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A 83 años de su asesinato: Trotsky, una vez más

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EL PORTEÑO
por Gustavo Burgos

Hace 83 años, un 20 de agosto de 1940, en Coyoacán, México, caía asesinado León Trotsky —después de Lenin el mayor dirigente de la revolución rusa— el teórico implacable, el general feroz creador del primer ejército proletario de la historia, el Ejército Rojo. Su asesinato fue una de las notas finales del horroroso genocidio perpetrado por Stalin y la burocracia contrarrevolucionaria en contra de la vanguardia bolchevique. Con este crimen Stalin terminó de exterminar al Comité Central que condujera la toma del poder en octubre de 1917. El crimen no fue sino la necesaria consecuencia de los intereses antagónicos de la burocracia para con los de la clase obrera mundial. Dicho de otra forma, la labor contrarrevolucionaria del estalinismo que se explicitaba en la destrucción del régimen soviético, en su colaboración con el imperialismo y en el papel restaurador del capitalismo que acabaría 50 años después con la destrucción propia URSS, no puede sino observarse como parte de la gigantesca lucha de clases y del enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución.

En su última década de vida Trotsky se encargó ce agrupar a la vanguardia revolucionaria, de estructurar su programa y de conformar su partido mundial: el Programa de Transición y la IV Internacional. El asesinato de Trotsky —por lo mismo— persiguió exactamente impedir la estructuración partidaria de los destacamentos revolucionarios de la clase trabajadora. El crimen acompañó por lo mismo el vergonzoso pacto de Stalin con Hitler, expresado en el Pacto de No Agresión Ribbentrop-Molotov. Podemos sostener que el revolucionario ucraniano siguió aún en su momento postrero momento la suerte general de la clase obrera, diezmada en los campos de batalla de la Guerra Civil española y luego de la Segunda Guerra imperialista.

La década de los 30 no solo es la del ascenso del fascismo, sino que la de la descomposición de la III Internacional y de las organizaciones dirigentes del movimiento obrero internacional. Sin embargo, la derrota del fascismo a manos del Ejército Rojo —gloriosa gesta de la clase obrera mundial— que costó decenas de millones de vidas, terminó por agotar las fuerzas del proletariado, el que se vio imposibilitado de reconstruir su partido revolucionario, abriéndose con ello un camino más largo y tortuoso hacia la derrota de la Revolución Rusa y la destrucción del primer Estado obrero de la historia, la URSS. La historia, los hechos y un río de sangre han demostrado el papel de clase jugado por el estalinismo, ese nacionalismo gran ruso enteramente extraño a la tradición política de la clase obrera.

En Chile, el estalinismo jugó este mismo papel servil a los intereses de la gran burguesía. Hasta el día de hoy se ufanan de ser los campeones de la democracia burguesa e insuperables obsecuentes para con la institucionalidad patronal. En la década de los 30 protagonizaron un vergonzoso romance con la burguesía bajo la divisa de la política de los frentes populares, aventura que terminó con la ilegalización del propio Partido Comunista y los primeros campos de concentración de nuestra historia. Durante el levantamiento obrero que terminó llevando a la Unidad Popular al Gobierno, fungieron como ala conservadora, legalista y sostenedores de la criminal consigna de «No a la Guerra Civil», abriendo las compuertas a la contrarrevolución y al fascismo.

Bajo la Dictadura se empeñaron en una alianza con la Democracia Cristiana, sometiéndose a la política de acuerdos que desembocaría en la interminable transición de los 30 años. Bajo esa premisa la política del «Año Decisivo» y la «Rebelión Papular de Masas» no fue sino una maniobra para aislar a su juventud revolucionaria que conformó el FPMR, que lejos de ser ele brazo armado del PC, fue en la práctica una fracción del mismo. Desde 1990 y hasta el día de hoy el estalinismo ha seguido perpetuando esta misma política de colaboración de clases resignando toda concepción clasista fundándose en la estrategia de someterse a la burguesía liberal para impedir el «avance del fascismo».

Para terminar, hoy día el Partido Comunista gobierna en nuestro país y encabeza una política de ataque a los trabajadores que no tiene parangón desde el regreso a la democracia. Hace un par de días la flamante ministra y figura icónica del PC —Camila Vallejo— se reunió con una delegación del Partido Demócrata de los EEUU, organización imperialista, de origen esclavista y que al día de hoy dirige una criminal campaña de lesa humanidad y saqueo en contra de los explotados del mundo. Con esos criminales —impulsores del Golpe de 1973, del exterminio de dos Comités Centrales del propio PC y de miles de militantes de su propio partido— se reúne el estalinismo a conmemorar los 50 años del Golpe. Lo único que les queda es invitar a Krassnoff a hablar de DDHH.

