por Gustavo Burgos
Las pasadas elecciones de Gobernadores fueron una costura más en el traje de la nueva transición que se prepara desde las altas esferas del poder. En efecto, la disputa metropolitana Orrego/Oliva fue una muestra de como dentro del marco del Acuerdo por la Paz, comienzan a dirimirse sus alternativas. Un enfrentamiento entre candidaturas del orden establecido para servir políticas igualmente patronales.
Sin embargo, la semana pasada del mismo modo, estuvo marcada por el lanzamiento del programa de gobierno del candidato presidencial del Partido Comunista, Daniel Jadue. La jauría de la derecha reaccionó histérica con una campaña de terror, advirtiendo que tal programa era el anticipo de la dictadura del proletariado, dando lugar a una reedición de la campaña piñerista de «Chilezuela» contra Guillier en las pasadas presidenciales y que ha caracterizado la política gorila de la Derecha desde los años 50, desde las cavernas de Radio Minería, Agricultura y el Reporter Esso. La idea de que los comunistas se llevarían los niños a la URSS e nos invadirían con sus tanques, proviene de ese imaginario. Mosciatti de la Biobío, ha tratado de reeditar esa lúgubre y penosa tradición.
Ya lo dice el aforismo, «los árboles no dejan ver el bosque» y la pirotecnia anticomunista —cuyo único sustento es el miedo patológico a lo desconocido— en definitiva lo que persigue es impedir que los trabajadores podamos discutir de política abiertamente. Por esta razón debemos atenernos a lo que el propio Jadue ha venido planteando en sus declaraciones, entrevistas y en su Programa, para hacernos una idea de qué es lo que en realidad está en disputa tras su candidatura.
En primer lugar Jadue ha dejado claro meridianamente que no habrá expropiaciones ni nacionalizaciones, con lo que da una potente señal política en orden a que será respetuoso de los intereses del gran capital y las transnacionales. Igualmente ha indicado de forma explícita que no alterará el modelo subsidiario en que se sustentan los servicios privatizados, limitándose a indicar —ha usado reiteradamente el ejemplo del caso de Aguasdécima en Osorno— que habría que ser más estrictos en el cumplimiento de sus estatutos. En su entrevista para el medio imperialista Bloomberg puso muy en claro estas cuestiones, indicando que respetaría la autonomía del Banco Central y el estatuto del inversionista extranjero, añadiendo el sábado que aspiraba a reconstruir las tasa de encaje de un 30% para las operaciones de comercio exterior que estuvieron vigentes del 91 al 96.
No lo decimos nosotros —afiebrados principistas— sino que el propio candidato del PC, su programa de gobierno en lo central, es respetuoso del gran capital, de los intereses imperialistas y del modelo de equilibrio fiscal que tiene como base institucional la autonomía del Banco Central. Este programa —hay que decirlo con claridad— no sólo nada tiene que ver con el Socialismo, sino que se define a sí mismo como promotor de un Estado Social de Derechos, concepto político que proviene de la Alemania de Bismarck y que se ha desarrollado como Estado de Bienestar por la socialdemocracia europea, siempre, como primera línea de la política anticomunista de la burguesía en el viejo continente. El propio Daniel Stingo —modesto comentarista de televisión electo convencional constituyente— apuntó a que el programa de Jadue era aún más conservador que el programa de gobierno de Frei en las elecciones del 64.
Vamos despejando las cosas, el programa de Jadue —lejos del socialismo— difícilmente cuadra con lo que ha venido planteando la socialdemocracia y se inscribe con mayor rigor en la vieja tradición liberal democrática. Las cosas son lo que son, no lo que digan las campañas de terror de la Derecha. No nos confundamos.
Pero subsiste otra duda, otro problema que podrá confundir a no pocos compañeros. Nos dirán: «Está bien no es un programa socialista, pero en torno a él se agrupará el activismo que protagonizará los nuevos levantamientos revolucionarios, hay que estar con ellos». En lógica formal tal razonamiento es impecable. Lamentablemente la lucha de clases nada tiene que ver con el sentido de oportunidad, del momento que la motoriza no los silogismos aristotélicos, sino que el irreconciliable enfrentamiento entre explotados y explotadores. En esa dinámica aún el más benévolo de los demócratas burgueses termina invariablemente enfrentando a los trabajadores, porque la mecánica de clases del proceso así lo ha demostrado. La Carta de los Cordones Industriales a Salvador Allende demuestra que aún el gobierno socialista de la UP —que había nacionalizado el cobre y creado el área social de la economía—terminó capitulando a la institucionalidad e intereses generales de la clase enemiga. De forma mucho menor y ya como comedia, el joven alcalde Jorge Sharp en Valparaíso, el súper democrático, inclusivo, territorialista, posmoderno y posmarxista, terminó durante el levantamiento del 18 de Octubre coordinando la represión con las FFEE y la Armada, criminalizando los saqueos y —como acaba de ocurrir—justificando despidos masivos de trabajadores.
Despejada de toda emocionalidad, el programa de Jadue es un programa político patronal cuyo carácter y contenido de clase —objetivamente— sirve a la estabilización del régimen y a la preservación de los intereses generales de la clase burguesa.
