por Saúl Escobar Toledo, México
Hace un poco más de una semana, en una entrevista por televisión, le preguntaron al
presidente de Estados Unidos si pensaba que su país se enfilaba hacia una recesión. Biden
contestó: a lo mejor una chiquita. Bueno, en realidad dijo: “no creo que vaya a ocurrir una
recesión. Si la hay, será… muy pequeña. Es decir, nos moveremos hacia abajo poco a poco.
Es posible. Mira, es posible. No la anticipo.”
La declaración muestra, por un lado, una gran incertidumbre, y por otro, la opinión de
muchos inversionistas, economistas y banqueros que han advertido que la posibilidad de
una recesión en EU es altamente probable en los próximos meses (Cf. CNN, 11 de octubre).
Acerca del primer asunto, en efecto, en estos momentos, hay signos confusos o
contradictorios en la economía estadounidense: por ejemplo, dicen, el mercado laboral
todavía está muy robusto. La tasa de desempleo es la más baja desde los años sesenta,
aunque, advierten, la creación de nuevos empleos se debilitó en septiembre. Al mismo
tiempo, sin embargo, no hay señales de despidos masivos que muestren que la recesión ya
haya comenzado. Por su parte, la Bolsa de Valores ha sufrido bajas considerables y los
grandes consorcios financieros como JP Morgan y el Banco de América creen que es
altamente probable que se caiga en recesión “en los próximo seis o nueve meses”.
Esta incertidumbre se ha estado disipando; cada vez hay más pronósticos que anuncian esa
caída a fines de este año o durante 2023 y se basan, sobre todo, en la insistencia del Banco
Central en continuar aumentando las tasas de interés. Algunos creen que en noviembre y
diciembre habrá dos alzas muy fuertes, un paquete “jumbo” que podrían llegar a 150
puntos base.
Y es que, lo que más le preocupa a la Fed, es precisamente que el mercado laboral de EU se
mantenga robusto; de lo que se trata, entonces, es de enfriarlo hasta que se dejen de
generar empleos y las empresas despidan algunos de sus empleados y, por lo tanto, los
aumentos salariales empiecen a ceder y colocarse por debajo de la inflación. Es decir, lo que
más le importa al banco central de EU es bajar los salarios reales. Y, de paso, tratar de hacer
más difícil el renacimiento de un poder sindical en EU que se estaba manifestando en los
últimos años. Al punto que, empresas como Amazon, que habían prohibido siempre a sus
trabajadores formar un sindicato, han tenido que aceptar el surgimiento de varias
organizaciones gremiales en sus diversas filiales.
A nivel mundial, las cosas no se ven tampoco bien. El informe más reciente del FMI acaba
de anunciar que “lo peor está, por venir y que, para mucha gente, 2023 se sentirá como un
año recesivo”. Todas las economías más importantes del mundo están cayendo. Sus
pronósticos para el próximo año empeoraron: de 3.8 % que calcularon a principios de este
año a 2.7% apenas hace unos días. En el caso de EU, este país crecería apenas 1% en 2023
(en un escenario optimista). La empresa Bloomberg tiene un panorama más sombrío: 2.5%
de crecimiento mundial para 2023 y, además, dan por segura la recesión en Estados Unidos.
Por cierto, el informe del FMI explica por qué, en un entorno inflacionario, usualmente los
salarios pierden la carrera frente a los precios. Aseguran que, desde 2021, los ingresos
laborales se han deteriorado en los países desarrollados mientras que en los de desarrollo
medio y más pobres no han recuperado su nivel prepandémico. Calculan que para 2022 y
los años siguientes, los salarios perderán aún más terreno. La razón principal es que estas
caídas son resultado de una menor capacidad de producción y de generación de empleo,
motivadas por diferentes factores: disrupciones del comercio internacional; aumento
mundial de los precios de los alimentos y la energía; y los incrementos de las tasas de
interés. Estas últimas seguirán al alza hasta lograr controlar la inflación, provocando aún
más daño a la capacidad de producción, al empleo y a los salarios. Es decir, en lugar de una
espiral en la que los salarios tratan de alcanzar a los precios, lo que observamos es una
política que busca reprimir la inflación a costa de la expansión productiva.
