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Somos la generación que se despide. ¿Ya nos olvidaron?

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Si al igual que este servidor usted tiene más de 60 años de vida, significa entonces que pertenece a la última generación que usó papel y lápiz para comunicarse a distancia (‘cartas’, le llamaban a eso).

Arturo Alejandro Muñoz

Pertenecemos a la que es quizás la última generación que respetó a sus profesores y a sus propios padres, la que nació y creció sin televisión, celulares ni internet. Éramos parte activa de una sociedad algo más ilustrada que la actual, más solidaria, gregaria y reflexiva. Una generación que procuró enriquecer su arista humana sin detrimento de alcanzar mejores posiciones económicas (pero sin tener que recurrir –obligatoria ni principalmente- a trucos y corruptelas).

A esta generación que comienza a decir adiós le correspondió vivir la ‘guerra fría’ que, en más de una oportunidad, tuvo al mundo con ataque de pánico ante la amenaza de un conflicto nuclear de proporciones. Pero, también vivió significativos avances científicos, técnicos y sociales durante la década de 1960, como fueron, por ejemplo, los trasplantes de corazón, la píldora anticonceptiva y la primera gran revolución del feminismo, el inolvidable “Mundial del 62”, la carrera espacial, el boom literario latinoamericano, la independencia de naciones africanas, el hipismo y Woodstock, la revolución musical con la Nueva Canción chilena (y los Beatles allende nuestras fronteras), la reforma universitaria, el mayo de París en 1968, la explosión del cine chileno, la reforma agraria, etc., agregando a ello –en lo referente a política internacional- la revolución cubana, la revolución cultural china con Mao-Tse-Tung a la cabeza, la lucha de los afroamericanos por los derechos civiles, la guerra de Vietnam y la derrota militar y política de Estados Unidos; la formación de la Comunidad Europea y su Mercado Común, entre otros hechos que merecerían también una crónica aparte.  

Algunos jóvenes de hoy se preguntarán cómo era el Chile de antes cuando el gasto social constituía una de las principales partidas del presupuesto de la nación. ¿Éramos más  solidarios, menos individualistas? ¿Cómo era tener sindicatos fuertes?, ¿cómo eran las escuelas públicas? ¿Cómo era la cultura y el acceso a ella? 

 

Probablemente a las generaciones jóvenes  les cueste creer que nuestro país haya sido solidario alguna vez. No logran vislumbrarlo porque al final –es lo que ocurre hoy- el libre mercado ratifica la teoría del individuo sobre la masa, traducido en que lo único importante es uno mismo y lo demás no interesa. 


Mi añosa generación cree posible asegurar que el de antes resultaba ser un Chile más solidario, bastante provinciano pero nada de aburrido (pues la bohemia era tan voluminosa como la actual, aunque de mejor tono), algo cartuchón y cinicote, donde el ‘desarrollismo hacia adentro’ funcionaba en la medida de lo posible. Sin embargo,  en materias de educación profesional existía realmente la tan mentada ‘meritocracia’, ya que a las pocas universidades existentes en aquella época ingresaban, de verdad, sólo los mejores (y que contaban con capacidad económica para sobrellevar cinco años sin generar ingresos).


De acuerdo, pero  agreguemos también que los estudios universitarios eran gratuitos e, incluso, los Departamentos de Bienestar Estudiantil sitos en universidades como la Católica, la ‘U’, la Usach, Austral y Concepción, otorgaban ayudas económicas (menores, es cierto, pero sin devolución) a los estudiantes más carenciados.

 
Había respeto por la jerarquía sustentada no sólo en la autoridad per se,   sino en la sapiencia y en el esfuerzo emanado de la experiencia que otorgan los años. Hoy, todo ello no es sino “basura propia de la tercera edad”…como si aquellos que agraden verbal y políticamente a viejos y viejas tuviesen comprada la juventud eterna. Esos que así hablan están desafiados a llegar a los 65 años, pues en caso contrario tienen condena de muerte anticipada.


