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Adiós a Daniel Pereyra, arquetipo de aquellos que «luchan toda la vida»

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Jacobin

PEDRO PERUCCA

Foto de Daniel Pereyra tomada por Roberto Montoya en su casa, el pasado 3 de diciembre.

Este lunes 6 de febrero falleció el histórico militante revolucionario Daniel Pereyra, quien en un extenso recorrido de lucha de casi ocho décadas resumió buena parte de los vaivenes de la izquierda latinoamericana de origen trotskista.

La historia de Daniel Pereyra, militante socialista que acaba de fallecer esta semana en España a los 95 años, resume buena parte de la historia de las organizaciones y movimientos revolucionarios de origen trotskista de Argentina y Nuestra América, así como, en los últimos cuarenta años de su vida, también de España, país al que debió exiliarse en 1978 por la brutal represión dictatorial en Argentina y donde siguió desplegando su incansable actividad revolucionaria. Tras décadas de compromiso activo con la lucha armada, el exilio en el que eligió quedarse lo llevó a transformar a la escritura en su principal arma de combate, produciendo una serie de libros clave para reflexionar sobre las distintas apuestas revolucionarias de América, sus referentes, estrategias y resultados, alimentando así un trasvase generacional de experiencias que siempre fue una de sus principales preocupaciones.

Pereyra, nacido en el barrio porteño de Villa Crespo en 1927 como hijo de un camionero y una lavandera y criado en un «hogar típico de una familia trabajadora”, se reconoce en su autobiografía Memorias de un militante internacionalista (publicada en nuestro país en 2014, por Razón y Revolución) como un «producto de época» de una Argentina «agitada y violenta», conmocionada por una fuerte lucha de clases que no dejaba de aterrorizar a las clases dominantes que miraban con preocupación al demonio rojo que se había apoderado de la tierra de los zares pocos años atrás. Así, con un «posicionamiento ideológico» muy temprano, influido tanto por su «origen familiar» como por su «entorno social», comenzó su militancia a los 16 años.

El primero de sus involucramientos militantes —origen de un compromiso que sostendría con rupturas y cambios de organización, pero con la férrea convicción de siempre, durante increíbles ocho décadas— sería a principios de 1942 en un pequeño colectivo juvenil que al año siguiente adoptaría el nombre de Grupo Obrero Marxista (GOM), conducido por un veinteañero Nahuel Moreno. Esta fue la primera organización trotskista que abandonó las tertulias del Café Tortoni para proponerse una inserción real en el movimiento obrero argentino. Después de su trabajo inicial en una imprenta, lo que le permitió «componer” tipográficamente e imprimir los primeros volantes de la organización, Pereyra se mudó a Villa Pobladora (barrio de trabajadores de la carne de Avellaneda, donde el GOM inició su construcción) y empezó a trabajar en la fábrica Siam Di tella, la mayor metalúrgica del país por aquél entonces. Como recuerda Pereyra en una entrevista: «Cuando nos planteamos insertarnos en el movimiento obrero, todavía éste no era peronista. En realidad, no tuvimos una gran discusión interna, nos parecía elemental vincularnos con los trabajadores. En mi caso particular, yo fui el primero del grupo que entró en una fábrica, y fue mucho antes del plantearnos lo que luego se llamó la ‘proletarización’. Yo ya era proletario».

Después el GOM pasó a llamarse Partido Obrero Revolucionario (POR) y en 1954 ingresa al Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN), un desprendimiento de izquierda del viejo Partido Socialista que buscaba «profundizar la revolución nacional y popular iniciada en 1945», lo que permitió que la joven organización morenista acentuara su inserción sindical, colocara a muchos militantes en listas municipales de diversos distritos del Gran Buenos Aires y realizara su primera experiencia electoral. Pereyra no sólo fue candidato a intendente de Lanús sino que en el PSRN conoció a una persona fundamental para el resto de su vida: Juana Perelstein Chechelniski, una activista socialista, feminista y por los derechos humanos que se convertiría en su compañera de vida durante más de 60 años, hasta su fallecimiento en 2016. En sus memorias escribe Pereyra: «Hoy ya con muchos años a las espaldas, con incidentes y vicisitudes varias tengo que reconocer que el encuentro y la vida en común con Juanita han sido uno de los mayores aciertos de mi vida, que felizmente todavía resisten el paso del tiempo, siendo ya octogenarios».

