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Conversando con un vendedor de aguacate

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por Adán Salgado Andrade, México

José tiene muchos años vendiendo aguacate, en ese mercado de popular colonia. “Mira, el puesto, era de mi madre, y me lo heredó. Y nunca he dejado que se caiga… ahí la llevo, buscando la mejor mercancía, buenos precios, sí, porque, sólo así, puedes ofrecer buenos precios a los clientes”, dice, con tono de simulado orgullo.

Dice que, a pesar de la cuarentena, ha continuado vendiendo bien. “Fui de los pocos que seguimos vendiendo, porque, si te fijas, muchos puestos no han abierto. Por eso, tuve mi rachita, y me fue bien. Pero, ya sabes, nunca faltan los pinches envidiosos que te dicen ‘¡ay!, ¿cómo le haces?, sí, ‘has de estar contagiando a medio mundo’ y otras pendejadas, pero, no, yo sólo le chingo y Dios me ayuda”, agrega.

Platica que, no es cierto eso de que en la Central de Abastos se daban todas las facilidades, para que los camiones que llevan la mercancía y pasaran sin problemas. “¡No, tiene que pagar cada camión, mínimo, cien pesos, para que los dejen pasar!”, exclama, molesto por esas arbitrariedades, productos de prácticas corruptas que siguen subsistiendo.

Como sucedió con muchas personas, sobre todo, las que se autoemplean, tuvo algunos problemas económicos, así que trató de aprovechar cuanta posibilidad se le ofreció para tener algunos otros recursos. “De la delegación, me dijeron que me iban a prestar diez mil pesos. No es mucho, pero sí me servían. Hice mi solicitud. Y, luego, como a la semana, viene una mujer de allá, para pedirme mil pesos, que porque era lo que estaban cobrando, como inscripción. Y que le pregunto que cómo que inscripción, ¿no? Y me dice, que era un requisito. Le pregunté que si era seguro que me lo dieran y que me dice que no, que ya irían viendo. ¡Y que la mando a la chingada, que le digo que le dijera a su jefe que esas eran mamadas!… hazme favor, pagar mil pesos, para que me prestaran diez mil. Y, de todos modos, no era seguro”. Pues muy mal que le hayan condicionado ese préstamo, pues en toda la propaganda oficial, que ofrece que habrán estímulos y ayuda para comerciantes, no se menciona nada de que se condicione esa ayuda a una “cuota”. Resabios, como dije, de la corrupción que, a pesar de la Cuarta Transformación, veo muy difícil que se eliminen.

Dice que “le echo muchas ganas, porque debo de sacar, mínimo mil pesos. No puedo darme el lujo de cerrar. Además, como te digo, le busco. Mira – me muestra un aguacate que ofrece a sesenta y cinco pesos el kilo –, esa aguacate, subió mucho, está hasta en cuatrocientos veinte pesos la caja. Y, a mí, el distribuidor, como es mi cuate, y yo le regateo, me la deja en 360 pesos. Le compre venite, y se las pago por adelantado”. Dice que, por tanto robo, sobre todo, en las inmediaciones de la Central, paga en algún Oxxo, por adelantado. Así, sólo va a recoger sus cajas de aguacate. “Me voy en taxi… prefiero pagar doscientos cincuenta pesos, a pasar desmadres con el tráfico, y que ya no alcanzaste lugar en el estacionamiento o que le roben algo a tu carro. Mejor en taxi, y te quitas de muchos problemas”. En efecto, reflexiono, con tantas contrariedades y contratiempos que ya, de por sí, tenemos que soportar, es mejor tratar de eliminar algunos, como el que José use un taxi. En lo personal, soy de la misma idea y, desde hace años, ya no uso auto propio, trasladándome en transporte público o, cuando voy a algún lejano sitio en especial, uso alguna de las aplicaciones telefónicas, como Uber o Didi. Sí, sólo siendo prácticos, nos desharemos de ciertos problemas.

