JACOBIN
El lanzamiento del smartphone por parte de Apple en el año 2007 fue un verdadero hito, cuya trascendencia puede ser comparada con la implementación de la cinta de montaje de Ford. El mundo que surgió a partir de allí es muy diferente del mundo neoliberal que conocíamos pero, al mismo tiempo, sus rasgos aún no adquirieron una configuración definitiva.
Ilustración: Alberto Passolini
En diferentes ámbitos suele aparecer una sinécdoque que iguala neoliberalismo y capitalismo, cuando en realidad deberían diferenciarse. Comprender las características del neoliberalismo como etapa nos permite dar cuenta de su agotamiento y transformación. Entonces, ¿qué fue el neoliberalismo? Propongo pensar esta respuesta en cuatro ejes articulados. Sin embargo, antes de presentarlos, resulta relevante recordar que el neoliberalismo también es el producto de la crisis de una etapa previa —la del fordismo— y que los ejes que guiaron la acumulación neoliberal durante casi cuatro décadas no estaban predichos, sino que fueron el resultado de un proceso abierto pero no azaroso, una contingencia determinada. Esos cuatro ejes, que presentamos a continuación, emergen de hechos consumados: solo podemos figurarlos a posteriori y separarlos a los fines de la comprensión, aunque formen parte de una realidad indisociable y ninguno de ellos sea una causa última.
Desde un punto de vista productivo, el neoliberalismo representó el fin de una etapa centrada en la línea de montaje y en la producción rígida, homogénea e indiferenciada de artículos con largos ciclos de vida y alta durabilidad. Como contracara, el salario dejó de ser concebido como factor de la demanda para enfatizar su contracara: un costo. El «five dollars day» con el que Henry Ford pretendía que sus obreros comprasen sus autos cedió lugar frente a la presión competitiva: la casa y el auto dejaron su paso a los electrodomésticos y a las mercancías baratas llegadas desde Asia, símbolos de la austeridad del neoliberalismo.
Esta carrera por el descenso de los costos transformó una lógica productiva centrada en la reducción de los tiempos en la planta en un proceso de tercerización y deslocalización de la producción, que a su vez implicó mayor control y planificación sobre el conjunto de la cadena. Las entonces nacientes cadenas globales de valor requerían una mayor estandarización (normas y certificaciones), a la vez que una mayor flexibilidad para responder a la heterogénea demanda («Just in time»). Walmart quizás pueda considerarse uno de los emblemas, dado que sus «precios siempre bajos» se articularon con la deslocalización en China, los bajos salarios y mercancías de una calidad acorde a los presupuestos de austeridad. Asimismo, cabe destacar que la planificación intrafirma transcontinental de la producción requiere de infraestructura para el análisis y toma de decisiones. En eso jugaron un rol fundamental las telecomunicaciones y las primeras plataformas digitales.
Esto adelanta otra dimensión que caracterizó al neoliberalismo como etapa histórica. Representó el fin de la concertación de clases fordista, en la cual una «gimnasia» negociadora entre sindicatos y empresas acostumbró a intercambiar incrementos de salario por incrementos de productividad durante casi cuarenta años. Hacia mediados de la década de 1960, el menor ritmo de crecimiento de la productividad frente a los incrementos salariales impactó en los márgenes de ganancia y en la inversión. Finalmente, la producción flexible se orientó a contratos laborales flexibles, y las negociaciones colectivas, cuando perduraron, enfrentaron la presión competitiva (fundamentalmente por la incorporación de millones de trabajadores/as en Asia) que motorizó las reducciones salariales y la pérdida de participación de la masa salarial en el producto en el resto del mundo.
Esta articulación contó con un orden mundial dominado por Estados Unidos que le dio soporte. La arquitectura financiera internacional creada en Bretton Woods tras la Segunda Guerra Mundial se desmoronó en favor de planes de estabilización y de ajuste estructural, un fuerte monetarismo y políticas de liberalización y mercantilización que contrastaron con la planificación del desarrollo y la seguridad social de la etapa fordista. Contrario a lo que suele sostenerse, el Estado no desapareció, sino que puso sus capacidades al servicio del despliegue de los mercados.
