Inicio Historia y Teoria Algunos chilenos recuerdan cómo combatieron en la II Guerra Mundial

Algunos chilenos recuerdan cómo combatieron en la II Guerra Mundial

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Arturo Alejandro Muñoz 

Lo que usted leerá a continuación es un extracto de artículos y reportajes que fueron publicados en las décadas de 1950 y 1960 por algunos periódicos y revistas, chilenas, refiriéndose a la participación de chilenos y extranjeros (avecindados en nuestro país) que participaron activamente en la Segunda Guerra Mundial. 

Algunas fechas parecerán extrañas, pero corresponden a su vez a la fecha en que se produjeron las publicaciones de prensa a las que el autor de esta nota echó mano para preparar el artículo que usted podrá leer ahora

 Apunte necesario: 

El Teniente Coronel del Ejército de Chile, Teófilo Gómez (Telecomunicaciones), en 1937 cumplía funciones en el Grupo de Comunicaciones Número 16 de la Wermacjt alemana en Munster Westf.

En algunas de las escasas fotografías que hay en nuestros Museos y Bibliotecas sobre esa época es posible observar al teniente Teófilo Gómez (enmarcado por un círculo en la foto de este mismo artículo) participando ‘como un soldado más’ (con uniforme del ejército chileno) en las maniobras militares que la Wermacht llevaba a efecto pocos años antes de la invasión a Polonia, Checoslovaquia y Norte de África. 

Si vemos el bando contrario, 80 chilenos viajaron a Francia en 1941, siguiendo el llamado del general Charles de Gaulle. Sólo cinco volvieron. Dos de ellos reviven aquí sus experiencias. También entregan sus testimonios veteranos nacidos en Alemania, Estados Unidos y Gran Bretaña, que se radicaron en Chile cuando concluyó la guerra. 

«Yo estuve en el ‘Día D'»

En 1943, casi todos los jóvenes universitarios con buena salud de la Universidad de Syracuse, Nueva York, habían sido reclutados para servir en las Fuerzas Armadas. Bertram Husch era uno de los pocos que no se habían enrolado, pues aún no cumplía la mayoría de edad. Avergonzado, decidió no esperar más y falsear su edad, lo que fue aceptado por las autoridades.

Luego de un duro entrenamiento y un viaje de diez días, el regimiento de ingenieros de Husch llegó a Europa. Sólo un par de días antes supieron que su primera misión sería iniciar la reconquista de Francia desembarcando en la Playa Omaha, en Normandía, el 6 de junio de 1944, el «Día D». «Fuimos los primeros. Sentíamos el bombardeo de nuestras naves como un tren pasando sobre nuestras cabezas. Pensábamos que los soldados enemigos no sobrevivirían a eso, pero nos equivocamos. Aún no habíamos avanzado y ya habíamos perdido un 30% de la tropa». Tras horas y horas, el grupo logró abrir el camino para la invasión masiva. «La playa estaba cubierta de cuerpos y de soldados heridos, muchos de los cuales gritaban en su agonía. En la tarde, los muertos fueron recolectados y enterrados».

Tras algunos días de descanso, la unidad de Husch, ahora subteniente, fue destinada a adentrarse en territorio francés, donde participó en la batalla de Las Ardenas. «La misión de mi pelotón de 44 hombres era detener la ofensiva alemana, defendiendo o volando un puente en el camino. Pero nos atacaron con tanques y artillería pesada. Perdí a la mitad de mi grupo». Posteriormente sería movilizado a Alemania, lugar donde, el 5 de mayo de 1945, recibió la noticia de la muerte de Hitler. Ya fuera del ejército, finalizó sus estudios y entró a trabajar en la FAO como ingeniero forestal. En un viaje a Chile conoció a su esposa María Angélica y en 1976 se estableció definitivamente en el país.

80 chilenos a luchar por Francia

Fue un mensaje transmitido por radio a todo el mundo. Era el Presidente de Francia, Charles de Gaulle, pidiendo ayuda para liberar a su país. Eso bastó para inflamar el patriotismo de cerca de 80 chilenos con ascendencia gala y de franceses residentes en Chile, quienes viajaron a apoyar a su madre patria. De los ochenta que viajaron, sólo cinco volvieron.

Margot Duhalde tenía 19 años cuando, en 1941, convenció a su padre para que le diera la autorización de viajar a Gran Bretaña para enrolarse en el ejército de De Gaulle. Para ello, tomó un barco a Liverpool desde Buenos Aires. Lo mismo hizo Paul Potin, un año después, a los 17.

