otra categoría de migrantes corresponde a quienes fueron traídos desde Europa por un gobierno chileno (Manuel Montt, 1850) a objeto de colonizar y desarrollar  sectores de nuestro territorio que no resultaban ‘atractivos’ a nuestros compatriotas de entonces, en especial a latifundistas, enriquecidos mineros  y comerciante mayores, quienes eran, a no dudar, los dueños de un país que nacía y moría entre Copiapó y Concepción.

El trabajo de Vicente Pérez Rosales con los colonos alemanes (quienes deseaban huir de los estragos brutales de la revolución alemana de 1848-1849), ubicados finalmente en el sector sur de la bella tierra de la Araucanía (hoy, Valdivia, Osorno, Frutillar, Puerto Octay, Puerto Varas), da fe de esta inmigración planificada centralizadamente por el gobierno chileno, quien la calificó como un exitoso resultado de la “Ley de Inmigración Selectiva” del año 1845… sí, ”selectiva”, pues Pèrez Rosales se encargó de extender autorizaciones solamente a artesanos calificados.

No nos extrañemos ni creamos que ello fue un actuar típico del conservadurismo chileno, pues un siglo más tarde, nuestro inmortal vate, Pablo Neruda, realizó algo similar en la España del año 1939, trayendo a Chile, en el mítico vapor ‘Winnipeg’, a destacados artesanos e intelectuales españoles republicanos derrotados por las tropas franquistas.-fascistas en la sangrienta guerra civil que diezmó a la madre patria entre los años 1936 y 1939.

Hubo un momento, desgraciado y febril, en el cual nos correspondió a nosotros, chilenos, conformar masivamente una migración hacia territorios extranjeros. Ocurrió, como bien sabemos, con el sangriento y brutal golpe de estado cívico-militar del año 1973. ¿Existe información –que sea indesmentible- respecto al número de compatriotas que abandonó el país por ese motivo? Se habla de un millón de personas, cifra a todas luces exagerada, pero… ¿cuántos fueron, realmente, los chilenos que buscaron asilo, como migrantes obligados, en otras patrias?

Se supone (porque no hay estadísticas serias al respecto) que Suecia, Venezuela, México y Argentina fueron las naciones que recibieron el mayor número de compatriotas en ese tiempo difícil y oscuro. Sin embargo, los que habían sido dirigentes conocidos y públicos del gobierno de la Unidad Popular, optaron por asilarse en la RDA (República Democrática Alemana), Cuba, Inglaterra e Italia. Es lo que se sabe, pero no se ha podido certificar con exactitud. Queda claro que el exilio por motivos políticos cumple con menos requisitos que todos  los otros tipos de exilio. ¿Cuántos chilenos, carentes de calificación laboral significativa (técnicos, profesionales, obreros altamente calificados), llegaron a países del primer mundo y fueron recibidos sin mayores cuestionamientos oficiales?  Ese dato tampoco lo tenemos.

Pasaron los años, recuperamos la libertad y la democracia, los patroncitos de siempre, de ayer y de hoy, nos sumaron a contrapelo y regañadientes nuestros a un sistema ultra neoliberal, y ahora, una vez más, nos corresponde recibir a habitantes de naciones que arrastran severos déficits económicos, laborales, políticos….

Subsiste un  problema serio. Nuestra actual y vigente ley de inmigración es –aún- la misma que dictó la dictadura cívico-militar, quien estableció que era de principal preocupación para Chile prohibir el ingreso de cualquier persona que pudiese ser considerada “un peligro (ideológico, político) para nuestra nación”. Vale decir, puerta cerrada para quienes tuviesen pensamiento propio…y puerta abierta a todos los demás, independientemente que no tuviesen calificaciones laborales necesarias para el armonioso desarrollo de nuestro país, como exigen desde hace décadas los gobiernos de Canadá, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, y la mayoría de las naciones del Comunidad Europea que las cofradías dirigenciales políticas tanto admiran.

Nuestra directa participación en naciones económica y políticamente menos desarrolladas  que la nuestra, facultó la presencia de militares en misiones ‘de paz’ de la ONU. Haití fue uno de esos lugares. Allí, generales, coroneles, capitanes, diplomáticos, empresarios, aventureros, comunicadores y  políticos (compatriotas nuestros), se esmeraron en lenguajear ante los habitantes de Puerto Príncipe que Chile era la ‘nueva California’, la  tierra de las oportunidades en Latinoamérica. ¿Qué no fue así? ¿Y entonces, cómo pudo ponerse en marcha la masiva migración de hermanos haitianos a Chile, y no a Brasil, Argentina o Perú?  Buena interrogante, sin duda, que no se resuelve exclusivamente con el asunto de ausencia de visa como tarea exigible. .