Así presentados, estos ejes parecerían no tener fisuras. Sin embargo, el propio carácter expansivo del capitalismo —en general— y de la globalización —en particular— encontraron límites en los fundamentos mismos de la acumulación flexible. El costo de la tecnología impedía que la deslocalización y la tercerización se extendieran a capitales más pequeños, las plataformas eran privativas de los grandes capitales, no estaban dadas las condiciones para producir, almacenar y procesar los inputs necesarios para dichas plataformas y los salarios de austeridad impedían la expansión del consumo. Dicho de otro modo, la constricción de la acumulación flexible condujo a una crisis neoliberal que recorrió diferentes países hasta llegar al centro del sistema en 2001, con la crisis de las puntocom en Estados Unidos.
Al igual que en otras grandes crisis del capitalismo, la resiliencia del sistema depende de su capacidad de transformación que, a su vez, se encuentra asentada tanto en las características de la etapa previa como en las nuevas disputas y acuerdos que emergen entre las clases y entre los países.
Hacia el año 2007 se produjo el hito, que hoy comprendemos como fundamental, que permitió dar una respuesta a la crisis de 2008 a partir de la configuración de una nueva etapa. El lanzamiento del smartphone por parte de Apple —y luego por las restantes empresas de telecomunicaciones— puede ser comparado con la trascendencia de la implementación de la cinta de montaje de Ford. El proceso productivo de los smartphones condensa las nuevas lógicas productivas que estos mismos aparatos expanden a lo largo y ancho del mundo, transformando industrias, servicios y comercios. El iPhone, de diseño estadounidense, depende de una producción en unos 30 países y más de 200 empresas vinculadas, con un ensamblado final en China, desde donde irradian las nuevas lógicas productivas: tanto el hardware como el software (lo mismo iOS que Android) están construidos bajo la lógica de la plataforma, cuyos bajos precios y fácil manejo permiten que hoy casi ninguna actividad comercial o productiva prescinda de ellos.
Por lo tanto, uno de los rasgos característicos de la producción contemporánea es el acceso de capitales de todos los tamaños y de todos los sectores de la producción a las plataformas, tanto para la organización/planificación interna como para la participación en cadenas de valor. Las plataformas hoy juegan un rol fundamental incluso en aquellas industrias en las que la presencia física resulta insoslayable a la hora de la transformación concreta de la materia. La extensión de los algoritmos incorpora los procesos de automatización a un creciente número de sectores y, al mismo tiempo, impone escalas mínimas de producción aún más grandes para resultar eficiente. En este sentido, cabe destacar que, si bien en los 14 años transcurridos desde el lanzamiento de los teléfonos inteligentes, vivimos una verdadera revolución productiva, en materia de conectividad y capacidad de procesamiento «aún no hemos visto nada» y que el 5G será la verdadera clave del desarrollo de las plataformas a partir del llamado «Internet de las cosas», la industria y el agro 4.0.
No resulta sorprendente entonces que los/as trabajadores/as se vean expuestos a una doble tendencia contradictoria. Por un lado, crece la competencia internacional en un mercado de trabajo más globalizado, que presiona los salarios a través de la competencia, y se extienden los trabajos precarios y flexibles (incluso en países europeos donde el Estado de bienestar no fue completamente desarticulado). Como resultado de la pandemia, numerosas empresas —sobre todo las vinculadas a prestación de servicios— decidieron trasladar sus actividades al interior de los hogares (Home Office), pero la industria se encuentra todavía muy rezagada en la aplicación del trabajo a distancia. Es probable que el 5G, cuya expansión va a representar un verdadero punto de inflexión de las capacidades productivas, abra puertas que aún forman parte de la ciencia ficción. Por otro lado, la propia participación de «usuarios/as» en las plataformas depende de la posibilidad de adquirir el hardware y el software que permiten participar en ellas, y requiere un piso salarial que se encuentra por encima del salario austero-neoliberal. Mientras el trabajo en el domicilio avance, resulta esperable que crezcan las demandas por hogares más grandes y mayor tiempo libre, que implican, por supuesto, mayores salarios. De hecho, el salario en China se encuentra en franco ascenso. El automóvil jugó un rol clave en el traslado de la mano de obra hasta la fábrica durante el fordismo, el transporte público hizo lo propio durante el neoliberalismo y hoy el consumo fundamental son los teléfonos inteligentes. Nick Srnicek sugiere denominar a esta etapa «capitalismo de plataformas».
