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Brasil – Entrevista a Luana Malheiro

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La guerra contra las drogas es una guerra contra las mujeres negras y pobres

La antropóloga brasileña Luana Malheiro acompaña e investiga desde hace 18 años la situación de las personas usuarias de sustancias. En su libro Convertirse en mujer consumidora de crack: cultura y política de drogas, realizó un trabajo exhaustivo en el que combinó la labor académica y el activismo para conocer la realidad de mujeres y personas LGBTIQNB+ afro que viven en situación de calle y consumen crack en Brasil. Logró que, por primera vez, sus voces sean escuchadas y juntas crearon políticas públicas destinadas a ese sector de la población que no solo es abandonado por el Estado sino que, además, aparece ante ellas únicamente para criminalizarlas y violentarlas.

Estefanía Santoro

Las 12, 1-9-2023

https://www.pagina12.com.ar/

Con la vuelta de Lula y el fin del bolsonarismo, la ciudadanía de Brasil está retomando la participación en los procesos de creación de políticas públicas. La sociedad civil fue destituida de esos espacios durante el gobierno de Bolsonaro, quien hoy enfrenta un procesamiento por abuso de poder y podría convertirse en el primer ex presidente en ser inhabilitado políticamente por el Tribunal Superior Electoral de ese país.

En lo que respecta a la política de drogas les activistas continúan la lucha por un cambio de paradigma que no criminalice a las personas afro y pobres. La antropóloga Luana Malheiro, madre y usuaria de sustancias es una de las grandes activistas e investigadoras que pudo demostrar que las causas del consumo de sustancias están intrínsecamente relacionadas con el racismo y la violencia institucional que viven las personas afro, pobres, en especial, las mujeres y personas LGBTIQNB+ que, además, están atravesadas por el sexismo y el machismo que se manifiesta en formas de violencia especialmente crueles como los abusos sexuales intrafamiliares, la muerte temprana de sus hijes por la guerra de drogas y la negación de la maternidad.

En 2010 Luana comenzó a investigar a un grupo de mujeres usuarias de crack que se encontraban en situación de calle y que consumían desde hacía cinco a siete años, para indagar en la trayectoria de ese consumo, las causas que las llevaron a hacerlo y sus vidas personales. En esa investigación se encontró también con mujeres que crearon estrategias colectivas para cuidarse de las violencias de la calle y salir de la problemática del consumo. Esa investigación le llevó tres años y se involucró de tal manera que comenzó a acompañar a esas mujeres en sus trayectos urbanos de búsqueda de derechos que les fueron negados durante años simplemente por ser usuarias de crack.

Se encontró con un panorama mucho más duro de lo que imaginaba. Estas mujeres no solo no podían acceder a derechos básicos sino que no eran consideradas ciudadanas, no podían acceder a ningun servicio público de protección, ni siquiera ir a una comisaría para denunciar un abuso sexual o una situación de violencia de género porque allí solo eran vistas como usuarias de crack y se las hacía responsables de todo lo que les sucedía como consecuencia de ese consumo.

Lo que comenzó como un análisis de la situación personal de las mujeres usuarias de crack se convirtió, además, en una investigación sobre la falta de acceso a las políticas políticas públicas: «Cuando estaba haciendo la investigación, los periódicos y medios de Brasil hablaban mucho del crack, el gobierno brasileño contestó a un llamado de los medios de comunicación que decían que el problema del racismo, de la pobreza y de la violencia urbana en Brasil es una consecuencia del consumo de crack. Yo hice un análisis de cómo la misma situación pasó también en Estados Unidos con la llegada de la supuesta epidemia de cocaína fumada. Los gobiernos ponen siempre la responsabilidad sobre las personas usuarias de sustancias. En el libro hablo de las trayectorias de las mujeres y cómo empiezan con el consumo problemático de crack en específico como una medicación para sostener situaciones de violencia tremendas. Son mujeres que tuvieron la experiencia de tener hijos asesinados por la policía, que fueron violadas por agentes de seguridad pública y privada, que sufrieron un montón de humillaciones de parte de estos trabajadores con un contenido de odio racial, de racismo puro y también situaciones de mujeres que perdieron su derecho a la maternidad en el hospital por consumo de sustancias. Esas mujeres empiezan a hacer un consumo continuado de crack para olvidarse de sus dolores.»

Cómo sobrevivir frente a tanta violencia

Todas las historias que Luana acompañó tenían las mismas particularidades, primero realizó entrevistas individuales y luego comenzó a formar espacios grupales para que esas mujeres tuvieran la posibilidad de contar y poner en común sus trayectorias de vida. En ese momento las mujeres se dieron cuenta de que sus historias se repetían. Mujeres afro, pobres, con abandono familiar, historias similares atravesadas por diversas formas de violencias. «Entrevisté y acompañé a 20 mujeres, 18 de ellas estaban en la calle, fueron violadas por padres, tíos, primos o familiares próximos. En el libro explico que tendríamos que hablar de una epidemia de violación porque el trauma pesa, los dolores pesan y las mujeres van a la calle saliendo de una violencia familiar y estando en situación de calle tienen que pasar por un montón de rituales que también son violentos», explica Malheiro.

