Inicio 50 años de la Unidad Popular Chile – El heroismo no fue suficiente

Chile – El heroismo no fue suficiente

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11 de septiembre de 2023

Tony Saunois, Secretario del Comité por una Internacional de Trabajadores, CIT.

(Foto: CC)

Cincuenta años después de su aplastamiento, la revolución chilena de 1970-73 sigue siendo un punto de referencia, no sólo en Chile, sino internacionalmente, tanto para la clase trabajadora y sus organizaciones como para las clases capitalistas. En Chile, tras el movimiento de masas de 2019, el legado del golpe vuelve a ser objeto de acalorados debates. Los defensores del capitalismo se sienten obligados a ir más lejos que nunca al justificar la sangrienta represión del movimiento obrero, insistiendo en que, por brutal que fuera, era necesario «salvar» a Chile de una «dictadura marxista». También en el mundo de habla inglesa, muchos periódicos y revistas capitalistas han dedicado cobertura al aniversario, repitiendo también esta línea.

Esto refleja el temor de las clases dominantes de que en el capitalismo asolado por la crisis de la década de 2020 muchos Chiles potencialmente estén por delante. Por lo tanto, enterrar la historia real de la revolución chilena y justificar los horrores perpetrados contra la heroica clase trabajadora chilena en los años posteriores al golpe es un frente ideológico en la lucha de clases actual. Desde el otro lado de las barricadas de clase, la clase trabajadora y la juventud radical necesitan estar armados con una comprensión de la revolución chilena, para que en el futuro, cuando la clase trabajadora esté nuevamente al alcance de una revolución socialista exitosa, pueda logra conquistar el poder y transformar la sociedad.

El CIT ha tenido presencia en Chile desde la década de 1980 y hoy, Socialismo Revolucionario, continúa la lucha por el marxismo genuino dentro de los movimientos de trabajadores, comunidades y jóvenes.

Escrito por Tony Saunois, secretario del CIT, el siguiente artículo se publicó originalmente en 1998, en el 25º aniversario del golpe de Pinochet. Desde 1984, Tony pasó varios años trabajando en la oposición clandestina a la dictadura de Pinochet en Chile.


El 4 de septiembre de 1970 Salvador Allende, candidato de la Unidad Popular (UP), ganó las elecciones presidenciales chilenas con el 36,3% de los votos. Derrotó al odiado líder del derechista Partido Nacional (PN), Jorge Alessandri, que obtuvo el 34,9%, mientras que el candidato del partido capitalista populista, la Democracia Cristiana (PDC), Radomiro Tomic, quedó tercero con sólo el 27,8%.

Esta elección no fue simplemente un cambio “rutinario” en la presidencia. Desencadenó un proceso revolucionario que puso a la clase trabajadora en confrontación con la clase dominante chilena y el imperialismo estadounidense. Tres años más tarde, el 11 de septiembre, la reacción triunfó cuando los militares tomaron el poder en un sangriento golpe militar organizado en parte por la CIA.

La reacción de la clase dominante chilena y del imperialismo estadounidense fue aún más feroz porque estaba aterrorizada por el alcance del movimiento revolucionario que iba mucho más allá de las intenciones de los líderes de la UP. Fue la dinámica revolucionaria de las masas, y no las acciones de sus líderes, lo que puso en peligro al sistema capitalista.

La tragedia de la situación que se desarrolló fue que el factor subjetivo crucial, un partido revolucionario marxista genuino, no estaba presente para canalizar el proceso revolucionario hacia una victoria concluyente. La tragedia no ocurrió debido a la debilidad o falta de voluntad de la clase trabajadora para luchar. La reacción tampoco triunfó porque era demasiado poderosa para que la clase trabajadora pudiera derrotarla. La heroica muerte de Allende en 1973 –mientras defendía el palacio presidencial– es prueba suficiente de que la sinceridad e incluso el heroísmo de los líderes obreros no estaban en duda. La debilidad fue el programa y las ideas equivocados que defendieron muchos de los líderes. Estos fueron totalmente insuficientes para llevar el proceso revolucionario a su conclusión y reemplazar el capitalismo en Chile con un régimen de genuina democracia obrera.

El triunfo electoral de Allende fue recibido con tremendo entusiasmo no sólo por los trabajadores chilenos sino también por los trabajadores a nivel internacional. También tomó por sorpresa a la clase dominante chilena, que quedó sumida en el caos cuando el resultado quedó claro.

