Rolando Astarita [Blog]
Marxismo & Economía
Como parte de las notas dedicadas a la teoría de la acumulación y crisis de Marx, en esta entrada nos centramos en la crisis de 1847 y en el análisis que hicieron de la misma Marx y Engels en la Review de mayo a octubre de 1850, y Marx en El Capital. Complemento con investigaciones históricas que confirman y amplían hechos y circunstancias descritas por Marx y Engels. Pienso que este estudio nos acerca a la articulación entre la explicación más general de las crisis – el impulso a la sobreproducción y sobreacumulación, véase aquí – y los múltiples factores que intervienen en la compleja dinámica del crack y la desvalorización de capitales de una crisis concreta, como fue la de 1847.
La recuperación de 1843 – 1845
Marx y Engels comienzan el texto de la Review diciendo que los años 1843-1845 fueron de prosperidad comercial e industrial, “consecuencias necesarias” de la depresión del período 1837-1842. Tengamos presente que en 1841-42 la economía británica había tocado el fondo de la depresión (Ward-Perkins, 2018). Ayudaron a la recuperación las buenas cosechas de 1841 y 1842, que incrementaron la riqueza, el excedente comercial y el dinero disponible para invertir; a su vez, el aumento del neto comercial habría tenido apreciables efectos multiplicadores (Matthews, 1954). También en El Capital Marx señala que en 1842 mejoró la situación de la industria inglesa. En particular, entre 1842 y 1844 aumentó la demanda de productos ingleses por parte del extranjero; en 1843 la Guerra del Opio abrió China al comercio inglés. “Este nuevo mercado ofrecía un nuevo pretexto a la expansión que ya se hallaba en pleno auge, en especial en la industria algodonera (p. 522, t. 3). En 1845-46 “se produjo el período de máxima prosperidad” (ibid.). Además, en 1846, cuando se levantaron los derechos sobre la importación del trigo, se abarató este componente fundamental de la canasta salarial, lo que también alimentó el auge (Hyndman). Agreguemos que en 1844 se aprobó la legislación bancaria (inspirada en la currency school) que limitaba el descuento de letras por parte del Banco de Inglaterra: la emisión fiduciaria de billetes no podía superar los 14 millones de libras, y toda emisión suplementaria requería una reserva de oro del 100%. Esta ley bancaria, criticada por Marx, incidiría en la crisis monetaria y financiera de 1847.
Sobreinversión y especulación en ferrocarriles
La recuperación económica revivió el número de pasajeros y el tráfico de mercancías, subieron las ganancias de las compañías ferroviarias y aumentó el interés por la construcción de nuevas líneas (Campbell, 2009). Se desplegó entonces la segunda fase de la construcción ferroviaria, con la conexión y consolidación de la red troncal (Ward-Perkins, 2018). En 1844-45 comenzó el boom inversor en ferrocarriles, financiado por la reunión de grandes cantidades de capital a través del mercado bursátil. Los contemporáneos hablaron de una manía inversora. El boom tuvo un componente real – extensión de las vías férreas – pero también rasgos especulativos y fraudulentos. Es que el mecanismo para establecer una compañía comenzaba con la formación de un comité promotor; luego se registraba la empresa; se hacía propaganda y se reunía dinero vendiendo suscripciones accionarias con un pago inicial del 10%. Se sometía el proyecto a la aprobación del Parlamento, y el resto del capital se pediría más tarde, una vez que se hubiera aprobado el proyecto y comenzara la construcción (Ward-Perkins, 2018; Narron y Morgan 2015). Este proceso daba lugar a todo tipo de maniobras. Según Marx y Engels, solo en 1845 el número de bills [o proyectos de construcciones ferroviarias que debía aprobar el Parlamento] registrados para el establecimiento de compañías llegó a 1035. Y mucho consistía en capital ficticio y maniobras especulativas, ya que se presentaba proyectos que no tenían posibilidad de concretarse, pero permitían a los estafadores recoger capital. La especulación al alza de los valores ferroviarios facilitaba, además, la extensión del crédito; que a su vez alimentaba la burbuja.