En resumen, aunque EU no haya caído todavía en una recesión, hay muchas probabilidades
de que ello suceda. Se presentan, así, dos escenarios para fines de este año y 2023: el malo
y el peor. En el primer caso observaremos un periodo de “estanflación”, estancamiento con
inflación: tasas de crecimiento muy bajas con aumento de precios significativas. En el
segundo, una caída de la producción de EU, lo que podría llevar a una disminución
significativa de los precios si otros factores no lo impiden, como la guerra en Europa y la
pugna económica entre EU y China.
Tampoco se puede asegurar la duración de cualquiera de los dos escenarios. Es posible que
el periodo de estanflación pudiera ser más prolongado que el de la recesión, pero menos
doloroso para los trabajadores y la mayor parte de la sociedad. En ambos supuestos, la
vuelta a la estabilidad y el crecimiento podría tomar un año o varios.
En México, un periodo de estanflación prolongado produciría un aumento sustantivo de la
pobreza laboral debido a que casi un 60% de los trabajadores son informales, de tal manera
que difícilmente podrán elevar sus ingresos por encima de la inflación. Según cifras de
CONEVAL, la canasta alimentaria aumentó a un ritmo anual (de junio de 2021 al mismo mes
de 2022) de entre 12 y 13%. Al final del año, aunque el índice general podría situarse en
8.5%, ligeramente menor a la registrada en septiembre, los alimentos difícilmente cederán
y es probable que los precios en este rubro se mantengan en niveles cercanos al 15%.
El porcentaje de mexicanos en pobreza laboral bajó desde finales de 2021 en comparación
con los tiempos pandémicos que se vivieron en 2020. En el segundo trimestre de 2022 fue
de 38.3% (frente a un máximo de 46% en el tercer trimestre de 2020); sin embargo, ello se
debió a una expansión de la ocupación más que de los ingresos. En el segundo semestre de
este año, es probable que el número de pobres y extremadamente pobres aumente debido
a la persistencia de la inflación, sobre todo en alimentos, y a un freno de las ocupaciones
por el clima recesivo que impera a nivel mundial.
Los trabajadore formales, por su parte, también verán disminuir sus salarios reales en 2022.
Este año, las revisiones contractuales raramente han superado el 8%, lo que indicaría una
caída de, al menos 2%, si tomamos en cuenta los datos de CONEVAL: la canasta alimentaria
y no alimentaria aumentó a un ritmo anual cercano al 10%.
Ahora bien, si EU cayera en recesión, el problema más grave, para México, sería el desplome
del empleo, ya que bajarían las exportaciones manufactureras a ese país y ello podría
causar, como en otros casos similares que se presentaron en las últimas décadas, diversos
problemas a nivel productivo y financiero. El resultado ha sido una caída del producto
porcentualmente más grave que en EU; y lamentablemente despidos masivos en muchas
empresas y un retroceso de los salarios reales. Ahora, la situación podría ser peor si el Banco
de México decide seguir aumentando las tasas de interés en un ambiente global tan
negativo.
En cualquiera de los dos escenarios, la pobreza aumentaría mestras mes, día tras día, como
ya se puede ver en estos momentos. Un incremento sustancial de los salarios mínimos a
finales de este año puede ayudar a detener esta tendencia, pero no será suficiente. Habrá
que pensar, además, en apoyos en efectivo y en especie para paliar el hambre de los más
pobres, especialmente de los hogares que dependen del trabajo informal por cuenta propia.
No obstante, si los peores augurios se hacen realidad, se tendrá que revisar el proyecto
económico pensado para 2023, es decir, habrá que volver a colocar el tablero, poner otra
vez las fichas y proponer una nueva estrategia para evitar un sufrimiento mayor de la
inmensa mayoría de los mexicanos.
saulescobar.blogspot.com