página12, Argentina
Imagen: Walden Bello es autor de numerosos libros sobre la globalización y en 2003 recibió el Premio Nobel Alternativo.
Del Sur hacia el Sur y de allí al mundo hay pocos pensadores tan entrañablemente lúcidos y precisos como el filipino Walden Bello. Sociólogo, director ejecutivo de Focus on the Global South, profesor de Sociología y Administración Pública de la Universidad de Filipinas e investigador asociado del Transnational Institute, Walden Bello plantó en las espaldas de Occidente la espina de un concepto que lo haría famoso en todo el planeta y que, hoy, ha recobrado toda su enérgica legitimidad: en 2002 escribió el libro “Desglobalización: ideas para una nueva economía mundial” (Icaria editorial). El libro se convirtió en uno de los manuales del movimiento antiglobalización. El oportunismo de las extremas derechas del Norte y de algunos socialdemócratas adeptos a la soberanía hizo que las ideas de esta obra fueran literalmente saqueadas con fines electorales. El ensayo contiene muchas claves que exceden el ya indigesto catálogo de libros-diagnósticos sobre el liberalismo. Bello demostraba la enfermedad genética de una globalización que pretendía curar al mundo, la forma en que esta globalización sacrificaba el desarrollo de los países del Sur y proponía una escala de medidas reactualizadas por la pandemia que paralizó a las sociedades durante 2020. Sus ideas vuelven a resonar en todas partes, muy especialmente aquella que promueve la reorientación de las economías mediante una transferencia de la producción destinada a la exportación hacia la producción concentrada en los mercados locales. Sólo para dar un ejemplo: la falta dramática de máscaras protectoras en todo el mundo (estaban producidas en China) demuestra el acierto de su enunciado.
Walden Bello es autor de numerosos libros sobre la globalización y en 2003 fue galardonado con el Premio Nobel Alternativo. Bello es igualmente profesor Adjunto de Sociología en la Universidad Estatal de Nueva York en Binghamton y fue miembro de la Cámara de Representantes de Filipinas (parlamento,2009-2015). Sus últimos libros publicado en ingles (2019) son: The Global Rise of the Far Right (El ascenso global de la extrema derecha), y Paper Dragons: China and the Next Crash (Dragones de papel: China y el próximo Crash).
En esta entrevista con Página/12, el sociólogo filipino explora ese “nuevo mundo” que casi tocamos con los dedos sin que sea aún real. Robusto en sus planteos, Bello admite las posibilidades que se ofrecen sin por ello esconder los límites de una transformación que, asegura, depende de la acción de las fuerzas progresistas y de la reconfiguración del Sur como actor renovado.
–Usted dijo muchas veces que era preciso moverse hacia un sistema post capitalista. La gente siente que ha llegado el momento. Otros dudan. ¿Usted presiente que la crisis provocada por la pandemia reúne las condiciones para reconfigurarlo todo ?
—Si, pero me explico. Creo que las posibilidades que ofrece el momento, la coyuntura, son el resultado de dos cosas: la crisis objetiva del sistema y la fuerza subjetiva que puede actuar sobre esta crisis. Mi sensación es que la crisis financiera mundial de 2008 fue una profunda crisis del capitalismo, pero el elemento subjetivo aún no había alcanzado una masa crítica. Debido al crecimiento impulsado por los gastos del consumidor y financiado con deuda, la crisis sorprendió a la gente, pero no creo que se hayan alejado tanto del sistema. Hoy es diferente. El nivel de descontento y alienación con el neoliberalismo es muy alto en el Norte global debido a la incapacidad de las élites arraigadas para enfrentar el declive, mejorar los niveles de vida y tratar la desigualdad vertiginosa en los años que siguieron a la crisis financiera. En el Sur global la crisis de legitimidad ya había afectado al neoliberalismo y la globalización y sus instituciones clave, como la Unión Europea, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio, incluso antes de la crisis de 2008. La pandemia del covid-19 surgió a través de un sistema económico global ya desestabilizado que sufría una profunda crisis de legitimidad. La gente tenía la sensación de que las cosas estaban realmente de fuera de control. La ira, la frustración y la sensación de que las elites y los poderes gobernantes perdieron el control, y que el sistema se fue al diablo está muy extendida hoy, en contraste con las secuelas inmediatas de la crisis de 2008. Es este torbellino, es precisamente este elemento subjetivo el que debe ser aprovechado por las fuerzas políticas. El sistema global, por supuesto, intentará recuperar la «vieja normalidad», como lo demuestra la infame teleconferencia de Goldman Sachs, cuyos participantes acordaron que no hubo una crisis sistémica inducida por covid-19 y que lo importante es garantizar una vuelta prolija al orden anterior al covid-19. Pero no hay que obligar al genio a que vuelva a la botella. Simplemente hay demasiada ira, demasiado resentimiento, demasiada inseguridad que se han desatado, y solo la izquierda y la extrema derecha están en condiciones de aprovechar esta tormenta subjetiva. Entonces, sí, el impulso es hacia un sistema post-capitalista o, en cualquier caso, post-neoliberal, y la pregunta clave es ¿ quién será capaz de aprovechar toda esa ira desatada y dirigirla ?
