DIARIO DE ANTOFAGASTA. 5 Mayo 2020
por Andrea Condemarín
Toda crisis es una transformación y terminará por hacernos más fuertes. Existen dos formas de enfrentarla: acción o reacción. Mientras la acción es voluntaria y consciente, la reacción responde a las circunstancias del momento y a la pasión, sin contar con objetivos, metas ni con el tiempo para hacer el análisis necesario y evaluar las implicancias y consecuencias de nuestros actos.
La crisis sanitaria mundial generada por el COVID-19, dejó en evidencia falencias que, como país, arrastramos desde hace mucho. La precariedad de nuestro sistema público de salud es solo una de ellas, también está la falta de protección laboral y el trabajo informal entre muchas otras. El abuso de las AFP y las Isapres y la realidad de la violencia intrafamiliar, solo por mencionar algunos aspectos.
En Chile, hemos sido testigos de cómo la actual administración no ha hecho más que reaccionar, sin pensar, sin evaluar y sin medir las reales consecuencias de sus decisiones, completamente ciegos a la realidad de la gran mayoría, a los contextos económicos y familiares de los que no tienen los privilegios de quienes ostentan el poder económico en Chile y sus cercanos.
Esta “nueva realidad” como les gusta llamarla, nos llegó como una bofetada, sin previo aviso y sin conciencia real de las falencias de muchos. No, no todos tienen acceso a Internet, no todos tienen siquiera un equipo apropiado para tener clases en línea, no todos tienen el espacio necesario para soportar sanamente una cuarentena y muchos no tienen ni siquiera un techo bajo el que pasar ese encierro obligado.
A pesar de esto, la clase política, inmersa en su realidad paralela, sigue priorizando en debates particulares y egoístas en lugar de entender que este escenario exige mucho más de nosotros.
Hace sólo algunos días, la pelea en el área chica de un sector de partidos de izquierda se centró en un encuentro virtual organizado por el Grupo de Puebla, espacio de reflexión e intercambio político que trabaja por el desarrollo integral de los pueblos latinoamericanos analizando desafíos comunes y trazando iniciativas conjuntas, al que asistieron, entre otros, Ernesto Samper, ex presidente de Colombia, Dilma Rousseff, ex presidenta de Brasil, Leonel Fernández y José Luis Rodríguez Zapatero,ex presidente del Gobierno de España y Alberto Fernández, actual Presidente de Argentina.
También estuvieron presentes once representantes de la izquierda chilena, lo que generó escozor en parte de ese sector, principalmente ex Concertación y Nueva Mayoría, en el Gobierno, quienes criticaron el encuentro aludiendo a que “los problemas de Chile se resuelven en Chile”.
Lo cierto, es que la cita no fue otra cosa que una gran oportunidad de dialogar sobre las implicancias de una crisis que no le pertenece a uno ni a otro país, y cuya solución pueden estar en cualquier parte.
La actividad fue gestada con el objetivo de realizar un trabajo colaborativo para enfrentar la crisis sanitaria, social y económica que trae la pandemia.
Es una más de las acciones, no sólo reacciones que hemos trabajado para implementar con el afán de ser un aporte concreto a la crisis, entendiendo que las circunstancias requieren de un cambio de paradigma que priorice la sana relación con el medio ambiente y se centre más en las personas y menos en las empresas, para alejarnos de la ruta del actual modelo neoliberal.
Toda crisis exige una transformación. Que la izquierda chilena está dividida es un hecho irrefutable y ser capaces de hacernos cargo de ello para trabajar juntos por el bienestar de los chilenos y chilenas, sobre todo los más desposeídos, los que siempre quedan debajo de la mesa de los acuerdos políticos, es un deber.
Está demostrado que el trabajo colaborativo es una forma de generar sinergias y hoy las nuevas tecnologías borran las distancias, permitiendo que las experiencias entre vecinos y el conocimiento se transfiera de forma más rápida, haciéndolo más eficiente, flexible y aumentando de manera exponencial la capacidad de innovación. Ver esto como una amenaza no resiste ninguna lógica.
Por Andrea Condemarín