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Semana económica comenzó mal y terminó peor: Chile, bajo las municiones de la guerra comercial

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EL CLARÍN DE CHILE

por Paul Walder  Agosto 10, 2019

Photo by Pedro Henrique Santos on Unsplasht

El escenario económico, actualmente nublado, tiende a tormentoso. Entrado ya el segundo semestre del año, comienzan a juntarse registros que no solo son de por sí malos, sino marcan también una clara tendencia. Si el año comenzó difícil y acabará sin duda peor.  A las estadísticas de producción industrial, con caída de casi tres puntos en junio, o minera, con una baja de dos puntos hacia el semestre pasado, se le suman esta semana informes sobre las exportaciones, todas en una clara contracción tensionada por la guerra comercial. Las exportaciones al primer semestre hacia los dos principales socios comerciales de Chile, que son China y Estados Unidos, cayeron un once por ciento. Entre los sectores más afectados está el minero y el industrial. China, que comenzará a vender menos productos manufacturados al mundo, ha comenzado a recortar sus compras de materias primas e insumos industriales, ellos, el cobre chileno.

Un resultado similar obtienen las exportaciones a los otros grandes socios. Las ventas a la Unión Europea cayeron un trece por ciento en el primer semestre del año y hacia el Mercosur se contrajeron más de un siete por ciento. Salvo contados países y productos, la tendencia y los números grandes son negativos.

Estos y los anteriores registros instalan un complejo resultado que apunta al mismo núcleo de la economía chilena, con más de la mitad de su PIB generado por los mercados externos.  La nueva escena golpea al principal sector de la economía orientada al mercado global, como es el minero y sus derivados. Más de la mitad de las exportaciones chilenas están compuestas de mineral de cobre y cobre refinado, impacto que se amplifica en cuanto están orientadas a los grandes socios comerciales con problemas. En suma, pese a todo el discurso globalizador de las últimas décadas, repetido por todo tipo de gobernantes, la economía chilena ha puesto la mayoría de sus huevos en tres canastas. Basa su estrategia, que es una simple operación de extracción y venta, en uno o muy pocos productos básicos y los vende a un poco más de tres mercados. Si hoy toda la tensión y contracción está focalizada en China, Estados Unidos y la Unión Europea, que han disminuido la demanda de materias primas, la escena futura no es solo tormentosa, sino será turbulenta.

Miremos el cobre, que ha venido cayendo por toda la década desde aquel clímax artificial de los primeros años, que lo llevó junto a otros commodities a registrar precios históricamente altos (marcó casi cuatro dólares la libra), a caer lentamente pero casi sin tregua. Hoy mismo se cotizó a 2,6 dólares y todos las señales apuntan hacia un mayor hundimiento. En Estados Unidos se habla de una recesión hacia finales de este año y comienzos del 2020 y la industria manufacturera china está en una clara contracción. Dos socios comerciales fundamentales para la economía chilena.

El mercado exterior chileno está altamente concentrado. Pero no es solo esta su debilidad. El problema de la economía chilena, que se ha volcado hacia el exterior con grandes ventajas para las corporaciones, es su dependencia de la extracción y venta de materias primas y de los veleidosos precios internacionales. La economía nacional, y tal como el resto de Latinoamérica, salvo la excepción relativa de México con su condición de maquila de Estados Unidos, se basa en sus recursos naturales. Si observamos la estructura de los productos de exportación chilenos, la mitad es cobre y derivados, como hemos mencionado, pero el resto no cambia. Pescado, recursos forestales y la agroindustria. La exportación ya no de tecnología sino de productos de alto valor agregado o servicios, registra cifras irrelevantes.

De este problema se habló en las primeras décadas del desarrollo neoliberal, pero la discusión dejó de tener importancia entre los gobiernos y en la misma izquierda, que observaba entonces con cierto deleite las enormes ganancias que obtenía con el petróleo Venezuela. Una política rentista y de altas utilidades, por cierto impulsada por los grandes centro financieros y los gobernantes deleitados por las enormes comisiones y los flujos de divisas. El suma, una economía absolutamente atada a las decisión de las grandes potencias industriales. 

Solo hay una buena noticia. Una recesión grande tendrá sin duda un impacto aunque menor en las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre elCambio Climático de la ONU (IPCC), que ha seguido la temperatura planetaria y el CO2 en la atmósfera, detectó una sola contracción en las últimas décadas y corresponde a las crisis de las subprimes de la década pasada.

Pero este no es el problema. O no es el único. Es la suma de un mal sistémico que hoy se escapa de nuestras manos. Tal vez estamos en el inicio de un proceso de cambio mayor que obligará a Chile, la ciudadanía y unos futuros gobernantes más honestos y conscientes, a desmantelar este tan nefasto modelo.

PAUL WALDER

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