La especulación tuvo su apogeo en el verano y otoño de 1845, y arrastró a todas las clases de la sociedad al torbellino. Todo aquel que tuviera un penique, o pudiera obtener un crédito, escriben Marx y Engels, especuló en los ferrocarriles. Hyndman describe este impulso a la sobreinversión, la especulación y el fraude: “… cuando una manía por alguna nueva forma de empresa se apodera del público inversor, entonces los ahorros de la comunidad muy a menudo son completamente tirados en empresas sin esperanzas o despilfarrados en trabajos de construcción para los cuales no hay en ese momento real necesidad. Este fue, ciertamente, el caso en relación a la era de la construcción ferroviaria. El sistema ferroviario fue “acelerado” por promotores y especuladores… Era un tiempo de feroz competencia por nuevas empresas. Esquemas incompatibles se empujaban unos a otros por tener precedencia”.
En 1846 el dinero reunido y gastado por las empresas ferroviarias fue superior en 20 millones de libras al de 1845; y en 1847 todavía aumentó otros tres millones (Campbell). Se multiplicaron las publicaciones especializadas en ferrocarriles, había carencia de ingenieros quienes ganaban fortunas, y muchas actividades crecieron al amparo de la fiebre inversora. Los precios de las acciones ferroviarias subieron 106% entre 1843 y octubre de 1845, cuando tocan el pico; y bajaron 64% entre esta última fecha y abril de 1850 (ibid.). Los dividendos subieron un 69,8% entre 1843 y 1847, y cayeron luego un 60,2% desde su pico. A medida que se desarrollaba el boom inversor, fluían los capitales y se ampliaba la capacidad ferroviaria muy por encima de las necesidades del mercado. La suba de los precios de las acciones permitía ampliar los montos de créditos que se tomaban para pagar las nuevas líneas o, eventualmente, la compra de algún rival. Es cierto que desde 1843 aumentó el número de pasajeros; pero más aumentó la capacidad; y los precios de los boletos bajaron. Un cóctel que se tradujo en caída de los beneficios (ibid.). De hecho, entre octubre y noviembre de 1845 los inversores empezaron a tomar conciencia de que se había sobreinvertido. Las necesidades de dinero para completar los proyectos eran enormes, la tasa comenzó a subir y los precios de las acciones a caer (y colapsarían en el curso de los cuatro años siguientes).
Sin embargo, por todo un período continuó la fiebre inversora y la especulación, impulsada por el fraude y las estafas. Entre 1847 y 1848 se habrían inflado dividendos, que deberían haber sido un 20% de lo declarado por las empresas. Muchas empresas seguían pidiendo autorización para tender líneas aun a sabiendas de que habría pérdidas, por el simple hecho de que temían una pérdida mayor si la línea cayera en manos de un rival (Campbell). “Media docena o más de esquemas se proponían para cada ruta posible, y muchas más para aquellas que eran manifiestamente carentes de esperanza desde el principio” (Hyndman). Un comité formado para investigar la crisis encontró que en York y North Midland las inversiones ferroviarias que habían sido autorizadas antes de que estallara la manía rendían el 7%, mientras que las autorizadas en 1845 sólo daban el 0,6%; y las autorizadas en 1846 menos del 0,1%. Los pedidos al Parlamento para tender líneas pasaron de 63 en 1843 a 199 en 1844 y a 562 al final de noviembre de 1845; y todavía había muchos otros planes y empresas en proyección que no llegaron a presentarse (Campbell). Bordo (2003) observa que la manía en ferrocarriles fue quizás el precedente más cercano del boom en tecnología informática. “Aunque la inversión en ferrocarriles fue extensiva, hay consenso en que hubo considerable sobreinversión, reflejando sobre optimismo acerca de los beneficios potenciales”.
En 1847 el total del dinero solicitado para diversos proyectos llegaba a 42 millones de libras, de los cuales 36 millones eran para los ferrocarriles en Gran Bretaña y 5 ½ millones para el exterior (Campbell). En El Capital Marx cita informes que consideraban que, en 1846-47, el capital invertido en ferrocarriles ascendió a alrededor de 75 millones de libras esterlinas. Escribe que “con la misma pasión” con que se invertía en la producción textil” (véase más abajo) “se lanzaron a la construcción de ferrocarriles; solo aquí se saciaron las ansias especulativas de fabricantes y comerciantes, y ello ya desde el verano de 1844 se suscribían cuantas acciones se podía, vale decir hasta donde alcanzara el dinero para cubrir los primeros pagos ¡para el resto ya se encontraría alguna salida! (…) Las tentadoras ganancias elevadas habían inducido a operaciones muchísimo más amplias de lo que justificaban los medios líquidos disponibles” (p. 522, t. 3). Hyndman dice que entre 1845 y 1847 se invirtieron no menos de 90 millones de libras esterlinas en construcción ferroviaria.
