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El 18 en Doñihue (pero ayer)

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Arturo Alejandro Muñoz

¿HA PROBADO USTED alguna vez el chacolí? ¿Y el pihuelo, o pigüelo?

La única forma de acercarnos a estos tragos tradicionales –pero, que sean de verdadera calidad- es dando una vueltecita por comunas rurales que no estén demasiado alejadas de la capital del país.

En época dieciochera recomiendo visitar Doñihue. Sólo son 130 kilómetros al sur de Santiago.

Usted llega a Rancagua y recorre la Alameda hasta el final (allí donde se encuentra el nuevo Hospital Regional), y enfila entonces por la Ruta H-30 que conduce a Peumo y Rapel por una carretera asfaltada que cuenta con las debidas señalizaciones.  A mitad de camino está Doñihue (a 20 km. de Rancagua), rodeado de cerros y a orilla del casquivano río Cachapoal, que los lugareños motejan adecuadamente como “Río Loco’.

Los doñihuanos juraban en la década 1990 que las mejores ramadas, fondas, cocinerías y ranchos de toda la provincia estaban en el cerro Cólera que, antiguamente (a comienzos del siglo XX), sirvió de camposanto para los centenares de fallecidos durante la epidemia de cólera en la zona. De ahí su nombre. Pero ahora es un lugar espléndido para visitar. Sólo basta decir que es en ese cerro donde se realizaba también una fecha del campeonato nacional de motocross y, en septiembre, su cumbre se adornaba con ramadas y cocinerías típicas donde retumbaban cuecas, cumbias y corridos.

Insólito. Sólo puede ocurrir en Chile y durante el ‘18’. Zapatear cuecas sobre los muertos. ¿Qué tal?

Lo simpático de estas jornadas estaba en lo que se observaba en el trabajo de Bomberos y de funcionarios municipales, quienes constantemente –durante todos los días que el cerro era agitado por las festividades- surtían de agua potable a cocinerías y fondas a través de camiones aljibes, pues en esas alturas no existía aún red para transportar el elemental líquido.

Pero, a muchos no les preocupaba ni interesaba contar con agua, pues el chacolí corría libre y espumante de jarra en jarra y de boca en boca. Se trata de un vino temprano producido por la “uva país”. Según sus adictos sirve incluso como afrodisíaco, además –aseguran los entendidos- provoca una inmensa alegría en quienes lo beben. Si se mezcla con harina tostada y azúcar pasa a llamarse ‘pihuelo’ (o ‘pigüelo’).

Doñihue es poseedor del ‘Récord Guinness’,  pues allí se preparó el ‘Pihuelo más grande del mundo’. Una enorme pipa conteniendo más de 800 litros del aromático menjunje. ¿Existirá esta bebida en otro lugar del planeta?  Sólo en Doñihue.

Al cerro Cólera llegaban ciento de familias procedentes de Rancagua, Coínco, Coltauco y alrededores. Era una especie de ‘Pampilla’, pero a lo huaso, a lo bestia. Cálculos muy conservadores señalan que en el ‘Cólera’ lograban reunirse más de cinco mil personas en una sola noche. Anticuchos, empanadas, cazuelas de ave, costillar a la parrilla, plateada con puré picante, ensaladas surtidas, chacolí, chicha, pihuelo, aguardiente doñihuano, dulces de la zona y… artesanía … pero artesanía de verdad, no de aquella que usted encuentra a veces en otras partes y que es más falsa que un reloj Rolex paraguayo.

Alrededor de las fondas y ramadas se instalaba una multitud de personas para disfrutar de un día de campo. Los volantines alzaban sus colores al cielo y todo se transformaba en una gran fiesta popular que era un espectáculo digno de ser plasmado en la tela de uno de los grandes pintores nacionales.

De Doñihue son los hermosos chamantos (al papa Juan Pablo II se le regaló uno durante su visita al país) que visten las mejores ‘colleras’ de Chile en los rodeos. Para que usted tenga una idea de la calidad de esta prenda única en el mundo, puedo decirle que hoy día el precio de un chamanto doñihuano puede superar los dos millones y medio de pesos. ¿Dónde los puede ver, tocar y admirar? En Doñihue, pues…

Pero usted también tendría que comer, ya que en el ‘Cólera’ daba hambre. En esa época yo le habría recomendado la cazuela de gallina de campo, con pebre, servida en plato de greda junto a una caña de espumante pipeño y acompañada con un enorme trozo de tortilla de rescoldo. Una maravilla.

Le aseguro que su barriga entorpecería los movimientos y escarceos de la cueca, más aún si la bailaba al ritmo del conjunto “Doñihue de Doñihue” que dirigía Luchito González… el mismo que en su calidad de locutor en la emisora comunitaria doñihuana, el año 2001, hizo famoso el grito de “ahí vienen los peladeros de la Vuelta a Chile…ahí vienen ya los peladeros”, mientras desde el estudio radial un locutor le corregía risueñamente: “deben ser los PE-DA-LE-ROS, Luchito”… “Eso, eso… los peladeros ya vienen”.

Avanzada la noche, los ritmos de la cumbia se imponían sobre cuecas y refalosas. Orquestas y ‘Sounds’ de la zona hacían las delicias de los bailarines mientras el chacolí y la chicha fluían por las ramadas como para bañar yeguas. 