–Allí se teje el horizonte futuro. El fracaso de la democracia liberal para mejorar la vida de las personas y la igualdad ha llevado a la aparición de movimientos populistas en todo el mundo. En cierto sentido, la extrema derecha secuestró la desglobalización. Esta crisis ha expuesto como nunca antes la gran fractura del mundo. ¿ El escenario posterior al virus puede ser una oportunidad mucho mejor para que la extrema derecha llegue al poder?
—Desafortunadamente, es la extrema derecha la que está mejor posicionada para aprovechar el descontento global porque, incluso antes de Covid-19, los partidos de extrema derecha ya eran elementos claves de las posiciones y programas anti neoliberales promovidas por la izquierda independiente. Por ejemplo, la crítica de la globalización, la expansión del «estado de bienestar» y una mayor intervención estatal en la economía. Lo que hizo la extrema derecha fue plantearlos como un paradigma propio. En Europa, los partidos de derecha radical abandonaron parte de los viejos programas neoliberales que abogaban por una mayor liberalización y menos impuestos que habían apoyado y se pusieron a decir que estaban a favor del Estado de bienestar y de una mayor protección de la economía nacional ante los compromisos internacionales. Pero claro, sólo en beneficio de las personas con el «color de piel correcto», la «cultura correcta», la población étnica «correcta», la «religión correcta». Esencialmente, es la vieja fórmula «nacional socialista» inclusiva de clase, pero racial y culturalmente excluyente. La extrema derecha oportunista está, desafortunadamente, por delante de la izquierda en este momento. El amplio movimiento progresivo tendrá que moverse más rápido y asegurarse de que los socialdemócratas desacreditados en Europa y los demócratas de Obama y Biden en los Estados Unidos no vuelvan a canalizar la política hacia un nuevo compromiso con un neoliberalismo moribundo. Si esto sucede, entonces esa escena escalofriante que aparece en la película Cabaret, donde la gente común que apoya a los nazis canta «El futuro nos pertenece», casi con seguridad se hará realidad.
–La izquierda tiene muchas ideas, pero no está unida. Además, si la crisis demostró la importancia de las ideas de la izquierda, no hay líderes legítimos para llevarlas a cabo. En resumen: ¿ cómo crear la base que la convertirá en una fuerza material ?
—Este es el desafío. Nosotros, en la izquierda, tenemos una gran cantidad de ideas, pero una pobreza de estrategias políticas y líderes unificadores eficaces. Y allí donde hay personalidades carismáticas estas parecen estar principalmente a la derecha. Sin embargo, estoy seguro de que estas estrategias y personas surgirán en el seno de la izquierda. La dinámica del cambio histórico inevitablemente producirá esto, y algunas veces en las circunstancias más improbables. Las únicas preguntas son quién, cómo, dónde y cuándo, y si esto surgirá en esta generación. Los progresistas tienen una serie de buenas ideas y estrategias desarrolladas en las últimas décadas sobre cómo avanzar hacia un sistema pos capitalista. La izquierda plantea paradigmas como descrecimiento, desglobalización, ecofeminismo, soberanía alimentaria y «Buen Vivir». El problema es que estas estrategias aún no han encontrado una base masiva, y una gran parte del problema radica en el hecho de que las personas asocian la izquierda con la izquierda centralizada, es decir, los socialdemócratas en Europa y, en los Estados Unidos, el Partido Demócrata. Ambos estaban implicados con el viejo sistema neoliberal al que presentaban con un «rostro humano». En el Sur global, los gobiernos democráticos liberales que suplantaron las dictaduras en la década de 1980, muchos de ellos dirigidos por coaliciones que incorporan progresistas, también han sido desacreditados debido a su adopción de medidas neoliberales, mientras que la «Marea Rosa» en América Latina se topa con sus propias contradicciones, y los estados comunistas en el este de Asia se han convertido en sistemas capitalistas de estado. Pero creo que no podemos descontar a la izquierda. La historia tiene un movimiento dialéctico complejo y a veces hay desarrollos inesperados que conducen a resultados progresivos o regresivos. Permítanme decir esto, aunque la situación no parece tan buena para los progresistas en este momento, estoy seguro de que nuestro equipo ganará al final. La Segunda Guerra Mundial no terminó en Dunkerque, aunque, en ese momento, parecía que todo apuntaba a una victoria alemana.