Allende, del Partido Socialista Chileno (PSCh), encabezó la coalición de seis partidos dominada por el PSCh y el poderoso Partido Comunista de Chile (PCCh). Tanto él como su partido se autoproclamaban marxistas. Nunca en América Latina una coalición dominada abrumadoramente por partidos de trabajadores, formalmente adherida al marxismo, había ganado una elección presidencial o general.

Si los líderes de la UP hubieran aprovechado el equilibrio de fuerzas, que estaban abrumadoramente a favor de la clase trabajadora y la izquierda, y hubieran tomado medidas decisivas para movilizar a los trabajadores y sectores de la clase media, se podría haber logrado una transformación socialista relativamente pacífica.

En cambio, intentaron frenar el proceso revolucionario que se estaba desarrollando desde abajo, intentando aplacar a sectores de la clase dominante chilena y llegar a un acuerdo con ellos. Los líderes, especialmente Allende y la dirección del PCCh, pusieron su fe en la “lealtad constitucional” de las fuerzas armadas y descartaron la perspectiva de que los generales derrocaran a un gobierno elegido democráticamente.

Otros miembros del ala izquierda de la UP (la izquierda del PSCh, liderada por Carlos Altamirano, y el Movimiento Izquierda Revolucionario – MIR – formado en 1965 tras una escisión estudiantil en 1963) se opusieron a esta confianza en las fuerzas armadas. Pero aunque querían seriamente llevar el proceso revolucionario hacia una conclusión exitosa, no ofrecieron un programa claro ni tomaron medidas suficientes para enfrentar al estado capitalista que finalmente aplastó a los trabajadores. No pudieron afrontar el desafío histórico que se les presentó.

Aparte de este factor subjetivo crucial, las principales características objetivas para una revolución exitosa dirigida por la clase trabajadora existieron y maduraron entre 1970 y 1973: la clase dominante estaba dividida, especialmente inmediatamente después de la victoria electoral de Allende; la clase trabajadora estaba dispuesta a luchar hasta el final y desarrolló nuevas organizaciones de lucha; y la clase media buscaba una alternativa y sectores importantes apoyaron el movimiento obrero.

Cambios en la sociedad

Esta situación había tardado en desarrollarse. Siguió a la turbulenta administración del PDC de Eduardo Frei, de 1964 a 1970. Este gobierno capitalista había llegado al poder –con el 56% de los votos– prometiendo una “Revolución en Libertad”, intervención estatal y reforma agraria. Terminó por no resolver ninguno de los problemas que enfrentaban ni la clase trabajadora ni la clase media: las reformas agrarias habían beneficiado a menos del 10% del campesinado y la intervención estatal prometida nunca se materializó.

Pero la elección de Frei y las movilizaciones masivas –huelgas y ocupaciones de tierras– durante la última mitad de su mandato significaron una polarización y radicalización generalizadas entre la clase trabajadora y otras capas explotadas. Y, aunque el PDC era un partido capitalista, sectores importantes de la clase dominante chilena desconfiaban de su “populismo radical”.

Algunos de los movimientos fueron brutalmente reprimidos por la policía y el ejército. La ayuda militar estadounidense a Chile fue superada sólo por Vietnam: gran parte de ella se utilizó para escuadrones antidisturbios y otros medios de contrainsurgencia. En el momento de las elecciones de 1970, la “Revolución en Libertad” había quedado expuesta como un fraude gigantesco y el voto del PDC se desplomó del 56% en 1964 al 27,8%.

La radicalización y polarización de la sociedad chilena se reflejó en la forma en que el PDC comenzó a fragmentarse según líneas de clases. El ala izquierda del PDC, desilusionada por la falta de avances en la reforma agraria, se separó del partido tras una masacre de manifestantes en la ciudad sureña de Puerto Monte y lanzó el MAPU, el Movimiento de Acción Popular Unitario. Posteriormente, el MAPU se unió a la coalición de la UP y una sección de ella terminó en el ala izquierda. Incluso Tomic, el candidato del PDC contra Allende, había apoyado una resolución respaldando el «marxismo» en un congreso del PDC. Este proceso de fragmentación en el PDC continuó bajo el gobierno de la UP, hasta dejarlo finalmente como un partido abiertamente de derecha que prestó todo su apoyo al golpe.