Después de la revolución cubana de 1959, Palabra Obrera, la apuesta organizativa con la que la organización trotskista resistió el «golpe gorila» contra Perón y acompañó la resistencia peronista, se vio fuertemente impactada por una serie de debates estratégicos. Primero caracterizándola de forma absolutamente sectaria, una posición que se modificaría definitivamente recién en 1962, cuando Moreno escribe el folleto La revolución latinoamericana, donde la reivindica y abre el debate sobre la lucha armada, reconociendo que «el terrorismo, las formas de lucha urbana, la defensa de fábricas ocupadas, la defensa de tierras, los ataques a reaccionarios, rompehuelgas y políticos burgueses, etc., son algunos de los métodos que hay que aplicar en Latinoamérica, acompañando las luchas y la organización de masas». Al calor de estas definiciones, Pereyra pasó a ser el responsable de un flamante «equipo militar” de la organización que, según afirma en la entrevista que le realizamos en 2013 para el documental El trotskismo bárbaro (dirigido por Marcel Gonnet Wainmayer, actualmente accesible por Cine.ar): «Primer problema, no hay dinero. ¿Cómo se consigue el dinero? Ya habíamos creado un equipo militar en Argentina que estaba en el tema… Algo de lo que nunca se ha hablado. Se iban a hacer y se hicieron expropiaciones en Argentina. Esto no se ha dicho en ninguna parte, pero te lo digo yo. El dirigente de ese grupo de Palabra Obrera fue, una vez que nosotros nos fuimos, el Vasco (Ángel) Bengoechea, antes de ir a Cuba».

Con este antecedente, el partido argentino decide enviar a algunos compañeros a reforzar el proceso de lucha que se estaba dando en Perú, donde otro dirigente formado con Moreno, Hugo Blanco, estaba liderando una inmensa revuelta campesina contra los latifundistas. Al respecto consultamos a Manuel Martínez (un viejo dirigente de la izquierda trotskista argentina y peruana, además de periodista y escritor), quien recuerda: «Daniel Pereyra fue uno de los cuadros históricos del POR de Argentina que viajó al Perú a principios de los años 60 para apoyar la lucha del movimiento campesino en los valles de La Convención y Lares, en el Cuzco, que dirigía Hugo Blanco, otro cuadro del POR».

Respecto de este proceso, que tuvo fortísimo impacto en una América latina que recién estaba procesando la consolidación de la revolución cubana, recuerda: «Esa presencia de Pereyra fue muy importante, aunque él discrepaba de la línea oficial del partido y consideraba que era necesario avanzar en las expropiaciones de bancos con el objetivo de obtener dinero para financiar la lucha armada de autodefensa de los sindicatos campesinos que habían tomado tierras. Ese era el fin. Y esa posición lo llevó efectivamente a planificar una ‘expropiación’, porque no le gustaba decir ‘asalto’, en el Banco de Crédito de Miraflores (Lima), lo que tuvo impacto a nivel continental. Fue el primer acto de expropiación realizado en el Perú por una organización revolucionaria y generó toda una gran conmoción. La policía no podía creer que los autores del asalto fueran ‘los rojos’. Para esto, recomiendo ver la muy bien documentada película Abisa a los compañeros que dirigió el recientemente fallecido Felipe Degregori, donde el actor argentino Osvaldo Sacha personifica a Pereyra, o leer Abisa a los compañeros pronto, novela de Guillermo Thorndile y Angel Avendaño».

Retomando un fuerte debate que dividió a la izquierda ya en aquel momento, en el documental mencionado Pereyra discrepa con que esa no fuera la línea oficial de la organización, explicando: «En Perú creamos otro equipo militar, cuyo dirigente era yo. Una tarea imprescindible era conseguir dinero, de una forma rápida, que era la única que conocíamos: Las expropiaciones. Muy bien. Lo hicimos. Una primera expropiación [en el Banco Popular del barrio de Magdalena, en Lima] en la que no hubo ninguna crítica de nadie del partido argentino que dijera que eso estaba muy mal. Pero fue una expropiación pobre, se recaudó muy poco dinero. Y, por el motivo que fuere, no hubo críticas, no éramos putchistas ni nada, en ese momento. Salimos de ahí con un éxito militar y un fracaso económico. Muy poco dinero, con esto no vamos a ninguna parte, no se pueden garantizar las tareas. Que los argentinos manden el dinero al que se habían comprometido. Entonces el buró político del partido peruano, con la anuencia del equipo militar peruano, decidió otra expropiación. El partido argentino, que estaba enterado de todos los pasos que dábamos no dijo nada en contra. Y ahí estaba Moreno, pero no dijo nada en contra. Se hizo la expropiación y fue la catástrofe».

