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Por qué el sector tecnológico puede ser el gran perdedor de la guerra comercial entre Trump y China

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Por qué el sector tecnológico puede ser el gran perdedor de la guerra comercial entre Trump y China

“Las guerras se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban”. Ésta es una de esas frases del repertorio de la sabiduría popular que una y otra vez se demuestran más que ciertas. Y muchas veces lo hace a golpe de obus. Pero la frase no sólo es aplicable a guerras convencionales, igualmente podemos decir lo mismo de una guerra comercial moderna como la que ha declarado la administración Trump a China.

Esta guerra empezó en un campo de batalla que acotó Estados Unidos, y puede acabar desplazándose a otros campos totalmente distintos y llenos de fango. De hecho, en parte ya lo ha hecho, pero el fango más viscoso en el que pueden acabar luchando China y EEUU es si la guerra acaba derivando al sector tecnológico. Y el daño ocasionado sería para los dos luchadores que están ahora mismo retozando en el charco de barro, pero también podría afectar de forma significativa a todas las economías del resto del planeta.

La guerra comercial a más gran escala que podía ocurrir

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Estados Unidos es la primera economía del planeta. China es la segunda. Si nos ponemos a buscar en la ecuación de posibles guerras comerciales entre dos países a gran escala, obviamente la mayor guerra comercial que podríamos presenciar es precisamente entre las dos mayores economías del mundo. Y ha ocurrido.

Algunos ven esta guerra comercial desde la distancia, con curiosidad por ver el desenlace y si el presidente Trump se sale con la suya, y otros la ven incluso con la pasión de quien asiste a un entretenido espectáculo armado con una buena ración de palomitas. Pero los que seguimos este conflicto no armado entre las dos mayores superpotencias desde el prisma más económico, no podemos sino sentir una honda preocupación.

Los motivos de riesgo para las otras economías del planeta

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Para empezar, el primer riesgo para los asistentes desde la grada a esta lucha comercial es que el presidente Trump realmente no sólo ha declarado la guerra comercial a China en exclusiva. Como en todo intercambio de artillería, los obuses que se intercambian entre EEUU y China pueden acabar impactando en otros países. Si bien es cierto que la mayoría de las medidas y nuevos aranceles de Trump están diseñados para dañar las importaciones desde el gigante asiático, no podemos olvidar que hay aranceles como los impuestos sobre el acero que también afectan a otros países, entre ellos a Europa.

Por lo tanto, no se crean que estamos a salvo en el castillo europeo, mucho me temo que Trump tiene suficiente capacidad (y voluntad) de repartir aranceles para todos. De hecho hay un cierto pánico contenido en el Viejo Continente sobre la posibilidad cierta de que también se abra una guerra comercial entre la UE y EEUU, puesto que el motor europeo que es Alemania resulta que está muy expuesta y es muy dependiente al respectoEn Berlín se muestran desesperados por evitar a toda costa un conflicto que dañaría gravemente sus intereses y su economía.

El segundo riesgo que afectaría a terceros sería que la guerra comercial entre las dos superpotencias degenerase en un conflicto jurídico masivo a gran escala. Este punto no es para nada descartable, y de hecho ya se lo sacamos a la palestra cuando analizamos el posible impacto del Brexit para España. El riesgo es el mismo para el caso que nos ocupa hoy, y de materializarse en su mayor esplendor afectaría de lleno a los tribunales que están encargados de sentenciar sobre disputas económicas internacionales, con el más que probable escenario de un colapso.

Por éste (y por algún otro motivo) hay un temor que circula por los mercados que ve que el conflicto comercial entre EEUU y China es un riesgo que puede llevar colapso el sistema comercio mundial en su conjunto. Lo cierto es que estamos inmersos en una vuelta a los tiempos del arancel alegre cuyo proteccionismo económico tan desastrosas consecuencias acabó trayendo con la Gran Depresión.

Este colapso significaría que sobrevendría una gran (sino total) inseguridad jurídica a nivel global para todo el comercio mundial, puesto que se paralizarían prácticamente todas las sentencias relativas al comercio internacional. No sólo veríamos que la avalancha de disputas entre EEUU y China son de imposible resolución, sino que cualquier otra disputa entre por ejemplo la UE y Japón tampoco podría tener cobertura legal, con todo lo que esto implica. Lo dicho, inseguridad jurídica y potencial parálisis de buena parte del comercio internacional.

