Arturo Alejandro Muñoz
COMENZABA EL CONFLICTIVO año 1973 y los chilenos dedicaban sus esfuerzos a la lucha política que dividió al país en dos bandos irreconciliables, por lo que difícilmente una noticia que fuese ajena a lo anterior tenía impacto en la comunidad nacional.
Sin embargo, en el mes de marzo de ese año ’73 se produjo un descubrimiento que aleló a todos, especialmente a los habitantes de la capital chilena, ya que la prensa informó acerca del macabro hallazgo de restos humanos que fueron utilizados como alimento por una desprevenida familia.
El domingo 18 de febrero, Dagoberto Riveros Campos, hombre que tenía el oficio de cartonero y deambulaba junto a su pequeña hija de 10 años de edad por el sector del Puente Manuel Rodríguez –en las cercanías de la Estación Mapocho-, encontró un paquete con carne cuyo peso se aproximaba a los seis kilos. El sujeto estaba completamente ebrio y determinó que la carne correspondía a trozos de cerdo mal faenado. Sin pensarlo dos veces, a través de su hijita envió la carne a su esposa, María Carilén, solicitándole que ‘preparase una cazuela y algo de asado’ para compartirlo con los amigos. Durante la espera, Dagoberto Riveros se reunió con otros cartoneros cerca del Mercado Persa y siguió bebiendo hasta perder la razón.
Más tarde, su hija llegó con unos churrascos que el grupo de ebrios comió sin sospechar que se trataba de carne humana. El caso de antropofagia salió a la luz cuando María Carilén le vendió un pedazo de carne a su vecina, Margarita Mora, quien se percató de que algo raro sucedía con la presa, porque tenía muchos vellos. Ambas mujeres acudieron a la Tercera Comisaría de Carabineros, donde se constató que la carne correspondía a restos de ¡¡una pierna humana!! En ese momento comenzó policialmente el caso del ‘Descuartizado’.
Aquel mismo día, pero en las proximidades del Cementerio de Quilicura, un grupo de personas se topó con otro macabro hallazgo: el torso desmembrado de un individuo de sexo masculino. Las primeras pericias policiales espantaron definitivamente a la población de Santiago, ya que aparentemente el hombre había sido descuartizado vivo. La única pista sólida que se encontraba en manos de Investigaciones se circunscribía a los restos del pantalón que vestía el individuo, prenda que era de buena factura, lo que permitía suponer que el cadáver correspondía a una persona carente de problemas económicos.
El día 03 de marzo el caso dio un vuelco insospechado, pues en un departamento de la avenida Matucana, en Santiago, se encontró tendido en la tina de baño, con la cabeza destrozada a golpes, el cuerpo semidesnudo de la española María del Carmen Fernández (43 años). Cuando los detectives periciaron -en el clóset de aquel departamento- las ropas del marido de la mujer –el que no aparecía por ningún lado- las prendas coincidieron exactamente con la calidad del resto de pantalón hallado en Quilicura.
Fue entonces que se supo, o se presumió, la identidad del ‘descuartizado’: se trataba de Mariano Salazar Díaz, español de 45 años de edad, esposo de doña María del Carmen Fernández. Mariano Salazar era un comerciante con significativo grado de éxito en sus negocios, dueño de dos departamentos en el edificio Santiago Centro y propietario del restaurante ‘Gino’, ubicado en la calle Matucana, inmuebles que recientemente había vendido para, se sospechaba, viajar a España y radicarse en ese país.
El caso del ‘Descuartizado’ dio entonces un nuevo giro, ya que el diario ‘La Tercera’ tituló escandalosamente: “El descuartizado es el Descuartizador”, con lo cual el matutino acusaba a Salazar de haber asesinado a su esposa María del Carmen. Esta teoría periodística se basó en que el desaparecido europeo tenía una cicatriz de dos operaciones médicas: apendicitis y hernia, mientras que los restos encontrados en Quilicura sólo presentaban señales de la primera intervención.
Otra arista de la investigación determinó que Salazar no era precisamente una blanca paloma, sino que estaba vinculado al tráfico de divisas y de televisores, muy escasos en los últimos meses del gobierno de la Unidad Popular, lo que abría puertas a un escandaloso y rentable mercado negro. La familia del comerciante nunca aceptó esa presunción y presentó una querella en busca de los responsables de ambos asesinatos.
Días después, apareció una cabeza humana en Renca, pero debido al avanzado estado de descomposición el hallazgo no sirvió de mucho para la identificación de la víctima. Era tanta la confusión que rodeaba al caso en esos días, que se llegó a pensar que el extranjero había simulado su propio homicidio. La nueva hipótesis policial señaló que Mariano Salazar buscó a alguien de similares características físicas, le puso su ropa y luego de embriagarlo hasta la inconsciencia lo mató para que se pensara que el cadáver era el suyo propio. Después habría asesinado a su esposa y luego, con inusitada rapidez y facilidad, habría abandonado el país con identidad falsa. Para consuelo de la familia de Salazar, los estudios forenses determinaron que el hombre falleció en completo estado de ebriedad, por lo que no habría sufrido dolor al ser mutilado. La alcoholemia practicada a la sangre coagulada del tronco humano indicó que al momento de ser asesinado el individuo se hallaba al borde del coma etílico.
Una de las últimas informaciones sobre el caso fue publicada el 21 de marzo del ’73. En ella se aseguró que el cráneo del descuartizado mostraba claramente un impacto de bala en el parietal derecho. Paulatinamente el tema fue perdiendo importancia para la prensa, tanto escrita como televisada. Por último, la policía determinó que el cuerpo del descuartizado correspondía al del comerciante español, aunque sin certeza científica exacta, pero como Chile se mostraba atareado dramáticamente en el quiebre político, el asunto se fue difuminando en el olvido y, hasta hoy, se desconoce la identidad del o de los asesinos de Salazar y su mujer.
Durante los días que siguieron a la aparición del torso, sobre todo luego haber trascendido a la opinión pública la historia del cartonero que confundió un muslo del descuartizado con carne de cerdo, se dejó caer la psicosis general ya que mucha gente comenzó a denunciar que había comprado bifes de algún cristiano. Otra psicosis nació luego de que se hicieran públicas las dudas sobre la identidad del descuartizado, pues entonces el supuesto Mariano Salazar comenzó a ser visto deambulando por todos lados en Santiago y en provincias. El Servicio Nacional de Salud debió intervenir, asegurando: «no hay ninguna posibilidad de que supermercados y carnicerías expendan carne humana en el país»; mientras el director de Investigaciones ratificaba que el cadáver correspondía al comerciante español.
¿Era Mariano Salazar realmente un traficante de divisas y televisores? ¿Pertenecía a una cofradía política-mafiosa dedicada a ganar dinero ilícitamente, a la vez de provocar desabastecimiento y mercado negro en Chile, incentivando la caída del gobierno de la Unidad Popular? ¿Sus ‘socios’ le asesinaron a él y a su esposa porque sospecharon que ambos eran proclives a abandonar la conjura y escapar del país? ¿Salazar pensaba delatar a sus asociados? ¿Quiénes eran esos ‘asociados’ y quiénes los asesinos?
Preguntas que hasta hoy se encuentran sin respuestas…todavía.