–Tampoco puede excluirse una nueva alianza entre las clases medias y formas más autoritarias de liberalismo, tal y como sucedió en Chile en la década de los 70, con el único propósito de no perder privilegios.
—Sí, por supuesto, esta es una posibilidad. Al mismo tiempo, el modelo chileno de una alianza de clase media-elite basada en un programa neoliberal clásico ya no podría ser una opción. Una nueva alianza autoritaria probablemente tendría que incluir a grandes sectores de las clases bajas para tener un grado significativo de legitimidad, y esta incorporación de las clases bajas podría lograrse haciendo algunas concesiones económicas paternalistas y dirigiendo las energías de la alianza contra las minorías y los migrantes. Desde India, donde el BJP (partido en el poder) está creando un estado anti musulmán hasta Filipinas, donde los consumidores de drogas son chivos expiatorios de los males de la sociedad, hasta Europa y los Estados Unidos, donde los migrantes son el foco del odio de la mayoría blanca «inclusiva solo para su clase», esto es lo que está pasando.
–Usted acuñó la palabra desglobalización en su libro, «Desglobalización: Ideas para una nueva economía mundial». ¿ Siente en este momento que las condiciones son mejores para hacer realidad esa desglobalización teorizada en el libro ?.
—Sí, por ejemplo, la locura de las cadenas de suministro mundiales demostró que era completamente inoperante durante la crisis del coronavirus. Debido a los cálculos neoliberales basados en la reducción del costo unitario de producción, las élites corporativas, con el consentimiento de sus gobiernos, transfirieron gran parte de sus instalaciones industriales a China, de modo que cuando la producción china se detuvo durante la crisis de covid-19, muchos países carecían de componentes industriales claves y descubrieron que incluso producir máscaras y otros equipos de protección del personal era algo de lo que ya no eran capaces. Al mismo tiempo, la interrupción inducida por covid-19 de la cadena de suministro agrícola mundial amenaza con una hambruna generalizada. En varios países del Norte global y del Sur global se ha permitido que sus sectores agrícolas locales se marchiten. Entre el 30 y el 50 por ciento de los alimentos que se consumen en China, el sudeste asiático y América Latina ahora no se producen localmente, sino que son suministrados por cadenas de suministro agroalimentarias mundiales y regionales. Creo que habrá un movimiento hacia una mayor autosuficiencia en la producción industrial y agrícola. La pregunta es si tales estrategias serán desarrolladas por regímenes de derecha o gobiernos progresistas.
–De los quince pilares incluidos en su concepto de desglobalización, ¿ cuáles cree que son más urgentes de ahora en adelante ?.
—Creo que lo más urgente es la reorientación de la producción hacia el mercado interno y desvincular la producción local de las cadenas de suministro mundiales a través de una política comercial progresiva, una política industrial agresiva y una política agrícola que promueva la autosuficiencia alimentaria y la soberanía alimentaria. Nuevamente, es importante que tales políticas sean emprendidas por progresistas y no por nacionalistas de derecha que las utilizarán principalmente para servir a los intereses del grupo étnico y cultural dominante contra las minorías y los migrantes.
–¿ Qué podría reemplazar a la globalización como el nuevo prototipo después de la pandemia de Covid-19 ? En una entrevista reciente de Página/12 con el sociólogo francés Michel Wieviorka, el intelectual dijo: «lo peor será peor y lo mejor será mejor».
