por Sergio Grez Toso
Sobre los frentes antifascistas, en mi opinión, siguen siendo un callejón sin salida, un zapato Chino.
A medida que se acercan las elecciones, reaparece con fuerza la consigna de organizar frentes antifascistas para detener el avance de la ultraderecha. Se convoca a la unidad bajo el viejo estandarte del «mal menor», apelando a la urgencia de frenar el fascismo y preservar la democracia. Sin embargo, después de décadas de repetición de este libreto, resulta legítimo preguntarse: ¿no hemos ya transitado, una y otra vez, este mismo camino sin salida?
Porque no se trata solo de una sospecha ideológica: la experiencia, el desgaste, y la evidencia empírica están a la vista. El progresismo, al que se le han confiado las esperanzas de los sectores populares tantas veces, ha sido funcional al sistema que dice combatir, su carácter ha sido bastante reaccionario.
Sus gobiernos, lejos de desmontar las estructuras de opresión, han administrado con rostro humano los mismos pilares del capitalismo neoliberal: profundizando el modelo, no son 20 pesos, son 30 años de desigualdad estructural y dependencia del capital global.
Ya no estamos en la etapa de la ingenuidad. Ya perdimos la «virginidad política» frente a la promesa progresista de reformas graduales que nos conducirían a un mundo más justo. El progresismo ha demostrado, en lo esencial, ser una fuerza de contención, no de transformación, administran la derrota del modelo. Es, en muchos casos, una expresión sofisticada de la reacción.
Por eso, el llamado a «detener al fascismo votando por sus administradores civilizados» ya no nos convence. No porque subestimemos la amenaza de la ultraderecha, sino porque entendemos que su auge no es un fenómeno aislado: es hijo legítimo del fracaso del progresismo para ofrecer una salida real a las masas empobrecidas, precarizadas y humilladas.
La pregunta que emerge, entonces, es otra: ¿cómo organizarnos de una manera verdaderamente transformadora, que no solo resista al fascismo, sino que construya una alternativa real al sistema que lo engendra?
Tal vez ha llegado el momento de dejar de actuar en función de la urgencia y empezar a actuar en función de la profundidad.
De articularnos no solo para frenar retrocesos, sino para ensayar una nueva sociedad en medio de las ruinas del viejo mundo.
Porque en el fondo, el problema es ideológico. No se trata solo de derrotar a un candidato o a un partido, sino de romper con una forma de pensar el mundo, la política y la historia. Mientras sigamos atrapados en los marcos ideológicos del liberalismo—aunque sea con rostro progresista—seguiremos girando en círculos, gestionando la miseria, pactando con el verdugo. La única salida real será aquella que se atreva a enfrentar esta raíz ideológica y construir, desde ahí, una nueva hegemonía para las grandes mayorías. Una que no maquille el capitalismo, sino que lo supere.
Aunque muchos sigan insistiendo en soluciones democráticas, es decir a través de elecciones, «candidaturas», libros, discursos, y otras recetas, el mundo seguirá dominado por el capitalismo. ¿Por qué?. Porque los pueblos han bajado el hacha, y se han entregado en bandeja al patrón. En Chile tenemos cuatro fuerzas importantes, pero cada una brilla con colores propios, estos son los estudiantes, los pescadores, los mapuche, y los trabajadores asalariados. Pero estos protestan cada por su lado, cuando lo que deberían hacer sería apoyarse cada vez que uno de ellos se manifiesta. Es una idea tal vez un poco ingenua, pero no está de más sugerirla. Es probable que funcione ya que ninguna de las otras ha dado frutos como debiera. Por otro lado, los que nos sentimos revolucionarios pensamos distinto y creemos que la derecha está colmando nuestra paciencia, y si alguien piensa que estamos mal de la cabeza, entonces haga algo para evitar un problema mayor. Este no solo es un mensaje para los políticos sino para todos aquellos que están cansados de abusos, mentiras, promesas incumplidas, y etc. Nosotros existimos, pinochet no acabó con todos. Ese fue un error que le podría costar caro al neoliberalismo. Bonitos sueños.