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CON USTED POR LA REVOLUCIÓN

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por Pepe Gutiérrez-Álvarez, España
 
CON USTED POR LA REVOLUCIÓN. Así se despedía Jack London en sus cartas, y a mí me gustaría haberlo hecho. Nacido en una familia empobrecida hasta pasar ganas (Puebla de Cazalla, Sevilla, 1946), al año superé una tuberculosis gracias al favor de un señorito “raro”. Pasé la infancia en un pueblo donde a mucha gente se le conocía porque “le habían matado a…”, pero aunque se decía que en otros sitios los de la República hicieron barbaridades, en el pueblo no tocaron el pelo ni a los esquiroles que eran conocidos por sus simpatías fascistas.
 
De familia jornalera y trabajadora, emigré a L´Hospitalet, Barcelona en 1960 para trabajar en casi todo tipo de empresa en las que no tarde en hacer migas con los viejos sindicalistas que mantenían su memoria. De formación básicamente obrera-autodidacta, cinéfilo y lletrafeit, activista desde mediados los años sesenta, sindicalista en Comisiones desde 1964 hasta los años ochenta, formé parte de uno de los primeros grupos llamados trotskistas: “Acción Comunista” aunque mi punto de atracción era la Internacional, la última que seguía con la bandera levantada.
 
Exiliado en Francia (1968-1971), fui militante de la Ligue francesa en la Renault y miembro de la comisión española que trabajaba por coordinar las relaciones con el interior del Estado. . De regreso en 1971, seguirá actuando como militante clandestino, amén de agitador cultural, cine clubista, conferenciante… En los años ochenta fue animador de las páginas culturales de Combate, órgano de la LCR, semanario luego quincenario…También colaboro con asiduidad en revistas de historia (Tiempo de Historia, Historia 16, Historia y Vida, L´Avenç); de pensamiento (Imprecor, Viento Sur, El Viejo Topo); diarios (Diario de Barcelona, La Voz de Euzkadi, Liberación entre otros). Autor de numerosos ensayos, autor de un retrato generacional: Memorias de un bolchevique andaluz…En esta actividad cultural hay tanto una firme voluntad por divulgar la gran historia social como por crecer personalmente, ser reconocido, estimado por la gente por la que vale la pena comprometerse.
 
Modestamente -es un decir-, me he especializado en el ensayo divulgativo sobre historia social con extensiones en el cine, y ocasionalmente, cultivo la literatura memorística apoyada en una memoria de la que este mismo libro –creo- es muestra, amén de otros testimonios de mi tiempo, sin olvidar una ristra de evocaciones biográficas de diversos personajes del POUM a los que conocí y traté, y de otros que, aunque no los traté, me habían contado historias y detalles en base a los cuales compuse un retablo que un colega definió como de buenos y de malos, sin embargo, el enfoque sobre estos fue tachado de benevolencia. Esta representa seguramente mi principal característica, no tanto de los datos concretos, de fechas, sino de la gente y escenarios, posiblemente porque los viví muy pendiente incluso cuando parecía que no lo estaba.
 
Esta vocación me llevó a redactar trabajosamente unas memorias, que cuanto menos representó un testimonio de cierta gente que no saló ni quiso salir en la foto, y que hizo una apuesta por dar al traste con la dictadura para realizar tareas que, como la reforma agraria o la limpieza de los establos de Augias, todo lo que la República había dejado pendiente. Entre otras cosas, el libro me abrió valió la posibilidad de conectar con las nuevas generaciones que querían reiniciar un camino que parecía abierta hasta el extremo de que el PSOE “renovado” hablaba del socialismo –democrático por supuesto- como un horizonte inmediato.
 
La memoria es, no hay que decirlo, un método arriesgado amén que el reflejo de una cierta obsesión autoanalítica, de explicarse y de explicar. La de la complacencia es la primera tentación, tal como suelen ser inherente a los personajes públicos. No hay que decirlo, la memoria personal no ofrece garantías dudosas de veracidad, salvo –pienso- que se plantee como lo que es, un punto de vista personalizado y obviamente limitado. El sello personal pesa más que la verificación. No recuerdo ninguno reparo con la excepción de una falsa información vertida injustamente contra José Eugenio Stoute al que no le faltaron las merecidas disculpas: Tam Tam no había cambiado de barricada, simplemente las había trasladado a su país, Panamá, donde estoy invitado Le pude echar la culpa a un informador seguramente rencoroso, pero lo cierto es que mi apreciación estuvo prejuzgada, por el ambiente general de “arrepentimiento” en la época, por el dolor que me causó el final de la editorial Fontamara de la que Stoute era como el portavoz exaltado, y también por mis propios rencores, que los tengo y me duran cuando cree que alguien me la hace.
 