Su investigación se convirtió en un libro titulado «Convertirse en mujer consumidora de crack: cultura y política de drogas”, publicado en 2020 por Editora Telha, es un trabajo donde por primera vez se escuchan las voces que nunca fueron tenidas en cuenta. El título del libro remite a la frase de Simone de Beauvoir “No se nace mujer, se llega a serlo”, para dar cuenta que «no es posible que una mujer negra usuaria de crack sea considerada una mujer para las políticas públicas, esa es la clave”, asegura y agrega: “Las políticas para las mujeres en Brasil fueron hechas por y para mujeres blancas, por ejemplo, la ley de protección a la mujer sólo garantiza la protección a aquellas que tienen un domicilio, si no tienen donde vivir, las políticas de protección no las alcanzan.»

-¿Qué te inspiró a titular de esa forma tu libro?

–Me inspiró la historia de una de las mujeres que acompañé. Ella tenía una relación abusiva con un varón y buscó la Comisaría de la Mujer. Fue para que le den ayuda, protección, un refugio para ir con sus niñas y al llegar los encargados la violentaron porque empezaron a indagar cosas sobre sí consumía drogas y por qué estaba en la calle con niños pequeños. Ella imploraba desesperada ir a algún lugar, no podía volver a la calle porque estaba sufriendo amenazas y la persona encargada le contestó que había una casa de protección a las mujeres pero que no fue hecha para mujeres como ella que están en situación de calle y que tienen consumo de drogas. Lo que le estaban diciendo era ‘hay una política, hay un dispositivo, hay un servicio pero no para ti’. Luego ella preguntó ‘¿yo no soy una mujer, esto no es una comisaría para las mujeres, no hay una política para la mujer?’. Creo que más allá del abandono del Estado lo que cuento en el libro es cómo las políticas sobre drogas son políticas que criminalizan a las mujeres y cómo la criminalización es una barrera de acceso a un montón de otras políticas. Eso fue muy fuerte en las entrevistas porque, ese proceso de criminalización hace que las mujeres no tengan confianza en el Estado brasileño, si van a un servicio y dicen que tienen un consumo problemático pueden ir encarceladas. En Brasil tenemos una de las peores políticas de drogas de nuestro continente porque seguimos criminalizando el porte para el consumo individual.

-¿Cómo es esa política actualmente?

– En 2016 hubo una diferenciación de usuario y traficante que dio más penalidades para traficantes y menos penalidades para usuarios. En Brasil el resultado de esto en la política de drogas fue que todas las personas negras aun sin porte de sustancia eran consideradas, tratadas como traficantes y encarceladas y las personas blancas tenían esta protección de ser consideradas usuarias y tener el acceso al servicio de salud. Esto habla de cómo las políticas de drogas son vividas por esas mujeres que están en situación de calle

-¿Por qué es importante una política de drogas que no criminalice a les consumidores?

– Creo que la criminalización de las drogas crea un mercado paralelo y ese mercado no tiene regulación del Estado, se convierte en un mercado muy peligroso porque incluso hay grupos transnacionales que reglamentan esos mercados. Cuando hablamos de países que tienen históricamente racismo, desigualdad social y sexismo, la criminalización va a tener un impacto desproporcionado para las poblaciones afro, indígenas, mujeres y disidencias. Eso es lo que vivimos acá en Brasil, la criminalización es una barrera de acceso a servicios de salud y derechos porque una vez que ingresas a la cárcel es muy difícil salir y tener un trabajo. En la cárcel vas a tener necesariamente una relación con el mercado de drogas, con los narcos porque en Brasil los narcos tienen una presencia muy fuerte en todas las cárceles. Una mujer que no tiene experiencia con el mercado ilícito de drogas y cae presa tiene que ingresar en esa dinámica del mercado ilícito. Yo trabajo mucho con mujeres que las llamamos sobrevivientes de cárceles. La cárcel en sí produce daños psíquicos y si tenés un problema de adicciones en la cárcel no vas a tener el tratamiento adecuado.

-¿La venta de drogas fue una salida económica para estas mujeres que acompañaste?

