por Anita Gricelle Abarca
El legado de Salvador Allende con el gobierno de la Unidad Popular ratifica el profundo valor del espíritu republicano con un presidente que fue capaz de entregar su vida para defender las instituciones democráticas en todo su esplendor. Allende es la voz de las más amplias expresiones intelectuales, políticas e ideológicas de la izquierda, puestas en función de satisfacer las necesidades populares.
Más valorativo aún es la figura de un Presidente revolucionario, que fue capaz de llevar a cabo un conjunto de acciones puestas a disposición de mejorar las condiciones de vida de miles de trabajadores en nuestro país, con el desarrollo de una profunda reforma educativa, estructurada de acuerdo a criterios igualitarios y equitativos expresadas en la ENU ; la democratización de la cultura, vertida en la creación de la editorial Quimantú en 1971; y la política del medio litro de leche para miles de niños y niñas, son sólo algunos ejemplos que nos demuestran que en Allende la revolución no es consigna. Es transformación y cambio con perspectiva de futuro.
Finalmente un tercer valor en Allende es que permitiera a miles de chilen@s, la oportunidad de soñar haciendo del socialismo una via de desarrollo democrático posible.
Por tanto, Allende es la expresión misma de que la relación entre idealismo y pragmatismo, reformismo y revolución, realismo y utopías, son perfectamente dialogantes, constituyendo el encuentro dialéctico para lograr los objetivos trazados. Nos enseña que detrás de cada acto, hay un espíritu y motivación.
¿Hemos sido capaces como actores políticos de comprender el legado del Compañero Presidente?
La transición democrática y la post-dictadura configuraron dos izquierdas: una funcional a la democracia estrecha e insuficiente que la dictadura configuró a sangre y fuego, caracterizada por su autocomplacencia y escaso nivel de autocrítica; y otra profundamente crítica del proceso, pero con escaso nivel de influencia y coordinación en el lugar en que se toman las decisiones .
Por ello, la invitación es creer en la utopía y justicia social que caracterizó el programa de la UP . Que es posible construir un futuro común en base a un cambio revolucionario y profundamente democrático. Pero para ello es importante dialogar, mirarnos las caras, sacarnos los prejuicios e incluirnos en este amplio crisol que permita que desde nuestras trincheras políticas siga existiendo fraternidad y voluntad, para fundirnos en nuestros sueños y pensar como seres humanos que creen en “Que más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir un mañana mejor».