Con todas sus debilidades (era un desembuche total), sus numerosas debilidades (no deja respirar, no se explican muchos datos políticos, etc.), amén de sus inevitables erratas (en mi caso, porque Ferrán Fernández, profe y editor hizo un trabajo concienzudo de revisión), er borchevique significó en un tiempo de “impasse”, un nuevo comienzo. Facilitó la apertura de un diálogo con las nuevas generaciones que volvían a empezar de nuevo, justo donde lo habíamos dejado. Los reconocimientos me llegaron desde muchos espacios que me siguen importando. De mi gente de La Puebla claro está, sobre la que, entre otras cosas, ofrecía un relato de lo que significó el franquismo encerrado en un lugar donde, muy lejos de cualquier frente, dejaron un espantoso reguero de cadáveres y de personas con la vida arruinada amén de una depresión que respiraba por doquier. De la camaradería por supuesto, lo que explica que hay sido identificado por colegas de vidas paralelas, pero también y muy singularmente, de la “tropa” de antiguos hermanos-enemigos del PSUC con los que tantas controversias mantuvo en “los buenos tiempos” y que ahora se sentían timados, sin olvidar mucha otra gente, alguna muy imprevisible, otras en verdad sorprendente.
 
No puedo definir de otra manera la que tuvo lugar en la presentación de Vilanova i la Geltrú. En la fase de “las palabras” un señor obviamente conservador arremetió contra el comunismo, donde datos estremecedores, creando una considerable tensión. Le respondí citando a Walter Benjamín en aquello de que toda página de civilización comparta otra de barbarie siguiendo luego en clave deutscheriana , ofreciendo otros ejemplos, replicando que si la historia de la humanidad era la historia de sus crímenes, los peores se habían perpetrados en nombre del dios del amor (Franco) o de la democracia (USA en el Vietnam). Sorprendentemente, aquel señor que pertenecía a una familia muy conocida en la ciudad, pasó a un tono más distendido, hablando sobre las dificultades de explicar la historia. Se llevó unos cuantos libros y además, fue mi presentador en una animada tertulia en Sitges en la que me definió como “un muchacho que quiso ser bolchevique pero no lo consiguió”. Seguramente yo no lo hubiera dicho mejor.
 
Las críticas fueron las propias de gente afín, recuerdo la de Kemal de Granada, que me otorgaba en una doble nacionalidad, andaluza y catalana, detalle que entonces me hizo sonreír pero que hoy creo acertada: la España unida la desprestigió el franquismo por los siglos de los siglos. Solamente Joseph Casals, que me lo intercambió por sus Afinidades vienesas (tuve que añadir una “torna” porque consideré injusto el trueque), sin dejar de reconocer su “honestidad y rigor” (así consta en mis notas del día), encontraba que el enfoque, salvo en el episodio del CAP Torrassa en que asumía un papel subalterno, no ofrecía espacio a los otros. Me justifiqué con las 40 páginas extraídas del original en aras de un precio asequible, pero evidentemente habían muchas más cosas. Por supuesto, falta de talento literario para la descripción colectiva, pero también una necesidad propia en aquellos ya lejanos años noventa en los que parecía que la historia solamente sabía andar pata atrás, para el individualismo, la ignorancia ante todo el mal social, el menosprecio del idealismo. Recuerdo que en El País se hablaba de “los últimos románticos” cuando se hablaba de la gente que quería cambiar el mundo.
 
Alguien me habló de narcisismo, cierto que no me dolían prenda, pero el retrato final está enfocad desde mi ángulo, seguro que otras voces añadirían tonos mucho más duros, pero estos son vericuetos sobre los que, ya metido en faena, no me resulta sencillo entrar. Insisto en aquello de G.B. Shaw que la humildad comienza cuando se reconoce la vanidad. Todo el personal valiosa –muy valiosa la mayoría- de vocación modesta y nulo afán de notoriedad• (cuando escucho estas frase siempre pienso que están refiriendo a mí), vislumbro un punto de partida, una formación en la que el reconocimiento y la ayuda suele estar presente desde el principio.
A veces se trata de una buena actuación, en el mejor sentido de la palabra. De alguna manera, los que tratamos de hacernos en contra de nuestras propias debilidades, establecemos un personaje. De hecho, un tipo como encuentra todo un mérito haber sabido interpretar el papel de dura, aunque la verdad es que hizo falta mucho cine y muchos ensayos. Pero a veces el personaje falla, lo comprobé con uno de mis colegas más apreciados al que, actuando a lo Yago, le dije, algo mal debes de estar haciendo porque últimamente me están hablando mal de ti.
 
