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Elecciones y exclusión, reflexiones desde una otra-experiencia

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Revista De Frente

Por Taroa Zúñiga

En medio de mi despecho electoral, he repasado todas las victorias arrasadoras que tuvimos con el chavismo. Las monumentales marchas de apoyo. Los rostros de alegría y saberse parte de esos rostros. La sensación de ser pueblo. De estar con el pueblo. La alegría.

Crecí en una zona privilegiada de Caracas. Estudié, hasta que me expulsaron en mi penúltimo año de escolaridad, en uno de los colegios más “exclusivos” de la ciudad. Una familia de izquierda, sí, pero una familia de izquierda-blanca-universitaria en América Latina, es decir, una familia privilegiada, así no fueran privilegios heredados: una familia que tuvo “la suerte” de exiliarse en un país donde la educación es gratuita. Mi papá es ilustrador, mi mamá historiadora. Vaya usted a saber las coincidencias que hicieron que, con esos perfiles, tuvieran trabajos relativamente bien remunerados.

La cosa es que no me crie en un barrio periférico, no fui discriminada por mi color ni origen étnico, no pase hambre.
Cuando ganó Chávez, me costó entender que mi familia hubiera votado por él y que se emocionara con la victoria. En mi colegio lo odiaban. Debo haber ido a mi primera marcha en el 2000…. y cuando llegué ahí, estaba eufórica.
Yo venía del relato del sueño truncado, de la persecución, del exilio. De la esperanza que no fue. Y entendí en el chavismo lo que significaba la inclusión de lxs excluidxs en un proyecto político, en el ejercicio del poder. Viví el sueño realizado.
El chavismo lo logró. En esas marchas, las primeras – y muchas después de esas – estábamos todxs. La primera vez que me encontré en un evento “chavista” con gente de la zona de Caracas donde me crie, fue haciendo la fila para votar por la constituyente. En otro momento habría que hablar de esa particularidad, pero el punto acá, es que en todos estos años de chavismo yo nunca me sentí marchando o celebrando exclusivamente con gente que había tenido los mismos privilegios que yo. Lxs privilegiadxs de siempre, éramos minoría. En esas marchas casi no estaba la izquierda intelectual, la izquierda reflexiva, la izquierda autodefinida como izquierda, la izquierda pudiente. Nunca estuvieron y lxs que llegaron, no aguantaron dos pedidas para voltearse. Esas marchas tampoco estaban plagadas de juventud. Lo que si había era mucha gente de mediana edad, personas mayores, que habían tenido ya suficiente vida para haber vivido siempre jodidxs. Me acuerdo de esto hoy, en Chile, pensando en las opciones reales de tener un gobierno revolucionario, transformador. Pienso en la experiencia como migrante, de saber, por ejemplo, que la gran mayoría de las mujeres migrantes no estaban en las multitudinarias marchas del 8m, porque estaban trabajando. ¿Quiénes más NO estaban en las multitudinarias marchas que nos llenaron de esperanza? ¿Qué sectores NO se han movilizado? ¿Dónde está ese pueblo no organizado en partidos o movimientos políticos? ¿Era ese sector el mayoritario en la calle? ¿Es el sector que vota por la lista del pueblo?
Me agotan los discursos sobre el pueblo adormecido que no quiso votar este fin de semana, o que no votó por el candidato que más nos gustaba. Siempre “el problema” parece estar más allá que acá y esa vía, nunca funciona.
Creo que no hemos logrado ofrecer una candidatura que movilice, verdaderamente, una participación masiva. En mi experiencia, la unidad no se intelectualiza, no se negocia: se siente. No nos asumimos parte de un proyecto. Nos sentimos y sabemos parte de un proyecto. Se conglomera por otras razones.
El Chávez del 99 movilizó a todxs los excluidxs de siempre. Todxs juntxs. Sin el discurso de la izquierda, sin el discurso intelectualizado, sin el discurso que se esperaba que tuviera. Sin llevar el capital bajo el brazo durante mucho tiempo, diría nuestro Allende. En la tarima de victoria del chavismo, no celebraba un grupo de privilegiadxs. Y así, lo logramos. Por muchos años lo venimos logrando, duélale a quién le duela.
Acá, en Chile, yo también quiero que ganemos, pero quiero que ganemos con todxs. No me convence la tibieza, no me convence la “no polarización”, no me convence el concertacionismo. No creo que vayamos a ser la tumba del capitalismo cuando “lxs lideres” no han perdido oportunidad de condenar sistemáticamente a los países que han intentando emanciparse en nuestra región. Especialmente, porque esos procesos han logrado convocar a las grandes mayorías, y nosotrxs no. La facilidad para acusar a verdaderas revoluciones de “populismo” está demasiado cerca de ser también la condena de un sujeto político empoderado: el pueblo.
¿Acaso queremos celebrar una victoria electoral entre privilegiadxs? Ninguna minoría, nunca jamás en la historia de la humanidad, se ha organizado para renunciar a sus privilegios… y creo que, desde esa certeza, no deberíamos esperar transformaciones profundas de candidaturas que movilicen a un sector minúsculo, mayorías entre un – apenas- 21% del total del electorado.
Sin embargo, seguimos. En este país me he vinculado con gente y organizaciones con las que comparto esperanzas. Durante la campaña de Jadue estuvimos juntxs, y juntxs seguiremos. Hay un proyecto que ejecutar. El candidato no puede ser nuestro techo.

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