Sin embargo, a pesar de esta radicalización, la clase dominante no esperaba la victoria de Allende en las urnas. Inicialmente, no tenían una estrategia coherente para enfrentar a la UP. De hecho, una contraofensiva seria por parte de la clase dominante no comenzó hasta octubre de 1972. Sin embargo, la UP no utilizó el período intermedio para impulsar la revolución. En cambio, sus líderes, siguiendo principalmente a Luis Corvalán y otros líderes del PCCh, buscaron medios para apaciguar a la llamada “ala progresista” del capitalismo chileno. La UP se convirtió en una prueba de laboratorio para las ideas de los líderes estalinistas del PCCh y sirvió de modelo para otros países. Chile, argumentaron, demostró la alternativa “democrática, pacífica y parlamentaria”, luego de la huelga general de diez millones de trabajadores en Francia en 1968.

En alianza con fuerzas capitalistas “progresistas”, el socialismo, argumentaban, podría ganarse mediante una transformación paso a paso de la sociedad –en primer lugar, conquistando reformas capitalistas democráticas y limitadas– que no fuera demasiado lejos, demasiado rápido y no provocara a la reacción. La clase trabajadora, afirmaban, no era lo suficientemente fuerte para completar la revolución socialista y era necesario ganarse el apoyo de la clase media, lo que sólo podía lograrse procediendo con cautela. Ésta fue la esencia de la política apoyada por Allende y los líderes del PCCh; de hecho, una repetición de la política estalinista del Frente Popular durante la guerra civil española en los años treinta. Siempre había resultado en una derrota para la clase trabajadora.

Sin embargo, incluso en países donde la clase trabajadora es una minoría en la sociedad, puede desempeñar un papel decisivo y dirigente en la revolución. Esto se debe a que es la única clase, debido a su conciencia colectiva y su capacidad de luchar como clase, que puede sentar las bases para derrocar el capitalismo y el latifundismo; comenzando la tarea de construir el socialismo. Ofreciendo una alternativa clara al capitalismo es posible ganarse el apoyo de sectores de la clase media, los campesinos pobres y otros sectores de la sociedad que son explotados por el capitalismo y el latifundismo. Esta fue la experiencia de la revolución rusa de 1917, donde la clase trabajadora pudo tomar el poder con el apoyo de otras capas explotadas en las ciudades y los campesinos pobres. Lo hizo a pesar de que sólo representaba alrededor del 15% de la población activa.

Como explicó León Trotsky, la clase trabajadora, al frente de la revolución, podría comenzar a resolver los problemas de la reforma agraria, el desarrollo de la industria, la liberación de la nación de la dominación imperialista y otras tareas históricas en que la débil burguesía había fracasado en llevar a cabo. Hoy, en los países semidesarrollados donde muchas de estas tareas aún no se han llevado a cabo, los capitalistas y terratenientes son demasiado débiles y demasiado atados al imperialismo para completarlas. El desarrollo de la economía, la reforma agraria radical, la redistribución de la riqueza y el desarrollo de la salud, el bienestar, la vivienda y la educación para la masa de la población sólo pueden lograrse si la clase trabajadora toma el poder y lleva a cabo la transformación socialista de sociedad. Además, dicho programa debe basarse en una perspectiva internacionalista.

En Chile, en comparación con la Rusia de 1917, la clase trabajadora tenía una posición extremadamente poderosa en la sociedad: el 46,3% de la población ocupada eran asalariados, y sólo el 22% trabajaba en la tierra. La clase trabajadora chilena era una de las más fuertes de América Latina. Una revolución victoriosa en Chile habría abierto la perspectiva de una revolución socialista en toda América Latina.


No se trataba sólo de una cuestión de fuerza numérica de la clase trabajadora. Políticamente, el proletariado estaba ganando comprensión y confianza. Estaba impulsando el proceso revolucionario cada vez más y estaba ganando para su causa a importantes sectores de la clase media y del campesinado. En contraste, la burguesía “progresista” se subiría a los tanques de las fuerzas armadas chilenas y ayudaría a ahogar en sangre a la clase trabajadora.

Trazando futuras líneas de batalla

La clase dominante utilizó los tres años transcurridos desde la elección de Allende para unificar sus propias fuerzas y prepararse para un enfrentamiento. Los líderes de la UP aprovecharon este tiempo para intentar apaciguar a la clase dominante y a sus representantes al frente de las fuerzas armadas.