A su vez, la especulación en ferrocarriles afectaba a otros sectores. Marx cita un informe que dice que casi todas las casas comerciales “habían comenzado a hambrear su negocio, en mayor o menor medida… para invertir en ferrocarriles” (p. 626, t. 3). Para continuar sus operaciones comerciales recurrían entonces al crédito bancario mediante el descuento de letras. Muchas tendrían enormes pérdidas cuando se desató la crisis ferroviaria. Todavía en1846 había crédito disponible y la tasa no había subido demasiado; pero en 1847 aumentó la demanda de capital dinerario (véase más abajo), aumentó la tasa de interés y hubo ventas forzadas de acciones ferroviarias en medio de la caída de los precios.
La crisis de los ferrocarriles se prolongó hasta el otoño de 1848, con sucesivas quiebras de proyectos que incluso eran menos insanos, pero fueron afectados por la presión general. Se reclamaba el dinero invertido, y la crisis se expandió a otras áreas de especulación en la industria y el comercio. Por otro lado, la industria del hierro sufría: la producción se había inflado a un grado enorme durante la burbuja ferroviaria de 1845 y ahora su producción no tenía salida.
Sobreinversión en la industria algodonera
En los años de auge también hubo sobreinversión en la industria algodonera. Marx anota que inmediatamente después de cerrado un tratado con China, se abrieron a Inglaterra enormes perspectivas de negocios. Se construyeron entonces muchas fábricas, exclusivamente para fabricar tejidos de algodón. Marx registra que, por ejemplo, en el distrito de la lana peinada de Bradford en 1836 había sólo 318 fábricas, mientras que en 1846 eran 490. Pero estos guarismos no expresaban el verdadero aumento de la producción, ya que las fábricas existentes se habían ampliado considerablemente. En especial las hilanderías de lino. Marx anota la observación de los inspectores de fábricas, de octubre de 1846:
“Todas ellas [las fábricas que ampliaban] contribuyeron en mayor o menor grado, durante los últimos 10 años, al abarrotamiento del mercado, al cual hay que atribuir, en su mayor parte, la actual paralización de los negocios… La situación deprimida de los negocios surge como consecuencia totalmente natural de una tan rápida expansión de las fábricas y de la maquinaria” (p. 155, t. 3). Sin embargo no había mercado suficiente en China para esta capacidad de producción; a lo que se sumó el fracaso de la importación de té, imprescindible para que China pudiera pagar la importación de tejidos. Ya en 1845 lo sobre-producido para los mercados de India y China había provocado una recesión relativa.
La relación entre causa y forma de aparición de la crisis
A comienzos de 1847 estaban presentes todos los elementos que confluirían en la crisis. En este punto es importante la relación que establecen, en la Review, Marx y Engels entre las causas de la crisis, y su manifestación. Señalan que la prosperidad había dado lugar a la especulación, la cual ocurre cuando la sobreproducción ya está a pleno. Es que la especulación provee canales que desvían por un tiempo la sobreproducción. Pero ese mismo proceso acelera el inicio de la crisis y magnifica su impacto. Por eso es importante comprender la relación entre la causa de la crisis, y la forma en que aparece. La causa es la “exuberancia de la producción” (o sea, la sobreproducción), y la sobre-especulación es el síntoma de esa sobreproducción. Pero esta relación real aparece invertida, ya que la crisis estalla en el terreno de la especulación y se apodera más tarde de la producción. Por lo cual, para la mirada superficial, la especulación es la causa de la crisis, y la ruptura de la producción aparece como “una repercusión del colapso de la especulación”. Lo real, dicen Marx y Engels, es que la ruptura de la producción es “una consecuencia necesaria de su propia exuberancia previa”.