Años después, el entonces presidente de Chile, Sebastián Piñera (y algunos de sus asesores y consejeros, como Cecilia Pérez y Pablo Longueira), deseosos de contar con migrantes derechistas para nutrir las listas de sus propias tiendas partidistas, invitaron a destajo a venezolanos anti Maduro, ofreciéndoles irresponsablemente (promesas falaces) una “vida digna y fructífera en Chile, donde habría trabajo muy bien remunerado para todos ellos”. Y fue así que a nuestro país llegó una voluminosa migración de venezolanos ultraderechistas, la mayoría de ellos sin calificación laboral efectiva y, además, con un número nada desdeñable de delincuentes y narcotraficantes.

Obviamente, el ‘negocio’ fue para el presidente llanero Nicolás Maduro, quien aprovechándose del iluso Piñera que deseaba convertirse en “líder regional”, supo liberarse de buena parte de la ‘grasa inútil, delictual, ultraderechista y violenta” que asfixiaba a ciertas ciudades venezolanas, como Caracas, Miranda y otras.   

“O el asilo contra la opresión”. Así reza nuestro himnos patrio, pero, ¿cuál opresión afecta a naciones hermanas como Perú, Colombia y Haití?  Colombia es un  caso digno de estudio, ya que miles de venezolanos huyen hacia ese territorio escabulléndole el trasero a las normativas del gobierno bolivariano de Nicolás Maduro. ¿Por qué entonces esos mismos colombianos desfilan –también por miles- hacia nuestro país, principalmente al norte grande, como Antofagasta e Iquique? Misterio misterioso. Huele a “programa CIA/Pentágono… ¿o a programa ‘Bilderberg’? 

Tal vez los dueños del universo (Bilderberg y las transnacionales) han llegado a la conclusión que en Chile (junto a Argentina), donde está la mayor reserva de agua dulce del planeta (glaciares y ventisqueros australes), se encuentra seguro y diáfano el porvenir de esta esfera celeste llamada Tierra.  

Algo grande, denso y relevante, parece escapar de nuestra capacidad de entendimiento.  O al menos de la mía. Pero, hay un hecho cierto, nuestra nación “aymara-mapuche-hispánica” <con bendita intromisión italiana (zona de la bella Capitán Pastene), alemana, palestina y coreana (barrio  Patronato  en Santiago),  china y peruana (en casi todo Chile), comienza a transformarse en la ‘tierra de las oportunidades’  para un gran volumen de hermanos latinoamericanos… e incluso de asiáticos, españoles y rusos.

¿Te extraña todo esto?  Para tu sorpresa, permíteme contarte que en el siglo diecinueve, y parte del siglo veinte, nuestra amada y querida Patagonia (Punta Arenas en medio de ella), para bien o para mal, fue poblada por aventureros, loberos, balleneros,  comerciantes y asesinos europeos que la construyeron –luego de exterminar brutalmente a etnias maravillosas como los kaweskar- convirtiéndola en lo  que hoy el mundo conoce. ¿Crees que Valparaíso y Coquimbo están muy lejos de ello? Si eso crees, simplemente no conoces tu nación ni su historia.

Definitivamente, somos un país de inmigrantes, desde la llegada de los mapuche desde Argentina a través de la cordillera, de españoles venidos de Castilla, Murcia y  vascongadas, así como alemanes, italianos, palestinos, coreanos, peruanos, bolivianos, colombianos y haitianos… hasta aquellos que podrían arribar en el futuro mediato si continuamos adscritos al  neoliberalismo salvaje que ofrece tarjetas de crédito y endeudamiento por tres generaciones a cambio del sometimiento a sus reglas, Chile buscará un  destino que hasta ahora resulta incierto, amén de incómodo.

Urge, entonces, una nueva, moderna, solidaria y democrática legislación sobre política migratoria. Es la tarea pendiente, con mayor razón en un mundo donde la capacidad de traslado, movimiento y elección laboral/social se encuentra en un punto tan alto que impetra consensos políticos al respecto.

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