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La revolución no será fetichizada

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Jacobin

SARAH JAFFE

TRADUCCIÓN: VALENTÍN HUARTE

El libro de Vivian Gornick sobre Emma Goldman sigue la tendencia dominante de reducir la vida y la obra de las mujeres militantes o artistas a sus sentimientos y pasiones personales. Pero es momento de poner en cuestión este enfoque.

Hace poco leí la biografía de Emma Goldman que escribió Vivian Gornick. Pasé todo el fin de semana leyéndola en el metro y protegiéndola de la lluvia y del granizo mientras corría por la ciudad y trabajaba. Tengo que decir que es la forma adecuada de leer sobre Emma Goldman, que siempre vivió apasionada y ocupada en un remolino de actividad. Terminé las últimas páginas el domingo en un parque, antes de ir a cuidar el gato de Melissa.

Escribo esto en el tono de «Under the Gun» de Sisters of Mercy, con la fabulosa Terri Nunn (de fama berlinesa) gritando «Are you living for love?» una y otra vez, y aunque en un sentido esto es bastante apropiado a la hora de escribir sobre Emma, en otro sentido no lo es.

Porque Gornick está interesada sobre todo en psicoanalizar la vida amorosa de Goldman, y a pesar de que soy tan salaz como cualquier chica y amo los chismes y sería una mentirosa descarada si no confesara que disfruté tanto como el resto del libro los detalles exquisitos de las cartas de amor que se enviaban Goldman y Ben Reitman, también estoy completamente harta de que todo el mundo lea las vidas amorosas de las mujeres militantes como si fueran signos de sus ideas políticas.

La reseña de Bhaskar Sunkara del libro en The New Inquiry resume este problema con bastante claridad:

El relato subyacente de Gornick es evidente: el anarquismo de Goldman era utópico, pero en la carrera hacia este noble ideal, nuestra protagonista defendió la libertad de expresión, una de las marcas distintivas del individualismo estadounidense. En vez del análisis de una vida política, la autora nos ofrece una celebración trivial de la «buena lucha» y unos cuantos chismes de salón. En un sentido, es la biografía perfecta para una época neoliberal que no puede más que sonreír con aires de superioridad frente a todo compromiso genuino.

Es posible que el aporte de Goldman a la izquierda haya sido su voluntad de hablar sobre sexo y sexualidad tan seriamente como hablaba de la clase, la pobreza y la guerra; pero terminó encasillada en la misma trampa en la que todavía hoy siguen metidas las mujeres que deciden discutir sobre sexo: la idea de que hablar sobre sexo es sexual y de que por lo tanto brinda el tono de todo lo que una hace. Aunque la creencia de Goldman en el amor libre —utilizada muchas veces en su contra por amantes egoístas que le exigían que fuera una practicante genuina mientras ellos se cogían a quienes querían y la hacían sentir culpable por sus celos, encrucijada, dicho sea de paso, que todavía sentimos hoy las feministas que terminamos sufriendo a causa de los hombres— era parte de su anarquismo, no resumía completamente toda su política, y muchas veces ni siquiera era la fuerza motriz que Gornick cree haber descubierto.

Pero, ¿deberíamos estar sorprendidos? Vivimos en un mundo en el que el feminismo neoliberal está separado de todo tipo de política de clase y plantea reivindicaciones de solidaridad sin comprometerse con ninguna en particular. Esperamos que las mujeres encarnen una política propia mientras los hombres crean y definen la suya. Si Emma Goldman estaba interesada en el sexo, en la libertad en la cama y fuera de ella, debe ser que su análisis de clase surgía de ahí, ¿no? Pero aun si ese fuera el caso, eso no significa que podamos comprender la política de clases a partir del análisis de su vida sexual.

Tendemos a leer las vidas de las mujeres militantes como signos de su política o como puntos que entran en contradicción con ella (como notó con tanta elocuencia Cristina Nehring en A Vindication of Love). La relación de Frida Kahlo con Diego Rivera es un «defecto» que tenemos que atravesar para apreciarla como el símbolo de la buena feminista en el que se convirtió. Pero no podemos separar el arte de Kahlo de su angustia, y aunque esto nos hace sentir cierta intimidad con su arte, donde parece haber escupido todo lo que tenía dentro, en realidad no la conocemos. La verdad es que no nos interesa si estaba sufriendo. De hecho, somos cómplices de su sufrimiento porque disfrutamos de su arte. Sin embargo, la criticamos por permanecer junto a Diego Rivera o por perdonarlo porque, después de todo, sigue siendo cierto que las mujeres ignoran sus propios deseos y sus corazones, ¿no?

Como escribió Nehring en A Vindication of Love: «Mujeres, si los fracasos de mi vida amorosa significan que fallé en el feminismo, bueno, el feminismo está jodido».

En términos más directos, si vamos a hablar de la política sexual de Goldman, pensemos en un elemento básico de toda doctrina del amor libre: el fin de una relación no es un fracaso. Según las palabras de Goldman que Gornick, sin prestarles suficiente atención, cita:

La angustia por el fin del amor o por un amor no correspondido entre personas que son capaces de un pensamiento elevado y refinado no las convierte en brutos. Esas personas sensibles y refinadas solo tienen que preguntarse si pueden tolerar una relación obligatoria, y la respuesta debería ser un no enfático.