Lo que sí logra este programa es hacerle oposición a Piñera, porque ese es su objetivo fundamental. Es un programa prisionero del viejo concepto concertacionista de que hay que unirse para derrotar a la Derecha, hacerse los lesos mientras «se corre el cerco» y seguir hasta el fin de los tiempos destrabando los enclaves pinochetistas.
Esta cuestión estratégica —vale decir el tipo de gobierno que se propone— es fundamental para determinar políticamente de qué se habla cuando se habla de gobernar. Y en este punto Jadue —el PC— nos proponen un gobierno de unidad de la oposición, un proyecto de gobierno en cuya plataforma el Partido Socialista —organización patronal por excelencia los últimos 30 años— no se incorporó sólo por su alianza con el PPD. Un gobierno en definitiva conformado por las fuerzas del régimen que dieron vida al infame Acuerdo por la Paz. Decimos esto porque el tipo de gobierno que se propone es el programa, no el amontonamiento de consignas o propuestas, esto último define más bien el proceso en que incide, pero jamás el objetivo político que se propone al pueblo. Por eso lo que hoy propone Jadue es lo mismo que ha venido planteando el Partido Comunista desde hace casi un siglo, desde Elías Lafferte: gobiernos para ejercer el etapismo, el reformismo y la colaboración de clases.
En el escenario internacional idénticos planteamientos —como en general los del Foro de Sao Paulo— han conducido con enormes expectativas a frustraciones estrepitosas y a la preservación del orden capitalista. Esta es la realidad histórica. Así ha ocurrido con Morales en Bolivia, Lula en Brasil, Correa en Ecuador, Maduro en Venezuela y la dinastía de los Kirchner en la Argentina. Estos pomposos proyectos transformadores y de profundización democrática, viven de la conmemoración de martirios, celebrando derrotas y de la agitación carente de contenido de clase de la participación democrática bajo el orden patronal. Se trata de proyectos que existen exclusivamente para preparar campañas electorales y si están en el gobierno, para echarle la culpa al empedrado.
Pasar revista minuciosa al programa de Jadue —en cuanto pliego de tareas políticas— excede los límites de esta columna. Pero aún en general en ellas se observa la adaptación de los reclamos populares a las necesidades del régimen capitalista, del momento que estamos en presencia de un programa que persigue participación para estabilizar y legitimar «el orden democrático» como el propio programa lo declara. El fin de las AFP es ya una realidad irreversible, es la constatación de algo que ya se produjo en la realidad política. La reforma tributaria para incrementar en un 10% la recaudación fiscal no sólo se justifica por encuadrarse en la estructura de impuestos de una organización capitalista como la OCDE, sino que tiene como destino la materialización de un conjunto de compromisos que persiguen hacer «decente» el trabajo pero sin garantizar negociación colectiva por rama de producción, crear un «Estado social de derechos» sin alterar el carácter subsidiario del Estado y el régimen de privatización de los servicios. Un programa que persigue algo imposible: hacer realidad un orden democrático en Chile preservando la gran propiedad de los medios de producción, como si las contradicciones sociales estuviesen sólo a nivel de distribución de la riqueza y no en las relaciones de producción capitalistas.
El pueblo no se levantó el 18 de Octubre para hacer una reforma tributaria y aumentar el royalty a la gran minería privada. No entregó la vida de decenas, la mutilación de centenares y el encarcelamiento de miles para que le den golpecitos en la espalda y le propongan seguir participando. Si millones de trabajadores salieron a inundar plazas y avenidas desafiando a la represión del gobierno criminal de Piñera, es porque iniciaron una revolución social que persigue acabar —piedra sobre piedra— con el orden establecido.
Jadue y su programa no dan miedo por levantar una alternativa liberal y de corte socialdemócrata, no da miedo lo que está en la cabeza del candidato ni lo que dice su programa. Que hoy dispute su candidatura con un oportunista como Boric demuestra tal hecho. Lo que atemoriza es lo que representa. Y para la gran burguesía un gobierno del PC-FA (hasta estos momentos inevitable) será un gobierno sin capacidad de control sobre el movimiento social, un gobierno que aún apoyado por todas las fuerzas políticas no será capaz de contener la crisis que no se ha cerrado y que amenaza con agudizarse, azuzada por la fenomenal crisis económica que arrasa con la economía mundial. La burguesía no le teme los demócratas de buenos modales empeñados por preservar la gran propiedad privada. La burguesía teme a la revolución.
Vivimos momentos trascendentales. Las fuerzas de la revolución han entrado en escena y tal proceso inconcluso exige del activismo y la militancia que se reclama de la clase trabajadora el mayor de los esfuerzos y disposición al combate. Resulta urgente la agrupación de una nueva dirección revolucionaria y el levantamiento de un programa que ponga en su centro la cuestión del poder. Los antiguos partidos obreros PS y el PC carecen de toda aptitud para esta tarea —el proceso histórico lo ha demostrado— la CUT ha quedado reducida a una irrelevante pieza de museo para la inmensa mayoría trabajadora. Ayer fueron las asambleas populares, ollas comunes, sindicatos de base y cabildos las organizaciones que los trabajadores adoptaron para sostener su lucha y son tales organizaciones, fortalecidas y unificadas, las que han de sostener un nuevo gobierno de la clase trabajadora, un gobierno impulsado por la movilización e impuesto por la lucha popular. Un gobierno de los explotados que acabe con el orden capitalista de miseria y muerte, tal divisa es la bandera de nuestra próxima victoria.