La muerte de Trotsky es una manifestación concentrada de la degeneración burocrática de la URSS y del carácter restauracionista y contrarrevolucionario del propio estalinismo. No se trata por lo mismo, simplemente, de conmemorar un hecho. Trotsky —lo hemos dicho tantas veces— murió en su ley. Tuvo el destino que no rechazó de morir en combate. Prometeico, pagó con su vida la defensa de la causa de la liberación de los explotados. Consciente de su papel histórico y del carácter del proceso revolucionario que emerge de la descomposición del orden capitalista, Trotsky es adicionalmente una construcción de las vigorosas fuerzas revolucionarias desencadenadas en el Octubre RUso de 1917. Dejamos acá un texto que es considerado su testamento político, escrito el 27 de febrero de 1940, casi 6 meses antes de su asesinato. En el mismo refiere a su salud y agitado desde luego por la persecución de un mundo sin visado, por la masacre dirigida en contra de la vanguardia revolucionaria y por los frustrados atentados perpetrados por la GPU estalinista en su propia casa-fortaleza en Coyoacán. Estas líneas son una reflexión —por lo mismo— del papel histórico de todo revolucionario y de la indoblegable voluntad de lucha que anima su accionar. ESte 20 de agosto —una vez más— Trotsky vive.

27 de febrero de 1940

Mi presión arterial alta (que sigue aumentando) engaña los que me rodean sobre mi estado de salud real. Me siento activo y en condiciones de trabajar, pero evidentemente se acerca el desenlace. Estas líneas se publicarán después de mi muerte.

No necesito refutar una vez más las calumnias estúpidas y viles de Stalin y sus agentes; en mi honor revolucionario no hay una sola mancha. Nunca entré, directa ni indirectamente, en acuerdos ni negociaciones ocultas con los enemigos de la clase obrera. Miles de adversarios de Stalin fueron víctimas de acusaciones igualmente falsas. Las nuevas generaciones revolucionarias rehabilitarán su honor político y tratarán como se lo merecen a los verdugos del Kremlin. 

Agradezco calurosamente a los amigos que me siguieron siendo leales en las horas más difíciles de mi vida.No nombro a ninguno en especial porque no puedo nombrarlos a todos. Sin embargo, creo que se justifica hacer una excepción con mi compañera, Natalia Ivanovna Sedova. El destino me otorgó, además de la felicidad de ser un luchador de causa del socialismo, la felicidad de ser su esposo. Durante los casi cuarenta años que vivimos juntos ella fue siempre una fuente inextinguible de amor, bondad y ternura. Soportó grandes sufrimientos, especialmente en la última etapa de nuestras vidas. Pero en algo me reconforta el hecho de que también conoció días felices. 

Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud. 

Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente.

L.Trotsky

Todas mis pertenencias, mis derechos literarios (los ingresos que producen mis libros, artículos, etcétera) serán puestos a disposición de mi esposa Natalia Ivanovna Sedova. En caso de que ambos perezcamos [el resto de la página está en blanco].

3 de marzo de 1940 

La índole de mi enfermedad es tal (presión arterial alta y en avance) -según yo lo entiendo- que el fin puede llegar de súbito, muy probablemente -nuevamente, es una hipótesis personal- por un derrame cerebral. Este es el mejor fin que puedo desear. Es posible, sin embargo, que me equivoque (no tengo ganas de leer libros especializados sobre el tema y los médicos, naturalmente, no me dirán la verdad). Si la esclerosis se prolongara y me viera amenazado por una larga invalidez (en este momento me siento, por el contrario, lleno de energías espirituales a causa de la alta presión, pero no durará mucho), me reservo el derecho de decidir por mi cuenta el momento de mi muerte. El “suicidio” (si es que cabe el término en este caso) no será, de ninguna manera, expresión de un estallido de desesperación o desaliento. Natasha y yo dijimos más de una vez que se puede llegar a tal condición física que sea mejor interrumpir la propia vida o, mejor dicho, el proceso demasiado lento de la muerte… Pero cualesquiera que sean las circunstancias de mi muerte, moriré con una fe inquebrantable en el futuro comunista. Esta fe en el hombre y su futuro me da aun ahora una capacidad de resistencia que ninguna religión puede otorgar.

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