-–Se trata ahora de una carrera entre una desglobalización progresista y una regresiva, nacionalista. En el caso de la primera, «lo mejor será mejor». Si gana el segundo, estoy de acuerdo con Wieviorka en que «lo peor será peor».
–En su idea de desglobalización, usted no propuso que los países se aparten de la comunidad internacional, sino la construcción de un modelo alternativo. ¿ Esta crisis cambia su propia perspectiva de ese modelo ?
–Incluso después de la pandemia y en un proceso de desglobalización, será importante una interacción creativa con la comunidad internacional. Como siempre he dicho, la desglobalización no se trataba de desvincularse de la economía internacional, sino de lograr una relación equilibrada entre la economía local y la economía internacional en la que la integración de la economía nacional no se sacrificara en el altar de la integración liderada por las empresas de diferentes partes del mundo. No se puede sacrificar la economía nacional por una economía globalizada. Un alto grado de autosuficiencia en la producción agrícola e industrial es una característica clave de la economía nacional. Pero este es solo un aspecto del paradigma de la desglobalización. También sería importante la promoción radical de la igualdad, que es crítica tanto por razones de justicia social como por la expansión de la demanda interna. Urge la democratización de la toma de decisiones económicas desde la cumbre del Estado hasta la fábrica y la elaboración de una relación benigna entre la economía y el medio ambiente, que a veces se llama el «nuevo acuerdo verde».
–La Argentina fue el último país del mundo en sufrir el brutal asalto del híper liberalismo y la globalización entre los años 2015 y 2020. Luego, el gobierno cambió. Para países como Argentina y, en general, para los países del Sur, ¿ representa esta crisis una nueva oportunidad para recuperar su soberanía, su posición en el mundo y su identidad?
–Sí, por supuesto, pero como dije anteriormente, estas oportunidades surgirán de la dialéctica y la sinergia entre la crisis objetiva y la respuesta a la crisis proveniente de grupos e individuos progresistas. El problema es que, incluso con las mejores intenciones, no se puede forzar la aparición de lo nuevo dentro de lo viejo. Las cosas pasan. A veces uno solo tiene que ser paciente. Pero cuando las estrellas comienzan a alinearse, entonces el tiempo lo es todo. ¿ Es el covid-19 el equivalente de la Primera Guerra Mundial, o sea, ese momento histórico donde todo se desmoronó y los gobernantes ya no podían gobernar de la misma manera antigua, para usar la frase de un famoso revolucionario ?. Tal vez. Y debemos recordar que de esa crisis anterior surgieron tanto el socialismo como la barbarie, por citar a Rosa Luxemburgo.
–Hace décadas que se sueña con un New Deal interno al Sur. Ha quedado en eso, en un sueño.
—Quizás ocurra, quizás no. Una cosa que no debemos olvidar es que la crisis del neoliberalismo y la globalización, junto con el deterioro del conflicto entre China y los Estados Unidos, podría crear ese espacio de maniobra para los países del Sur que ya existía antes de 1989 debido al conflicto entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Ese conflicto fue una de las condiciones para las victorias de los movimientos de liberación en Vietnam, Cuba, Mozambique, Angola, Guinea Bissau. De allî también nació el Movimiento de Países No Alineados después de la conferencia Bandung y surgió la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) bajo la inspiración del gran economista argentino Raúl Prebisch. La solidaridad del Sur global, que siempre se ha sentido en todos los países y diferentes regímenes, nació durante ese período.
–Después de la crisis financiera de 2008-2009, la pandemia de covid-19 es la segunda gran crisis de la globalización en este Siglo. Pero ya antes de esta crisis, en Argentina, Ecuador, Chile, Francia con chalecos amarillos, Argelia, Líbano, Irán o Hong Kong, habíamos visto el renacimiento de un sujeto social globalizado. Esos movimientos de protesta global podrían ser una de las fuerzas de transformación en el mundo ?
–Sí definitivamente. Estas son algunas de las fuerzas que me dan esperanza sobre el eventual triunfo de la izquierda. La sed de la gente por la justicia y la igualdad siempre saldrá a la superficie. Lo importante es asegurarse de que sea la izquierda la que lidere estas luchas y que la derecha no secuestre y pervierta estas energías que brotan desde abajo para su agenda autoritaria oportunista como lo ha hecho en Europa, India, Estados Unidos y Filipinas.
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