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The last pictures / USA, 1971

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Pepe Gutiérrez-Álvarez,  Estado Español

LA ÚLTIMA PELÍCULA…Valdría la pena revisar La última película (The last pictures/USA, 1971), la obra maestra de Peter Bogdanovic, que tuvo su continuación en Texasville (USA, 1990). Aunque se sitúen en los Estados Unidos, resultan metáforas que pueden ser aplicables a la historia de nuestro pueblo, como lo pueden ser de muchos otros en los que la vida social animada por la presencia enaltecedora de un cine, quedaría difuminada por la privaticidad impuesta por la banalidad televisiva. Aún siendo uno de los últimos directores que han hecho cosas «grandes» en el marco del decadente cine norteamericano, el propio Peter Bogdanovic insinúa claramente en el primer título la existencia de otra épocas en la que en el cine de un pueblo perdido era posible ver obras mayores con el sentido de la narración de un Elia Kazan, con la frialdad y la magia de Alfred Hitchcock, la poesía de John Ford, con el dominio de actores de un George Cukor. O más concretamente con la capacidad épica y de improvisación que rezumaba el último Howard Hawks evocado líricamente como «la última película» por Bogdanovic con unas escenas de Río Rojo (Red River, USA, 1948), la primera entrega de Hawks al «western», e inicio de un ciclo inigualable, que continuará con Río de sangre (Rhe big Sky, 1952) con Kirk Douglas, para seguir, otra vez y ya definitivamente con el John Wayne tardío y autoparódico en títulos de amplias resonancias hispanas: Río Bravo (1959), El Dorado (1967), para concluir con la menor de todas, Río Lobo (1974), realizada a los 74 años. Lo sesenta-setenta fueron como el canto del cisne del «western», pero también de los cines populares.
Ha sido necesario el paso del tiempo para echar en falta aquellas películas, y aquellos cines, y el surgimiento de un sentimiento de frustración, de nostalgia. Una muestra más del imperio de la banalización a que hemos llegado lo encontramos en el menosprecio de todos los colores del blanco y negro, de un tipo de fotografía que abarca seguramente el 70 o el 80 por % del mejor cine de todos los tiempos. Sometidos a «lo bonito», el blanco y el negro ha desaparecido prácticamente del formato vídeo, tanto es así que, como he podido comprobar personalmente, cuando escoges de alquiler un clásico de estas característica el dependiente o la dependienta se vean en la obligación de decirte: «Sepa que la que ha cogido está en blanco y negro” o sea tal como están el grueso de las mejores películas de la historia del cine. Por citar un ejemplo: las obras maestras de berlanga no son las que hizo en color.
En la medida que pasa el tiempo, en que contamos con una perspectiva, y con la afirmación de unos criterios estéticos sólidamente establecidos, cada vez queda más claro que, en lo que se refiere al cine popular, es difícil sustraerse de la nostalgia, y a la convicción de que la Edad de Oro del cine queda atrás. Desde entonces, está claro que se han hecho otras cosas no menos ricas y apasionantes, pero no ha vuelto a conseguir igualar ni de lejos monumentos del cine popular como los citados, entre otras cosas, porque los cines como el de Texasville, dejaron de funcionar.
En el camino se perdieron los grandes estudios en los que se congregaban a gran escala capital y múltiples talentos (directores, guionistas, fotógrafos, maquilladores, actores, músicos, coreógrafos, historiadores, etc.), que permitían que día tras día se hicieran películas como las señaladas, a veces obras mediocres, a veces muy irregulares, y a veces obras maestras. Y habían cines que llevaban estas películas hacia el gran público, que hacían a su vez, que este gran público, compuesto por multitud de espectadores de todas las edades, entraran con el cine en un mundo apasionante, a veces embrutecedor, por supuesto, pero la mayoría de veces, enriquecedor de la fantasía, de los hábitos, de las inquietudes más diversas: morales, sociales, culturales, políticas, amorosas, etc. Lo decía Fernando Trueba, declarando que sentía lástima por estas nuevas generaciones que en vez de ver cine se dedican a darla a las “maquinistas”.
Lo que significaba un auténtico retroceso cultural

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