Del complejo de inferioridad es algo innato entre los trabajadores y trabajadores, y entre buena parte de las mujeres. En los lugares donde te quieren anular, en el ejército clásico, el método más probado es arrasar con tu orgullo, con tu propia estimación, no eres nada y te puedo hundir porque tengo que mandar sobre ti, todos hemos visto La chaqueta metálica. Pienso que la reafirmación, el orgullo, el reconocimiento, se convierten en una necesidad básica, y al mismo tiempo, tú te conviertes en materia de trabajo de rectificación psicológica. En el caso del militante se trata de seguir siéndolo ante los problemas de la vida. Ni que decir tiene que, como todas las cosas y esta quizás más todavía, actuar equilibradamente. Siempre te puedas corto, aunque esto siempre es mejor que sobrepasarse, so pena que lo haga alguien con mucho talento como pudo ser Oscar Wilde, al que sin duda le perdió una excesiva seguridad en sí mismo. Especialmente deleznable son las caídas en la soberbia de crearse poseedor de una verdad revelada, la que sea.
 
El narcisismo pues nos acompaña, la cuestión radica en asumirlo, y trabajar para controlarlo. Es difícil que alguien lo trabajara más que Efim Shalámov, Relatos de Kolimá que laboró sus textos durante décadas y en condiciones infrahumanas sin esperar el menor reconocimiento de una “nomenclatura” que lo convirtió en carne de GULAG por distribuir El testamento de Lenin o sea, por trotskista. Sin embargo, Efim llegó a atravesar media Rusia solamente escuchar la opinión de Boris Pasternak sobre sus poemas. Efim tuvo que tenerse en muy alta estimación para sobrevivir en el infierno casi una eternidad, y lo hizo en nombre del comunismo de Lenin, el mismo que el régimen de Stalin había domeñado hasta convertido en una religión de la que fue jefe único e infalible.
 
Partiendo de parecidas reflexiones, en un momento dado me planteé en trabajar otro texto memorístico. Me lo pedía el cuerpo con insistencia apetecía, le había tomado gusto al papel de viejo de la tribu, sobre todo porque lo veía necesario, siempre atormentado porque –intenciones aparte-, quizás podría actuar como tapón, una acusación que se podía hacer a muchos veteranos que, en situaciones completamente nuevas, suelen responder a los jóvenes, a mí me vas a enseñar tú lo que es una revolución cuando antes de que tu nacieras, yo…. El día en que Paco Fernández Buey hizo en mi presencia esta acusación, sin precisarla, no me quedé tranquilo hasta asegurarme que no, que no se refería a mí.
 
En los últimos tiempos mi memoria se ha mostrado más colectiva. Lo he descubierto repitiendo en mis conferencias el reconocimiento hacia las personas que tuve el gran honor de tratar y que me aportaron mucho a lo largo de una vida que ya se está haciendo larga. Es un ejercicio que suele de la mano de otro aspecto habitual, el que cuenta de que me dedico a esto de la política desde mediados años setenta y en vez de cobrar, he pagado y lo sigo haciendo. Dado que no era cuestión de segundas entregas, me planteé un proyecto diferente que respondía que, ahora sí, daba la palabra a otros por más que me reservo rol de retratista, un oficio que he tratado de cultivar con la pluma.
 
Al redactarlo, no puedo por menos que reconocer la suerte de gozar de una memoria privilegiada, el haber aprendido a escuchar historias mientras viví con mis abuelos paternos, de haberme habituado escuchar en el extenso ámbito familiar en las tertulias del Bar de Pepe Gutiérrez, sin olvidar los pollos en los que se reunían los desocupados que se concentraban encuadriñando los cielos para ver si podían contar o no con el mísero jornal y por lo mismo, maldiciendo su suerte. Después, ya en Barcelona, no tardé en ser todooídos a lo que me contaban los veteranos en las numerosas empresas en las que trabajé. Al principio se apreciaba un reconocimiento por la inquietud cultural, luego a alguien que “lo que quería saber todo” sobre la República, la guerra, la huelga de tranvías, etc., etc.
 
El listado es largo por más, en mi criterio, la suficiente para lo que quería decir. Recoge un cierto número de personas, algunas anónimas, otras más o menos conocidas más algunas famosas, con las que traté en diversos momentos de vida con la excepción de Ken Loach, al que ni tan siquiera he podido saludar, pero no creo que eso sea un problema, su significación para la gente como yo en los años noventa está fuera de toda duda, pero como sí lo hubiera hecho.
 
 

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