– Sí, lo llamamos microtráfico y esa es la situación en toda Latinoamérica. Las mujeres son cada vez más pobres sobre todo después de la pandemia y el microtráfico es “democrático” en el sentido de que hay para todes y, en específico, para las mujeres que yo entrevisté y que seguí acompañando, el microtráfico fue la posibilidad real de sostener a sus familias, sus hijos porque el mercado formal de trabajo no tiene posibilidad para esas mujeres que no fueron a la universidad o no tienen una formación académica. En Brasil hay más policías hombres que mujeres y a partir de eso los narcos inventaron un mito que dice que las mujeres son menos interceptadas por la policía. Así las mujeres están en un puesto de mayor vulnerabilidad porque son las que están con la droga, hacen la venta en las calles y avisan a los narcos que la policía está llegando. Son la primera línea, están expuestas porque salen a vender. Los narcos para convencer a las mujeres dicen que es más seguro que vendan ellas en lugar de los varones, pero eso no es verdad porque la ley que dice que los policías varones sólo pueden interceptar varones no se respeta acá, incluso son los policías varones los que acosan y detienen a las mujeres. Brasil es tercer país del mundo que más mujeres encarcela, entonces ahí estamos en una situación gravísima porque las mujeres que están encarceladas por microtráfico son mujeres que nunca fueron a prisión, no tiene antecedentes de organizaciones criminosas, ni de prácticas ilícitas y su trayectoria de criminalización por el microtráfico es por una situación puramente económica. Cuando esas mujeres salen de la cárcel no tienen ninguna ayuda y vuelven a la calle a vender.

-¿Por qué es importante una política de drogas con reducción de daños?

– La reducción de daños para mí es una buena salida sobre todo porque acá en Brasil tenemos una comprensión de la reducción de daños que va más allá de las drogas y del consumo de sustancias. Comprendemos que la guerra de las drogas y el racismo que genera esa guerra es un daño, entonces la reducción de daños trabaja también con estos cambios políticos. Es un espacio para hablar también del consumo seguro pero ese consumo seguro solo es posible en una situación que no sea de guerra del Estado contra su población. Portugal es un buen ejemplo de eso, hay plata destinada a eso, hay una red para reducción de daños que comporta una diversidad de acuerdos para las personas que quieren abstinencia, para las que quieren seguir consumiendo y para las que quieren salir del consumo de pasta y consumir solo marihuana. La reducción de daños para mí es una salida porque permite la escucha de las personas usuarias y de sus deseos sin una mirada de punición. Esos que dicen ‘para comenzar un tratamiento conmigo no tenes que consumir nada’ es difícil porque para una persona que tiene una adicción severa o un trastorno del consumo, salir del consumo sin un seguimiento de un servicio de salud es muy difícil de lograr. Creo que la reducción de daños desde una metodología más humanizada funciona mejor y tiene más alcance que los servicios de internación que trabajan con la mirada de la abstinencia como un primer paso.

Una vida dedicada al activismo

Luana Malheiro es cofundadora de la Red Latinoamericana y Caribeña de Personas que Usan Drogas (LANPUD) que tiene presencia en 17 países de América Latina y El Caribe, su propósito es que las personas que usan drogas disfruten de los mismos derechos y oportunidades que cualquier otra. Luana fundó además la Red Nacional de Feministas Antiprohibicionistas de Brasil (RENFA), una organización política, feminista, antirracista, suprapartidaria y anticapitalista, creada para defender los derechos humanos y el empoderamiento político de las mujeres y las personas trans. Está formada por más de 300 mujeres y disidencias de todo el país y su objetivo es transformar los modelos de control de los sistemas de opresión racistas, patriarcales y capitalistas, especialmente en el ámbito de las políticas de drogas.

– En una entrevista decis que “La investigación debe estar aliada con el activismo” y creo que esa frase resume mucho el trabajo que realizaste en tu libro pero ¿Qué significa para vos exactamente esa frase?

Es una crítica que hacía siempre con las investigaciones, esa cosa de llegar al lugar, presenciar una situación de violación de derechos y solo hacer una narrativa y listo, o los investigadores que sacan un libro o una tesis enorme que no es comprensible para la población que estudiaron, creo que tenemos que hacer una devolución en el proceso de la investigación y yo intenté hacer un poco eso. Primero porque como activista de los derechos de las mujeres para mí era imposible presenciar un escenario de violación de derechos y no hacer nada. En un momento de mi investigación una chica que estaba entrevistando y acompañando -que es nombrada Luanda en el libro- me interpeló con una cuestión y me dijo: ‘Yo tuve un aprendizaje que fue muy violento en la calle, hoy sé protegerme y cómo tengo que portarme para no ser violada, para que la policía no me pegue pero las chicas que están llegando ahora no tiene esa información, tenemos que hacer un espacio colectivo para conversar con esas mujeres sobre eso, un espacio seguro donde sea posible conversar’. Yo empecé haciendo entrevistas en las calles que no era un espacio amigable porque ahí estaban los varones y la policía, después empezamos a hacer rondas de diálogos y mesas de debates con otros movimientos de mujeres sobre la cuestión de la mujer en situación de calle y usuarias de sustancias. Hicimos una vinculación con el Movimiento Nacional de Población de Calle con María Lucía Pereira que fue la mujer que creó el movimiento de población en situación de calle en Brasil y en América Latina. Pedimos ayuda a ella para tratar algunos temas, sobre todo el de las barreras de acceso a los servicios. Hicimos una reunión con las chicas que yo estaba acompañando y con María Lucía. Conversamos mucho sobre cómo ayudarlas y con mi saber de la universidad fui en busca de financiamiento. En ese momento ya había formado la Red Nacional de Feministas Antiprohibicionistas.

