Inicio Historia y Teoria El golpe de Estado en Chile: una historia para no olvidar

El golpe de Estado en Chile: una historia para no olvidar

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Soldados en un tejado frente al Palacio de la Moneda, la sede del Gobierno, de Santiago de Chile, el 11 de septiembre de 1973. AFP
Soldados en un tejado frente al Palacio de la Moneda, la sede del Gobierno, de Santiago de Chile, el 11 de septiembre de 1973. AFP

Publico.es

MARCOS ROITMAN ROSENMANN

SOCIÓLOGO Y ANALISTA POLÍTICO

Eran tiempos de Guerra Fría y los ojos del mundo se pusieron en Chile. Han trascurrido  cuarenta y siete del golpe militar que derrocase el gobierno constitucional de Salvador Allende y la Unidad Popular.  La experiencia chilena abrió la puerta a pensar en la posibilidad cierta de una  vía electoral y pacífica de transición  al socialismo.  Las nacionalizaciones,  expropiación de la banca, redefinición del papel del Estado, reforma agraria y el enfrentamiento con el capital trasnacional fueron el escenario donde el capitalismo se jugó el ser o no ser. El bombardeo al palacio presidencial el 11 de septiembre de 1973  fue clarificador: la burguesía, el imperialismo  y las clases dominantes  no compartían los ideales democráticos. Podían deshacerse de ellos en cuanto notaran que su poder se tambaleaba.   Su nueva propuesta se erigió sobre  la violación continua de los derechos humanos. Despolitizar, desideologizar y desarticular el movimiento popular fue la estrategia.  La tiranía  trasformo las estructuras sociales y de poder, favoreciendo el advenimiento de una  clase dominante articulada en los sectores financieros y especulativos que terminó  desplazando  a la burguesía desarrollista y su representación política. Nacía el neoliberalismo militarizado.

Mientras los partidos de la Unidad Popular fueron perseguidos, declarados ilegales,  sus bienes confiscados, militantes encarcelados y  asesinados,  la Democracia Cristiana y el Partido Nacional, gestores del golpe de Estado, se frotaron las manos y brindaron con champagne.  El orden constitucional y democrático había sido destruido. Su desprecio a los valores democráticos se expresó en la participación directa de sus dirigentes a las políticas económicas  de la dictadura y  las tareas de administrar el gobierno militar. Ministros, subsecretarios, gobernadores, rectores de universidad, etc., formaron parte del régimen.

Entre  1973 y 1991 el país  cayó en manos de la alianza  cívico-militar, donde las fuerzas armadas fueron el eje para imponer el proyecto de refundación del Estado. Prohibición de los partidos políticos, sindicatos de clase y organizaciones populares. Censura de prensa, negación del habeas corpus y desaparición de opositores. Bajo estos principios se impuso el neoliberalismo militarizado. Durante  esta etapa,  se persiguió a la izquierda anticapitalista hasta arrinconarla y hacerla irrelevante. Por otro lado, uno de sus cómplices, la democracia cristiana, fue redimida gracias a sus víctimas y la vieja derecha se articuló en dos nuevos  partidos: Unión Demócrata Independiente (UDI) y Renovación Nacional. Bajo el nombre de Vamos Chile hoy gobiernan de la mano del empresario pinochetista Sebastián Piñera.

Para entender este cambio radical y dar su aprobación,  el expresidente de la Democracia Cristiana y ministro de exteriores de la Concertación durante el gobierno de Michelle Bachelet, Alejandro Foxley sintetizo el proceso: “Pinochet realizó una transformación sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo. Tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización que ocurrió una década después, al cual están tratado de encaramarse todos los países del mundo, descentralizar, desregular, etc. Esa es una contribución histórica que va a perdurar  por muchas décadas en Chile y que, quienes fuimos críticos con algunos aspectos de ese proceso en su momento, hoy lo reconocemos como un proceso de importancia histórica para Chile, que ha terminado siendo aceptado prácticamente por todos los sectores. Además ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos, para bien, no para mal. Eso es lo que yo creo y eso sitúa a Pinochet en la Historia de Chile en un alto lugar”.

Hoy, a derecha e  izquierda, de forma explícita o implícita, utiliza  este argumento como parte de una transición “ejemplar” que facilitó  el pacto de silencio y la amnistía para cientos de militares y civiles implicados en crímenes de lesa humanidad.  La demostración de lo espurio del proceso es la vigencia de la Constitución de 1980, redactada por los golpistas. Existe un consenso para hacer viable esta convergencia, demonizar  el proyecto de la Unidad Popular. Su punto de partida, presentar la propuesta como un programa ajeno a la idiosincrasia del pueblo chileno. Un trasplante a Chile de los planes quinquenales soviéticos y un atentado a la propiedad privada. La respuesta fue combatirlo, rechazarlo y defender la identidad de Chile. Esta fue la causa de su fracaso.  Así todo calza. El único responsable del golpe de Estado, sería la Unidad Popular que llevo el país al caos. Hoy hablaríamos de una “crisis humanitaria”. Mercado negro, desabastecimiento, inflación, etc.  No otro fue el motivo por el cual, las  Fuerzas Armadas actuaron en defensa de la libertad, los valores patrios, evitando la trasformación de Chile en un estado totalitario, marxista leninista.   No resulta extraño que la candidata a Presidente de Chile por  el Frente Amplio, coalición que se supone reúne a la  nueva izquierda chilena, Beatriz Sánchez, se despachara a gusto en 2017, en una entrevista a la revista Paula señalando que el gobierno de Salvador Allende intentó “imponer un modelo totalitario ” En pocas palabras transformar Chile en un Gulag.

La experiencia chilena nos alerta que Estados Unidos, el capital trasnacional y las clases dominantes seguirán utilizando la técnica del golpe de Estado, en cualquiera de sus modalidades, cuando se vean amenazados por proyectos populares, anticapitalistas, socialistas y democráticos. Hoy, América latina  se encuentra en una encrucijada. Chile, Argentina, Brasil, Colombia, Honduras  o Paraguay, por citar algunos casos, están gobernados  por ex militares iluminados, empresarios corruptos, políticos de baja estopa o  intermediarios de los Estados Unidos. Existe una pérdida de soberanía y una degradación de la política trasformada en  excresencia del neoliberalismo militarizado. Es necesario, como señala el EZLN, romper el cerco.  El continúo llamado a un  golpe de Estado en  Venezuela, el mantenimiento del bloqueo a Cuba, los ataques a Bolivia y los procesos desestabilizadores a los gobiernos “progresistas” dejan claro que la experiencia chilena no puede caer en el olvido, ni  dejar su interpretación  a sus verdugos.

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