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El fantasma de Lenin recorre el mundo

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Prensa Obrera, Argentina

Pablo Heller

A 100 años de su muerte

El 21 de enero se conmemora el centenario de la muerte de Lenin. La revolución de octubre está asociada integralmente a su figura; no solo dirigió la insurrección que condujo a la toma del poder, sino que estuvo al frente de la inmensa labor preparatoria, sin lo cual hubiera sido imposible coronar con éxito semejante empresa.

Lenin asume el reto de poner en pie el primer Estado obrero de la mano de una revolución triunfante, desalojando del poder a la burguesía.

En lugar de aferrarse a un esquema, la cualidad que distingue a Lenin es que va a fondo en el análisis del escenario que le toca enfrentar y, lo más importante, no vacila en llevar hasta el final las consecuencias que se derivan de este análisis.

Una de sus primeras y grandes obras es el Desarrollo del capitalismo en Rusia, donde hace un análisis riguroso de las peculiaridades del desenvolvimiento capitalista en el imperio zarista. Esto lo va a llevar en el terreno político a una delimitación con los populistas, que plantean la ilusión de partir de las propiedades comunales de la tierra existentes en el campo ruso para avanzar a una colectivización de la tierra, sin necesidad de pasar por el capitalismo. Lenin señala que las formas comunales eran propias de del atraso semifeudal ruso. De ahí no puede venir un impulso transformador.

Rusia tenía por delante una transformación radical de su estructura social, que ya había sido acometida históricamente en el pasado en las naciones capitalistas avanzadas en el marco de las llamadas “revoluciones burguesas”. En torno de este tema se establece en Rusia una divisoria de aguas. Hay quienes sostienen que, puesto que la revolución que Rusia tiene por delante es burguesa, dicha tarea debía será liderada por la burguesía liberal. El proletariado debía acompañar como segundo violín. En este campo se ubican los marxistas legales y luego los mencheviques. Los bolcheviques sostienen, en cambio que, por sus ataduras con la nobleza, por su entrelazamiento con el capital extranjero, por su cobardía y adaptación al zarismo, la burguesía no podía ni quería asumir sobre sus hombros las transformaciones democráticas burguesas. Esas tareas (revolución agraria, república) estaban reservadas a los obreros y campesinos. Estas dos clases, la proletaria y el campesinado, serían las fuerzas motrices de la revolución que debía encararse a través de una alianza entre ambas.

No había que esperar a la burguesía liberal, decía Lenin, sino que había que preparar la revolución en Rusia, que éste resumía en una fórmula de carácter algebraico: la dictadura democrática del proletariado y del campesinado. Más tarde, la propia marcha de los acontecimientos reveló que, por su heterogeneidad, diferenciación interna, dispersión geográfica, los campesinos eran incapaces de erigirse como una fuerza política independiente. La disputa sobre la representación de sus intereses es encarnada por las clases y partidos de la ciudad -o sea, entre la burguesía y el proletariado. A partir de esta constatación, Lenin sustituye la consigna original de poder, por la de la dictadura del proletariado. La clase obrera estaba llamada a actuar como fuerza dirigente y acaudillar al resto de las masas explotadas, empezando por la masa campesina y asumir las riendas del poder político.

Imperialismo y revolución

La obra Imperialismo, fase superior del capitalismo se orienta en la misma dirección, pues apunta a una comprensión de la etapa histórica en la que el capitalismo, bajo el dominio de los monopolios y el capital financiero, tiene un punto de inflexión e ingresa en una fase de descomposición y decadencia. El imperialismo es la reacción en toda la línea donde se exacerban al extremo todas las contracciones capitalistas. No es cuestión de volver al pasado -al capitalismo de libre competencia- lo cual es imposible, sino de mirar hacia adelante. De lo que se trata es preparar a los trabajadores para acabar con el capitalismo y abrir el paso al socialismo. El imperialismo es caracterizado como una “fase de transición” entre una organización social agotada que debe y merece ser enterrada, y el advenimiento de una organización social superior.