José dice que se acaba de divorciar y que tiene dos hijos, uno de veintiuno y, otro, de catorce. “¡El de catorce, me salió a mí. Es bien bueno para los negocios… ¡habías de verlo!… siempre anda con su celular, tomando fotos de carros que se vendan o motos o ropa. Compró cuatrocientas mascarillas en tres pesos y las vendió todas en diez pesos. Y, la otra vez, compró un carro en veinte mil pesos y lo dio en treinta mil. Es bien abusado. ¡Ah!, y presta dinero, al ocho por ciento mensual, y no te lo perdona! La otra vez, a su tío, le prestó, y se estaba tardando en pagarle, un mes, los intereses, y que le dice, ‘No, tío, ahora te voy a cobrar uno por ciento más, por cada día que te tardes. ¡Y rápido que le paga, pero con los intereses extras… creo que fueron otros dos mil pesos, porque le prestó setenta mil! Y, a mí, también me ha prestado, igual, con intereses, porque me dice ‘negocios, son negocios, pa’. Y ya tiene su buen dinero en el banco, como novecientos cincuenta mil pesos. La otra vez, que me dice, ‘oye, pa, ¿sí sabes cuánto dinero tengo?’’, y que le digo que sí, que lo felicitaba, pero que no fuera tacaño, que, cuando necesitara comprarse ropita o cosas así, que no escatimara, que se comprara cosas buenas…¿cómo ves?”, me pregunta. Yo le digo que está bien, pero, en mi interior, cuestiono qué tan correcto será que un adolescente ya, a tan temprana edad, tenga tanto amor por el dinero, que sea codicioso, que busque, siempre, la mejor ventaja al hacer una transacción, que ni a su mismo padre perdone los intereses del dinero que le presta. Claro, para el sistema económico, tan materialista, que prevalece, su hijo sería un muy buen ejemplo de que, cuando se pretende hacerse rico, se puede. Todo es cuestión de no tener ética, ni principios. Y que, si pueden vender hasta a su madre, lo harán, con tal de seguir acumulando fortuna.

El otro hijo, no ha sido tan “afortunado” en hacer dinero, dice, resignado. “Se embarco el güey y ya, en un mes, va a tener a su hijo, su mujer. Cuando me dijo que la habían regado, que le digo ‘ni modo, hijo, ahora le tienes que chingar’. Pero le ayudo, porque se quedó sin trabajo…trabajaba de mesero… pero, con lo de la cuarentena, lo corrieron. Ya le di veinte mil pesos, para el parto de su mujer y le prometí que le voy a comprar su cuna”, dice, orgulloso.

También afirma, con mucho orgullo, que no tiene deudas. “Debía como cuarenta mil pesos, pero, gracias a Dios, te dije que tuve una buena rachita y, fíjate, como ayudé a una persona, con unos güeyes que querían secuestrarlo, pues que llega un día y que me da ¡cien mil pesos, así, corriendo!”. La ayuda consistió en que, como José conoce a un “federal”, o una persona que solía ser eso, antes de que se deshiciera ese corrupto cuerpo policiaco, que, seguramente, ahora tendrá otro cargo, como investigador, le dijo sobre la persona que querían secuestrar.

El “federal”, anduvo investigando y logró ubicar a la familia de secuestradores, formada por varios muchachos, cuatro mujeres y algunos adultos. Ya estaban fichados, pero no daban con ellos o, al menos, no era, del todo, el interés de los cuerpos policiacos por capturarlos, lo que, finalmente, dice José, se hizo. “Unos, están en Texcoco, otros, en Santa Marta, las mujeres, y otros en Almoloya”, dice. El hombre al que ayudaron, como tiene bastante dinero, le dio los cien mil comentados a él y un millón al “federal”. “Con eso, me aliviané, gracias a Dios”, dice José. Le digo que estuvo bien que, aunque fuera de ese modo, lograran atrapar a esa banda de secuestradores. “¿No tienes miedo de que te hagan algo?”, le pregunto. “No, porque, mi cuate, se está encargando de que les den muchos años”, me dice, sonriendo. Lo que más le “encabronó”, fue ver a muchachos tan jóvenes, de trece, catorce años, como parte de la banda. Ya no es de sorprender eso, pues, por la creciente pobreza y falta de oportunidades laborales, bien remuneradas, en todo el mundo, los jóvenes son los que más sufren desempleo. Y muchos, optan por el camino fácil, meterse a delinquir, con tal, no sólo de obtener un ingreso, sino seguir “progresando”, subir en sus delitos, hacerse unos Chapos o Señores de los Cielos…

Así, este individualista, egoísta sistema económico, ha descompuesto a la sociedad. Por eso, otra vez reflexiono en si su hijo, aunque de otra forma, no estará siguiendo un camino igualmente materialista, sin escrúpulos, en donde la ley imperante sea el dinero. Supongo que así es, por desgracia.

“Sí, está cabrona la cosa… con lo de la pandemia, muchos perdieron su trabajo. Y hay muchos robos. Fíjate que, hace dos días, a mi sobrina la quisieron asaltar en el Metro… es que, pues le hace la lucha, ¿no?, está comprando cobertores, para venderlos o en tandas, entre sus amistades y casi se los roban, pero unos señores, le hicieron el paro… ¡en San Lázaro, a las tres de la tarde!… ¿puedes creerlo?”. Sí, no es difícil de creer eso, y muchas otras cosas que ya, de por sí, en la egoísta, individualista sociedad en que vivimos, se estaban dando. Mucho más, ahora, que se están perdiendo todavía más los principios (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2014/10/la-materialista-individualista-mezquina.html).