La crisis de abril de 1847
En paralelo con el desinfle de la burbuja ferroviaria, en agosto de 1845 se tuvieron noticias de la plaga de la papa en Irlanda. Hubo hambruna, y el gobierno británico se vio obligado a dar un préstamo a esa provincia de 8 millones de libras (una libra por habitante). También se conoció que había malas cosechas de grano en Europa; su precio aumentó significativamente, e Inglaterra tuvo que importar grano. En 1846 la cosa fue aún peor, y los precios aumentaron rápido hasta un pico en mayo de 1847. A su vez, en 1845-46 también hubo una mala cosecha de algodón en EEUU. Aumentaron los costos en la producción textil y se utilizaron stocks de reservas; cuando se agotaron, hubo que importar algodón a mayores precios. Todo lo cual significó salidas de oro. Pero también hubo salidas de metal para inversiones ferroviarias en el exterior; y por desconfianza en el sistema (Ward-Perkins). Como resultado, en los primeros cuatro meses de 1847 el Banco de Inglaterra perdió el 40% de sus reservas de oro y plata (Dornbusch y Frenkel).
En ese contexto subió la tasa de interés. En El Capital Marx dice que se debió a la subproducción en la agricultura; la sobreproducción de azúcar; el abarrotamiento de mercados extranjeros; las exportaciones e importaciones forzadas; y “la especulación ferroviaria y la crisis”. “Había una escasez de capital dinerario, causada por la magnitud desmesurada de las operaciones en comparación con los medios existentes y precipitada por la perturbación del proceso de reproducción, como consecuencia de una cosecha fallida, de una inversión excesiva en ferrocarriles, de la sobreproducción especialmente en mercancías algodoneras, del fraudulento negocio con India y China, la especulación, la sobre-importación de azúcar, etcétera” (pp. 541-42, t. 3). La crisis de los ferrocarriles continuaba; las empresas tenían cada vez más dificultades para reunir los capitales necesarios para completar las construcciones; y los accionistas enfrentaban llamados a reponer garantías, que eran cada vez más difíciles de satisfacer (Ward-Perkins).
En consecuencia, aumentó la presión en el mercado: “en abril y mayo de 1847 el sistema de crédito estaba completamente dislocado y el mercado monetario completamente trastocado” (Marx y Engels). El 15 de abril el Banco de Inglaterra elevó al 5% la tasa de descuento de las letras de muy corto plazo; restringió el valor total de las letras a ser descontadas, sin importar el negocio sobre el que se hubieran girado; y anunció que no renovaría los adelantos realizados a comerciantes, una vez que vencieran. Esas medidas eran acordes al Acta de 1844. La respuesta fue el retiro de fondo: en dos días el Departamento Bancario informó una pérdida de 2 ½ millones de libras (Marx y Engels). Cayeron los precios de los bonos consols (bonos a perpetuidad emitidos por el gobierno) y se dispararon las tasas de interés de corto plazo. Factores todos que agravaron la crisis monetaria. Aunque, como señalan Dornbusch y Frenkel, la caída del ratio de reservas (bajó del 46% en enero al 19,6% en abril) pudo haber contribuido a esterilizar la salida del oro. Lo cual explicaría que la cantidad de billetes en manos del público se mantuvo estable (este elemento, señalado por Dornbusch y Frenkel, no lo encontramos en los textos de Marx y Engels).
De todas formas, señalan Marx y Engels, no hubo un número anormal de quiebras. Muchos negocios sobrevivieron pagando enormes intereses y recurriendo a ventas forzadas de stocks y títulos gubernamentales a precios ruinosos. A partir de los primeros días de mayo la presión en el mercado monetario aflojó considerablemente. También contribuyó al aquietamiento de la crisis un cierto reflujo de oro, e incluso inversiones de Rusia en bonos británicos, dado su elevado rendimiento (Dornbusch y Frenkel).
La crisis de octubre
La situación volvió a agravarse en agosto. El motivo fue que desde mediados de 1847 hubo noticias de que habría una buena cosecha, y el precio del grano bajó fuertemente. La caída afectó a grandes casas corredoras que, en el período de malas cosechas y alzas de precios, habían comprado futuros, en la creencia de que continuaría la suba de los precios. También importadores habían apostado al alza. Marx señala que los que habían adquirido grano a crédito a 120 chelines, de pronto se encontraron con que había bajado a 60 chelines (p. 542, t. 3). Algo similar le ocurrió a quienes habían importado azúcar en exceso y ahora era invendible. La tasa de interés, que se había mantenido muy elevada desde la crisis de abril, afectaba a todos los negocios. Casas comerciales en granos, de Londres y Liverpool quebraron, así como financistas que les habían otorgado préstamos (Narron y Morgan). Entre junio y septiembre también hubo fuertes salidas de oro para pagar vencimientos por importaciones de grano de Rusia. Dada la desconfianza, bajaron las reservas en libras (Dornbusch y Frenkel).