– ¿Qué tareas impulsan desde la Red Nacional de Feministas Antiprohibicionistas?

Es una Red de Mujeres usuarias de sustancias que fue creada en 2016 con el objetivo de auto organizarnos, Brasil no tenía organizaciones de ese tipo que trabaje con las mujeres usuarias de sustancias y las sobrevivientes de la guerra contra las drogas y ahí creamos esa organización que hoy ya está en 18 departamentos de Brasil, somos más de 300 integrantes y tuvimos la aprobación de un proyecto de formación política para dos departamentos del país. Con el presupuesto que conseguimos para Bahía -donde yo vivo- nos organizamos y sacamos a cuatro mujeres del mercado ilícito en un momento muy duro para nosotras en el que una compañera había sido asesinada por la policía. En ese momento estaba muy fuerte para nosotras la necesidad de sacar a las chicas del mercado, de ese puesto de venta del microtráfico. Las chicas que hacían microtráfico empezaron a trabajar con una articulación política en territorio, invitaron a otras chicas a participar de un ciclo de formación política donde dábamos un dinero para el transporte y la alimentación e invitamos a mujeres que tenían un consumo más problemático de sustancias. Fueron seis meses de proyecto y trabajamos con cuatro temas: la guerra contra las drogas, el racismo, la reducción de riesgos y daños, para crear estrategias de protección entre nosotras, y el último tema fue la comunicación como estrategia de articulación política.

– ¿Quiénes integran la red?

Algunas son trabajadoras sexuales, otras sobreviviente de la cárcel, o que están en cárcel ahora, mujeres que estuvieron en situación de calle, mujeres que estaban en refugios y ya ya salieron y mujeres que tienen experiencias con la violencia del Estado producto de la guerra contra las drogas, que perdieron a su hijo en esa guerra. Las mujeres llegan a nuestra organización con mucha culpa, dicen ‘fui violada por mi culpa porque soy una consumidora de crack’ o ‘mi hijo fue asesinado porque yo hice algo mal’, frente a eso nuestra principal tarea es la concientización y para mi eso es reducción de daño. Hay un montón de gente que dice que el problema es de las personas usuarias de drogas, pero eso no es verdad y en eso tienen mucha responsabilidad los medios de comunicación por la forma en la que presentan el problema de la droga y de las mujeres. Tenemos un ciclo de formación para explicar porque no es verdad, ese movimiento de concientización es muy importante. En mi libro hay una dura crítica a los medios de comunicación que trabajaron con esa mirada de la responsabilización de las mujeres.

– ¿Qué significa el derecho a la maternidad de las mujeres que consumen drogas?

En el libro acompañé un montón de situaciones de mujeres que perdieron el derecho a la maternidad y que no pudieron ni siquiera amamantar a sus hijos por consumo de sustancias. No hay evidencias científicas para decir que esta costumbre va a pasar para el niño, no hay un daño severo en eso pero hay un daño muy grande en la desvinculación de la mamá con su hijo, incluso para el desarrollo cerebral del bebé. Cuando nacen directamente van a un refugio de niños y ahí son adaptados, es una adopción que se hace cuando la mujer no tiene documentación, las mujeres que están en situación de calle pierden su documento frecuentemente, entonces es más fácil el proceso de adopción y eso es ilegal pero lo hacen igual porque se trata de una mujer usuaria de sustancias y se pueden violar sus derechos, incluso en Brasil hasta las mujeres blancas y de clase media están pasando por eso. En una situación de pelea entre parejas para la tenencia del hijo, el varón dice ‘esa es una mujer que consume marihuana, no puede quedarse con mi hijo’ hemos visto situaciones en las que los varones han ganado la tenencia, es una lucha muy importante para nosotras. Invitamos a las mujeres a caminar con nosotras en esta lucha e hicimos una campaña de comunicación por el derecho de las mujeres usuarias de sustancias. Todos los ocho de marzo ponemos afiches por toda la ciudad y esto para el feminismo, no fue fácil. El mayor logro para nosotras es tener más movimientos feministas que hoy miren esta agenda, miren esta situación del derecho a las diversidades de maternidad. La pobreza y la vulnerabilidad no pueden ser factores determinantes para la retirada de un derecho, que es el derecho a la maternidad.

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