Aunque la UP había ganado las elecciones presidenciales, carecía de mayoría ni en el Congreso ni en el Senado. Al mismo tiempo, los partidos opuestos a la UP carecían de la mayoría de dos tercios necesaria para destituir al presidente. Allende acordó un pacto constitucional con el PDC. Un pequeño sector de la clase dominante pensó inmediatamente en recurrir a un golpe de estado para impedir que Allende asumiera el poder, pero el plan fue abandonado. La mayoría de la clase dominante temía que un intento de golpe inmediato provocara una explosión revolucionaria. Así que esperaron el momento oportuno.

En lugar de acordar un pacto constitucional, los líderes de la UP deberían haber apelado a las masas para obtener un mandato, por encima del Congreso y el Senado. Se deberían haber convocado nuevas elecciones para una asamblea unicameral, como se prometió en el programa de la UP. Esto debería haber estado vinculado con un llamado a los trabajadores para que promulguen el programa de la UP y vayan más allá en la adopción de las medidas necesarias para derrocar al terrateniente y al capitalismo. Esto, junto con la formación de consejos de trabajadores, campesinos y soldados en todo el país, habría creado la base para una nueva democracia obrera que nacionalizaría y planificaría la economía democráticamente. Armar a las masas contra la amenaza de reacción (los matones armados de la organización ultraderechista Patria y Libertad ya estaban atacando sedes sindicales y oficinas de partidos de izquierda) habría planteado la perspectiva de una transformación relativamente pacífica de la sociedad y de la izquierda y habría dejado a los defensores del capitalismo indefensos.

La revolución dio pasos importantes debido principalmente a la iniciativa de las propias masas. A finales de 1971 se habían producido más de 2.000 ocupaciones de tierras. La mayoría de ellos ocurrieron en la provincia de Cautín, donde el pueblo indígena mapuche aprovechó la oportunidad para reclamar sus tierras. Allende utilizó sus poderes presidenciales para nacionalizar sectores clave de la economía: carbón, hierro y salitre, textiles, la multinacional estadounidense ITT y, en julio de 1971, las minas de cobre chilenas propiedad de las corporaciones estadounidenses Anaconda y Kennecott (el cobre representaba el 80% de las exportaciones chilenas). La nacionalización de estas multinacionales asestó un golpe al imperialismo y obtuvo un apoyo masivo en Chile y en toda América Latina. Enfureció a la bestia en Washington que sintió el golpe.

Estas medidas fueron acompañadas de una congelación de los alquileres, aumentos de salarios y pensiones y un importante programa educativo. Por primera vez se distribuyó leche escolar gratuita. Estas medidas obtuvieron un enorme apoyo, no sólo entre la clase trabajadora sino también entre la clase media cada vez más radicalizada. ¡La Orquesta Sinfónica de Santiago recorrió las villas, las poblaciones, realizando conciertos gratuitos para los pobres!

Cinco meses después de que Allende asumiera el cargo, se llevaron a cabo elecciones para alcaldes en las que la UP obtuvo un aplastante 51% de los votos. ¡El apoyo a la UP iba en aumento!

La fragmentación del PDC continuó. En las elecciones parciales de junio de 1971 en Valpariso, la dirección del PDC formó un pacto con el Partido Nacional y ganó. Como resultado, el 20% del ala juvenil del PDC y el 13% de los miembros del partido, incluidos ocho diputados, se retiraron y formaron la Izquierda Christiana (Izquierda Cristiana). Ahora se eliminó cualquier camuflaje “populista” del PDC y, sin embargo, la dirección de la UP siguió intentando llegar a un acuerdo con su dirección de derecha.

La reacción había comenzado a levantar cabeza. Esto se debió en parte a las consecuencias económicas del sabotaje por parte de la clase capitalista y el imperialismo. Tras la elección de Allende se produjo una fuga de capital extranjero. Se retuvo la inversión extranjera y empresas como ITT impusieron embargos de represalia. Se desarrolló una escasez de productos básicos y de lujo. A pesar de hacerse cargo de sectores clave de la economía, no existía un plan de producción centralizado y la economía capitalista todavía predominaba.

La crisis económica, la inflación y la inestabilidad social general finalmente llevaron a sectores de la clase media a buscar una alternativa. La UP y la izquierda, ligadas a la economía capitalista, parecían incapaces de resolver sus problemas. Una capa recurrió a los partidos de derecha y luego a los militares para poner fin a la inestabilidad. Esto sólo podría haberse evitado si la revolución hubiera llegado a una conclusión exitosa y se hubiera derrocado el capitalismo.