En septiembre la crisis afectó al comercio con India, India Occidental y Mauricio, y compañías en Londres, Liverpool, Manchester y Glasgow: “solo en Londres quebraron 20 empresas con un total de pasivos de entre 9 y 10 millones de libras esterlinas” (Marx y Engels). Agregan: “Esta serie de quiebras… fue causada por la sobre-especulación general, y por la excesiva importación de productos coloniales asociada a la misma”. El 1º de octubre el Banco de Inglaterra aumentó la tasa de descuento para letras de corto plazo y anunció que no adelantaría más dinero sobre títulos gubernamentales de ningún tipo. Muchos bancos “sucumbieron uno tras otro en pocos días” (ibid.). A lo que siguieron quiebras de corredores en acciones, letras, té, algodón, productores y comerciantes de hierro, entre otros. Entre el 23 y 25 de octubre el comercio se paralizó. Dornbusch y Frenkel dicen que la serie de quiebras comerciales llevó al público a preguntarse por la salud de los bancos privados, a demandar más liquidez y que el Banco de Inglaterra demostrara su capacidad para convertir sus pasivos en billetes o metal. Lo cual aumentó la escasez de dinero del Banco y puso en evidencia lo inadecuado de las reservas en billetes.
Del 17 al 23 de octubre la tasa de interés del Banco llegó al 8%. El Banco estaba obligado a restringir la liquidez cuando más se la necesitaba. Hubo que suspender el Acta de 1844: “Esta suspensión puso fin, temporariamente, a la división del Banco [de Inglaterra] en dos departamentos completamente independientes, con dos cuentas de líquido separadas; si el viejo sistema hubiera continuado por unos pocos días más, el Departamento Bancario hubiera quebrado inevitablemente, mientras el Departamento de Emisión tenía reservas de oro por seis millones” (Marx y Engels). Dornbusch y Frenkel: “… la contracción del dinero y del crédito era tan severa, las quiebras comerciales tan extendidas y alcanzando crecientemente al sistema bancario, que el gobierno consideró prudente suspender al Acta de Peel [el Acta de 1844] y autorizar al Banco a emitir billetes sin respaldo de oro”. Agregan que la autorización para la emisión fiduciaria y la alta tasa de descuento que aplicaba el Banco restauraron la estabilidad financiera.
En este punto destaco que, según Marx y Engels, la suspensión del Acta bancaria de 1844 fue decisiva para aliviar la crisis monetaria. De lo cual no debería deducirse que Marx pensara que con el simple trámite de inyectar circulante se pudieran evitar las crisis. Sí estaba convencido de que una mala política, o legislación económica, pueden agravar la crisis. En El Capital escribió: “… de que sea una ilusión popular atribuir a una escasez de medios de circulación los estancamientos que experimentan los procesos de producción y circulación, en modo alguno se sigue, a la inversa, que una escasez de los medios de circulación – por ejemplo, a consecuencia de las chapucerías oficiales con la ‘regulación de la currency’ – no pueda producir paralizaciones por su parte” (p. 148, t. 1).
Por otra parte, las quiebras en los negocios con India continuaron hasta fin de 1847; y recomenzaron en los primeros meses de 1848, con caídas de compañías en Calcuta, Bombay y otras ciudades. Muchas casas comerciales fueron arrastradas por compras especulativas de productos coloniales e importación excesiva. Además, desde octubre de 1847 la crisis inglesa comenzó a repercutir en Europa. Se prolongaría con el pánico que acompañó el estallido de la revolución de 1848; aunque esta no tuvo repercusiones en Inglaterra. Los tres años del lapso 1848-1850 fueron de prosperidad en Gran Bretaña (Marx y Engels).