El tercer riesgo es que el conflicto degenere en una guerra comercial generalizada, pero en especial en un cierto sector estratégico…

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Realmente el impacto de la guerra del acero para Europa es un mal menor si nos ponemos a analizar un poco el riesgo potencial al que nos podría llevar un conflicto como el que se está abriendo. Los posibles frentes de batalla adicionales que se pueden abrir entre el gigante americano y el gigante rojo son múltiples, incluyendo algunos el uso de “armas no convencionales”. Con ello, el escenario final que pueden acabar trayendo estos riesgos es bastante imprevisible. Y no, las consecuencias ni son pocas ni son sólo daños colaterales. Todo lo contrario: podrían ser daños estructurales que afectasen al propio edificio de las Naciones Unidas (por la globalización).

Pero hay uno de esos posibles frentes de nuevas batallas que es especialmente peligroso para el resto del mundo, y también para los dos grandes de la economía mundial. Se trata del sector tecnológico, caballo de batalla comercial en un plano no belicoso desde hace años por su carácter estratégico de cara a la socioeconomía del futuro, y que ahora podría pasar a ser un caballo de batalla de conflicto “por las bravas”. Efectivamente hasta ahora los jugadores trataban de conquistar mundo haciéndose un hueco en el disruptivo panorama tecnológico, y ahora pueden pasar a utilizar el sector de la tecnología como un arma de guerra más.

El caso es que el sector tecnológico ha sido uno de los que con más intensidad (e incluso liderazgo) ha abrazado la globalización, y a través de los vasos comunicantes establecidos por este sector, las socioeconomías del planeta han acabado estando profundamente imbricadas entre sí. China y EEUU no son una excepción, y sus lazos económicos en el mundo de la tecnología son muchos y muy estrechos. Las grandes tecnológicas estadounidenses compran infinidad de componentes chinos, fabrican y ensamblan allí sus productos finales, venden en su colosal mercado, etc. Pasar la guerra comercial al plano tecnológico podría ser muy dañino para todos, pero especialmente para EEUU y China.

Son muchas las voces en Estados Unidos que hacen alarde de su capacidad tecnológica y su dominio empresarial en los dominios de Nasdaq. Se muestran rotundamente seguros de que, si la guerra comercial con China pasa al terreno tecnológico, serán únicamente los chinos los que saldrán muy perjudicados. Esta creencia a priori está fundamentada, puesto que el balance tecnológico entre ambas potencias arroja en apariencia que hay multitud de compañías tecnológicas estadounidenses que tienen su producción deslocalizada a China. Y no hay que olvidar que el presidente Trump ya ha manifestado abiertamente al mundo tecnológico la necesidad de repatriar empleos del sector a suelo estadounidense.

Y tampoco se puede olvidar que unos cuántos aranceles de los impuestos recientemente por Trump, en las primeras batidas antiaéreas del inicio de la guerra comercial con China, recaían directamente sobre productos de tecnologías como la robótica, electrónica, informática, telecomunicaciones y aeroespacial. Algunos de los primeros ataques eran ataques balísticos de alcance intercontinental, y con objetivos claramente tecnológicos. Pero no estaban concebidos al libre albedrío; más bien todo lo contrario, estaban estratégicamente diseñados por la administración Trump con un algoritmo informático para infligir el máximo daño posible a las exportaciones chinas, pero diseñado a la vez para tratar de que el daño fuese muy limitado para los consumidores estadounidenses.

Pero no es estadounidense todo lo que brilla, y China también es un gran líder en tecnología

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Pero por mucho algoritmo que hayan diseñado en EEUU, por mucho liderazgo estadounidense que haya en tecnología, por mucho gigante GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) que sea “Made in USA”, lo cierto es que la globalización ha tejido una maraña indescifrable de relaciones económicas, incluyendo principalmente al sector tecnológico. La realidad es que medir hasta las últimas consecuencias el impacto total de cualquier ataque comercial se ha vuelto ciertamente imposible. Las relaciones socioeconómicas entre EEUU y China (y el resto del mundo) se han vuelto tan complejas que el campo de batalla tecnológico es tan impredecible como el oculto tablero de una partida del clásico juego del buscaminas.