Huelgas de reacción, lucha de los trabajadores

La contrarrevolución lanzó su primera ofensiva seria en la segunda mitad de 1972. En agosto se convocó una huelga empresarial nacional, seguida de un paro de propietarios de camiones en octubre. La UP respondió convocando una manifestación para celebrar el segundo aniversario de la victoria de Allende. Produjo la manifestación más grande en la historia de Chile con más de un millón de participantes. Los cánticos y consignas revelan la conciencia en desarrollo. Al pasar por el palacio presidencial de La Moneda, las masas corearon el grito: “Allende, Allende, el pueblo te defiende”; ‘Allende, Allende, cierre el congreso’; ‘poder popular, poder popular’.

En esta etapa, cada ofensiva reaccionaria empujaba a la clase trabajadora en una dirección más revolucionaria. Los trabajadores tomaron todas las medidas posibles para romper esta “huelga” reaccionaria. Se ocuparon fábricas y oficinas, se despidió a los propietarios y directores y los trabajadores asumieron efectivamente el control diario de los lugares de trabajo.

Además, los cánticos en la manifestación mostraron que las masas estaban tratando de ir más allá de los límites impuestos por las instituciones parlamentarias y los líderes de la UP. El ‘Poder Popular’ había adquirido un significado muy específico. En 1972, los trabajadores y otras capas explotadas habían comenzado a crear sus propias organizaciones – Los Cordones Industriales (comités coordinadores de trabajadores electos) – que tenían el potencial de convertirse en una alternativa a las instituciones del estado capitalista.

La primera en establecerse fue en el cinturón industrial de Santiago Cerrillos donde se concentraban 250 fábricas que empleaban a 46.000 trabajadores. Cerca estaba el distrito rural de Maipú, donde 45 líderes campesinos habían sido arrestados por ocupar 150 fincas y exigir su nacionalización. En Cerrillos se produjeron huelgas y los trabajadores ocuparon una planta procesadora de alimentos. Nuevamente exigieron su nacionalización.

La policía fue enviada contra los trabajadores provocando una manifestación conjunta de trabajadores y campesinos. Los manifestantes denunciaron la continuación de la “justicia de clases en el llamado gobierno popular” y nació el primer Cordón Industrial. Los delegados fueron elegidos por los trabajadores de todas las fábricas de la zona. El Cordón surgió de las luchas de los trabajadores, pero inmediatamente adoptó un programa mucho más avanzado que su lucha inmediata, y mucho más revolucionario que cualquiera de los propuestos por los partidos políticos de izquierda en ese momento.

Entre otras cuestiones, declaró su apoyo al gobierno de Allende, «en la medida en que interpreta las luchas y movilizaciones de los trabajadores». Exigía la “expropiación de todas las empresas monopólicas con más de 14 millones de escudos en capital… el control obrero sobre toda la producción en todas las industrias, minas y granjas a través de consejos de delegados… que todos los delegados deberían ser revocables por la base… y que una Asamblea Popular sea establecida para reemplazar al parlamento burgués”.

Se establecieron cordones en los principales suburbios industriales de Santiago para romper la huelga de los propietarios de camiones y mantener la producción en contra del sabotaje y los cierres patronales. Se establecieron en otras ciudades clave como Concepción, Valpariso y Puerto Monte. En Santiago, el distrito de Cordones incluso se unió a nivel de toda la ciudad y formó la «Junta Coordinadora Provincial de la Provincia de Santiago».

En los barrios marginales ya se habían organizado las JAP (Comités Populares de Abastecimiento). Estos organismos se hicieron cargo de la distribución de alimentos e incluso controlaron los precios, impidieron el acaparamiento y garantizaron que los alimentos se distribuyeran equitativamente entre los necesitados.

Tanto los Cordones como las JAP eran comités de lucha, organizados por las propias masas fuera de las estructuras sindicales oficiales, que se desarrollaron en gran medida porque la CUT (la principal confederación sindical) no estaba llevando adelante la lucha. La CUT, que organizaba a unos 800.000 trabajadores de una fuerza laboral total de aproximadamente tres millones, estaba controlada por el PCCh, pero tanto el PDC como el PSCh tenían una influencia importante. Y, inicialmente, el PCCh se opuso a su formación porque los veía como un rival de la CUT e incluso del propio partido.

