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Inglesa sobrevivió a ataque de elefante

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Por Adán Salgado Andrade

Los turistas de los países, digamos, ricos, andan siempre en busca de emociones, de hallar el mundo profundo. Realizan viajes turísticos extremos, con tal de sentir la adrenalina, cada que salen a algún país exótico o en búsqueda de experiencias fuera de lo normal. Y muchas veces, hasta mueren en el intento (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2019/06/el-mortal-turismo-extremo.html).

Conocí, por ejemplo, a una chica inglesa, Karen, novia de mi hermano, que en el año de 1998, fue a la India, con una amiga. Como se iban a lo barato, para no gastar tanto dinero (de a mochilazo, como se dice coloquialmente), se hospedaron en Nueva Delhi en un muy económico hostal. Compraban también allí su comida, que consistía en arroz, frijoles y carne de cerdo. Un día Karen, para su sorpresa y asco, vio que los cerdos que mataban para cocinarlos, se alimentaban de los excrementos que salían de los baños de los huéspedes; ellos, eran el “drenaje”. De allí, comprendió porqué se estaba enfermando bastante del estómago, a grado tal que le dio una paratifoidea que casi la mata (cuando regresó a México, mi hermano gastó mucho en todos los medicamentos y antibióticos que le compró para que se repusiera).

Los ricos, sobre todo, por tanto dinero y aburrición que tienen, son muy dados a buscar esas extremas aventuras. Eso sucedió con un millonario pakistaní y su hijo, quienes murieron en la implosión de un submarino, el Titan, que los iba a conducir a los restos del Titanic. Ese submarino, hecho con pobres estándares, fue aplastado por las enormes presiones del mar, mucho antes de haber alcanzado los mencionados restos. Pagaron 250,000 dólares cada uno solamente para irse a morir (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2023/07/los-mortales-viajes-extremos-de-los.html).

Y un buen ejemplo de la búsqueda del exotismo, lo brinda el artículo de The Guardian, titulado “El elefante sobre el que estaba paseando, me tiró y luego me pasó encima su cuerpo. Todos mis huesos se quebraron al mismo tiempo”, firmado por Elle Hunt. En la nota, expone la increíble experiencia de Gemma Jones, “y su viaje de ensueño, que la dejó con la clavícula, costillas y pelvis aplastados, lo que, de todos modos, cambió su vida por algo mejor. Luego de veinte años, ella recuerda el ataque, que comenzó con un terrible alarido de dolor” (ver: https://www.theguardian.com/lifeandstyle/2023/oct/17/the-elephant-i-was-riding-threw-me-then-rolled-over-me-like-a-steamroller-all-my-bones-broke-at-once).

Su experiencia es similar a la de muchas personas que en viajes turísticos han sufrido ataques de animales que se ofrecen como seguras “atracciones”, pero que, de repente, se asustan y eso despierta sus instintos violentos. En el 2022, por ejemplo, una chica de, entonces, 17 años, Addison Bethea, fue atacada por un tiburón, en las costas de Florida, cuando buceaba con esnorquel. Su pierna quedó tan dañada, que los doctores prefirieron amputársela hasta debajo de la rodilla y colocarle una prótesis (ver: https://www.theguardian.com/lifeandstyle/2023/aug/29/at-17-a-shark-attack-cost-me-my-leg-a-year-later-im-back-in-the-water-where-i-almost-died).

En el caso de la inglesa Gemma Jones, fue durante un viaje que realizó a Tailandia, en octubre del 2002, cuando tenía ella 24 años, la edad de la búsqueda de emociones fuertes. Jones se embarcó con dos amigas en un viaje de quince meses por el sureste de Asia, Australia y Nueva Zelanda. Justo lo más exótico sería en Tailandia, en donde parte del tour era pasear sobre un elefante. “Eso quería, antes de ir a Bangkok, aunque ya estaba algo tensa por el viaje, en el que nos habíamos encontrado con sanguijuelas, arañas del tamaño de mi cabeza y otros inconvenientes, pero no quería irme del campo en Tailandia, sin pasear en un elefante”, dice Jones.

Les llevaron unos elefantes los mahout (guías), “enormes, nunca había visto uno tan alto y pesado, casi cuatro metros de alto y más de 5,400 kilogramos de peso. Lo primero que me dio mala espina fue la dificultad para subirlo, pues fue usando una simple tabla, de la que casi caigo. Luego, ya encima, no podía ver ni el suelo, ni al guía. Mi amiga Yvette iba detrás de mí”.