Quien esté interesado puede profundizar tanto en las memorias de Pereyra como en el tercer tomo de La historia del trotskismo obrero e internacionalista, investigación sobre la historia del morenismo coordinada por Ernesto González, o en Perú: dos estrategias, recopilación de resoluciones, textos y cartas de Moreno a Blanco, Pereyra y otros dirigentes sobre el tema, compiladas por Miguel Sorans, entre otros numerosos trabajos. Más allá del debate sobre el presunto «putchismo» de la organización peruana, lo cierto es que el asalto al banco de Miraflores concluyó en una caza de brujas contra el trotskismo en Perú, en la que fueron detenidos numerosos cuadros de la organización (Blanco fue detenido en mayo de 1963), incluyendo al propio Pereyra, que cumplió más de cinco años de cárcel, incluso pasando por la infame Colonia Penal El Frontón, famosa por sus brutales condiciones de detención. Durante este tiempo sufrió privaciones, torturas y simulacros de fusilamiento, pero siempre buscando organizarse con los otros presos y manteniéndose inquebrantable. Recuerda Martínez: «José Antonio ‘Pepe’ Morales Bermúdez, un gran compañero que había estado en esas circunstancias también, decía que la actitud que tuvo Daniel en la cárcel fue ejemplar». En el mismo sentido, la introducción de Guido Lissandrello a las Memorias… remarca: «Primo Levi dijo alguna vez que el que lo pierde todo, se pierde a sí mismo. No es el caso de Pereyra, que mantuvo intacta su convicción e incluso en ese contexto de descomposición carcelaria, no dejó de organizar a sus compañeros y luchar por mantenerse entero».

Tras ser liberado, en agosto del 67 Pereyra regresó a la Argentina para encontrarse con un país tensionado por la lucha popular y unas organizaciones revolucionarias librando un álgido debate sobre la estrategia revolucionaria y el rol de la lucha armada en el sur del continente. Según sus palabras, hasta su exilio de 1978, «fueron 11 años de intensas luchas sociales y políticas y de dos dictaduras». En el 65 Palabra Obrera se había fusionado con el Frente Revolucionario Indoamericano Popular de Santucho para parir al Partido Revolucionario de los Trabajadores. En la previa al V congreso de la organización, Pereyra se alinea con el sector de Santucho, que luego decantaría en el PRT El Combatiente (mientras que el sector de Moreno forma el PRT La Verdad). Como delegado del PRT EC, Pereyra incluso participó del IXº Congreso de la Cuarta Internacional, que se centró en el debate sobre la lucha armada, quedando la posición de Moreno en minoría. «La experiencia del congreso fue muy interesante, suponiendo un impacto enorme asistir a un evento de tal calado, con la oportunidad de conocer a militantes y dirigentes de todas partes del mundo, entre ellos a Ernst Mandel, Pierre Frank y Livio Maitán entre los veteranos, y los jóvenes franceses de la generación de Bensaïd, además de compañeros de otras regiones y a muchos latinoamericanos como el boliviano Hugo Moscoso y varios dirigentes mineros del POR. Fue una escuela de internacionalismo y me refirmó en mis convicciones políticas trotskistas», recuerda.

Pero la alianza con Santucho no está destinada a durar y tras una serie de fuertes polémicas sobre su “desviación militarista», en 1971 encabeza una ruptura del PRT con la conformación del Grupo Obrero Revolucionario (GOR). Pereyra recuerda en la entrevista citada: «Lo que más pesó fue lo referente a la aplicación de la lucha armada. Para nosotros fue un tremendo choque constatar cuál era la visión de Santucho al respecto. Según él había que formar de manera inmediata el ejército revolucionario, realizar una serie de acciones importantes (cinco o seis asaltos a cuarteles del ejército en todo el país) para aprovisionarse de armamento. También quería nombrar un comandante (puesto que finalmente recaería en el mismo Santucho), enviar compañeros a Cuba para recibir instrucción militar y avanzar en la construcción de toda la infraestructura, lo que de hecho significaba iniciar la guerra revolucionaria. Esto, formulado como un plan con un organigrama completo, fue lo que nos separó. Dedicar casi toda la energía del pequeño partido a la guerra, nos parecía un plan muy alejado de la realidad y las necesidades de los trabajadores». En el mismo sentido, añade: «Sosteníamos: ‘No se trata de suplantar la acción de las masas ni de ejercer ningún tipo de paternalismo. No se trata con el actual grado de desarrollo de la lucha de clases, de hostigar a un enemigo infinitamente más poderoso, ni de aniquilar sus unidades’. Hacíamos referencia a la posición del PRT-ERP de considerar que aquella etapa era la de ‘guerra revolucionaria’».