Y, bueno… por esta zona mía -en aquellos años- no había fiesta que valga sin una ‘mocha’ que tenga certificado de espléndida. Es que en las madrugadas –era que no- se desataba la furia en alguna ramada. Casi siempre los contrincantes pertenecían a las localidades de Doñihue y Lo Miranda; usted, amigo mío, tenía que tomar palco y no meterse si era  ‘malena’ pa’la mocha, porque ambos sectores pertenecían (y aún pertenecen) a la misma comuna, pero no se tragan mutuamente). Es algo similar a lo que ocurre entre curicanos y talquinos. Claro que en este caso la disputa, impajaritablemente terminaba a coscachos, silletazos y patadas una vez que el chacolí y el pisco habían hecho su efecto embotando cerebros e incendiando venas, justo en el momento que los contertulios comenzaban a “reparar viejas deudas”. Surgía entonces espontáneamente el primer garabato, el manotazo y… ¡¡zás!!  La pelea se armaba de inmediato y no había pariente ni amigo que siguiera cabeceando tranquilamente en su mesa. Todos al ring. La ambulancia del Consultorio local iniciaba su trabajo llevando contusos a la sala de urgencia.

Mientras, en las ramadas la fiesta continuaba y no pararía hasta cuando Carabineros, por orden municipal, diera por terminada la jarana, a la vez que comenzaba el desarme de ranchos y cocinerías.

Y ya que hablamos de Municipalidades, digamos que el evento más insólito de las fiestas   sigue siendo, sin duda alguna, la inauguración oficial de fondas y ramadas. Digno de Kafka. El día 17 de septiembre, cerca de las 20:00 horas, aparecen alcalde y concejales. Vienen con sed y hambre. Obviamente, visten de huasos, listos y preparados para que algunas de las chiquillas allí presentes los sacaran a bailar cueca. Pero, también traían a la zaga un montón de entreveros, discusiones, acusaciones y odios personales que son típicos de estas ‘autoridades’ de comunas pequeñas, olvidadas por el centralismo asfixiante. Se detestan con alevosía y siempre están pensando cómo partir al otro por el eje.

Sin embargo, en esta ocasión de inauguración oficial de fondas y ramadas, rinden tributo a la tradición festiva, y cualquier persona que no viva en la comuna  creería que son grandes amigos, pues los ve reírse, palmotearse las espaldas, aplaudir los esquinazos, cortar cintas, posar amigablemente para el fotógrafo (que siempre es contratado y pagado por el Municipio pese a que esas fotografías no aparecerán en ningún medio de prensa regional), visitar sagradamente todos y cada uno de los locales existentes y, obvio, echarse al guargüero  unos vasos de chacolí para después entretener las tapaduras molares con anticuchos y empanadas. Todo regalado “espontáneamente” por los locatarios que siempre ruegan al Altísimo por el pronto retiro de esas visitas protocolares que consumen (y mucho) gratuitamente.

Terminada la inauguración todo vuelve a su cauce normal, y tanto alcalde como concejales recuperan sus odios intransables, yéndose cada uno por caminos y ramadas distintas, acompañados siempre por la cáfila de obsecuentes habituales que colaboran con el pertinente pelambre.

Mientras, el ‘periodista’ del pueblo –bastante mateado con tanto ‘chacolo’ gratuito que ha agarrado a la zaga de la comitiva edilicia- sigue los pasos del alcalde premunido de su máquina fotográfica y de su grabadora, dispuesto a recoger lo que le parezca interesante. En el caso de Doñihue, en esa época, se trataba de todo un personaje local, a quien este servidor mucho estimaba. Su nombre es Pedro…Pedrito Jara…

Trabajaba como auxiliar de servicios en el Consultorio de Salud de la comuna y siempre se le veía montado en una vieja y destartalada bicicleta. Sin embargo, este hombre es acreedor de nuestra admiración y respeto ya que durante cinco décadas publicó quincenalmente una hoja mimeografiada que el titulaba ‘Panorama’, donde informaba los principales acontecimientos de la quincena ocurridos en Doñihue y en Coínco. Es parte del folclor local, pues nunca dejó de publicar su informativo que redactaba de puño y letra, con tantas faltas de ortografía y enrevesada redacción que si alguien quisiera corregir y enmendar tales aspectos, simplemente ‘mataría’ el informativo. Durante la dictadura militar siguió publicándolo sin recibir jamás una censura ni enfrentar un impedimento. Claro, se trataba de ‘Pedrito’, quien también era corresponsal de radio ‘Rancagua’ con despachos semanales –vía teléfono.- durante el noticiero central de esa tradicional emisora.

Por todo lo relatado, si usted visitaba en aquel entonces las ramadas de Doñihue, era muy factible que fuese acosado por ese peculiar “paparazzi”, y que sus declaraciones fueran publicadas en la próxima edición de ‘Panorama’. ¿Se da cuenta que habían variadas razones para visitar Doñihue, la tierra del chamanto y del aguardiente, en esas fiestas dieciocheras

En fin… eso era antes; hoy todo ha cambiado gracias a la modernidad. Ya  no hay fiestas dieciocheras en la cima del cerro Cólera…se trasladaron a la localidad de Rinconada de Doñihue. Un lugar espléndido, sin duda, pero carente de los atractivos ‘histórico-folclóricos’ que me he permitido relatar en esta nota.

 

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