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Piñera, ¿pagando deudas y cumpliendo promesas?

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Arturo Alejandro Muñoz

La frase del título tal vez no exprese en su totalidad el verdadero asunto que convoca a estas líneas, pero sirve para aproximarse a la realidad que seguramente dibuja la verdad.

Digámoslo sin ambages…digamos lo que muchos periodistas de la llamada ”prensa canalla” quisieran expresar pero sus editores –y su necesaria paga- se los impide. O quizás el impedimento estriba en lo que su propia profesión, y lo recomendado a fuego por sus profesores en las casas de estudios superiores marcaron y cerraron sus lenguas condicionando sus conciencias a una especie de ‘obediencia debida’, ergo, a lo que les ordene su respectivo editor. Pero, ya se sabe, yo no soy periodista, por lo tanto puedo y me atrevo a expresar lo que mi mente y mi alma sospechan y sienten.

Este segundo mandato de Sebastián Piñera ha sido un fiasco no sólo para el chileno de a pie sino, también, para militares y empresarios que creyeron a pie juntillas en él. Ha procurado, casi con una irresponsable pasión adolescente, erguirse como líder regional (Cúcuta fue el mejor ejemplo y fracaso de ello),  haciendo incluso el rol de payaso, de bufón inefable, para obtener el cariño y admiración de la gente, del pueblo y, por cierto, de sus pares. Todo ha sido en vano. Su obsesiva fijación de superar a Michelle Bachelet en cuanto a figura internacional y respecto al cariño que ella lograba en variados grupos, o lo que otros políticos conseguían entre el público, terminó por caricaturizar no sólo su administración, sino también, su propia persona. Un fracaso absoluto e insanable.

Es un hecho que Piñera ha intentado obtener y plasmar en la Historia de nuestro país un reconocimiento popular similar al que acompañó a Salvador Allende hasta el final de sus días…y más allá. Vano intento, por cierto.

Es por tales motivos, quizás, que ha deambulado de un extremo a otro, desde el populismo condicionado por la filosofía economicista propia de todo especulador financiero, hasta el salvajismo capitalista, en una especie de tiovivo sin norte alguno, salvo el proteger siempre a los dueños del capital con una porfiada preferencia casi religiosa.

Pero, mezclar populismo deshuesado con salvajismo neoliberal sólo resulta siendo una pócima que envenena a cualquier administración. Es así entonces que Piñera y sus diferentes gabinetes han debido recurrir a la mentira, al engaño, a la letra chica, para intentar aquietar momentáneamente al pueblo y tranquilizar a sus propias huestes. Tampoco lo han logrado.

Con el final de su mandato ya más cerca que el horizonte, Piñera decide sacarse las caretas de hombre democrático, republicano y populista para jugar el juego que mejor juega y más le gusta…el de un totalitario, aquel de un empresario intratable, y de patrón dueño absoluto de su negocio y de sus trabajadores.

El amor del pueblo nunca lo tuvo, por tanto es imposible que crea siquiera haberlo perdido…en cambio, lo que sí realmente desea –una vez terminado su mandato- es contar con el reconocimiento y cariño de sus pares, de los especuladores financieros, de los megaempresarios, de las transnacionales y de la alta oficialidad de las fuerzas armadas.

Se jugará, ahora sí que sí, el todo por el todo en beneficio y privilegio de aquellos de su propia clase, y si es necesario convertir Chile en un estado policial y militarizar el quehacer rutinario de la nación, lo hará. De hecho, ya comenzó a hacerlo. Es consciente (en su fuero intimo solamente, pues no lo reconoce siquiera ante sus principales colaboradores) que su gobierno no será vanagloriado ni felicitado por las páginas de la Historia. Entonces, estos últimos 360 días que le restan como Presidente los dedicará de lleno a amarrar privilegios y concesiones inmorales para los de su clase, para el megaempresariado, la banca y los especuladores, militarizando no sólo la Araucanía, sino también las fuerzas policiales a objeto de resguardar a sangre y fuego –sin rubor alguno- los intereses de una clase social, la minoritaria, la del 1%, pero dueña del capital.   

Perdidas sus batallas por esquilmar al pueblo pese al visto bueno y aplauso de una oposición feble y adocenada, ha tomado la decisión de convertirse en lo que siempre ha sido (y en lo que le impetran los de su clase), un totalitario. Querrá pagara en estos 360 días las deudas comprometidas en su campaña electoral y en sus discursos en Casa Piedra en la CPC y en la Sofofa, con quienes hace negocios, exprime y expolia a la nación. Es su única alternativa para contar con algún tipo de apoyo interno y externo de los poderosos dueños de la férula a partir de su retiro el 2022.

Chile vivirá este último “año piñerista” con los lienzos en las manos, los puños crispados y  las miradas fijas en las calles, plazas y pueblos. Será un duro calendario, este del 2021.

 

 

 

 

 

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