Los miembros del PSCh y el MIR alentaron activamente la participación en los Cordones desde el principio y tanto la Izquierda Cristiana como la militancia del MAPU participaron enérgicamente en ellos. Sin embargo, ninguno de los partidos tenía la estrategia de fortalecerlos como base para una alternativa a las políticas cada vez más tímidas del gobierno. La dirección del MIR adoptó una actitud escéptica sobre el potencial que realmente tenían estos embrionarios “soviets”.


Los cordones industriales y el Poder Dual

Sin embargo, los Cordones y las JAP formaron elementos importantes de poder dual en el proceso revolucionario: una situación en la que la clase trabajadora se enfrenta a la clase dominante y avanza hacia hacerse cargo del manejo de la sociedad, pero donde la clase dominante y su máquina estatal aún no han sido roto. Una situación así no puede continuar indefinidamente: una clase u otra debe salir triunfante.

Pero ¿cómo podría resolverse esto en interés de la clase trabajadora? Los Cordones cobraron vida cuando las fuerzas de la reacción pasaron a la ofensiva, pero tendieron a caer en cierta pacificación a medida que pasó la amenaza inmediata. Necesitaban establecerse sobre una base más firme, vincularse a nivel regional y nacional y presentarse claramente como una alternativa al parlamento burgués. Además, necesitaban ofrecer un programa que formara la base para un plan democrático de producción por parte de la clase trabajadora y otras capas sociales explotadas. También necesitaban comenzar a organizarse en las fuerzas armadas estableciendo comités de base de soldados, marineros y personal de la fuerza aérea con miras a dividir la máquina estatal capitalista según líneas de clases.

En Concepción, la principal ciudad industrial del sur de Chile, se convocó una “Asamblea Popular” en toda la ciudad. Pidió la formación de “comandos comunales” que vincularan a los Cordones Industriales con las JAP y otras organizaciones del “Poder Popular” que se estaban formando. Esta iniciativa fue ferozmente criticada por los líderes del PCCh, Allende y el Comité Central del PSCh y estas críticas impidieron en gran medida que el llamado de Concepción fuera ampliamente adoptado, aunque se formaron alrededor de un centenar de Asambleas Populares en Chile, veinte de ellas en Santiago.

¿Cómo respondió el gobierno a este movimiento de masas y sus consecuencias? En enero de 1973, el ministro de Economía del PCCh, Orlando Millas, y el ministro del Interior, general Prats (uno de los tres generales incorporados al gobierno), presentaron un proyecto de ley para devolver a sus antiguos propietarios 123 fábricas que habían sido tomadas por los trabajadores. ! Los Cordones convocaron inmediatamente una manifestación de 30.000 personas exigiendo “poder para los trabajadores”.

La tremenda iniciativa espontánea y la energía de los trabajadores habían impulsado la revolución hacia adelante, pero tenía sus límites. Se necesitaba un partido revolucionario con un programa preciso y tácticas correctas para dirigir esta energía hacia la culminación de la revolución y el derrocamiento del capitalismo y su máquina estatal. Pero en Chile no existía tal partido.

De haber existido, la revolución podría haber salido victoriosa y habría abierto la perspectiva de una revolución socialista en toda América Latina y más allá. Incluso la elección del gobierno de la UP con su presidente “marxista” y el proceso revolucionario que se desarrolló entre la clase trabajadora tuvieron un efecto electrizante sobre las masas en América Latina y Europa. Coincidió con una creciente lucha contra la dictadura de Franco en España.

La extensión de la revolución a cualquiera de los países latinoamericanos, vinculada con un llamamiento directo a la clase trabajadora en Estados Unidos, habría frenado decisivamente la capacidad del imperialismo estadounidense para intervenir.

Pero esto requería un programa internacional consciente como parte de la revolución. También se habría fortalecido enormemente si hubiera existido una internacional obrera revolucionaria. El PSCh tenía el objetivo declarado de establecer una Federación Socialista de América Latina. Sin embargo, la dirección utilizó el notorio ejemplo de los métodos burocráticos estalinistas de la antigua Internacional Comunista a finales de los años 1920 y 1930 como justificación para no construir un nuevo partido mundial de la revolución, que habría sido un instrumento crucial para lograr ese objetivo.

El golpe de 1973 precedió a los levantamientos revolucionarios que se desarrollaron en los dos años siguientes en Grecia y Portugal. Una victoria en Chile habría abierto la perspectiva de una transformación de la situación internacional a favor de la clase trabajadora.

