Edo Konrad *
+972 magazine, 8-8-2022
Traducción de Faustino Eguberri – Viento Sur
Con el anuncio de un alto el fuego negociado por Egipto el domingo por la noche, los analistas israelíes se han apresurado a considerar como un éxito la “armoniosa” campaña del primer ministro interino Yair Lapid y del ministro de Defensa Benny Gantz. Después de arrestar violentamente a Bassam al-Saadi, un alto líder de la rama del movimiento de la Yihad Islámica en la Cisjordania ocupada, el ejército israelí encerró a las comunidades fronterizas alrededor de Gaza durante casi media semana en previsión de un presunto ataque de represalia. Finalmente comenzó a lanzar ataques aéreos en la Franja de Gaza, a los que militantes palestinos respondieron con andanadas de cohetes. Las escaladas han terminado con 44 personas palestinas muertas, incluidos 15 niños y niñas, y más de 350 heridas.
Lapid y Gantz, que al parecer lanzaron la operación sin el consentimiento necesario del gabinete de seguridad, se han ganado elogios por el precio relativamente bajo que pagaron las y los israelíes en esta última ola de violencia, así como por los ataques rápidos y «precisos» contra los principales comandantes de la Yihad Islámica dentro de la franja. Aparte de una serie de protestas de palestinos e izquierdistas israelíes en todo el país, el público israelí, que se beneficia en gran medida del statu quo de un asedio sin fin y el dominio colonial, saludó un ataque que parece haber cambiado muy poco las cosas sobre el terreno.
Sin embargo, a pesar de los elogios a los líderes de Israel, las historias que salen de Gaza, donde dos millones de personas palestinas, muchas de ellas refugiadas de la Nakba, viven en condiciones insostenibles, eran casi imposibles de soportar. Se difundieron imágenes de cuerpos de niños carbonizados, edificios demolidos y cientos de personas huyendo de sus hogares con sus posesiones más valiosas a la espalda. Las y los residentes de Gaza, muchos de los cuales todavía se están reconstruyendo después de la última guerra de Israel en la Franja en mayo de 2021, tendrán que enterrar a los muertos y tratar a los heridos, con un futuro en el que la violencia estará casi garantizada.
El asalto de tres días se hizo eco de otra operación israelí en 2019: el asesinato del comandante de la Yihad Islámica Baha Abu al-Ata, que murió mientras dormía en su casa. En aquel entonces, escribí que el ex primer ministro Benjamin Netanyahu había iniciado el asesinato como una «vía de escape de sus atolladeros políticos o legales». Esta vez, fue Lapid quien parecía estar buscando una imagen de victoria, tal vez en un intento de pulir sus credenciales de dureza antes de las elecciones israelíes. El resultado fue una ofensiva no provocada contra una población civil cuyas vidas están dictadas en gran medida por los caprichos del aparato de seguridad israelí.
Así es como el establishment militar y político de Israel prefiere dirigir las cosas. Gaza, en muchos sentidos, se ha convertido en la versión más extrema del proyecto de bantustanización de Israel en Palestina. En lugar de tener que gestionar directamente a millones de palestinos, la lógica del apartheid israelí exige que los diversos enclaves en los territorios ocupados sigan siendo algo autónomos, manteniendo al mismo tiempo el poder supremo para controlar e intervenir en sus asuntos en favor de los intereses de Israel.
Como resultado, mientras que en Cisjordania, Israel ha subcontratado gran parte de sus tareas de seguridad a una Autoridad Palestina debilitada y autoritaria, en Gaza, un territorio casi herméticamente sellado está controlado por el igualmente autoritario Hamas.
Por contradictorio que parezca, Israel en realidad no quiere derrocar a Hamás; lo necesita para mantener el statu quo, frustrando continuamente la posibilidad de la unificación palestina al tiempo que impide que un grupo aún más radical, como la Yihad Islámica, tome su lugar. Israel luchará contra estos grupos palestinos para mantenerlos en línea y su sistema de control permanecerá finalmente en pie.
Pero si es elegido en noviembre, es probable que Lapid aprenda la misma dura lección que sus predecesores: que cada «victoria» militar en Gaza es pírrica, y que Israel, a pesar de toda su grandilocuencia, no tiene una estrategia a largo plazo para la franja que no incluya la guerra y el derramamiento de sangre incesantes. Nunca ha habido, ni habrá, una solución militar israelí para Gaza; el asesinato de combatientes y comandantes palestinos solo abre las puertas a nuevas generaciones de militantes endurecidos dispuestos a recoger la antorcha de la lucha armada.
Lo que es más importante, no hay razón para creer que todo un pueblo que vive bajo la brutalidad de un asedio de 15 años, y más de siete décadas de despojo, decida de repente ceder ante sus señores coloniales. Cualquier cosa que no sea el desmantelamiento de estas estructuras opresivas no es sino un retoque violento de un peligroso statu quo. *
Edo Konrad es el editor en jefe de la revista +972.