La tragedia del sistema penitenciario brasilero
Esquerda Online, editorial, 5-1-2017
Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa
Las escenas de barbarie vistas en el presidio de Amazonas son estremecedoras. La masacre de 56 detenidos con los cuerpos descuartizados y degollados, expone el dramático fracaso del sistema penitenciario nacional. Y va más allá de eso.
El horror ocurrido en Manaos revela nítidamente la brutalidad, la tortura y el asesinato que entraña el Estado brasilero.
Las prisiones superpobladas, oliendo a materia fecal y mugre, acogen a los presidiarios con la práctica regular y sistemática de violencia, tortura y humillación. El detenido es puesto tras las rejas bajo la condición de basura humana, expuesto a las más crueles formas de degradación física y psicológica y entregado al dominio de facciones criminales que controlan las prisiones.
Las imágenes de la masacre impactaron el mundo. Hasta el mismo Papa Francisco se manifestó y pidió que las “condiciones de vida de los detenidos sean dignas de personas humanas”.
Pero el horror de Manaos, que mostró un país a orillas del colapso del sistema penitenciario, no conmovió a Michel Temer, que a tres días de la tragedia se mantiene -vergonzosamente- callado sobre el asunto.
Peor todavía fue la declaración del indecente gobernador de Amazonas, José Melo del PROS (Partido Republicano del Orden Social), cuando dijo que “no había ningún santo” en el presidio, y completó: “Eran violadores y asesinos los que estaban ahí dentro”, como si la condición de los presos amenizase las escenas de terror.
En la misma entrevista, el gobernador no explicó el financiamiento de su campaña electoral (300 mil reales) por la empresa privada responsable de administrar el Compaj, Complejo Penitenciario donde ocurrieron las muertes.
La masacre también trae a luz el carácter podrido del sistema carcelario
Según la investigación del periodista Jânio de Freitas, “De los 622 mil encarcelados, 40%, o cerca de asombrosos 250 mil, están bajo prisión ‘provisoria’ desde hace meses o años, cuando deberían estarlo 30 días, como mucho. Y ni eso, porque esos ‘provisorios’, en su mayoría, son absueltos al final del juzgamiento”.
Y agrega: “Luego, ni siquiera precisarían o deberían pasar por prisión preventiva. En Amazonas, de los 4.400 encarcelados, 2.880, o el 66%, son presos provisorios”. No menos expresivo de la secular y perversa indiferencia brasilera: cerca de la mitad de los sentenciados a la cárcel no cometió delito violento. Al menos, por tanto, es probable que gran parte de ellos, conforme a un Derecho Penal menos obsoleto, debería cumplir penas alternativas, sin llegar a la cárcel.
Las cárceles brasileras son, en la práctica, un depósito de pobres, negros y excluidos, de personas que en su mayoría cometieron delitos leves, que podrían estar fuera de la prisión cumpliendo penas alternativas, o que son inocentes, personas encarceladas sin pruebas.
Sometidos a las prácticas más inhumanas por parte del aparato del Estado y rehenes del crimen organizado, los presos sales de ahí, cuando salen, mucho peores de lo que entraron. Es preciso poner fin a esa barbarie institucionalizada, es urgente acabar con el encarcelamiento en masa. Basta de horror.