Me vino a la mente, una nota reciente que había leído, sobre un conductor de un camión de transporte urbano de Francia, que fue atacado por cuatro sujetos, quienes se negaron a emplear tapabocas, como es actualmente la exigencia en todo el mundo, sobre todo, en lugares cerrados. El pobre hombre falleció a causa de muerte cerebral, resultado de la brutal golpiza que le dieron los cuatro salvajes (ver: https://www.theguardian.com/world/2020/jul/10/philippe-monguillot-french-bus-driver-dies-following-attack-passengers-refused-wear-masks).

José dice que practica mucho la “superación personal” y que tiene muchos amigos que dan conferencias sobre eso. “Sí, leo mucho a Walter Riso, Deepak Chopra o a Paulo Coelho, sí, y siempre que puedo, voy a sus conferencias, me ayudan mucho”. Qué bueno, pienso, que sea así, pues, desde mi particular punto de vista, esas personas negocian con la gran necesidad de mucha gente de buscar la mejora de su condición de vida, de su economía, de su aislamiento social, de sus complejos de inferioridad… con sus libros. Si fuera honesta su ayuda, no cobrarían tan caras sus conferencias, eventos que duran uno o dos días, en los que, aseguran, la gente “será otra”. La verdad es que, opino, que para avanzar en la vida, se necesita de tres fundamentales cualidades: aprender todo lo que se pueda (como digo a mis estudiantes de ingeniería, hasta hacer tacos deben de aprender, pues “supongan que un día, haya una solicitud de un ingeniero industrial, con especialidad en hacer tacos al pastor”, les bromeo), sensibilidad para valorar las cuestiones artísticas, que son tan necesarias para nutrir al espíritu y ser compasivos y, la tercera, ser humildes, pues la humildad, lo contrario de la altanería, nos permitirá convivir con todos y aprender de todos.

En fin, le felicito que siga a esas personas. “Y hace poco, uno de mis amigos, que también va mucho a las conferencias que te digo, que me invita a tomar un café. Y resultó que era amigo de Julieta Venegas y Natalia la For… Furtado, sí, y que me pongo a platicar con Julieta y que le digo, como yo soy muy confianzudo, que se las daba de muy acá, y que, la verdad, no estaba bonita, que le digo, “céntrate, chava, no te dejes llevar, porque te digan que estás muy guapa, no, eso es para adularte, pero estás fea, qué quieres, yo hablo al chile’, le dije, y que nos empezamos a reír”. Pues si eso le dijo, qué bien que ese tipo de personas “famosas”, digamos, enfrenten a alguien que les diga la verdad, para que, no toda la vida, piensen en que son lo máximo. “Es que esa Julieta se cree mucho, pero que le bajo los humos”, dice, riendo. Comparto su risa, pues debe de haberse sorprendido mocho esa cantante de pop que alguien le hubiera dicho que estaba “fea y sin chiste”.

José me despacha los dos kilos de aguacate que le pedí, los que siempre me rebaja y me da mi “pilón”.

Ahí ha estado, todo este tiempo, desde que comenzó la pandemia, y no se enfermó, a pesar de que la Central de Abasto, por varias semanas, fue declarada zona de alto contagio. Eso me hace pensar en si el virus estará confinado en ciertos lugares, en aquéllos en donde se han anunciado cientos de contagios, y no se propague a otras partes, pues, no sólo José, sino otros locatarios allí han estado, vendiendo sus necesarias mercancías. “Yo no hubiera podido dejar de vender”, me dice José, “¿quién iba a darme algo?… ¡ni modo que les hubiera dicho a mis hijos o a su madre que me ayudaran!”, dice, enfático.

Pues sí, como comerciante que vive al día, como la mayoría, eso de ¡quedarse en casa”, no habría funcionado. Para qué quedarse en casa, ¿para morir de hambre? José es de los que, aunque se hubiera tratado de una pandemia, que hubiera ocasionado 98% de decesos, seguramente habría seguido allí, vendiendo sus aguacates, hasta que algún día, contagiado del mal, quizá hubiera fallecido junto a su mercancía.

Me despido de él, deseándole buena suerte y buena salud.

Finalmente, sus aguacates, son muy necesarios para una buena nutrición. Nadie puede sustituir un buen y auténtico guacamole.

Contacto: studillac@hotmail.com

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