Al contrario de lo que algunos piensan, y llevando en parte la contraria también al enlace anterior de la CNBC, el campo de batalla tecnológico en el que pueden batirse China y EEUU no se limita a un escenario con un Estados Unidos líder tecnológico, que se limita a externalizar producción y ensamblaje de electrónica a bajo coste a una China dependiente. Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que China y sus ciudadanos están muy avanzados tecnológicamente, y en bastantes planos incluso dan varias vueltas a los países desarrollados.

Del enlace anterior al análisis de PIMCO, algunos datos al respecto que llaman la atención muestran cómo, por ejemplo, China acapara la contundente cifra de contabilizar más de un 40% de todas las transacciones de comercio electrónico a nivel mundial; hace una década su trozo de este pastel era de menos de un 1%. También en 2016 la economía digital del gigante rojo se situó en un peso específico del 30% del PIB nacional al alcanzar unos 3,4 billones de dólares, con lo cual China se sitúa como segunda economía digital del mundo por importancia sólo por detrás de la de Estados Unidos.

Otros indicadores tecnológicos significativos revelan cómo el valor total de todas las transacciones móviles en China es 11 veces superior a aquella de EEUU, cómo los ciudadanos chinos totalizan 49 horas mensuales de uso de smartphones frente a las 45 de los estadounidenses, o cómo el 19% de los internautas chinos son exclusivamente usuarios móviles frente al 5% del país norteamericano. Eso por no hablar del posicionamiento que están adoptando desde el país «dictapitalista» en tecnologías disruptivas y de futuro como la Inteligencia Artificial o el Big Data, lo cual no puede sino acabar dándoles todavía más réditos de liderazgo tecnológico y… en última instancia también socioeconómico. Todo esto demuestra cómo China no es meramente un proveedor de productos tecnológicos, sino que también es un colosal mercado de IT, lo cual cambia sensiblemente las tornas de la guerra tecnológica en dirección diametralmente opuesta.

Ya ven pues cómo el combate en la arena tecnológica no está tan descompensado a favor de EEUU como a priori se podría pensar. De hecho, la realidad es que está bastante equilibrado, y el daño puede ser mayúsculo e infligido mutuamente entre ambos contrincantes por igual. En el terreno tecnológico, China no puede vivir (al menos sin un daño inasumible) sin Estados Unidos, pero mucho me temo que al igual que Estados Unidos no puede vivir sin China. Eso por no hablar del impacto que una guerra tecnológica entre ambos países podría implicar para el resto del mundo: imaginen por un momento qué ocurriría a nivel global si Apple dejase de poder poner smartphones en el mercado, o peor aún si Amazon Web Services sufriese una disrupción en el aprovisionamiento de servidores para sus omnipresentes servicios en la nube. Vamos, un Armageddon techie en toda regla. Y no consideren el escenario de un conflicto tecnológico como improbable, es más bien al contrario: de hecho ya está empezando a haber escaramuzas dispersas en el sector, que en cualquier momento pueden escalar a un conflicto tecnológico general.

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En un plano ya más bien exclusivamente político, hay estrategias de Trump que (aparentemente) le están dando sus frutos, como por ejemplo con Corea del Norte, que vive ahora mismo el mejor momento en las relaciones con su hermana Corea del Sur y con el propio Estados Unidos desde hace muchas décadas. Ya veremos qué ocurre con Irán. Y ya veremos con Rusia. Y con China con más motivo de cara al análisis de hoy.

Mirado desde un prisma más general, en el turbulento mundo de nuestros días, más que un conflicto comercial limitado tan sólo a EEUU y China, el panorama global parece una guerra de guerrillas al grito de “Todos contra uno y uno contra todos”. O casi deberíamos decir, desde un prisma todavía más amplio, que la cosa ya ha pasado incluso al “Todos contra todos” (o tal vez… hasta al “Sálvese quien pueda”).

Realmente llevar la guerra comercial al terreno tecnológico no interesa en buena lógica a ninguna de las dos superpotencias, pero una vez entrados en una violenta espiral de agresión-reacción, ¿Quién ha dicho que en las guerras siempre prevalezca la lógica? No sería la primera vez que vemos a alguien poner en práctica aquello de «morir matando».

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