Una de las consecuencias inmediatas de la falta de un partido revolucionario con un programa y una estrategia claros fue que los Cordones comenzaron a tambalearse. No tenían una idea clara del papel que debían desempeñar. Como resultado tendieron a unirse con organizaciones locales de la CUT. El PCCh modificó su política y participó en los Cordones, con el objetivo de limitar su papel revolucionario e intentar incorporarlos al aparato de la CUT.

La elección de Allende había resultado en una explosión del número de afiliados a todos los partidos de izquierda. Decenas de miles se habían sumado a las filas del PSCh, el PCCh y el MIR. Algunos de los más izquierdistas se encontraban en el PSCh y en las filas del MIR. El PSCh se había declarado partido marxista desde su fundación en 1933 y nació en parte en una lucha contra las políticas estalinistas y los métodos burocráticos del PCCh y la Internacional Comunista. El congreso del partido de 1967 dio un brusco giro a la izquierda y proclamó: “El Partido Socialista, como organización marxista-leninista, declara la toma del poder como el objetivo estratégico que debe alcanzar esta generación, para establecer un Estado revolucionario para liberar a Chile de la dependencia y del atraso económico y cultural y comenzar la construcción del socialismo… La violencia revolucionaria es inevitable y legítima. Resulta necesariamente del carácter represivo y armado del Estado de clase. Es el único camino hacia la captura del poder político y económico… Sólo destruyendo el aparato burocrático y militar del Estado burgués se podrá consolidar la revolución socialista”.

Estas audaces declaraciones reflejaban las aspiraciones revolucionarias de las bases del partido y de sus partidarios, que buscaban abrazar un programa marxista revolucionario. Sin embargo, las palabras no son suficientes. También son necesarios un programa claro y acciones revolucionarias para transformar las aspiraciones en realidad. Los líderes del ala izquierda del PSCh expresaron verbalmente los sentimientos revolucionarios de las bases, pero no coincidieron con sus palabras revolucionarias en acción y programa. Tenían todas las características del centrismo, utilizaban terminología revolucionaria y marxista pero proponían sólo el programa más vago. En los hechos, actuaron poco diferente de los reformistas en los momentos decisivos.

Las debilidades fundamentales de la izquierda del PSCh quedaron demostradas incluso antes de que Allende fuera elegido en 1970. Allende estaba en la centro-derecha del PSCh. Como candidato presidencial del partido, fue elegido por el comité central por 12 votos contra 13 abstenciones. La denuncia del llamamiento de la Asamblea Popular de Concepción para formar ‘comandos zonales’ por parte del comité central del PSCh fue otro claro indicio de que los dirigentes centristas del partido, como Altimirano, a pesar de sus buenas intenciones, actuaron como policías de facto de Allende. y el PCCh, que intentaban frenar el proceso revolucionario.

Allende no logra armar a los trabajadores

Durante todo el período de la UP habían circulado rumores de un golpe de estado. Pero, aunque algunos trabajadores y jóvenes obtuvieron armas, no hubo una planificación y preparación serias para la construcción de una milicia obrera armada. Esto a pesar de que el PSCh tenía un brazo armado. Se debería haber organizado una milicia a través de los Cordones. Muchos de los que obtuvieron armas las perdieron nuevamente cuando el gobierno permitió que el ejército y la policía realizaran registros y redadas en fábricas y hogares antes del golpe. Uno de los mayores suministros de armas se guardó en la casa de Allende y no fue distribuido a los trabajadores.

Los líderes no lograron organizar células y comités de soldados, marineros y personal de la fuerza aérea revolucionarios, aunque muchos en las bases de las fuerzas armadas apoyaron abiertamente el movimiento revolucionario. El PSCh y el MIR iniciaron una campaña dirigida a las bases de las fuerzas armadas en los meses previos al golpe, pero fue demasiado poca y demasiado tarde.

El MIR agrupaba a su alrededor a algunos de los jóvenes más revolucionarios del Chile de la época. Sin embargo, influenciado por algunas de las ideas del Che Guevara, se basó en la idea del guerrillerismo urbano: su base, aparte de los estudiantes revolucionarios, se encontraba principalmente entre los pobres urbanos más que entre la clase trabajadora. Su actitud escéptica hacia los Cordones reflejaba su falta de confianza y comprensión sobre el papel de los trabajadores y el movimiento de masas en el proceso revolucionario. Esto se reflejó en la decisión del partido de pasar a la clandestinidad después de un segundo intento de golpe abortado el 29 de junio de 1973. Si bien en estas condiciones es necesario que un partido revolucionario tome todas las medidas necesarias para proteger a sus miembros y líderes, la decisión de pasar a la clandestinidad en esta etapa fue tomada como parte de los preparativos del MIR para lanzar una lucha guerrillera urbana después de un golpe de estado.