En esos años, la política tenía un cierto encanto, un ‘charme’ que hoy se encuentra no tan sólo ausente sino también lejano y fuera de lugar ante el volumen de hipocresía y búsqueda del dinero por sobre todas las cosas (incluso por sobre la propia conciencia).

 

Fue, en fin, una época apropiada para crear maravillas en literatura, pues ahí están los ejemplos de ‘monstruos’ llamados Neruda, de Rokha, Mistral, Huidobro, Coloane, Oscar Castro, Rojas, Donoso, la Bombal, que junto a artistas de envergadura planetaria como Mata, Violeta, Arrau y Dávalos –entre muchos otros que mi memoria ha olvidado- posicionaron a este pequeño y aislado país en la galería de los grandes del universo de las artes.


Hoy los nombres han cambiado de la misma forma en que se han trastocado los oficios y la cultura en serio. Ya no se aplaude ni respeta a los poetas, a los profesores, a los pintores, a los músicos, a los escultores…no…ahora se rinde pleitesía principalmente a individuos exitosos en materias económicas, como Luksic, Claro, Piñera, Cruzat, Ibáñez, y que reemplazan en el imaginario colectivo a los Neruda, Encina, Castedo, Bru, y demases.

Estamos en  pleno proceso de la llamada “generación del YO”, donde no tienen cabida la solidaridad ni las utopías sociales. Es la era del afán bancario y del ilimitado horizonte del ‘tener’ más que del ‘ser’. Ya no interesa -ni tampoco importa- enterarse de la calidad moral y educacional del vecino, pues ahora sólo llama la atención -y despierta el respeto- saber cuánto dinero gana mensualmente y qué marca de automóvil estaciona en su antejardín.

Entonces ¿qué ha ganado nuestro país, y qué ha perdido? Por cierto, lo que ha perdido es la inocencia provinciana de esta generación nuestra que comienza a despedirse y que es cosa del pasado. El viento del modernismo neoliberal se llevó valores que otrora eran parte de nuestra idiosincrasia, pues la solidaridad, la modestia, el esfuerzo y trabajo en equipo, la bonhomía y el respeto a nuestros valores identitarios, fueron asfixiados por la perenne búsqueda del dinero (sin importar la forma), la tecnología accesible para las mayorías mediante el  endeudamiento feroz, el consumismo desatado, el individualismo, el exitismo y, además, la notoria despreocupación por la cultura, la política y la ‘cosa pública’.


A través del accionar de los consorcios empresariales nuestro país se encuentra inserto en el mundo globalizado como un eslabón más de la acerada cadena economicista. El problema es que –a estas alturas del proceso- los chilenos carecemos de un territorio propio, ya que este lugar geográfico donde estamos parados hoy día, pertenece en un 80% a mega empresas cuyas banderas, lenguajes y valores se oponen en los hechos a que nuestra nación abrace idearios sudamericanos y se sume a la hermandad latina, renunciando no sólo a nuestras raíces sino también a la propia conciencia de patria.

 

En fin… los de antes ya estamos cerca de la despedida. Hemos entregado la posta o testimonio  a nuevas generaciones que deberán continuar corriendo este interminable maratón.  Los hombres y mujeres de mi generación construyeron un país de mayorías que, sin embargo, no supimos defender, puesto que finalmente fue cooptado a golpe de bayonetas y tanques por una minoría que hoy se empina sobre sus monedas para apropiarse de los recursos naturales y humanos de esta inconclusa nación nuestra.

 

Toda nueva generación -se supone- es mejor que la anterior. La mía consolidó antiguas bases para que la de hoy siga construyendo sin olvidar esas raíces primigenias que nosotros respetamos y entregamos como heredad. Si los de hoy nos olvidan, el trabajo habrá sido entonces inútil,  y nuestro aporte, exasperantemente estéril.

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