por Pepé Gutierrez Alvarez
REDS, DIANE KEATON Y WARREN BEATTY (Richdmon, Valley, 1937) sigue siendo uno de los actores más completo e inquietos de su generación. Cursó estudios universitarios y más tarde de arte dramático en New York, y tomó parte en los diversos movimientos críticos en la universidad, y más tarde en las campañas de movilizaciones contra la agresión norteamericana al pueblo del Vietnam; también destacó por su participación en campañas electorales a favor de candidatos demócratas de izquierdas como Bob Kennedy (1968), y George McGovern (1972), seguramente el candidato presidencial del «sistema» más a la izquierda de la historia norteamericana reciente.
A medio camino entre la vehemencia inconformista de James Dean y la fragilidad y sensibilidad de Montgomery Clift, o la presencia turbadora de Marlon Brando, Warren consiguió compensar los tics sacados de esos modelos en una serie de interpretaciones en la que sobresale en la conseguida como el adolescente soñador asfixiado por las ambiciones burguesas de su padre en Esplendor en la hierba, una de las películas más influyentes entre la nueva levadura izquierdista.
En su trayectoria ulterior se registran otros títulos de gran altura, como el apasionante drama psicológico Lillith (1964), del último Rossen, y en donde interpreta’ a un sensible joven que entra a trabajar en un psiquiátrico con la intención de ser socialmente útil a los demás, y allí conoce a Lillith (la malograda Jean Seberg, una de las actrices más inquietas y emblemáticas de su época, comprometida con el «Black Power», y presuntamente asesinada por la CIA), que desea poseer y ser poseída y que le conduce por un camino trágico. Anteriormente había mostrado su talento en la sugestiva Su propio infierno (John Frankenheimer, 1962), y más tarde en Acosado (1965), una metafórica y extraña película del primer Arthur Penn, con el que volverá a colaborar en la mítica Bonnie and Clyde (1967), en la que el gangsterismo es enfocado como una manera un tanto heterodoxa de entrar en los negocios. Por su composición del homicida psicópata Clyde Barrow, Warren consigue un Oscar al mejor actor. Según declaró, fue después de este film cuando se dio realmente cuenta de las exigencias que implicaba su profesión.
Aparte de intervenir en diversos títulos más bien convencionales, se enfrentó a Liz Taylor en El único juego de la ciudad (George Stevens, 1970), y se convirtió en el inesperado y convincente John McCabe de Robert Altman en Los vividores (1971), frente a Julie Christie. Señaló la existencia de un «poder invisible» detrás de la trama de un asesinato político que se remitía inequívocamente al asesinato de Kennedy en El último testigo (Alan J. Pakula, 1974). ..Sus éxitos en películas más bien mediocres le permitieron abordar su viejo proyecto sobre John Reed, un personaje sobre el que se había producido un auténtico «revival» al calor de la ola de radicalización de la época.
Según cuenta Robert Rosenstone se trataba de un proyecto sobre el que habían empezado a trabajar en 1972, cuando éste trabajaba en su libro: «…empezamos ocasionales contactos (a veces personales, a veces por teléfono) para hablar de la película de John Reed, que él siempre estaba dispuesto a realizar. Nuestras conversaciones giraban en torno a la vida de Reed y Louise Bryant, de sus amigos y compañeros y del período histórico que todos ellos vivieron». Cuando Beatty se aprestó a realizar su acariciado proyecto en 1979, ya la ola radical precedente se estaba apagando, lo que no sería en absoluto ajeno al hecho de que, presionado por el cambio del viento, Beatty acabara orientando dicho proyecto hacia un territorio menos radical, más seguro, introduciendo un enfoque primordial hacia un «love story» con un fondo histórico caótico-revolucionario siguiendo las trazas de Doctor Zhivago, de ahí que, por ejemplo, Marc Ferro definiese Reds como un Sub-Zhivago, combinando el drama político más o menos difuso (a lo que no era ajena la dificultad proverbial de trasladar las grandes ideas al cine), atravesada por un melodrama amoroso más grande que la vida (y que la revolución). Beatty pues adaptaba su «biopic» revolucionario a una fórmula probada, a un esquema narrativo que había guiado todos los grandes frescos «históricos» de Hollywood, incluyendo aquellos en los que el personaje protagonista no conoció ningún gran amor.
Esta actitud sería remachada por las declaraciones efectuadas por el propio Beatty durante su campaña de promoción de Reds, y durante la cual, por citar un ejemplo, para «curarse en salud» o «nadar y guardar la ropa», efectuó declaraciones tan generales como las siguientes:
«Rojos es lo que es. Yo creo que cualquier película tiene su propia política, como cualquier relación personal o amorosa tiene su propia política. No está tan separada la política sexual de la política práctica o de la política económica. Todo está relacionado. Ahora bien, no voy a hablarles de la política de Rojos. Si la película la hubiera hecho usted, o la hubiera hecho cualquier otro… Podría hablar de la política en una película de Walt Disney o de la política de En busca del Arca Perdida, pero no voy a hablarles de la política de Rojos… «
Después de Reds, la carrera artística de Warren Beatty no merece mucha consideración, pero todavía sorprenderá con otra película «roja», Bullworth (1998), en la que vuelve a ejercer de hombre orquesta. Esta conexión es subrayada por Ángel Fernández Santos al escribir: «No es la primera vez que Warren Beatty se mete en refriegas políticas comprometidas. Ya lo hizo, y mejor que bien, en Rojos (…). Si en Rojos, aquel retrato épico de los revolucionarios soviéticos, este artista nos mostraba que en los Estados Unidos también había habido comunistas ilustres como John Reed, en Bullworth, Beatty se nos presenta como un iconoclasta del sistema de su propio país» (El País, 16-05-99).
Sus campañas políticas han tenido como objetivo la denuncia del neoliberalismo.