El texto del “Imperialismo…” refuerza el alcance general de la batalla estratégica por la dictadura del proletariado, en la medida que la economía mundial bajo el imperialismo elimina definitivamente la distinción entre países maduros e inmaduros para el socialismo. La exportación de capitales, que pasa a tener un papel más gravitante que la exportación de mercancías, hace que el capital penetre en los lugares más recónditos del planeta y vaya creando, a partir del desembarco y penetración capitalista, una clase obrera. El atraso convive con industrias modernas, como resultado de las inversiones capitalistas. El desarrollo desigual y combinado propio del capitalismo va creando el sujeto capaz de liderar un proceso de transformación revolucionario. Por otra parte, el análisis del imperialismo hecho por Lenin echa por tierra definitivamente la posibilidad de que un país atrasado se transforme un país industrializado sin hacer una revolución. No se puede arribar a un capitalismo independiente sin enfrentar y terminar con la dominación imperialista, lo cual excede la capacidad y voluntad de las burguesías nacionales. Las tareas propias de la revolución democrática burguesa se combinan con las transformaciones de una revolución socialista. O sea, las premisa de la revolución permanente formuladas por León Trotsky y que Lenin denominó en alguno de sus textos “revolución ininterrumpida”. Trotsky había llegado mucho antes a esas conclusiones, ya en la revolución de 1905. Lenin fue llegando a ellas a través de aproximaciones sucesivas. Pero el año 1917 lo cuenta como el principal motor de la estrategia dirigida a la conquista del poder, desafiando la política de colaboración de clase que reinaba mayoritariamente en la dirección del partido bolchevique. Las “Tesis de abril” es una pieza clave donde Lenin postula y defiende esta orientación.

Partido

Trotsky tuvo una visión acertada, más tempranamente que Lenin, sobre el carácter de la revolución y del rol llamado a jugar por la clase obrera. Pero este último tenía una ventaja incomparable respecto de Trotsky: el partido bolchevique, cuya construcción es uno de los aspectos clave de la trayectoria política del principal dirigente de la revolución de octubre. Estamos hablando de un partido de combate, formado por militantes revolucionarios, fogueados y probados en la lucha de clases, con conciencia política, centralizado y con una disciplina interna para la acción. Cuando Lenin operó el viraje en la orientación que impulsaba el bolchevismo, contaba con un instrumento para poder llevarla adelante. Aquí, hablando de las obras de Lenin, merece un sitial privilegiado el “Qué hacer”, donde Lenin defiende y sienta las premisas de la lucha por un partido revolucionario, concebido como un partido de militantes en oposición al punto de vista sostenido por otra parte del elenco dirigente de la socialdemocracia rusa, que planteaban que el partido debía tener un carácter más laxo, integrado por simpatizantes. Este punto es el que provoca una fractura en la socialdemocracia rusa entre la mayoría bolchevique que respondía a Lenin y la minoría menchevique que sostenía la otra variante.

Actualidad

Al hablar del legado de Lenin no se puede soslayar referirse a su actualidad. Al cumplirse los 100 años de la revolución de Octubre, el editorial de la revista The Economist (16/12/2016) era encabezado por un sugerente título: “Los bolcheviques están de vuelta”. El editorial destaca que el escenario internacional presente resulta, en muchos aspectos, coincidente con el que reinaba bajo la revolución de Octubre.

La idea de que el fin del comunismo, al disolverse la URSS, erradicaba la amenaza de una guerra fue desmentida. Lejos de inaugurarse una era de paz y solidaridad, como auguraban los apologistas de la globalización, el escenario bélico se ha acentuado. Hoy tenemos la guerra instalada nuevamente en Europa con el conflicto desatado en Ucrania. La amenaza de un conflicto bélico está presente en África. Aumentan las tensiones en el Pacífico entre Estados Unidos y China en torno de Taiwán. El genocidio de Gaza es uno de los más atroces de la historia. Formalmente, se tratan de conflictos regionales, pero tienen un alcance internacional, donde están cada vez directamente involucradas las grandes potencias y los principales actores de la política mundial.

Las grandes depresiones en el pasado condujeron a la Primera y Segunda Guerra Mundial. Esta amenaza está latente en la actualidad, en momentos en que estamos frente a un nuevo salto de la crisis capitalista mundial. La bancarrota capitalista es incluso superior al crack del ’29. Como no podría ser de otra forma, una crisis de fondo como la que atravesamos socava los fundamentos de la dominación política de la burguesía, se está llevando puesto a gobiernos y provocando el derrumbe de regímenes políticos. Al calor de esto florecen tendencias bonapartistas, golpes y contragolpes, regímenes de excepción. El fracaso de la democracia es lo que está en la base de la irrupción de los Trump o los Bolsonaro -y habría que agregar recientemente el de Milei-, como llama la atención The Economist en su editorial.

Pero el impasse capitalista no solo engendra la crisis por arriba, sino también la iniciativa por abajo y es el caldo de cultivo para rebeliones populares y creación de situaciones revolucionarias.

Ingresamos en un nuevo capítulo de guerra y revoluciones, de la vigencia y actualidad de la revolución socialista. El legado de Lenin es una herramienta clave para intervenir en el presente y el porvenir que se avecina: plantea la defensa de la independencia política de los explotados, la lucha estratégica por gobiernos de trabajadores y el socialismo, y la construcción de partidos revolucionarios y la reconstrucción de una Internacional revolucionaria que, para el Partido Obrero, es la IV Internacional.

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