En otras palabras: sufrir por un amor perdido es algo que nos sucede, es natural, no nos hace peores personas. El fin de una relación duele. Pero el verdadero fracaso sería intentar forzar a alguien en una relación que caducó en función de cierta idea de obligación

Y a través de esta lente, las relaciones de Goldman, que Gornick compadece o condena, reprendiendo siempre a Goldman por no haber aprendido de ellas, como si hubiesen sido unilaterales, no son fracasos, sino experiencias. Los amantes que desaparecen lenta o repentinamente de nuestras vidas, los que pasan a ser amigos, los que se acuestan con otros, los que nos hacen llorar de celos y temblar de miedo y estremecernos por el futuro, son todas personas que valen la pena.

Todo esto me resulta especialmente sorprendente en el caso de Gornick, que en otras partes hace una defensa apasionada del amor. Por ejemplo, en «The End of the Novel of Love» dice: «Si un escritor pone hoy el amor romántico en el centro de su novela, ¿quién pensará que en su búsqueda los personajes encontrarán algo significativo? ¿Que ese amor hará que se enfrenten a sí mismos de tal modo que todos aprendamos algo importante sobre cómo llegamos a ser como somos, o sobre cómo la época en la que vivimos llegó a ser como es? Yo creo que nadie. Pienso que hoy el amor como metáfora es un acto de nostalgia, no de descubrimiento».

Incluso en este libro, Gornick argumenta que antes solíamos valorar culturalmente el amor más de lo que lo hacemos hoy. Sin embargo, sus comentarios muchas veces insidiosos sobre la vida de Goldman —en un momento escribe literalmente «¿Qué-eeee?», como si fuera una adolescente redactando un mail a un amiga sobre la aventura de una Goldman de sesenta y cinco años con un joven ciego— parecen menos una lectura profunda de los intentos de Goldman de vivir su ideal de amor libre y más un goce malicioso en sentirse mejor persona que esta icónica revolucionaria.

Con todo, tengo que decir que estoy contenta de haber leído este libro porque hizo que me sensibilizara profundamente con Goldman y también me otorgó cierta claridad sobre mi propia vida. Los fracasos que Gornick carga en la cuenta de Goldman —no haber encontrado nunca un amante perfecto, una persona que respetara y respaldara su obra, que acordara con su ideal de libertad, que la desafiara y que la hiciera disfrutar de orgasmos espectaculares a la vez— son fracasos que muchas militantes feministas, yo incluida, seguimos experimentando hoy, cien años después de que Goldman se subiera por primera vez a un escenario a reivindicar el amor libre. En la actualidad es difícil encontrar un compañero o compañera que no quiera domesticar a una mujer política bocona, que no quiera callarla y meterla en una caja apretada. ¿Yo también soy un fracaso por no tener una relación duradera? No lo siento así.

El patriarcado no desapareció porque Goldman haya convocado a destruirlo, y seguimos siendo imperfectos y estamos cagados, a veces de forma hermosa y a veces rotos sin posibilidad de reparación. Pero la causa de que la revolución no haya triunfado no es que Goldman no encontró un compañero de vida; la revolución fracasó porque la mayoría de las personas no eran anarquistas radicales.

No pienso que a Goldman le hubiera interesado el debate sobre su vida amorosa —después de todo, no pasan más de veinte páginas después del comienzo de su autobiografía hasta que escribe que descubrió la masturbación—, pero nos hagamos un favor y dejemos de reducir a las mujeres a sus cuerpos, a su sexualidad, a sus vidas amorosas. Ese es un modo de pensar bastante misógino. Llevado al extremo, es lo mismo que hizo el conservador norteamericano Rush Limbaugh cuando inició una guerra contra la vida sexual personal de Sandra Fluye porque ella se atrevió a hablar públicamente sobre los métodos anticonceptivos. La idea subyacente parece ser que cuando una habla políticamente sobre temas personales tenemos derecho de acceder a sus vidas personales. 

Y recordemos por un momento que eso no les sucede casi nunca a los hombres, incluso cuando son descubiertos literalmente con los pantalones bajos.

Pero Gornick se siente completamente cómoda con reducir toda la carrera política de una mujer a una realidad donde «Sintió es la palabra clave». Es lo mismo que hacemos cuando asumimos que las músicas mujeres escriben confesiones en vez de relatos y que los hombres que confiesan sus abusos sexuales hacen LITERATURA.

En cualquier caso, creo que no hay nada malo con los sentimientos pasionales o intensos, elevados o bajos, y que lo misterioso y hermoso de esos sentimientos es que nadie más sabe exactamente cómo nos afectan. Esos sentimientos y pensamientos son distintos, y una mujer que se pasó la vida en el mundo público y que dejó amplios registros de lo que pensaba merece que estudiemos con seriedad esos pensamientos y esos sentimientos.

SARAH JAFFE

Antigua editora laboral de Alternet. Ha escrito sobre economía, organización y movimientos sociales para Nation, Dissent, American Prospect, Truthout y Jacobin, entre otros.

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