Margot, quien volaba aviones desde los 16 años, llegó a Gran Bretaña con la ambición de ser piloto de guerra, pero se encontró con que los franceses no usaban a las mujeres en la guerra. Así, debió conformarse con ayudar a la dueña de una casa de reposo en las tareas domésticas. Hasta que un piloto amigo le recomendó acercarse a los ingleses. «Me dijo: ‘Con los franceses no volarás jamás’ «, recuerda.

Así, inició su entrenamiento en la Royal Air Force. «Me asignaron al transporte de aviones de guerra, desde las industrias a las bases. Volé decenas de diferentes naves», relata. El trabajo era arriesgado. «Pilotábamos naves que no conocíamos y que no tenían armas ni radio. Además, a veces pasábamos semanas sin dormir entre vuelo y vuelo». Luego de la guerra fue condecorada como «Comandante de la Legión de Honor».

Potin voló en una escuadrilla de aviones Spitfire, pero no logró entrar en combate. «No había nada de confianza en los extranjeros», dice.

Sin saber nada de aviones, se presentó a la Fuerza Aérea y quedó seleccionado para ser instruido en Canadá. Le tocó embarcarse en el Queen Mary, en compañía del Primer Ministro británico Winston Churchill. «Un día pasó revista a la tropa, y al ver que algunos teníamos uniformes diferentes, nos preguntó de dónde veníamos. ‘De Sudamérica, señor, de Chile’, contesté yo. Él me miró y me dijo: ‘Aahh, ¿de Argentina?’. Yo le tuve que corregir». Potin volvió a Gran Bretaña en 1945, donde le correspondió patrullar en el Canal de la Mancha. Ese año vivió las fiestas con que los soldados celebraron el fin de la guerra. «Las borracheras eran tan terribles que, de día, los oficiales les sacaban piezas a los motores de los aviones para que nadie saliera a patrullar ebrio». Ese mismo año volvió a Chile. Hoy es empresario y presidente de la Asociación de ex Combatientes Franceses.

«Nos emboscaron rusos y yanquis»

En 1944, el sargento Hans Hanke, de 19 años, estaba en reserva con su división de tanques en territorio ruso. No se suponía que ese día entrara en batalla, pero una llamada de urgencia movilizó a su grupo. Alguien debía cubrir a las tropas en retirada.

Una semana estuvo Hanke combatiendo dentro de un tanque hasta que a él también le ordenaron retirarse ante la llegada de las tropas norteamericanas. «Ahí supe que habíamos perdido la guerra. Nunca pensamos que Estados Unidos iba a ayudar a Rusia», cuenta. El último día, cuando ya se creía a salvo, un sorpresivo disparo enemigo perforó el costado de su tanque, matando a tres de sus subalternos. Apenas lograría escapar subiéndose a otro carro. «Las balas levantaban la tierra y silbaban en mis oídos», recuerda.

Hanke tiene 84 años, reside en Chile desde 1951 y es empresario en el rubro de los químicos. Recuerda que en 1939, cuando Hitler decidió invadir Polonia, nadie en el país tenía conciencia de lo que provocaría. Dos años más tarde su vida cambiaría al ser obligado a integrar el ejército con 16 años. Por su habilidad como mecánico fue asignado a los tanques y enviado a Rusia. Ahí estaba cuando, en 1943, murieron sus padres en un bombardeo.

Luego de la retirada en 1944, Hanke volvió a Alemania para recibirse de oficial. Ahí fue testigo de la destrucción de Dresden, que lo marcaría toda la vida. Un año después volvió al frente ruso. Ahí, el 5 de mayo de 1945, terminó su carrera militar: «Nos emboscaron los rusos y los yanquis». Ante la posibilidad de ser capturado por los soviéticos, conocidos por su duro trato a los prisioneros, Hanke optó por internarse a pie en el bosque. Dos noches deambuló hasta que encontró una base norteamericana. «Estuve preso 4 semanas y me soltaron».

Al volver a su patria no tenía nada, debió empezar de nuevo y trabajar de noche. En eso estaba cuando vio un aviso en Hamburgo. «Se busca trabajador para empresa de químicos en Chile». Temeroso de que estallara una tercera guerra, partió.

De Viña del Mar a Egipto

Cuando empezó la guerra, la niña viñamarina de 13 años June Mackenzie decidió que al cumplir los 18 se embarcaría a Inglaterra para defender sus raíces. Y cumplió su promesa. Desde Buenos Aires zarpó el barco que recaló en Liverpool.

June fue ubicada en 1943 en un gran galpón ubicado en Biecester (a una hora de Londres) como taquigrafista. Debía tomar nota de los repuestos que les faltaban a los camiones y tanques británicos.

