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Insys y su producción legal de drogas mortales

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Por Adán Salgado Andrade

Estados Unidos, hipócritamente, culpa a países como México, de sus problemas de adicciones, que llevan cada año a ocasionar miles de muertes, por sobredosis, sobre todo, provocadas por opioides. Pero lo que se abstiene de mencionar es que muchas de esas muertes son debidas a “medicamentos legales” producidos por un puñado de empresas, las que se benefician bastante de ese “tráfico legal” de drogas. Y aquéllas son responsables, con sus “medicamentos”, de casi el 23% de las muertes (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2017/12/la-epidemia-de-opiaceos-legales-y-no.html).

Y ha sido tan alarmante la mortandad por sobredosis, de drogas tanto “legales”, así como ilegales (el fentanilo, por ejemplo), que el nefasto Trump, a pesar de su miopía política, declaró en el 2017, que era una “emergencia de salud pública”, la epidemia de opiáceos que existe en Estados Unidos desde hace años. Lo que los narcotraficantes de México y de otros países hacen, es aprovechar ese alto consumo, “legal” e ilegal, de drogas, el mayor del planeta.

Desde 1999, se han dado 750,000 decesos, ocasionados por drogas “legales”, como las producidas por Purdue Pharma, una de las empresas “farmacéuticas”, especializada en elaborar un “medicamento” contra el dolor intenso llamado OxyContin. Y fueron los excesivos decesos, a causa de sobredosis provocadas por ese medicamento, por los que, recientemente, la empresa fue acusada de comerciar sustancias peligrosas, sin menoscabo de la salud de los pacientes que las consumen, primero, para quitarse el dolor, pero, luego, como secuela “colateral”, porque se vuelven adictos. En un pueblo de Virginia Occidental, Williamson, del condado de Mingo, de menos de 3200 residentes, durante una década, fueron prescritas casi 21 millones de píldoras de hidrocodona y oxycodona (OxyContin), potentes opioides que, no sólo quitan el dolor (no permanentemente, claro, es el truco), sino que ocasionan adicción. Eso equivaldría a que cada residente hubiera ingerido unas 6500 píldoras. Es decir, eran opiómanos, pero “legales” (ver: https://columnhealth.com/blog_posts/21-million-pain-pills-flood-into-small-town-of-3200/).

Eso recuerda una escena de la película Trainspotting (Inglaterra, 1996), dirigida por Danny Boyle, en la que Mark Renton (Ewan McGregor) está robando los medicamentos de su madre, barbitúricos para dormir, para usarlos como sustitutos de las drogas que, por la falta de dinero, él no puede ya adquirir. Dice que eso hace, de su madre, una drogadicta como él, pero “legal”.

Justamente lo que sucede en Estados Unidos, en donde, como dije, la hipocresía, esconde que muchos de los que mueren por sobredosis, son pacientes que son prescritos de peligrosos medicamentos que, ni les quitan del todo la dolencia, y sólo los convierten en adictos.

Y sería un problema que habría seguido sin atenderse por las autoridades de salud, de no ser, como dije, por los miles de muertos que hay cada año (celebridades famosas, como Philip Seymour Hoffman, Heath Ledger o Amy Winehouse, por citar algunas, han fallecido por sobredosis de medicamentos “legales”).

Los costos médicos, por atender a los que sufren sobredosis, de acuerdo con el Consejo de Expertos Económicos, se elevaron a $2.5 billones de dólares ($250,000,000,000,000) entre el 2015 y el 2018. Demasiado dinero. Por eso, buscan muchos estados una justa retribución de las “farmacéuticas” responsables de tantos gastos, debidos a sus peligrosos “medicamentos”.