Consideraciones finales
Una primera cuestión a destacar es la riqueza del análisis de Marx y Engels: en su explicación intervienen múltiples factores, que se influencian de forma compleja. Es el caso de la interacción entre la acumulación y la producción, por un lado, y los aspectos financieros por el otro, que potencian la sobreinversión y la especulación, y precipitan el crack y el derrumbe. También es digno de subrayar la distinción entre la forma fetichizada en que aparece la crisis, y la relación real – la especulación es un producto de la sobreacumulación.
En segundo término, señalo la falta de “anteojeras” teóricas en el análisis de Marx. Se ve en el rol que atribuye a las malas cosechas, y a la peste de la papa, en el estallido de la crisis. Parecería obvio reconocer ese dato, pero hoy no lo es. Sirva como ejemplo la resistencia que encuentro cuando afirmo que la actual pandemia disparó la crisis y la recesión global. Para algunos “marxistas” reconocer ese rol de la peste es intolerable. Marx, en cambio, no tenía inconveniente en decir que el disparador de la crisis de 1847 fueron las malas cosechas.
En tercer lugar, en lo que atañe a la explicación de la crisis, tanto en el texto de 1850, como en El Capital, permanece la misma idea: se debe a la sobreacumulación, sobreinversión. No encuentro evidencia de una teoría sustancialmente distinta en el último Marx con respecto a 1850.
En cuarto término, la crisis no es explicada por la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. No podía serlo en 1850, cuando Marx todavía no había formulado la ley. Pero tampoco lo es en los borradores de El Capital. Más en general, Marx no dice, cuando formula la ley, de qué forma esta última explicaría las crisis de 1815, 1825, 1836-39, 1847, 1857, 1866, 1873 y 1882 (y todavía en 1890 hubo otra crisis, de la cual Engels fue testigo). La caída de la rentabilidad jugaría un rol importante en la crisis, pero parece deberse a la sobreinversión (y los datos de Campbell, citados, apoyarían esta hipótesis). Aunque la sobrecapacidad resultante de la sobreacumulación puede tomarse como un caso de aumento de la composición del capital. Sin embargo, no es del mismo tipo que la supuesta por Marx cuando formula la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
En quinto lugar, Marx no explica la crisis de 1847 por caída del consumo (aunque este representaba el 90% del PNB británico; Temin, 1974). No hay indicios de una tesis subconsumista de la caída. Por último, no atribuye la caída a una baja de la rentabilidad debida a un aumento de salarios por la alta ocupación durante la expansión (tesis del profit squeeze). Sobre este aspecto, Matthews observa que no hay fundamentos para sostener que la caída de la inversión en 1847 se debiera a un aumento de los costos atribuible al pleno empleo.
Textos citados:
Bordo, M. (2003): “Stock Market Crashes, Productivity Boom Busts and Recessions: Some Historical Evidence”, texto preparado para el World Economic Outlook, FMI, abril, en https://www.cfr.org/content/thinktank/Depression/Bordo_2.pdf
Campbell, G. (2009): “The Dividend Mania: Stock Prices and Dividends during the Railway Mania” Queen’s University Management School, Belfast.
Dornbusch, R. y J. A. Frenkel (1982): “The Gold Standard and the Bank of England” in the crisis of 1847”, NBER, Working Paper Nº 1039.
Hyndman, H. M. (1892): Commercial Crises of the Nineteenth Century, https://www.marxists.org/archive/hyndman/1892/crises/index.html.
Marx, K. y F. Engels, “Review” May to October [1850] CW 10, pp 490.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Matthews, R. C. O. (1954): “The Trade Cycle in Britain 1790-1850”, Oxford Economic Papers, vol. 6, pp. 1-32.
Narron, J. y D. Morgan (2015): “Crisis Chronicles: Railway Mania, the Hungry Forties, and the Commercial Crisis of 1847”, Federal Reserve of New York, https://libertystreeteconomics.newyorkfed.org/2015/06/crisis-chronicles-railway-mania-the-hungry-forties-and-the-commercial-crisis-of-1847.html
Temin, P. (1974): “The Anglo-American Business Cycle, 1820-1860”, Economic History Review, New Series, vol. 27, pp. 207-221.
Ward-Perkins, C. N. (2018): “The Commercial Crisis of 1847”. (https://academic.oup.com/oep/article-abstract/2/1/75/2360413), University of California, Santa Barbara.