Su día comenzaba a las 6 de la mañana. Un desayuno de pan con margarina y mermelada y un té era suficiente para arrancar la jornada diurna. Después había tiempo para el almuerzo, que por lo general era papas con pescado. Luego, de vuelta al galpón para el trabajo de la tarde hasta que quedaban libres. La ida de la luz artificial era un mensaje irreversible de que había que dormir. «Una de las cosas que más me llamaban la atención era la oscuridad que se producía cuando se acababa el día», recuerda June.

Pero algunos fines de semana había tiempo para ir a la «Southamerican House», un lugar de encuentro para quienes venían del Nuevo Mundo, ubicada en Londres y que servía para la distracción.

A pesar de que el trabajo de June estaba alejado de las armas y los bombazos, sí temblaba cuando oía las bombas dirigidas sin tripulantes que lanzaban los alemanes, las que podían caer en cualquier parte.

Luego de un tiempo, June se aburrió de la taquigrafía: «Quería algo más interesante que escribir a máquina». Entonces se fue a Egipto, donde el trabajo consistía en actualizar las fichas de las tropas. En eso estaba cuando se anunció el fin de la guerra.

June volvió a Londres, se especializó en taquigrafía y un barco a vapor la trajo de vuelta a Viña del Mar.

Un boxeador natalino en la Royal Air Force

Mención aparte merece el natalino Eduardo Scott, ídolo del boxeo de Última Esperanza, quien había logrado en el deporte lo que parecía imposible: derrotar nada más ni nada menos que al temido «Mortero» Sgombich, crédito puntarenense del rudo deporte de los puños. En el cóctel, al hacer uso de la palabra, dijo: «No sé hablar, pero agradezco su presencia y les prometo que donde vaya dejaré bien puesto el nombre de Puerto Natales».

Al comenzar la Segunda Guerra Mundial se embarcó en Punta Arenas rumbo a Buenos Aires, y de allí a Liverpool donde se enroló en la Royal Air Force (RAF). Fue artillero de la Royal Air Force  cumpliendo servicios en las islas Filipinas. Subido de peso, en la RAF combatió en la segunda categoría medio pesado, vapuleando a los mejores boxeadores de esa fuerza de combate, lo que le valió la promesa de sus superiores de ser llevado a Londres una vez terminado el conflicto.

Pero, sentía nostalgia por su tierra natal… y una vez terminado el conflicto bélico regresó a su terruño amado. Obviamente, se radicó en Puerto Natales, donde fue propietario del Hotel Austral y de la agencia de turismo “Scott Tour».

«Lo peor era que nadie te decía cuándo te iban a soltar»

Nunca se conocieron hasta llegar a Chile. Hoy se ven todas las semanas en el Club Manquehue para jugar cartas. Y en esos encuentros no acostumbran hablar mucho de la guerra que inevitablemente los unió.

«Para todos, la guerra duró seis años, para mí duró diez», dice el ex soldado alemán Richard Vogt. A Günther Schmidt, Jurgen Kuhrke y George Goldmann la frase también les calza. Los cuatro continuaron presos cuando la paz había llegado.

Vogt fue capturado por los rusos dos meses después de finalizada la guerra. Estuvo dos años incomunicado hasta que le permitieron enviar cartas de no más de 25 palabras a su familia. «Lo peor era que nadie te decía cuándo te iban a soltar», señala.

Recuerda que en Rusia los 40 grados bajo cero congelaban la orina antes de tocar el suelo. No usaban anteojos, porque se les pegaban a la cara, ni podían estrechar manos por el riesgo de no poder separarlas.

Aunque también estuvo en Rusia, lo que más recuerda Schmidt es la esquirla de tres centímetros alojada en su muslo izquierdo, producto de una granada que explotó a metros de él. Goldmann, en tanto, vive con tres restos de metal alojados en la cabeza.

Los que fueron prisioneros de EE.UU. recuerdan que durmieron dos meses en el barro, que había que hacer eternas filas para conseguir un puñado de sopa en polvo y que los guardias disparaban a los primeros que estaban en la fila cuando los de atrás empujaban para recibir agua. «Después de ver tantas cosas, uno se vuelve insensible», confiesa Kuhrke.

«Disfrutemos de la guerra, que la paz va a ser espantosa», se decía durante los tiempos de combate para darse ánimo; pero el dicho -comentan- terminó siendo un presagio.

NOTA: Aunque no hay datos oficiales fidedignos, periodistas e historiadores estiman que fueron más de 600 las chilenas y chilenos que combatieron en la Segunda Guerra Mundial. Lo interesante es que esas personas lo hicieron motu proprio, ya que el Estado chileno y sus fuerzas armadas no tuvieron,  oficialmente, participación activa en esa conflagración.

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