Recientemente, otra “farmacéutica” que ya cayó, ante el escándalo provocado por tantos decesos debidos a la ingesta de su opioide “legal”, fue Insys, empresa de Arizona, fundada por el mercenario (sí, mercenario, como veremos) John Kapoor, hindú, nacionalizado estadounidense, como expone el artículo “Wall Street, sobornos y una epidemia de opioides: la historia de un desafortunado fabricante de medicamentos”, firmado por un colectivo de periodistas, aparecido en el Financial Times, que también se acompaña de un documental, producido por PBS (Public Broadcasting Service), muy convenientemente llamado Opioids Inc.  (ver: https://www.ft.com/content/eae603a4-a369-4801-a4cc-06232898a34f?utm_source=pocket-newtab).

El artículo comienza refiriendo la repentina muerte de Sarah Fuller, de 32 años, quien sufría fibromialgia y dolores en cuello y espalda por un accidente. El día en que iba a casarse, su prometido la descubrió sobre su cama, bocabajo, muerta, por la sobredosis de Subsys, un aerosol producido, justamente, por Insys. Aunque ella no tenía cáncer, su “doctor” le prescribió esa peligrosa sustancia, cien veces más potente que la morfina, en su poder psicotrópico.

Insys, empresa fundada por el mencionado Kapoor, en el 2002, comenzó las pruebas de su letal aerosol (aplicado debajo de la lengua) en el 2002. Y en el 2012, fue aprobada por la FDA (el organismo estadounidense, encargado de revisar y aprobar medicamentos y alimentos). No parece que las “pruebas” fueran suficientes, dados los mortales resultados que llevaron al escandaloso cierre de la empresa. Y a pesar de que ya se habían suscitado varios casos de conducta criminal de otras “farmacéuticas” que también elaboran opioides (puede entenderse, entonces, por qué ha subido tanto la producción mundial de amapola, pues para esas “farmacéuticas” es su materia prima fundamental).

En el documental, se presentan distintos altos ex funcionarios, como Alec Burlakoff, quien fuera vicepresidente de ventas o a Michael Babich, CEO de esa infame “farmacéutica”. Sólo Burlakoff accedió a ser entrevistado.

En esa entrevista, que se le hizo a Burlakoff con permiso de los fiscales perseguidores, explica por qué lo contrató Kapoor, no tanto porque tuviera experiencia en ventas, sino por su agresiva forma de buscar que ese peligroso “medicamento” se vendiera. Señala Burlakoff que eso se logró, gracias a que decenas de doctores fueron “reclutados” para dar conferencias que hablaran “maravillas” del adictivo aerosol, a los que se pagaba por evento, además de por las comisiones de los pedidos que se hicieran gracias a sus “recomendaciones”.

Lo mismo se hacía con los doctores que, muy convencidos de las “bondades” del Subsys, comenzaban a prescribirlo sin control alguno, pues entre más ellos lograran que sus pacientes los compraran, más era la “comisión” que recibían al hacerlo. El entrevistador cuestiona a Burlakoff si estaba consciente de que eso era sobornar a los “doctores”. Y éste responde, sin ambages, que sí, “era soborno, sólo así pudimos comenzar a vender tan exitosamente al Subsys”.

Y su estrategia no era ignorada por Kapoor, al contrario, era quien más buscaba incentivar a todos sus empleados, pues hasta organizaba concursos, para aquél que más vendiera su mortal droga.

Incluso, una doctora, de las que participó en recetar masivamente el medicamento, da su testimonio. “Sí, lo recetaba, porque sabía que servía para quitar el dolor, pero, claro, también, porque, al hacerlo, recibía una comisión… ¡qué esperaba usted, yo creo que con cinco hijos que tengo, tener algo más de dinero, justifica haberlo hecho, o sea, era más dinero, más entradas para mantener a mis hijos”. Sí, se entiende su mercenarismo, pero, de haber tenido ética, de haber honrado el juramento hipocrático, esa “doctora”, tendría que haber visto que, más que un medicamento, estaba recentando una peligrosa y mortal sustancia.