En agosto del 78, uno de los momentos más álgidos del terrorismo de Estado en Argentina, después de un operativo militar en casa de sus familiares y de la caída del Viejo Guillermo, un miembro de la dirección del GOR, en acuerdo con su organización y evaluando que «nuestra estructura no aguantaría mucho más», finalmente decidió el camino del exilio. Al respecto, enfatiza lo «traumático» de esta experiencia «por lo que implica de desarraigo, la pérdida de toda una vida, de familiares y amigos», al tiempo que valora que la principal ayuda para recuperarse «fue la solidaridad del pueblo español, que se manifestaba de múltiples formas», así como el contacto «con nuestra organización hermana en España, la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), sección española de la IVª Internacional, que nos acogió con los brazos abiertos dándonos cabida en sus filas, concretamente en su célula latinoamericana, donde se desarrollaban tareas de solidaridad internacionalista». Tanto él como Juanita se integraron rápidamente a la dinámica de la Comisión Argentina de Derechos Humanos (CADHU) y las actividades de la comunidad de compatriotas exilados de Madrid que denunciaban a la dictadura argentina a través de actos, concentraciones de repudio frente a la embajada y tejían redes de apoyo para los nuevos exiliados que continuaban arribando.

Durante su estadía en España, además de seguir la evolución política de las organizaciones vinculadas al llamado Secretariado Unificado de la IV Internacional (lo que el morenismo definía como «mandelismo»), hasta la actual Anticapitalistas, también se dedicó al periodismo, colaborando en diversos medios nacionales, actividad por la que luego acabaría integrando el consejo de redacción de la revista Viento Sur, y a la elaboración de algunos libros clave para la formación revolucionaria. Además de sus memorias, escribió Argentina rebelde (un análisis de las jornadas argentinas del 19 y 20 de diciembre del 2001, definidas como “una verdadera rebelión”), Del Moncada a Chiapas. Historia de la lucha armada en América latina (un recorrido por los debates sobre el tema, sus distintas metodologías y las organizaciones que la aplicaron), Mercenarios, guerreros del imperio (un análisis sobre el rol de las grandes corporaciones privadas en el negocio internacional de la guerra) y Revolucionario sin fronteras (un recorrido político-biográfico del Che Guevara, en relación con los problemas teóricos que fue abordando). Junto con Roberto Montoya también publicó El caso Pinochet y la impunidad en América latina. En el ámbito literario, también participó de algunas mesas en la famosa Semana Negra de Guijón.

En El trotskismo bárbaro, varios dirigentes históricos de la corriente hacen elogiosas referencias a Pereyra. Hugo Blanco reconoce a Nahuel Moreno como uno de sus maestros, pero también al Vasco Bengoechea, a Héctor Fucito y a Pereyra, «qué todavía está militando». Durante la entrevista, el histórico dirigente peruano autodefinido como «poeta y expropiador» Leoncio Bueno se entera de que Pereyra está en silla de ruedas por la enfermedad que lo aquejaba y afirma: «Pero él se merece vivir, se merece estar mejor que yo, porque es un hombre muy derecho, un hombre que merece estar sano y tener energía». En el documental, el propio Pereyra también hace un breve balance de su relación con Moreno: «Esto lo he pensado mucho. Moreno creó un partido, una organización. Y ese es el mayor mérito político de la vida de Moreno, haber sido capaz de crear un partido que en un determinado momento fue un partido importante, con miles de afiliados. Dejó de ser un pequeño grupito, que es lo que siempre se nos atribuía a los trotskistas: pequeños grupitos que se dividen». Que Pereyra realice esta valoración, a pesar de las inmensas críticas que hasta el fin de sus días le planteó a Moreno por su rol en los hechos de Perú (respecto de los que llegó a afirmar que éste «cruzó la raya» de clase), habla no sólo de su responsabilidad como dirigente sino también de que la construcción de organizaciones fue una obsesión central en sus más de ocho décadas de militancia. Con distintas formas y en diferentes contextos, pero siempre organizándose y valorando la acción colectiva.

En 2013, ya con 86 años y fuertemente afectado por su enfermedad (un cáncer de próstata que luego derivó en numerosas complicaciones), concluía su libro de memorias militantes con un vibrante llamado al compromiso, mostrando esa coherencia sin fisuras que mantendría hasta el fin de sus días: «La batalla para enfrentar el azote del capitalismo insaciable y poder avanzar hacia una nueva sociedad, sin explotados ni oprimidos sigue, día tras día. Es la cita a la que estamos convocados todos y todas los revolucionarios y las revolucionarias. ¡Ánimo, la lucha continúa!»

A pocos días de su fallecimiento y como debido homenaje a ese compromiso militante sostenido de forma inquebrantable durante más de 80 años, hasta transformarlo en arquetipo de aquellos imprescindibles «que luchan toda la vida» de los que habló Bertolt Brecht, lo saludamos con el puño en alto: ¡Hasta el socialismo siempre, compañero Daniel Pereyra!

PEDRO PERUCCA

Sociólogo, periodista, editor de revista «Sonámbula» e integrante de «Proyecto Synco», observatorio de ciencia ficción, tecnología y futuros.

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