De todos modos, venció sus reticencias y continuó con la aventura y el paseo sobre el enorme paquidermo. Aunque no se sentía segura, más, cuando el animal se detuvo abruptamente dos veces. “Vi los espantados ojos del guía, el que corrió. En ese momento, el elefante se inclinó hacia delante y caímos mi amiga y yo. Fue cuando comenzó a gruñir, nunca había escuchado gruñir a un elefante. Lo que siguió, lo recuerdo vagamente. Vi a mi amiga correr, no podía hacer nada por mí, de todos modos. Me agarró el elefante con su trompa dos veces, arrojándome al suelo con fuerza. Luego, el enfurecido animal, cuando estaba yo tirada en el suelo, se acostó y se puso a rodar sobre mí varias veces. De inmediato, escuché el crujido de todos mis huesos rotos. No sentí dolor en ese instante, pensé que estaba muerta o que me iba a morir. A la fecha, me pregunto porqué no morí. Pienso que fue porque el suelo estaba lleno de hojas y hierba seca, los que amortiguaron el aplastamiento, pero, de todos modos, fue una muy traumática experiencia y tuve mucha suerte”, relata Jones.

La amiga, Yvette (un pseudónimo, pues se avergüenza, como ella misma confiesa, de que en lugar de ayudar a su amiga antes de que el elefante la atacara, simplemente corrió por su propia vida), vio lo que pasó, a la distancia, y también se maravilla de que Jones no hubiera muerto, pues el elefante “se meció varias veces sobre ella”.

Luego supieron que el elefante no era de los de ese sitio, sino que lo habían tomado “prestado” de otro y de otros domadores y quizá por eso se espantó. Por esos años, eran muy comunes y hasta “inocente” diversión los viajes sobre los lomos de elefantes, pero ahora ya están más controlados, por los incidentes que han ocurrido.

Cuando el elefante huyó corriendo del lugar, el mahout y varias personas se reunieron para auxiliar a Jones, a la que creían muerta. “Me jalaron y lo primero que experimenté fue un brutal dolor en todo mi cuerpo, que me hizo pegar un terrible alarido. Entonces, ya sentí que moriría”, continúa Jones su dramática experiencia.

De inmediato fue conducida a un hospital en Chiang Mai, “a más de una hora de camino por auto, en una montañosa sendera, que le hizo sufrir más, gritando de dolor todo el tiempo, por las sacudidas”.

Aún así, en pocas semanas, Jones, gracias a su fuerza de voluntad, ya estaba de pie, tomando terapias de rehabilitación, aunque fuertemente sedada con morfina. “A los cinco años, en el 2007, regresé a Tailandia y hasta me puse a acariciar y a alimentar elefantes en un santuario, como parte de mis esfuerzos para superar ese traumático evento”.

Dice que su vida ha cambiado mucho para bien. Como en el caso de Addison Bethea, la chica atacada por un tiburón, que regresó al año, a bucear, al mismo sitio, diciendo que “los tiburones no tienen la culpa, atacan a veces por instinto y somos los humanos los que invadimos su hábitat”. Ella, ya hasta se casó y está embarazada, muy contenta.

Jones, actualmente de 45 años, trabaja con pacientes en clínicas privadas y públicas, especializándose en cuidado paliativo, manejo del dolor y psico-oncología (para enfermos de cáncer). “Aunque no se enfoca tanto con terapia enfocada a traumatismos, se acerca bastante a su propia experiencia”. Dice que el “trauma, te hace revivir un evento, pero si sabes cómo manejarlo, lo vas superando”.

Comenta que le ayudó mucho practicar yoga para superar el trauma. “No siento ya dolor por el encuentro con el elefante, ni me quedaron cicatrices, sólo una clavícula algo desviada. Lo mejor es que cambió mi vida para bien ese encuentro. Aprendí mucho de mí misma. Sé que puedo sobrevivir, sé que puedes sufrir, puedes aguantar el dolor sola y hasta se te puede salir de control. Pero, al final, está bien, aprendes”.

Qué bueno que Jones aprendió muchas cosas de un desafortunado evento que la pudo matar.

Lo que sí es que no creo que se anime otra vez a viajar en el lomo de un elefante que, de repente, se puede espantar.

Contacto: sdtudillac@hotmail.com

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