Lo peor fue que, por órdenes de Kapoor, la dosis debía de irse aumentando, pues sólo así incrementarían las ventas. Y fue lo que aplicaron todos sus funcionarios, vender y vender, no importaba si, para hacerlo, hicieran más adictos y lograran más muertos, más que curados. Por si fuera poco, la mayoría de sus empleados de los niveles más altos, ni siquiera eran médicos o farmacobiólogos. La gerente de ventas regionales, la señora Sunrise Lee, de ascendencia asiática, antes de entrar a trabajar a Insys, era bailarina erótica en un conocido “club para caballeros”, Rachel’s, de Florida, como dio constancia Roddy Boyd, investigador periodístico de fraudes, quien colaboró mucho con las autoridades para desenmascarar a Insys.

Y era que, lo único que pedía Burlakoff para reclutar a sus gerentes de ventas, era, además de belleza, en las mujeres, que hombres y mujeres poseyeran el “instinto asesino”, cualidad, según él, que lograba cerrar agresivamente tratos. Ese instinto asesino (killer instinct) era lo que tenían personas como Sunrise Lee o los “doctores” que daban las conferencias y que ganaron cientos de miles de dólares al hacerlo, como Gavin Awerbuch o la señora Heather Alfonso. Kapoor enfatizaba en sus juntas, los millones de dólares de ventas de Insys y lo que ganaban los accionistas.

Las pláticas masivas que daba Kapoor, parecían más reuniones de corredores de bolsa, que de médicos y gente preocupada por la salud de los pacientes. Dice en una parte Burlakoff que “trataba de mentalizarme, comparmentalizar lo que hacía todos los días, no pensar en las consecuencias, pues si lo hubiera hecho, no habría trabajado tan eficientemente”.

Y llegó al cinismo de publicitar al Subsys con un rap, en el que el artista hip-hop A$AP Rocky cantaba las «bondades» del mortal «medicamento».

Claro, su eficiencia, dio resultado, pues, llevó a Insys a lograr ventas al año hasta por 300 millones de dólares. Todo eso, ayudado, por supuesto, por Wall Street, en donde las corredurías de Bolsa, se interesan en empresas que den altas ganancias, no importando si sus productos son para beneficio o perjuicio de la humanidad. Eso señala el artículo, que la voracidad de Wall Street es contagiada a todas las empresas, de cualquier índole, las que, una vez que logran entrar al mercado de valores, sólo se interesan en maximizar sus ganancias, no importa cómo. O sea, todas las empresas, al final, tienen como objetivo producir y producir dinero. Su producto, como en el caso de las farmacéuticas, ya no es un medicamento, sino sus acciones, y que vayan al alza. Mercenarismo puro.

El señor David Amsellem, fue uno de los analistas financieros que recomendó a sus clientes a Insys, “dado que sus ventas ascendían puntualmente, mes con mes, muy robustamente. Y, como nosotros, simplemente nos fiamos de la buena intención de esa empresa, la recomendamos”. O sea, no le interesó que su mortal aerosol matara a más y más gente, mientras las ventas estuvieran más y más fuertes. Véase, pues, la mentalidad mezquina, mercenaria, de la gente que tiene que ver con hacer fortunas, desde Kapoor, vendiendo un peligroso opioide “legalmente”, hasta los que lo recomendaron como muy “buena inversión”. Y a pesar de que las ventas fueron bajando estrepitosamente, cuando el escándalo comenzó a salir a la luz pública, Amsellem seguía recomendándola. “Es que yo me guiaba por el comportamiento, todavía regular, de sus acciones”, dice, cínicamente.

Kapoor, llegó al cinismo de fundar su propia intermediaria con los seguros, con tal de que las aseguradoras pagaran por el Subsys, como parte de las coberturas médicas. Las aseguradoras, explica el señor Nathaniel Yeager, fiscal asistente encargado del caso, sólo cubren hasta 30 o 40% de esos medicamentos, “pero Kapoor estaba muy enojado y exigió a sus empleados que fuera del 100%”. Y lo logró, mediante la citada intermediaria, que directamente se encargaba de tramitar que tal o cual aseguradora pagara, desde los ocho dólares que cuestan 10 ámpulas de 200 microgramos, hasta los ¡$7,329, que cuestan 30 ámpulas de 800 microgramos (por absurdo que parezca, todavía hay sitios de Internet que venden esa peligrosa droga, como el siguiente, de donde tomé los precios: https://www.drugs.com/price-guide/subsys).

