Por Juan Cuvi
El movimiento indígena pareciera hallarse en una dramática encrucijada electoral. En los próximos dos meses tendrá que pisar sobre huevos, a fin de no empeñar las modestas posibilidades políticas que se le abrieron con los últimos resultados electorales.
Vana angustia: en la práctica, el voto de Pachakutik no definirá al ganador de la segunda vuelta electoral, como tampoco lo harán los votos de los demás candidatos marginales. Lo más probable es que ese apoyo se divida entre los dos finalistas, y una porción se incline por el voto nulo.
Tampoco los votos nulos de la primera vuelta serán decisivos, porque difícilmente son movilizables. Al contrario, ese porcentaje podría incrementarse en la segunda vuelta. En tales condiciones, el crecimiento electoral de Noboa y de Luisa podría abocarnos a un nuevo empate apocalíptico.
En realidad, la única votación que podrá inclinar la balanza de manera significativa radica en los 2,4 millones de electores que se abstuvieron el pasado 9 de febrero. Quien logre seducir a la décima parte de ese electorado se sienta en Carondelet.
Por eso, justamente, el movimiento indígena debe evitar ahogarse en el pantanoso terreno de la contienda electoral. Aunque inevitablemente tendrá que tomar una posición, más importante será que se acerque a la tierra firme de su proyecto histórico. En la medida en que refuerce la imagen y los espacios políticos recuperados en las pasadas elecciones, podrá desbrozar una ruta futura. En concreto, construir una alternativa social desde la izquierda.
En 2021 ya tuvo una oportunidad inmejorable. Luego de la segunda vuelta, el movimiento indígena se convirtió en la principal fuerza política nacional: un bloque de 27 asambleístas; importantes apoyos electorales en gran parte del territorio nacional; un 17% de apoyo al voto nulo propuesto como rechazo al fraude electoral contra Yaku Pérez; una capacidad de movilización de la que carecen todas las demás fuerzas políticas. Por desgracia, una serie de errores que no viene al caso señalar condujeron a la dilapidación de ese importante capital político.
Hoy, mutatis mutandis, la situación tiene varios elementos en común. Entre otros, la posibilidad de proponerle al país un campo de disputa política que marque distancia con la polarización inducida por dos fuerzas que responden al mismo modelo de Estado, que incluye el autoritarismo y la corrupción como insumos infaltables del ejercicio del poder.
El lunes 14 de abril, al día siguiente de las elecciones, el movimiento indígena tendrá que retomar sus luchas de resistencia frente a lo que se viene, gane quien gane: ofensiva minera, ampliación de la frontera petrolera, violación a los derechos de los pueblos y comunidades indígenas, rechazo sistemático a la propuesta de plurinacionalidad… Y eso sin tomar en cuenta otras afectaciones a las agendas de los demás grupos, organizaciones y movimientos sociales que forman parte del mismo campo de confrontación con el poder.
Febrero 13, 2025