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Desafíos que enfrentan los gobiernos izquierdistas de Sudamérica

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Arturo Alejandro Muñoz

El triunfo de Luis Inâcio da Silva, Lula, quien comienza este 2023 un nuevo mandato gubernativo en Brasil, coadyuva en estructurar un mapa político en el que destacan las administraciones de izquierda y/o progresistas en América Latina.  ¿Es ello una buena o una mala nueva? El tiempo lo dirá, pero siempre es sano recordar que en política también vale el viejo dicho  “vox populi, vox Dei”.

Los ciudadanos de Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia, Argentina, Chile y Brasil han optado por elegir gobiernos que en una u otra medida son críticos del sistema privatizador y expoliador a ultranza de los recursos naturales, críticos acervos también de la educación pública de baja calidad, la que debe enfrentarse  a  establecimientos y empresas  privadas –de buena calidad docente y pedagógica-  cuyas vacantes se abren casi en exclusiva para hijos de familias acomodadas. Algo similar ocurre en otras áreas, como es el caso de la Salud Pública y la Previsión Social… e incluso en la administración de Justicia.

Se ha dicho, hasta la saciedad, que el sistema neoliberal imperante en muchos países de Latinoamérica es exitoso desde la perspectiva macroeconómica, y ello no merece discusión ni duda. Los casos de Brasil, Colombia, Chile y Perú deberían ser suficientes ejemplos que certifican lo dicho. No obstante, el talón de Aquiles en este asunto se encuentra en la microeconomía, que es precisamente la herida por donde sangra el sistema… herida que aumenta de tamaño y pareciera no poder cicatrizar sin herir de gravedad a su hermana mayor, la macroeconomía.

¿Dónde se encuentra radicado el corazón del problema entonces? Tal vez una de las respuestas sea que esa macroeconomía es globalizada y se halla en manos de algunas poderosas megaempresas transnacionales que, a su vez, son parte activa de los gobiernos de ciertos países del hemisferio norte que se han unido en una  especie de mercado común, el cual impide –¿tal vez sin que ese sea uno de sus objetivos?-,  el desarrollo de las naciones donde han puesto sus capitales financieros y maquinarias para explotar los recursos naturales y humanos de aquellos territorios ajenos.

La dependencia económica y tecnológica es uno de los eslabones más sólidos de la cadena que inmoviliza y asfixia a las naciones no desarrolladas. El otro eslabón principal es el conjunto de impedimentos (pacíficos o violentos, según sea el caso, efectuados por los países híper desarrollados) que atascan cualquier intento de desarrollo en serio –libre y autónomo- que las naciones dependientes quieran llevar adelante. Y para que no huela a totalitarismo ni tenga aroma a imposición forzada, esas naciones híper desarrolladas –vía megaempresas transnacionales- pontifican e imponen tratados como los TLC, el TPP-11 y otros similares, cual si ellos fuesen la panacea para salir de la pobreza microeconómica y obtener la autonomía macroeconómica.

Quizás, como nunca antes, en Latinoamérica se observa hoy la presencia activa de una virtuosa red de gobernantes izquierdistas, desde el río Bravo hasta el Cabo de Hornos, que en su mayoría coinciden al menos en los puntos principales reseñados en estas líneas. Saben que la atadura de la dependencia económica y la cadena de la pobreza interna son cuestiones en extremo difíciles de vencer. Y también saben que al intentar privilegiar la microeconomía pueden dañar y estancar la macroeconomía, lo que desatará a las poderosas fuerzas conservadoras que procurarán  generar el caos y derribar el gobierno. No es un supuesto… ha ocurrido, y varias veces, así como también  a   muchos países.

Es una ímproba tarea la que estos gobernantes deben enfrentar. Los resultados son inciertos, pero todo es posible si sus pueblos les apoyan sin desmayo, cuestión que bien sabemos es de difícil ocurrencia en nuestro subcontinente, ya que la derecha y el conservadurismo nacionalista -dueños de la prensa, las armas y la banca- harán enormes y onerosos esfuerzos por impedirlo a rajatabla, sin vacilar ni detenerse por la sangre y miseria que ello pueda significar. Tampoco es un supuesto, ha ocurrido muchas veces.

En Brasilia, al comenzar este año 2023, los presidentes de Brasil y Chile –Lula y Boric- dieron el primer paso de ese largo camino que es la unidad latinoamericana (en este caso, sudamericana), al poner en tabla un tema relevante, cual es la construcción del corredor bioceánico o transamazónico, que uniría por vía terrestre el puerto de Santos en Brasil, con el de Arica en Chile, atravesando gran parte de la amazonia, pasando por Paraguay, norte argentino, Bolivia, y arribar a los puertos del norte chileno y peruano, abriendo una comunicación fantástica en lo comercial para Sudamérica con China y África.

¿Lo aceptarán las megaempresas que se han apropiado de los países sudamericanos? ¿Lo combatirán a muerte los grupos derechistas y nacionalistas que son verdaderos agentes del imperialismo foráneo? ¿Será sólido y permanente el apoyo del pueblo a estas medidas que procuran la independencia económica y el bienestar social?

¿Lo lograrán las nuevas autoridades de Sudamérica? El tiempo lo dirá.

 

 

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