Allende, alentado por el PCCh, puso su fe en la lealtad constitucional del ejército, la marina y la fuerza aérea. Durante 1972 y 1973 incluso incorporó al gabinete a tres de ellos, los generales de ejército , de la aviación y el contra almirante de la marina. Pensó erróneamente que mediante tales medidas era posible aplacar la máquina estatal capitalista. Mientras se discutían abiertamente los preparativos para un golpe, el PCCh lanzó una campaña exigiendo: “¡No a la guerra civil!”

La clase capitalista estaba explorando varias opciones para derrocar al gobierno. Algunos miraron hacia lo que se llamó el “golpe blanco”. Las elecciones al Congreso estaban previstas para marzo de 1973 y esperaban obtener la mayoría necesaria para encarcelar a Allende o convocar un plebiscito para destituirlo. Las elecciones se celebraron en un contexto de creciente caos económico y con todo el Estado, los medios de comunicación y el poder judicial haciendo campaña abiertamente a favor de los partidos de derecha. La derecha necesitaba el 67% de los votos o dos tercios de los escaños. A pesar de todos sus esfuerzos, obtuvo el 54% y la UP el 43,4%, cifra superior a la que logró Allende en las elecciones presidenciales de 1970.

La burguesía llegó ahora abrumadoramente llegó a la conclusión de que no tenía más remedio que prepararse para un golpe militar total. Su inminencia quedó de manifiesto en el segundo intento de golpe de Estado fallido, en junio de 1973. Sectores del ejército lo sofocaron porque lo consideraron todavía prematuro. Cientos de miles salieron a las calles en apoyo a la UP. Tras el llamado de la CUT, fábricas y oficinas fueron nuevamente ocupadas por trabajadores en todo el país. Esta vez las consignas fueron un llamado a las armas para defender al gobierno. “Allende, Allende, el pueblo te defiende” todavía resonaba en las calles alrededor de La Moneda. Sólo que ahora agregaron: “El pueblo armado jamas será aplastado”.

Los militares esperaron unos meses antes de dar su último y decisivo movimiento. Los generales querían asegurarse de que no hubiera peligro de que las fuerzas armadas se dividieran. Por lo tanto, utilizaron el período posterior a junio para llevar a cabo una purga sistemática de los conocidos partidarios de la revolución.

En Valpariso los conspiradores se preparaban para dar el golpe utilizando la marina como base. El plan fue descubierto por marineros de base que incluso prepararon un plan detallado para llevar a la flota al mar con el fin de alterar los planes. ¡Allende sancionó con represalias contra ellos para no provocar al alto mando militar! Más de un centenar fueron encarcelados por actividad subversiva y torturados. En Concepción, toda una escuela de suboficiales fue aniquilada por su supuesta simpatía con el MIR.

El 11 de septiembre de 1973, los militares atacaron con despiadada eficiencia. Allende pudo hacer una última transmisión antes de morir heroicamente en el palacio presidencial. Muchos trabajadores, respondiendo a un llamamiento de los dirigentes del PSCh, fueron masacrados mientras defendían heroicamente las fábricas del ataque militar.

Los combates en Santiago duraron aproximadamente una semana y miles de personas fueron llevadas al Estadio Nacional y luego a otros campos de concentración. Entre ellos se encontraba el popular cantante folclórico Víctor Jara, quien continuó liderando la resistencia cantando dentro del estadio. Lo silenciaron después de que le rompieran los dedos y luego la espalda antes de la ejecución.

El talón de hierro de la Junta procedió entonces a intentar romper la espalda de las masas chilenas, que todavía hoy se están recuperando de esta derrota. La derrota de los trabajadores chilenos en 1973 provocó protestas masivas y huelgas de trabajadores de todo el mundo. Los portuarios de toda Europa y Australia se negaron a manipular mercancías chilenas, mientras que los marinos británicos boicotearon los puertos chilenos.

El legado de la derrota sigue presente hoy. Pero la experiencia no habrá sido en vano si los revolucionarios aprenden de los errores de los líderes obreros entre 1970 y 1973. Las mismas tareas se plantearán nuevamente a los trabajadores chilenos y a los trabajadores a nivel internacional. Las lecciones deben aprenderse.

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