Burlakoff, seguramente con tal de que fueran algo misericordiosas las autoridades judiciales con él, revela que en el mejor punto de su efímera carrera en Insys, llegó a poseer en papeles financieros, ¡ocho millones de dólares!. “Nos la pasábamos revisando el valor de las acciones de la empresa, para calcular cuánto teníamos”.

Kapoor llegó a poseer $2,100 millones de dólares, que lo colocaron entre los mil hombres más ricos del orbe, los que forman menos del uno por ciento, proporción que controla a este depredado, contaminado planeta.

La intención original de Kapoor, la explica la doctora Lisa Jo Stearns, amiga y colaboradora de él. Según ella, aquél quería acabar con el dolor de la gente. “Su esposa murió de cáncer de mama, sufriendo terribles dolores y John quería que no se repitiera eso en nadie”. Pues sí, muy encomiable y sensible su inicial intención, pero, con el tiempo, la cambió, por otra, mucho mejor para él, la de convertirse en millonario, lo cual logró, como se indica en el documental, siendo agresivo, fraudulento y mercenario con las empresas que llegó a tener, hasta que, con Insys, excedió todos los límites.

Evidentemente, en sus planes, ya no estaba el de suprimir el dolor de los enfermos que tomaban la mortal sustancia, sino el de suprimir sus vidas, si con eso lograba, como lo hizo, volverse multimillonario.

Nada lo disuadió, ni los decesos que se incrementaban día a día, por sobredosis de Subsys. Lo cegó, diríamos, su ambición. Pero esa ambición es el credo del capitalismo salvaje, que establece, por ejemplo, entre los corredores de bolsa de Wall Street que, quien llegue a los 30 años, y no tenga, al menos, 10 millones de dólares en el banco, es un perdedor. No importa cómo se logre, aunque se haga ilegalmente. Un buen ejemplo cinematográfico de ese objetivo, de la falta de ética, es la cinta “El lobo de Wall Street”, (Estados Unidos, 2013), dirigida por Martin Scorsese, basada en la vida del fraudulento, inescrupuloso corredor de bolsa Jordan Belfort, que, a pesar de su andanada de fraudes y corruptas prácticas, hasta es considerado un héroe, que vive actualmente de dar conferencias sobre “superación personal y financiera”.

Kapoor rebasó, por mucho, ese leitmotiv. No a los 30 años, pero, sí, a sus 74 años, con los mencionados 2100 millones de dólares de fortuna personal.

Para el mezquino sistema económico que nos domina, es, finalmente, un héroe, como Belfort u otros miles de millonarios, cuya fortuna se debe a ilegales, corruptas y mafiosas prácticas.

Insys se declaró en quiebra en el 2019, luego de pagar 225 millones de dólares al gobierno, su «castigo». Fue vendida a PTcPharma, la que se comprometió a dar una parte de las ventas a los acreedores. Y, también, para seguirle sacando buenas ganancias al peligroso Subsys, a pesar del escándalo de tantos muertos. Por eso, se sigue vendiendo. O sea, no pasó nada.

Lo más irónico es que se presenta, al inicio del documental, una escena en donde Kapoor dice que su “éxito” como “emprendedor” se debe a que “nunca he perdido la humildad”.

Claro, antes, de que lo apresaran, por las innegables pruebas en su contra, Kapoor podía jactarse de que era “humildemente multimillonario”.

Quizá requiera varias dosis de su Subsys, para quitarse el dolor de que por cinco años y medio, estará en la cárcel.

Esperemos que no muera de una sobredosis.

Contacto: studillac@hotmail.com

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