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Uruguay – Una mirada de género sobre el suicidio

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Macho hasta la muerte

En Uruguay la tasa de suicidios de hombres casi cuadruplica a la de las mujeres. Los casos vienen en aumento desde el año 2003, después de pasar por el pico más alto, en la crisis de 2002. En el último estudio del Ministerio de Desarrollo Social se considera que las cifras son el resultado del “mantenimiento del status de la masculinidad hegemónica”; “el final siniestro de un proceso de socialización masculinizante”, lo describió el sexólogo Ruben Campero.

Sebastián Bustamante/Rocío Castillo

Brecha, 23-6-2017

http://brecha.com.uy/

Padecer enfermedades psiquiátricas, contar con intentos previos de autoeliminación y pertenecer al género masculino son, para la Organización Mundial de la Salud (Oms), los principales factores de riesgo de suicidio. Según cifras del Ministerio del Interior, en 2016 en Uruguay 78 por ciento de los suicidas fueron hombres.

Silvia Peláez, doctora en psiquiatría y responsable de Último Recurso, Ong dedicada a la prevención de los suicidios, reconoce que es necesario analizar la alta tasa de suicidios en hombres desde una perspectiva de género, al indicar que tras los suicidios masculinos muchas veces se encuentra el fracaso en el mundo de lo público, mientras que la decisión de las mujeres está relacionada con circunstancias de la vida privada.

La sociedad le exige éxito al varón y pone a prueba permanentemente su autoestima frente a los otros, provocando que forme una vulnerabilidad narcisista, dijo a Brecha Ruben Campero, psicólogo y sexólogo. Entonces, se pregunta: “Cuando estás en plena competencia y perdés, ¿qué hacés?”.

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Alfredo tiene 70 años y conoce el proceso por experiencia propia y ajena, debido a su condición de sobreviviente del suicidio y su trabajo como referente de Último Recurso. Reconoce que uno de los motivos más comunes de autoeliminación deriva del rol de proveedor que tiene el hombre en la familia tradicional, tanto en el ámbito económico como en el afectivo. “El hombre tiene que serlo en todo el sentido de la palabra, entonces no se puede expresar”, explica. Cuando no puede cubrir el rol de proveedor generalmente se deprime. “Ya no es el mismo, porque no puede brindar lo mismo que antes a su familia, pero además interiormente se va denigrando como hombre. Se siente chiquito, se siente mal.”

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La condición masculina también puede verse en las formas elegidas para darse muerte: el ahorcamiento y el uso de armas de fuego son las más usadas. En esa decisión, explicó Campero, “el mensaje masculino tradicional es: Soy tan macho, que desprecio mi cuerpo tanto como mi vida”. También, advierte que la intención suicida en el varón es difícil de detectar porque lo hace “sin decirle a nadie. Se encierra y se mata”.

Para el sexólogo, al igual que se problematiza el femicidio, el suicidio masculino se debe analizar como una expresión de los mandatos de género, porque ambas problemáticas sociales son las dos caras del sistema patriarcal. “¿Cuantos tipos después de matar a las mujeres se matan?¿Fue por psicopatología? Sí, claro. Sin embargo, el tipo tuvo una historia singular que le construyó una personalidad. Lo hizo en una cultura que le indicó y sigue indicando cosas. Porque todos lo aplauden y refuerzan. El médico le dice: “basta don, no llore, salga a correr. Todo confabula para que después termine solo, nunca rodeado de afectos, se mate, y capaz que antes de matarse, mate a alguien”.

Hacerte hombre

“Ya está, levantate, no llorés más. ¿Qué sos, una nena? No te puede doler tanto”, le dice una madre a su hijo, mientras le saca la tierra que quedó arriba de la herida. De repente, el varón de cuatro años, siente que lo invade una ola de vergüenza y que aguantar el llanto es la única forma para evitar cualquier posible tormenta. Mientras se chupa la sangre, se convence de la enseñanza de su madre: los varones no lloran, y se esfuerza para que le deje de doler.

Las enseñanzas para la construcción del género masculino se instauran y se refuerzan a partir de tres negaciones: “no ser bebé, no ser homosexual y no ser mujer”, explicó Campero. En la adolescencia, ese proceso se agudiza al pretender unir los cambios físicos propios de la etapa y “la ilusión de que desde ese cuerpo en desarrollo surge una masculinidad aparentemente natural”.

Incluso la relación que se establece entre pares a partir de esos cambios genera que el adolescente varón no pueda confiar en el otro por el temor a quedar relacionado con lo femenino, y comienza a desarrollar la incapacidad para decir “hoy me siento mal” o “te quiero contar una cosa”. Posteriormente, el mundo laboral se aprovecha de la necesidad que tienen los hombres de probar su masculinidad, exigiendo a sabiendas de que la idea de “hombre proveedor” sigue pesando y que argumentos como “estoy cansado” o “me duele y no lo puedo hacer” difícilmente sean esgrimidos cuando no se puede desarrollar la tarea.

La franja de mayores de 65 años coincide con la jubilación y con el alejamiento de actividades que los definían en su masculinidad. “Algunos (de los casos que llegan a Último Recurso) eran jefes con gente a cargo que terminaron haciendo los mandados de la casa” o “en el campo dejan de montar a caballo y no pueden hacer más actividades de vigor”, lo que se transforma en un factor para entrar en un cuadro depresivo, ejemplifica Silvia Peláez.

A la falta de capacidad para asumir y verbalizar los afectos, se suma el juego con la muerte. Campero sostiene que el hombre está convencido de su posición casi divina, dada por la cultura judeo cristiana en la que Adán fue hecho a imagen y semejanza de Dios. Por tanto, el varón se concibe con la capacidad de exponer su cuerpo y su vida. Ejemplos de dicha conducta son la predisposición para participar en las guerras y la violencia, así sea en partidos de fútbol: “Todo eso provoca que los tipos mueran como moscas, o mueran con placer”, opina Campero, lo que lo lleva a sostener que los varones son “seres esencialmente simbólicos antes que materiales, son seres investidos con la gloria de lo megainstituido: la patria, los cuadros de fútbol”.

De esa manera, se termina de configurar el desapego al cuerpo y a la vida en busca de un status. Por eso el sexólogo insiste en la necesidad de leer a fondo la masculinidad hegemónica, para que la sociedad deje de buscar en la figura del varón a un caudillo o mesías. Eso, advierte, es mejor pedírselo a una religión antes que a “un cuerpo con pene”.

La falta de posibilidad de verbalizar los afectos transforma a los varones en individuos de acción, que no sienten y sólo hacen. Por lo tanto, necesitan válvulas de escape y, según Campero, el individuo piensa que cuando “no funciona la escapatoria de pegarle a alguien, ir a la cancha y descargar, ir con una prostituta, ir y pegarle a tu mujer, entonces me mato yo”. A partir de este proceso, el sexólogo sentencia que “el suicidio representaría el final siniestro de un proceso de socialización masculinizante”.

Alfredo recuerda que salió de la depresión por el apoyo de su familia. “Comprendí que era uno de la pareja, que no era el centro del hogar. Y uno de los dos que debíamos llevar adelante esa familia y ese hogar. Salgo ahora de esa parte de machista”, refiere para explicar los cambios de actitud que tuvo con su esposa para que pudieran compartir las responsabilidades y también los privilegios de tener cada uno sus formas de esparcimiento y sus momentos para afrontar las dificultades de la vida.

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