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¿Revolución o Sumisión?

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Jano Ramírez

Comité por una Internacional de los Trabajadores, CIT.

Estamos viviendo en un mundo saturado de información, donde los medios de comunicación han encontrado en las crisis del gobierno un festín que explotan sin escrúpulos. Sin embargo, esta situación no puede reducirse sólo al rol de los medios; el gobierno mismo, con su falta de coherencia y contradicciones internas, ha contribuido directamente a este escenario.

El caso Monsalves, alto funcionario de gobierno procesado por violación, no solo es un escándalo individual, sino una muestra del fracaso estructural de un gobierno que se define como “feminista” y que, paradójicamente, no ha logrado crear un entorno político libre de abusos. Este hecho no es una anomalía, sino un reflejo de un sistema donde la desigualdad y el abuso de poder están profundamente arraigados.

A partir de esta situación, emergen tres puntos clave que evidencian la profundidad del problema:

1. El “yo te creo” frente a un sistema que protege a los poderosos

La consigna “yo te creo” se convierte en una declaración vacía cuando se opera dentro de un sistema capitalista que perpetúa la violencia estructural. En este contexto, las denuncias de abuso y violencia de género chocan con una maquinaria que protege a los agresores, especialmente cuando ocupan posiciones de poder. No es casualidad que casos como el de Monsalves, o el de Martín Pradenas, tarden años en encontrar justicia, mientras que las víctimas enfrentan constantemente el descrédito y el abandono institucional.

Este patrón no es exclusivo del sector público. En el mundo privado, grandes corporaciones como McDonald’s o Amazon han sido denunciadas repetidamente por encubrir abusos laborales y de género, dejando claro que el problema no está en una institución específica, sino en un sistema diseñado para silenciar a los más vulnerables.

2. La crisis comunicacional: el agotamiento del reformismo

La incapacidad del gobierno para responder con claridad y firmeza a los escándalos muestra algo más profundo que un simple problema de estrategia: es la evidencia del límite de un proyecto reformista que busca “gestionar” el capitalismo en lugar de transformarlo. Gobiernos que prometieron cambios estructurales, como el de Gabriel Boric en Chile o el de Pedro Sánchez en España, terminan atrapados en las mismas dinámicas de improvisación, contradicciones y concesiones a las élites.

La falta de un discurso coherente no es solo torpeza, sino el reflejo de un proyecto político que intenta conciliar intereses incompatibles: las demandas de justicia social y los límites impuestos por el capital.

3. Una crisis de hegemonía que abarca a todas las élites

Gramsci definía la hegemonía como el consenso social que las élites construyen para mantener su dominio. Hoy, ese consenso se está desmoronando. No solo el gobierno actúa de forma errática; la derecha y los grandes poderes económicos también están expuestos.

El caso Hermosilla, que reveló una red de fraudes millonarios entre abogados y empresarios, mostró cómo las élites económicas operan en un marco de total impunidad. Por otro lado, la instrumentalización de los medios para fabricar escándalos, como las acusaciones sin fundamento contra Boric, revela el nivel de manipulación al que recurren sectores de la derecha en su desesperación por mantener el control político.

Esto no absuelve al gobierno, que también es parte del problema. El intento de gestionar el capitalismo con un rostro humano no solo es insuficiente, sino que se convierte en cómplice de las mismas estructuras de poder que perpetúan el abuso y la desigualdad.

4. Más allá del espectáculo: un llamado a la acción

Las y los  jóvenes, que han estado en la primera línea de luchas históricas como la revolución de los pingüinos o las protestas feministas, tienen la tarea de mirar más allá del ruido mediático. Esta crisis no es solo del gobierno, ni solo de la derecha: es del sistema en su conjunto. No se trata de cambiar rostros, sino de construir alternativas reales que rompan con la lógica de la explotación y la opresión.

Los escándalos recientes, ya sea el caso Monsalves, el de Hermosilla, o incluso las denuncias de corrupción en instituciones públicas como Carabineros y las Fuerzas Armadas, son recordatorios de que no habrá justicia real mientras el capitalismo siga siendo el marco que organiza nuestras vidas.

La tarea no es gestionar el desastre, sino transformarlo desde su raíz.

No podemos seguir esperando que alguien más tome la iniciativa por nosotros. El cambio no vendrá de arriba ni de quienes han construido su poder sobre nuestra explotación. Somos nosotras y nosotros quienes debemos asumir la responsabilidad de transformar esta realidad injusta.

El capitalismo, para nuestra clase, no es más que abuso, discriminación, pobreza y opresión. Es un sistema diseñado para enriquecer a unos pocos mientras aplasta a la mayoría.

La única manera de derrotar a los abusadores de nuestra clase es mediante la organización y la unidad, construyendo un programa de transformaciones profundas que ponga fin a esta lógica de explotación. Solo a través de nuestra acción colectiva podremos conquistar un futuro donde la justicia, la igualdad y la dignidad no sean solo promesas vacías, sino realidades para todos y todas.

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