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Los horrores del colonialismo

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Por Adán Salgado Andrade

Eduardo Galeano (1940-2015), en su obra “Las venas abiertas de América Latina”, describe perfectamente todo el nefasto legado que las potencias imperialistas del pasado, dejaron en los países que controlaron por tanto tiempo, tanto territorialmente, así como en sus recursos y su gente. Fueron inagotables fuentes de riqueza, gracias a las cuales, los países europeos sostuvieron – y lo siguen haciendo – su muy cómodo y depredador estilo de vida.

El Congo, conocido hoy como República Democrática del Congo, es uno de tantos países, cuyo pasado colonialista persiste hasta hoy. Es un país africano que padece pobreza, hambre, insalubridad, desempleo, con un ingreso per cápita de apenas $1,100 dólares anuales (ver: https://www.cia.gov/the-world-factbook/countries/congo-democratic-republic-of-the/).

Abunda en recursos, como el coltan, material indispensable como aislante térmico en la industria electrónica. Se obtiene en forma muy rudimentaria y los mineros que lo extraen, no tienen, ni siquiera, la comida segura, por lo que cazan gorilas de montaña, especie en vías de extinción (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2009/09/el-coltan-otro-recurso-natural-mas-para.html).

Pero a pesar de tantos recursos naturales, es un país en el que pesa – como todos los que fueron colonias, la mayoría – lo que yo llamo la herencia colonial maldita, responsable del actual atraso, subdesarrollo, pobreza, dependencia tecnológica, falta de identidad, inestabilidad política, pésima economía y otros males.

Y la historia de los países colonizados, es dramática, dejando ver los horrores que los mercenarios invasores emplearon, con tal de controlar recursos y población.

Una parte de ella, la del Congo, la platica el libro titulado “Ídolos caídos: doce estatuas que hicieron historia”, escrito por Alex von Tunzelman, publicado por Harper Collins Publishers, en el 2021, un extracto del cual, lo ofrece el sitio digital DelanceyPlace (ver: https://us5.campaign-archive.com/?e=fa90d7d342&u=6557fc90400ccd10e100a13f4&id=28408c382a).

Refiere Tunzelman cómo se han hecho estatuas a miserables que no las merecen, como al rey Leopoldo de Bélgica (1835-1909), quien “hizo millones, explotando el caucho y otros recursos naturales del Congo. Su extrema explotación, mató a millones de habitantes que vivían en esa colonia”.

Sólo cuando se leen estos documentados hechos, puede creerse que hayan sido ciertos. También, existen testimonios de cómo los europeos “castigaban” a sus esclavos cundo se portaban “mal”. Les sacaban los ojos, los azotaban, los quemaban y, al final, nada sentían, excepto por la pérdida económica que un esclavo muerto representaba (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.com/2022/08/los-sadicos-castigos-que-recibian-los.html).

Era lo mismo que aplicaban los paramilitares que controlaban al Congo. Dice Tunzelman que “en 1899, el escritor polaco-británico Joseph Conrad (1857-1924) plasmó en su novela serial Corazón de la Obscuridad, inspirada en sus propias experiencias, las terribles vivencias que tuvo en el Congo. Aunque es considerada algo racista, Conrad expresó las salvajes actitudes de los colonos europeos. Los describió como ‘viles, buscando sólo riquezas, lo que desfiguró para siempre a la consciencia humana y a la exploración geográfica’. Fueron horrores nunca antes vistos”.

También el periodista estadounidense George Washington Williams (1849-1891), afroestadounidense, viajó al Congo y, como Conrad, percibió la brutalidad con que era controlada esa colonia, bajo el rey Leopoldo. “De hecho, le dirigió una carta en la que acuño el término ‘crímenes contra la humanidad’, que luego se empleó para referirse a los crímenes cometidos por los nazis” (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/George_Washington_Williams).

Tunzelman refiere parte de la carta escrita a Leopoldo, en la que Washington denunció que “el gobierno de su majestad, ha secuestrado la tierra del Congo, quemado sus pueblos, robado la propiedad de sus habitantes, esclavizado a mujeres y niños y cometido otros numerosos crímenes, que no pueden ser mencionados en detalle”. Y como eran tan indescriptibles, acuñó los ya mencionados términos de “crímenes contra la humanidad” para referirse a tantos horrores.

“En 1909, se formó la Asociación para la Reforma del Congo, para contradecir las falsas afirmaciones de Leopoldo de que su colonia era ‘bien tratada’. Se mostraron fotos reales de hombres, mujeres o niños, sin manos o piernas, pues si no se cumplían con las cuotas impuestas de caucho, eran asesinados los trabajadores por los paramilitares que vigilaban sus labores. Como prueba de que cumplían con sus asesinatos, debían de llevar manos o pies de los muertos. Pero como las cuotas, era imposible que se cumplieran, los eficientes paramilitares, con tal de demostrar que efectuaban sus matanzas, cortaban las manos de quien pudieran”.

Nada más vean cuánto sadismo y crueldad. Esos tipos eran máquinas de matar, así como hacen actualmente bandas criminales que asesinan y desmiembran gente en México.

Se muestra una famoso foto, tomada por la misionera inglesa Alice Seeley Harris (1870-1970), en la que se ve al recolector de caucho Nsala, sentado al frente de una casa, mirando, muy triste, la mano y el pie cercenados de su hijita de cinco años. “Su esposa y su hija, habían sido asesinadas por personal de la Anglo-Belgian India Rubber Company (Compañía anglo-belga de caucho), pues él no había cumplido con su cuota de caucho”.

¿Cómo describir esas criminales, infames, nefastas acciones? Se siente el coraje y la impotencia que esos pobres esclavizados trabajadores, debieron de haber sufrido bajo esos monstruos – no encuentro mejor apelativo –, ávidos de riqueza y poder. Esa desgraciada foto, mostrando la triste mirada de Nsala, contemplando la manita y el piecito de su nena, absorto, pensativo, rompe el corazón. Detrás de él, hay varios compañeros, mirándolo, sintiendo, igualmente, su tristeza, habiendo sufrido, seguramente, lo mismo.

Fue a partir de esas denuncias que el profesor Felicien Cattier (1869-1946), de la Universidad de Bruselas, al investigar lo que sucedía en el Congo, escribió que “no es una colonia, sino una especulación financiera, no busca el beneficio de los nativos, ni el de Bélgica, sino el personal del rey, con tal de sacar el máximo beneficio de ella”.

La matanza a que dieron lugar los “castigos” por no cubrir las cuotas, fue bárbara. Se especula que las muertes excesivas llegaron a unos diez millones de congoleses, y para 1908, se redujo a la mitad de la que hubo en 1879.

Leopoldo, dice Tunzelman, “murió en desgracia, un año después de que Bélgica perdió al Congo como colonia. Y fue tanto el coraje que sintió la gente ante nefasto personaje, que lo abuchearon cuando la carroza paseó su ataúd por la ciudad”.

Por nefastos personajes como ése, el mundo ahora está como está.

¡Malditos sean!

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