Estas tendencias cristalizan en la nueva relación Estado-mercado en la que China, dado su exitoso desarrollo, marca la agenda: un gobierno central fuerte, con una planificación que cuenta quince planes quinquenales, con fomento de las empresas estatales, varios «campeones nacionales», inversión extranjera directa y asociación con el capital privado y libre empresa. Esta nueva articulación también puede observarse nítidamente en los países centrales que desde la crisis de 2008 vienen aplicando grandes paquetes económicos de reactivación, transformando el rol de los Estados y volviéndolos «más keynesianos». Trump, sin ir más lejos, aunque republicano (históricamente más liberales y proempresa que los demócratas), con su «America First» pretendió reconstruir el vínculo de la clase dominante norteamericana con los/as trabajadores/as, vínculo que el neoliberalismo había roto. Pandemia mediante, Joe Biden es considerado hoy el Presidente estadounidense más prosindical desde la presidencia de Truman en 1930.
En cuanto al plano internacional, no quedan dudas de que la capacidad de Estados Unidos de orquestar el orden mundial se encuentra, cuando menos, en jaque. 20 años después del atentado a las Torres Gemelas, fuimos testigos/as de la retirada estadounidense de Afganistán con una derrota militar a cuestas. Mientras tanto, China compite duramente contra Estados Unidos por el desarrollo de la infraestructura del 5G, cuestión clave en la configuración que asumirá el capitalismo de plataformas. Si bien el predominio chino ya parece irrefrenable en la esfera productiva y sus capacidades están en boca de todos/as, muchas veces no se reconoce su capacidad financiera. Hoy cuatro de los cinco bancos más grandes del mundo son chinos —recién el sexto es estadounidense (J. P. Morgan)—, China aumentará dentro de poco su cuota (votos) en el FMI y lidera el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, desde donde proyecta la integración global mediante la Ruta de la Seda, que financia proyectos en países en vías de desarrollo.
Estas cuatro dimensiones articuladas nos permiten señalar que el mundo actual es muy diferente del mundo neoliberal y que, al mismo tiempo, su configuración definitiva todavía no se definió.
La realidad, entre la retropía y la utopía
En este punto —cuando ponemos en debate los emergentes tras el fin del neoliberalismo— se plantean algunas preguntas fundamentales. Ante la triple crisis que vive la sociedad contemporánea (económica, social, ecológica) emergen varias retropías. Algunas, que surgen en medio de una importante crisis de la credibilidad de la ciencia, están vinculadas al mundo religioso; otras, están vinculadas a un liberalismo fuertemente antiestatal; y luego están las que añoran las formas fordistas del mundo del trabajo —seguridad social y alto empleo—. Si pudiéramos encontrar un punto de contacto entre estas tres respuestas a la crisis, su convergencia residiría en que valoran un pasado perdido que debería recuperarse.
No cabe duda de que la seguridad social, los altos salarios y el pleno empleo dignificaron la vida de los/as trabajadores/as, pero muchas veces se olvida que esas condiciones de vida no se produjeron en el vacío, sino que fueron parte de la reproducción de una sociedad con largas jornadas laborales, tareas repetitivas y muy estructuradas, «producida en serie», racista y machista. ¿Con quiénes dialogamos y qué estamos proponiendo al colocar a esas sociedades como modelo cuyo rechazo ya tuvo como hito internacional al Mayo francés?
En segundo lugar, resulta evidente que las nuevas tecnologías conllevan la intensificación del trabajo. Ahora, si echamos toda la culpa sobre la tecnología, ¿no caemos en un planteo ludista? ¿No es la tecnología eso que debemos conocer y controlar con el fin de producir más (responder a la crisis económica), garantizar los ingresos (responder a la crisis social) y utilizar menos y mejor los recursos (responder a la crisis ecológica)?
Debemos destacar, además, que si bien el capitalismo de plataformas muchas veces se convierte en un capitalismo de «tracción a sangre», esas tecnologías son las que permiten organizar enormes cadenas de valor a nivel trasnacional. Es decir, son una potente herramienta de planificación económica. ¿Nos encontramos frente a la posibilidad de formular una nueva planificación donde convivan una estrategia centralizada y las libertades individuales para superar las experiencias de planificación del siglo XX?
¿Cómo construir una propuesta de futuro centrada en vivir bien, trabajar menos y gozar de más tiempo libre, en lugar de centrar todo en el trabajo asalariado y en la vida fabril? ¿Cómo construir dicha propuesta de futuro en una América Latina con altísimos niveles de pobreza y con una brecha de productividad creciente? En fin, ante esta realidad, ¿cómo movilizar y construir una nueva utopía?
IGAL KEJSEFMAN
Licenciado en Economía y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Es autor de Descifrar el Jeroglífico. Aprehender el ciclo de acumulación de capital en la Argentina contemporánea (IADE – Realidad económica, 2020).